Las Crónicas de El Gráfico

La supervivencia, más que mil palabras sobre el fútbol en un país huérfano de ayuda

El equipo de amputados de Sierra Leona y una muestra más de resistencia contra todos los males imaginables.

Por Martín Mazur ·

01 de noviembre de 2017
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-Entonces, cuando en tu país lean esto, la gente va a venir a ayudarnos, ¿verdad?

-Probablemente no.


       

El diálogo entre la periodista Maddy Bowen y el pescador Solomon Vandy está registrado en Diamante de Sangre, la película que se estrenó hace 10 años y que cuenta la terrible historia de Sierra Leona durante la guerra civil de 1991-2002.

La cruenta búsqueda de diamantes para solventar el conflicto armado, los ejércitos de niños y las amputaciones a machetazos como reprimenda son parte de la trama que se desarrolla en esa tierra rojiza, “tierra roja producto de las matanzas durante siglos”, según describe uno de los protagonistas.

La mayoría de las amputaciones se produjo sobre el final de la guerra, cuando el gobierno popularizó el slogan “el futuro está en sus manos” como llamado para votar. La respuesta de los rebeldes (muchos de ellos, adolescentes) fueron machetazos a adultos y niños, muchos más niños de los que aparecen en la película. Tal es así, que al cabo de la guerra, se estimaba que un 20 por ciento de los amputados del mundo se ubicaban en esa pequeña franja de tierra africana que mira al Atlántico.




Sierra Leona figura entre los países más chicos de Africa: 71.000 kilómetros cuadrados y poco más de 6 millones de habitantes. Tiene la esperanza de vida más baja del planeta: 51 años (era de 40 hasta el año 2011 y ha ido creciendo desde entonces) y al día de hoy está entre los 15 países más pobres del mundo, ya sea por ingresos per cápita o según el índice de desarrollo de la ONU. Era el imbatible número 1 hasta el 2007, cuando se estrenó la película. Pero Sierra Leona llegó a tener una de las selecciones más fuertes del mundo: la de amputados. Chicos a los que les faltaban piernas y brazos y que aun así salieron adelante gracias al insuperable poder del fútbol. Empezaron a jugar en la costa y atrajeron muchos espectadores. Consiguieron un entrenador. El choque de las muletas es uno de los ruidos más característicos de estos partidos. Muchos de los equipos de amputados lograron tal popularidad que empezaron a jugar exhibiciones fuera de Africa. Se presentaron ante España poco después del campeonato del mundo ganado en Sudáfrica 2010. Visitaron los Estados Unidos y jugaron contra Chivas USA. La única condición para jugar es no tener alguno de los miembros inferiores (para jugadores de campo) o de los superiores (para arqueros).

La globalización y las invitaciones se apagaron en 2014, con la llegada de la epidemia del ébola y el aislamiento internacional. Una vez más, Sierra Leona se quedó en soledad. Se prohibió la actividad deportiva, se cortaron los suministros, hubo toque de queda. Las estimaciones marcaban que cinco personas contraían la fiebre hemorrágica cada hora. Las tumbas se cavaban a poca distancia del suelo y los animales hambrientos desenterraban los cadáveres, generando más enfermedades.

Por lo menos cuatro mil personas murieron por la epidemia. La pena por haberse enfermado sin declararlo era de dos años de cárcel. No había contexto para jugar a ningún deporte. Ni siquiera para saludarse. El año pasado, cuando el país intentaba la reconstrucción, llegaron las algas. Algas como jamás se habían visto. Una plaga. Y al afectar la pesca, pusieron en riesgo toda la economía. El turismo como tal no existe, por si quedaban dudas. Este año, a mediados de agosto, vino el alud, aunque quizás pocos hayan oído de él.




El Flying Stars Amputec FC todavía sobrevive, como el resto del país. Mohamed Lappia es una de sus estrellas: perdió una pierna al pisar una mina abandonada en 2007. Juega de volante ofensivo y también oficia de presidente. Su argumento es muy válido: gracias a las hazañas deportivas del equipo, se lucha contra la discriminación existente: el objetivo de sus integrantes es poder trabajar, algo que no resulta sencillo para alguien a quien le faltan uno o más miembros. Una tarde de agosto, mientras los amputados jugaban en la bahía, se hizo presente la catástrofe, en forma de alud. Parte de la capital, Freetown, está bajo el nivel del mar, aunque la ciudad esté construida junto a la costa. Rodeada de morros, el alud y las inundaciones transformaron a Freetown en un gran reservorio de agua rojiza.

A los pocos días, el huracán Irma arrasó con el Caribe y el estado de Florida en Estados Unidos; México sufrió dos terremotos devastadores: 8,2 en Oaxaca y 7,1 en Puebla; y un nuevo huracán, María, desató su furia sobre Puerto Rico. En ningún lugar hubo tantos muertos como en Sierra Leona. Ni siquiera sumando a todos los desastres del listado se llega a las más de mil víctimas que dejó el alud en Freetown, seguido de inundaciones que arrasaron con casas y autos. Nunca se sabrá el verdadero número de muertos.

Los afectados caminaron hasta una de las colinas donde normalmente se juega al fútbol y empezaron a cavar. Fosas comunes. No había modo más rápido de enterrar a los cadáveres y así evitar epidemias. Los cajones llegaron apilados en camionetas del ejército que tenían la bandera azul, blanca y verde de Sierra Leona. La gente se agolpaba a despedirlos por las calles. No es una escena que se vea a menudo. La última vez quizás haya sido en 2008. Pero no había tristeza, sino alegría. Ese año, llegó Beckham.




David Beckham estuvo en Sierra Leona durante su misión humanitaria con la Unicef en 2008. La caravana donde se movilizaba apenas podía pasar entre la multitud que se había agolpado para saludarlo. Lo que en otros casos habría sido una visita de rigor, en su caso se transformó en un partido de fútbol. Hizo parar el auto en el que viajaba al ver que se jugaba un picado junto a la ruta, y terminó jugando en cueros con los chicos. Beckham, al igual que Madonna, fue uno de los que primero posteó en Instagram un pedido de rezar por las víctimas del alud en Sierra Leona. Se sumaron Gianni Infantino, presidente de la FIFA, y su par de la CAF, Ahmad Ahmad.

Desde Moldavia, el jugador de la selección Khalifa Jabbie juntó algo más de tres mil dólares y los donó para las tareas de rescate. Todo o casi todo lo que pasa en Sierra Leona se hace a pulmón, sin las grandes cadenas de solidaridad internacionales. Ni siquiera está presente en las cadenas de oración. Entre las víctimas hubo más de 200 niños. Como en casi todas las tragedias que azotan Sierra Leona, el alud y las inundaciones fueron apenas el inicio. Ahora se presentan nuevos desafíos: cloacas desbordadas y escasos recursos para la reconstrucción. 

El diálogo entre la periodista y el pescador se repite de manera cíclica. No, pase lo que pase y se difunda lo que se difunda, probablemente nadie va a ir a ayudar a Sierra Leona.




Acaso no sea una gran novedad, o quizás sea un fiel reflejo del dogma que se vive en los países más pobres: todo lo que pueda ir mal, irá mal y en donde haya un ápice de poder, existirá un conflicto. El fútbol es una pasión y oficia de canal sanador, pero la asociación nacional de Sierra Leona está en crisis. La presidenta se llama Isha Johansen. Es una de las dos mujeres que lideran una asociación de fútbol en el mundo. La tildaron de prostituta, pero ella se defendió diciendo: “Lo que hay que cambiar es la percepción respecto de la mujer dentro de un deporte dominado por los hombres”. Cuando se preparaba para su reelección, llegó la acusación por seis cargos de corrupción. Ella asegura que es todo parte de una campaña para sacarla del juego. El juicio se hará en octubre. Mientras tanto, 19 funcionarios fueron apartados de sus cargos en el fútbol de por vida. La FIFA ya prepara su equipo de rescate institucional, similar al que visitó la AFA. Por ahora, no habrá Comisión Normalizadora. Será muy difícil normalizar a Sierra Leona.

Por Martín Mazur
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Nota publicada en la edición de Octubre de 2017 de El Gráfico