Las Crónicas de El Gráfico

Veneno en la sangre

El fútbol argentino está contaminado por los barras, pero los hinchas comunes y el ambiente periodístico también aportan lo suyo para que vivamos inmersos en un contexto de constante degradación. La fiesta del fútbol tiene cada vez más de sufrimiento y menos de disfrute.

Por Elías Perugino ·

04 de julio de 2017
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“Ya sé por qué estás alunado”, decía mi mamá cuando yo me ponía insoportable. Alunado era una palabra que siempre estaba en boca de mi abuela, y como mi mamá era un calco de la bondad de mi abuela, la pronunciaba cada vez que llovía y yo no podía ir a jugar a la pelota al campito de la vuelta. Era infalible: llovía, no íbamos a jugar, me brotaba y enseguida aparecía la palabra alunado. Yo no sabía lo que significaba alunado, pero ella acertaba a decirlo cada vez que mi cuerpo, por culpa del picado frustrado, padecía una serie de reacciones en cadena. El estómago se me cerraba con doble llave, fruncía las cejas hasta contracturar la frente, sentía que las venas trasladaban un veneno viscoso e incandescente, clausuraba mis oídos a todo estímulo auditivo y cada tanto, como de la nada, arrojaba trompadas certeras contra objetivos indiscriminados: una maceta con pensamientos florecidos, una camisa puesta a secar en el tendedero, la lata verde de Cocinero[1] que contenía los broches o los almohadones naranjas de los sillones del living. Era un estado de ira comparable al de Bruce Banner antes de transformarse en El Increíble Hulk[2]. Al del Etna en la previa a una erupción. Al de un géiser[3] a segundos de la ebullición.
Algunos de aquellos síntomas infantiles suelen reaparecer en estos días afiebrados del fútbol argentino. Con cuatro décadas más sobre el lomo y una pizca de lo que podríamos definir como madurez, se han esfumado aquellos puñetazos contra adversarios tan variados como inocentes e indefensos. Pero el veneno de la impotencia sigue carcomiendo las venas como en esas tardes de llovizna maldita. Recorre cada centímetro del cuerpo y se clava en el alma como un aguijón mortal. Es una rabia efervescente, tóxica, germinada a partir de comprobar la creciente degradación de nuestra sociedad futbolera. La decadencia es tan estruendosa que se llega a convalidar la barbarie con un arcaísmo: el “folclore del fútbol”. Con suerte, folclore hubo hasta los años setenta, cuando las chanzas y las chicanas entre adversarios todavía mantenían cierto estatus de respeto e ironía. La impunidad infestó al fútbol desde el imperio de los barrabravas. Y lo que transformó en decididamente infumables a los últimos años es la cavernaria mimetización de los hinchas comunes con los métodos más repudiables de los indeseables profesionales. Ni más ni menos que el triunfo más rotundo de la cultura barrabrava.
Ahora resulta que naturalizamos noches como las del “gas pimienta”. Nos parecen graciosos los ataúdes de Central en el banderazo de los hinchas de Newell’s. Vemos como lo más normal del mundo que desde Central respondan con banderas soeces y una lluvia de muñecos bebés con los colores de Newell's. Creemos que el árbitro Héctor Paletta es un cagón por parar Huracán-Newell’s hasta que cesen los cánticos que lo amenazan de muerte. No nos mueve la aguja que aparezcan destrozados los autos de los jugadores de Quilmes. Vemos cómo arrojan al vacío desde una tribuna a un hincha de Belgrano[4] y contemplamos su muerte como si fuera la escena de un videojuego. Convertimos en trending topic[5] el escrache que tres energúmenos de River le hicieron a Guillermo Barros Schelotto después del superclásico. Le damos un like y viralizamos la foto donde la empleada de un instituto médico se burla del Mellizo luego de que él aceptara posar de buena fe para una foto. Ni nos hace cosquillas que hinchas de Independiente cuelguen en un semáforo de Avellaneda un maniquí con camiseta de Racing, una bolsa en la cabeza y la leyenda “puta violada”. Y mil bajezas más…
El fútbol es un reflejo de la sociedad, dicen por ahí profesionales más capacitados que uno para tamizar esta realidad que cierra el pecho. Será, entonces, que nos hemos transformado es una sociedad abominable, tenebrosa. En una sociedad de mierda. ¿Qué tren nos pasó por encima y no nos dimos cuenta?
Desde los púlpitos se esgrimen argumentos vinculados a la situación socioeconómica, a los coletazos de la falta de oportunidades. Eso tendrá su incidencia, seguramente. No debe ser sencillo metabolizar un contexto crítico. Pero cualquiera de nosotros puede rescatar de su memoria cientos de ejemplos de gente apremiada económicamente, con poco o ningún trabajo estable, que le pelea a la vida con nobleza, sin tomar los atajos de la agresión ni las herramientas atroces de la delincuencia. Gente que le pone el pecho a las privaciones a partir de un tesoro en vías de extinción: la buena educación.
La educación es el cimiento de la integridad. Y los argentinos nos hemos especializado en dinamitar nuestro sistema educativo durante las últimas décadas. Responsabilidad principalísima del Estado, pero también del tejido familiar, célula madre de una sociedad.
Desde el periodismo también aportamos una palada de insensatez. En los episodios de violencia se suele empuñar una loable actitud de denuncia, un mínimo aporte investigativo. Pero en los debates puramente futboleros, en los análisis de las trivialidades del juego, hace rato que se cargan las tintas con alevosía, potenciando escenarios de “vida o muerte”, juzgando a deportistas con una severidad exacerbada que bien merecerían los políticos, desmereciendo campañas y trayectorias por medir absolutamente todo por la vara del resultado. Se discute con una pasión lindante con la violencia, gritando más fuerte para tapar al que intenta sostener una idea contraria, pintando escenarios trágicos al evaluar un juego profesional, pero juego al fin. Y entonces sucede lo contrario a lo que se pretende. En vez de ayudar a pensar y disfrutar, contribuimos a odiar y sufrir.
Lo describió muy bien Paolo Montero charlando con La Nación: “Ustedes tienen la suerte de que deja Maradona y nace Messi, y tienen una generación de básquet que también obliga al mundo a mirar para acá, y una generación de tenis[6] que también hace mirar para acá, y los Pumas te salen terceros[7] y hacen mirar para acá, y tenés a las Leonas que también te hacen mirar para acá, y después aparece el Papa… Ustedes no se dan cuenta de lo que genera Argentina y no lo cuidan…”. Y como no cuidamos, como no sabemos disfrutar de esas genialidades ni construir a partir de ellas, se hastían y se van los Pekerman, los Bielsa, los Pochettino; dinamitamos a los Messi, a los Higuain, a los Di María… ¿Y todo para qué? Para sembrar rencor, división y violencia en el deporte, que debería ser un refugio inexpugnable para gozar, admirar y compartir.
“Yo sé por qué estás alunado”, decía mi mamá cuando yo me ponía insoportable. Eso fue hace tiempo, cuando jugar era todo lo que importaba en la vida. Cuando no imaginaba que llegaría un día en que jugar sería lo menos importante.

Notas al pie
1- Este recipiente era un clásico de los años setenta. Luego se lo reemplazó por los actuales envases de plástico.
2- Superhéroe de la productora Marvel. Surgió en un comic de 1962. Banner es un científico. Tras ser expuesto a una radiación gamma, le quedó como secuela transformarse en Hulk cada vez que su corazón se acelera por una razón que lo hace enfurecer.
3- Es una fuente termal que, periódicamente, expulsa agua caliente y vapor, producto del encuentro entre el agua superficial y rocas calentadas por el magma subterráneo. Eso determina que el agua regrese con violencia hacia la superficie a través de conductos naturales. Existen mil en todo el planeta.
4- Como si no fuera suficiente locura su asesinato, a Emanuel Balbo le robaron las zapatillas cuando yacía sin vida sobre el cemento del Estadio Kempes.
5- Se denomina así al tema de tendencia o tema del momento en una red social.
6- La coronación de ese crecimiento del tenis argentino fue la obtención de la Copa Davis 2016. Pero antes de eso dejó una huella profunda La Legión, integrada por jugadores como Nalbandián, Gaudio y Coria, entre otros.
7- Los Pumas fueron terceros en el Mundial 2007, con sede en Francia, Escocia y Gales. El partido por el tercer puesto se lo ganaron 34-10 a Francia, en París.

Por Elías Perugino


Nota publicada en la edición de Junio de 2017 de El Gráfico