¡Habla memoria!

La clase obrera va al paraíso

El 6 de agosto de 1967 Estudiantes goleó a Racing en la final y fue campeón del Metropolitano. Fue el comienzo de una era dorada para el Pincha, y también el quiebre de la hegemonía de hierro de los cinco grandes, que se habían repartido todos los títulos del profesionalismo. 50 después, aquella campaña sigue siendo una hazaña.

Por Redacción EG ·

08 de agosto de 2017
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-Osvaldo, ¿Usted se va a morir en una cancha de fútbol?

-¿Yo? ¡Noooooo! Yo me voy a morir con los caballos.

Estudiantes, de a poco, se estaba convirtiendo en el equipo de moda y los periodistas seguían de cerca a Osvaldo Zubeldía, quien parecía ser el padre de la criatura, y fue consultado por su efervescencia a la hora de vivir los partidos. Sin embargo, el Zorro, apodo que se había ganado en su época de jugador por algunas astucias y otras tantas mañas, le restó dramatismo y encontró un salvoconducto en su otra pasión, la hípica.  

Corrían los primeros meses de 1967 y Estudiantes empezaba a pisar fuerte en el Torneo Metropolitano, el primero que se jugaba de ese tipo. El Pincha había conjugado algunos buenos refuerzos como Bilardo, Madero y Conigliaro con los juveniles de La Tercera que Mata, la Reserva dirigida por Miguel Ignomiriello, que había promovido a Poletti, Flores, Manera, Malbernat, Pachamé, Medina, Echecopar y Juan Ramón Verón.

Con ese equipo, Estudiantes disputó la Sección A del Metro y clasificó a semifinales junto a Racing, que sumó la misma cantidad de puntos (29 en 22 partidos) pero tuvo mayor diferencia de gol. El Pincha era un equipo práctico y efectivo, pero lejos estaba de esa versión violenta que le endilgaron tiempo después. Desprestigiado por su oposición a los grandes y porque mostraba los dientes ante cualquier rival, hacía gala de recursos de punta para la época: aprovechaba la pelota parada (la especialidad de la casa era el córner al segundo palo y el famoso doble cabezazo en el área que siempre terminaba en gol), el achique y la marca hombre a hombre en un momento en el que juego era principalmente posicional.

Alguna vez Carlos Griguol, que fue compañero del Zubeldía jugador en Atlanta, contó que Osvaldo conoció el achique en un entrenamiento de la Selección de Checoslovaquia, potencia de la época emparentada con el juego bonito de la Escuela Danubiana. Además, el Zorro fue un adelantado cuando comenzó a incluir en los cuerpos técnicos a masajistas, segundos entrenadores, psicólogos y nutricionistas. Estudiantes era un ejército y muchas de las voces que lo atacaban lo que en realidad no conseguían era entender el fenómeno, y cómo Zubeldía había logrado traducir el clima de época. El fútbol estaba cambiando y él se abría  ese cambio.

Estudiantes, entonces, fue el laboratorio de esa nueva corriente y el equipo que jugó el Metropolitano el prototipo de lo que vendría. En semifinales, el Pincha se enfrentó con el sorprendente Platense, que lideró la Sección B y clasificó a semis junto con Independiente. Y en ese partido Estudiantes sacó relucir su otra cara, la que complementaba toda la construcción cerebral que había detrás de cada jugador: luego de ir perdiendo 3-1, Verón, Bilardo y Madero dieron vuelta el resultado en veinte minutos. La victoria 4-3, sufrida pero heroica, le otorgó a ese grupo el quinto elemento, la valentía que solventaría los éxitos posteriores.

En la final, Estudiantes vapuleó en el Gasómetro a Racing. Le ganó 3-0 al equipo de José Pizzutti, que ese año sería campeón de la Copa Libertadores, y se llevó el primer título del profesionalismo que no quedó en manos de alguno de los cinco grandes. Esa hazaña no sólo le abrió las puertas del cielo a otros “chicos” (Chacarita, Vélez, Quilmes y siguen las firmas) sino que marcó el inicio de la época más gloriosa en la historia del Pincha. Al Metropolitano le siguieron tres Libertadores (1968, 1969 y 1970), la Interamericana (1969) y la Intercontinental en 1968, ante el Manchester United de George Best en Old Trafford. Nunca un equipo argentino había llegado tan lejos.

En 1970 Zubeldía se fue de Estudiantes dejando un legado eterno. Tuvo discretos pasos por Huracán y Racing y ganó un torneo con San Lorenzo. Cuando llegó a Atlético Nacional revolucionó el fútbol colombiano. Fue campeón dos veces pero, alejado de su familia, tenía ganas de volver a Argentina.

“Dejo a Atlético Nacional arriba y me voy”, dijo en una entrevista radial en noviembre de 1981. En diciembre, su equipo fue campeón, y el 17 de enero de 1982 un infarto lo fulminó a los 54 años. Estaba sellando boletos para la próxima carrera del hipódromo.  

Por Matías Rodríguez