Las Crónicas de El Gráfico

Las pavadas del fútbol

De repente, en la amplia llanura del periodismo deportivo crecieron algunas matas. Ahora parece que la moda es decir de qué club sos hincha y defenderlo hasta en lo indefendible. Una tendencia creciente en la que no cabe otro destino que derrapar.

Por Elías Perugino ·

06 de octubre de 2017
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Los periodistas solemos incomodar. Somos inquietos, curiosos, observadores, intuitivos. Nos gusta ver las cosas del derecho y del revés. Caminar por la vereda de enfrente. Salir con paraguas cuando nos dicen que habrá sol. Descreer del coro monocorde de las voces oficiales. Rascar la pintura que embellece las paredes de cartón. Mirar adentro antes de comprar los buzones. Desmenuzar y cotejar ideas. Intentamos la ecuanimidad desde la subjetividad. Y en ese tránsito –siempre ríspido, nunca aceitado– exponemos y quedamos expuestos. Esa es la naturaleza del oficio, así hablemos de política o de salud, así enfoquemos la economía o el fútbol. Esa es la magia del oficio, así en las viejas redacciones salpicadas de pesadas Olivetti[1], teletipos y espesas nubes de humo de cigarrillos como en las asépticas redacciones de hoy, donde a los periodistas no les dan las manos para operar laptops, compus de escritorio, smartphones que los mantienen vinculados a las redes sociales y los controles remotos de los veinte televisores que sintonizan las señales de deportes en vivo.
Ahora centrémonos en los nuestro. ¿Para qué ir más lejos? Dejemos tranquilos a los canales de noticias con sus prismas tan particulares para ver la realidad. Prescindamos del jueguito macabro de adivinar qué dirá en tapa tal o cual matutino si hubo una protesta popular, un aumento de tarifas, la inauguración de una importante obra de infraestructura, otro cimbronazo en Venezuela o un discurso del Presidente de la Nación. Centrémonos en lo nuestro, que apenas es la pavada del fútbol. Centrémonos en el ejercicio más zonzo, divertido y elemental que es hablar de fútbol, contar de fútbol, interpretar el fútbol. Nada más que en eso. No digo en investigar el proceder oscuro de los directivos, porque nosotros, “los del palo”, sabemos que más de uno ha llamado por teléfono a dueños de medios de comunicación pidiendo la cabeza de un laburante de prensa, y no todos están dispuestos a meter las patas en ese barro. Digo centrarse en esta bandita de apasionados que vemos fútbol a toda hora y de cualquier lado y categoría, como el personaje de Adrián Suar en la película[2]. Tipos que sabemos quién es el cuatro de Flandria, como cabecea el seis de Atlético Tucumán, cuántos goles de tiro libre lleva CR7, qué tiempo de recuperación le queda a Sebastián Pérez, de qué color es la camiseta de San Marino[3] y quiénes salieron sorteados en el Grupo C de la próxima Champions[4]. Muchachos que tal vez no estemos al tanto de los últimos chanchullos de la FIFA, o que quizás no nos desvele desmenuzarlos y revelarlos a los desprevenidos del mundo como lo hacen solventes colegas de aquí y de todas partes. Pongamos el foco en los que solamente sentimos crecer la adrenalina por la pavada del fútbol en estado salvaje, en torrente puro.
Pensando en nosotros, en los que tenemos una pelota en la cabeza –y a mucha honra–, nacen las preguntas con un barniz autocrítico: ¿a partir de qué día se decretó que no hay nada mejor que dar a conocer públicamente de qué club somos hinchas? ¿Cuánto suma y cuánto resta en un ambiente impregnado de prejuicios y de lecturas mal intencionadas? ¿Cómo sostener la credibilidad con esa revelación en un país donde nadie cree más nada, incluso en los detalles relacionados con las pavadas del fútbol? ¿O acaso creemos que con esa confesión aportamos un granito de arroz en la gran paella de la tolerancia cultural de la sociedad?

Más preguntas, amiguitos: ¿en qué parte de la ética periodística cabe que al club del que somos hinchas, o al que nos tocó cubrir desde hace un tiempo aunque no seamos hinchas, hay que defenderlo a muerte pese a que haya adoptado conductas institucionales o deportivas insostenibles? ¿Quién te va a creer que Gallardo jamás se equivoca y nunca la cuelga en la segunda bandeja, si fue el Muñeco quien recomendó las contrataciones de Viudez, Saviola, Lucho González y del desdichado Larrondo[5]? ¿Quién te va a creer que Guillermo maneja códigos inmodificables de conducta grupal, si fue el Mellizo quien liquidó a Osvaldo a la primera pitada y quien le perdonó hasta lo imperdonable a Ricky Centurión? ¿Quién te va a creer que D’Onofrio es incapaz de sacar una ventaja para River, si River fue al escritorio de la Conmebol antes de que se pasaran los efectos del gas pimienta y miró para otro lado cuando a Instituto le costaba juntar once para jugar por la Copa Argentina? ¿Quién te va a creer que Angelici es un respetuoso observador de los sorteos arbitrales y de las decisiones del Tribunal de Disciplina, si después aparecen los audios[6] en los que la voz del presidente de Boca sugiere que le recomienden mano blanda a un juez porque siempre manda al muere a su equipo y que no le den más de dos fechas de suspensión a jugadores suyos que necesita para un partido definitorio?
¿Qué placer encuentran en quedar pegados al club que cubren o con el que simpatizan, defendiendo causas inviables hasta para los ojos de un pibe de ocho años? ¿Tanto cuesta ejercer la esencia del oficio, que ni siquiera podemos mantener el equilibrio en la pavada del fútbol? ¿Tanto cuesta preguntar lo que hay que preguntar, en vez de asumir el rol de sistemáticos “tira centros”? ¿No tienen ganas de sacudirse el polvo de ese fanatismo militante? Una cosa es que te guste Bielsa, que creas y defiendas sus ideas como si fueran tuyas, pero otra muy diferente es coserte la boca para no pronunciar la palabra fracaso cuando te referís al Mundial 2002 [7]. O elogiar a Bilardo sin criticar el episodio del bidón. O negar la valía de Simeone porque estás embanderado con una corriente más lírica que pragmática.
Nuestro único capital es la credibilidad, muchachos. ¿En nombre de quién la estamos despilfarrando? Para las empresas somos y seremos un número, igual que cualquier laburante de otro rubro. Para los protagonistas somos un mal necesario y descartable; el día que dejes de serles funcional, vas derechito al cesto del olvido. ¿Entonces? Entonces hay que trabajar para uno mismo. Ser leal a uno mismo. Fortificar día a día nuestra propia credibilidad. Lo demás es cuento. No hay camino más corto que la verdad, muchachos. Incluso en las pavadas del fútbol.

Por Elías Perugino

Textos al pie
1- Máquinas de escribir como las de la imagen reinaron en las redacciones argentinas hasta mediados de los noventa.
2- En la película El fútbol o yo, que todavía está en cartelera, Suar interpreta a un futbolero compulsivo que pone en riesgo su ecosistema familiar por su adicción a la pelotita.
3- La casaca oficial de San Marino es azul. El equipo ocupa el lugar 204 en el último ranking de la FIFA, apenas por encima de Islas Vírgenes, Anguila, Bahamas, Eritrea, Gibraltar, Somalía y Tonga.
4- La zona quedó conformada por Chelsea, Atlético de Madrid, Roma y Qarabag.
5- Por culpa de una “racha diabólica”, Larrondo padeció ocho lesiones desde que llegó a River. En un año apenas jugó 454 minutos, repartidos en 14 partidos.
6- Se conocieron dos escuchas vinculadas al presidente de Boca. En una, le solicitaba a Luis Segura (presidente de AFA en 2015), que le sugiriera al árbitro Delfino “que se equivoque lo menos posible” en un partido entre Boca y Vélez clasificatorio para la Copa Libertadores. En otra, le pedía a Fernando Mitjans, del Tribunal de Disciplina, clemencia para las sanciones que recibirían los jugadores Erbes y Marín.
7- Luego de haber realizado unas Eliminatorias brillantes, Argentina quedó eliminada en la primera ronda de Corea-Japón 2002 tras vencer a Nigeria, perder con Inglaterra y empatar con Suecia.

Nota publicada en la edición de Septiembre de 2017 de El Gráfico