Las Crónicas de El Gráfico

El pensador, más que mil palabras sobre un joven entrenador innovador en Alemania

Cuando anunciaron un técnico de 28 años de edad, pensaban que la comisión directiva estaba borracha. Pero Julian Nagelsmann tenía su libreta preparada.

Por Martín Mazur ·

01 de diciembre de 2017
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Eres un director técnico de juveniles, tienes 28 años y te ofrecen hacerte cargo de un equipo de una de las ligas más importantes del mundo. ¿Qué haces? Si aceptas y te arriesgas a dirigir en la Bundesliga, pasa al siguiente párrafo. Si prefieres la comodidad del anonimato sin presiones, pasa al último párrafo de la página siguiente. Como en los viejos libros de Elige tu Propia Aventura, Julian Nagelsmann decidió aceptar.

En el siguiente párrafo venían todos los puntos negativos: nadie te conoce, los hinchas desconfían de tus habilidades y tienes la cuasi certeza de que te están convocando para firmar el certificado de defunción en la categoría, además de correr el riesgo de transformarte en el hazmerreír del fútbol alemán y dinamitar tu carrera casi antes de empezarla. Ah, el debut será en dos días.

¿Esta? ¿Esta es la persona que va a salvarnos? Al anunciarse la decisión, la desconfianza entre los hinchas era descomunal. El Hoffenheim acababa de presentar como nuevo director técnico a un joven sin título habilitante cuya única experiencia a cargo de un plantel era entre los juveniles. 

El entrenador que había anunciado su renuncia era nada menos que el holandés Huub Stevens, 62 años y mil batallas, campeón de la Copa UEFA con el Schalke 04, campeón con el Red Bull Salzburg en Austria, subcampeón en Holanda con el PSV y el Roda, y en la Bundesliga con el Schalke, entre otros pergaminos. Aunque lo más relevante para el contexto fueran las dos temporadas consecutivas en las que venía de salvar al Stuttgart del descenso.

A Stevens le habían descubierto una arritmia y le habían sugerido una cirugía cardíaca. No podía seguir dirigiendo. “Lamento dejar al club en esta posición tan incómoda, pero espero que entiendan que la salud viene primero, y de acuerdo a los médicos, la mía estaba en alto riesgo”, se excusó. El Hoffenheim estaba anteúltimo en la tabla, a siete puntos de la línea de salvación. Era febrero de 2016, a solamente 4 meses del final de la temporada. Ya había consumido dos entrenadores en esa temporada y acumulaba un partido ganado de los últimos 10. La mano venía torcida. Y ningún indicador presagiaba un buen final. Ahí llegó el momento de decidir.




La edad y las condiciones en las que llegaba Nagelsmann lo transformaban en un hombre con poder de marketing, sí, pero también con gran poder de transformarse en un meme. Schnapsidee, es el término que usó un diario local para explicar la decisión de la comisión directiva. Significa “bajo los efectos del alcohol”.

Sin profundizar, era inevitable pensar que lo único que buscaba el Hoffenheim era publicidad, transformarse en un club hipster. Con un técnico sin experiencia, de 28 años, faltaba solamente un millennial como ayudante de campo. “Suena bastante brutal. Veintiocho años. Pero no es una movida de relaciones públicas. Estamos convencidos del potencial que tiene. Y además, viene dirigiendo desde hace 10 años”, explicó uno de los apuntados al Schnapsidee, el director deportivo Alexander Rosen.

Nagelsmann, que aún cursaba sus estudios para DT, hizo caso omiso al pesimismo y se embarcó en su gran apuesta. El proyecto que presentó se basaba en tres años de contrato, amplio poder de decisiones y voluntad de cambios. No llegaba para ser un eficaz administrador de la crisis, sino para transformarla en oportunidad.

Desde que llegó Nagelsmann, el Hoffenheim –que hasta entonces había ganado 2 partidos de 20– sumó 7 triunfos en las últimas 14 fechas y se salvó del descenso. Pero la verdadera revolución no sobrevino en la tabla, sino en el campo. Eran las ideas innovadoras de Nagelsmann las que estaban dando resultados. Y la curiosidad por saber quién era fue en aumento.




El proceso creativo de Nagelsmann empieza en el baño todas las mañanas. Lo admitió él en una entrevista con 11FREUNDE. “Tengo una regla, una lapicera y voy pensando distintas ideas. Después, las dibujo en un anotador. Si alguna me parece que puede ser realista, busco videos y, si todavía me parece que puede prosperar, la pruebo con mi equipo”, admitió. Sin un dibujo táctico determinado, a Nagelsmann le gusta cambiar en función del rival, aunque prefiere el 3-1-4-2. Los delanteros son reboteros, pero no por esperar pelotas sueltas en el área, sino por tener que hacer de postes para que que los volantes pasen en forma coordinada, como una ola. De mitad de cancha hacia delante, Nagelsmann cree más en el pase atrás o a los costados, casi como si fuera rugby. Su obsesión son las variantes de pases y la generación de espacios de recepción. Los ángulos para multiplicar los espacios propios y reducir los ajenos.

“El fútbol tiene cuatro fases: cuando tienes el balón, cuando lo tienen los adversarios, cuando lo pierdes y cuando lo recuperas. Eso es todo, no hay más. Se pueden practicar estas fases miles y miles de veces, con distintas reglas, tácticas, pero lo más importante es que el jugador esté alerta y tenga en la cabeza lo que está haciendo, por qué lo está haciendo”, asegura.

Con él, está casi prohibido ir al piso. Las derivaciones de un tackle son puro misterio, y el jugador que va al suelo no tiene posibilidades de volver a la jugada. Nada de quites deslizantes: el lema es forzar el error rival sin perder fichas en su tablero imaginario. Nagelsmann ya propuso que haya dos time-outs por partido como en otros deportes, que se implemente el Ojo de Halcón como en el tenis, que existan suspensiones de 5 minutos en lugar de tarjetas amarillas y que cambien las fechas de los libros de pases. 

Más allá de su fama de gran tacticista e innovador, el propio Nagelsmann admite que las tácticas no influyen más de un 30% en el desarrollo de un proyecto. El 70%, sostiene, está en el manejo de grupo. Con cinco jugadores mayores que él en su plantel, Nagelsmann eligió las charlas individuales por sobre los reproches grupales. Les quitó presión. “Basta con sentarse y ver las noticias de las 9 de la noche, para darse cuenta de la poca trascendencia que tiene el fútbol respecto de lo que pasa en el mundo”, fue su mensaje. Alteró constantemente apellidos y formaciones, para que todos estuvieran estimulados. Y los sorprendió en cada entrenamiento. “El fútbol te da mucho dinero, pero la existencia para un futbolista puede transformarse en una rutina muy repetitiva. Y llega un momento en el que pueden no disfrutar más de lo que hacen”.

Las prácticas son tan intensas, que se asemejan al proceso de aprender alemán para un extranjero: si uno no logra concentrarse, la clase se pasa sin entender absolutamente nada. La explicación la dio el delantero Kevin Kuranyi: “Si uno no capta, durante dos horas no tendrá ninguna posibilidad y encima los compañeros se empiezan a burlar. Fueron los entrenamientos más interesantes de mi carrera”.

Para su segunda temporada, Nagelsmann trajo a un volante, Nico Schulz, al que transformó en líbero generador de juego, con altísimo porcentaje de pases bien. En lugar de comprar otros jugadores para reemplazar a los transferidos (por casi 25 millones de euros), hizo adquirir el sistema con el que se entrena el Borussia Dortmund, donde los futbolistas tienen que reaccionar en un cubo a las alternativas de recepción y de pase. El Hoffenheim terminó cuarto y clasificó a la fase previa de la Champions League. Al estilo de Neo, el personaje de The Matrix, el DT parecía procesar los datos como si se tratara de un elegido. La foto que acompaña la nota, de hecho, tiene una simbología del film, con las luces blancas y verdes que parecen ser una cortina de información que le pasa por su cabeza. Lo eligieron como el mejor entrenador del año en Alemania.




Un día, en el entrenamiento del Hoffenheim apareció un camión. Para sorpresa de los presentes, varios operarios bajaron un videowall. Para que los jugadores puedan ver cómo se paran, dónde, Nagelsmann hizo instalar una pantalla gigante de 6x3. “Tengo un iPad en la mano y desde allí puedo detener la imagen, rebobinar, dibujar, mostrarles cosas”, contó sobre su chiche. Para protegerlo de las inclemencias climáticas, ideó un sistema para ponerlo y sacarlo en pocos minutos. La revolución creativa de Nagelsmann excede lo futbolístico y llega a la ingeniería.

Recién tiene 30 años. “Me encantaría poder decir que soy como Carlo Ancelotti, que cada decisión que toma tiene que ver con su experiencia, con lo que ya vivió. En mi caso, cada decisión empieza sobre todo desde el instinto.”, le dijo a FIFA TV.

Ya suena como potencial DT del Bayern Munich. El otro candidato, Thomas Tuchel, fue el salvador de Nagelsmann. “Tenía ganas de no ver nada más de fútbol, tanto que le había puesto de mí, tantos años, y de repente me quedaba sin nada”, contó. Tenía 20 años cuando las lesiones en las rodillas lo forzaron al retiro, sin haber llegado jamás al fútbol profesional del Augsburg. Tuchel, que dirigía a la Primera, le ofreció ser ojeador. Así volvió el amor. Siguió con una división de inferiores y un cargo de ayudante. Y ahí empezaron las ideas, las libretas y los ángulos. Eligió su aventura.




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Por Martín Mazur
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Nota publicada en la edición de Noviembre de 2017 de El Gráfico