La Selección
Messi, otra vez muy sólo, fue de mayor a menor
Lio arrancó enchufado pero luego se contagió de la intrascendencia del equipo. Perdujicado por el esquema, muy atrás y poco involucrado con la definición, prácticamente no pateó al arco.
Sin embargo, Messi se fue diluyendo, encerrando en sí mismo y entregándose mansito a pesar de las miradas que había encima de él. Bajó los hombros, clavó la vista en el piso y ensayó las muestras de frustración a las que nos tiene acostumbrados en el último tiempo: camiseta tapándole la cara, insultos al aire y sensación de entrega.
En el esquema de Sampaoli, a pesar del abrumador dominio del equipo en el primer tiempo, Messi siempre estuvo muy retrasado. No jugó de rematador, sino de lanzador. Lejos del arco, la férrea defensa venezolana lo mantuvo a raya y las pocas ocasiones con las que contó fueron poco claras, ahogadas por el arquero o le llevaron un instante más del necesario para definir cómodo y bien pisado de cara al arco.
Sumado a eso, la sociedad con Banega no funcionó y jamás pudo sentirse cómodo cuando le regresaba la pelota. Cuando se acomodó Acuña en el segundo tiempo y se mostró siempre como opción de pase, Messi ya estaba fuera del partido, con la sensación de que la suerte está echada y que el azar empieza a jugar a los dados con la posibilidad de que Argentina se quede afuera del Mundial.