Anónimos reconocidos

Santos Turza, los ojos sabios

Santos Turza es un ícono de la mitología del fútbol de Córdoba. Descubrió a Paulo Dybala, Ernesto Corti, Oscar Dertycia, Diego Klimowicz y Silvio Romero, entre otros. Un símbolo de la elogiada cantera de Instituto.

Por Redacción EG ·

15 de junio de 2017
Imagen Turza es uno de los hombres más respetados del fútbol cordobés. Instituto disfruta de su don para fichar cracks.
Turza es uno de los hombres más respetados del fútbol cordobés. Instituto disfruta de su don para fichar cracks.
Un castillo de fondo en medio de unas instalaciones pobladas de canchas de fútbol, donde cientos de niños y adolescentes corretean y entrenan, pletóricos, con las ilusiones de futbolista. Un castillo que refleja como ícono el esplendor del predio La Agustina de Instituto, que hoy es alabada y elogiada por los talentos que surgen de allí. Paulo Dybala, Ramón Wanchope Abila, Silvio Romero, Mateo García son algunos de los nombres que resuenan en diversas partes del planeta futbolero haciendo énfasis que surgieron de esa cantera cordobesa, que otrora dio al mundo a Mario Alberto Kempes, Oscar Dertycia, Osvaldo Ardiles o Diego Klimowicz.
Pero ese esplendor, que ha provocado también que muchas promesas acudan en masividad a las pruebas que organiza el club de Alta Córdoba, se debe a una rica y larga historia. Porque detrás de esas aventuras de sacrificios, maravillas y personajes de leyenda como algunos de los antes citados, hay alguien que los “descubrió”, que tuvo la capacidad de darse cuenta de que tenían un don especial para jugar al fútbol. Y en Córdoba, cuando se habla del cazatalentos más importante de la provincia, no hay dudas, hablan de Santos Turza, que en silencio se ha transformado en una marca registrada de Instituto.
En sus ojos se observa picardía. Comunican algo más de lo que dicen sus palabras. Tienen un don especial, además, que es el de la sabiduría. Don Santos se ha hecho un nombre en el fútbol cordobés por su sapiencia para observar grandes talentos, para darse cuenta que detrás de un pibe hay un futuro crack. Sus ojos son esa herramienta tan valorada por los hinchas de Instituto y envidiada por los fanáticos de otros clubes de la provincia. Esos luceros claros captaron en forma de primicia las primeras jugadas de la Joya Dybala, del Cocayo Dertycia, del Granadero Klimowicz, del Chino Romero, por mencionar a algunos de los grandes nombres que supo captar para la Gloria.

DESCUBRIENDO A LA JOYA
Fue un viernes del 2003. Ellos lo recuerdan bien. Tanto Paulo Dybala como Santos Turza. Fue hace catorce años, pero lo recuerdan. “Fue febrero, marzo. El había llegado desde Laguna Larga. Tenía unos 10 años. Me dicen que me habían traído a este nene para ver. Le digo a uno de los técnicos de turno que lo ponga, para verlo”, recuerda. La mirada de Turza busca un horizonte, tratando de recordar detalles de aquel pasado, de aquel día. Y los detalles le llegan. Su memoria sigue fresca a pesar de que han pasado los años.
Paulo había llegado desde su pueblo natal acompañado de su papá Adolfo. La gente de la filial de Instituto en Laguna Larga ya le había anticipado a Turza que le enviaban a este nene. Le pedían que lo mirara. Tantas veces le habían sugerido jugadores, pero él hizo caso...
“Me acuerdo de que la práctica, la prueba, fue en una cancha que ya no existe. Fue en la cancha donde ahora está el consultorio médico, al lado de la cancha Ardiles de La Agustina. Ahí fue. Había una canchita. Te cuento, la idea ahora es sacar ese consultorio, ponerlo en otro lado, y volver a hacer una cancha”, relata Turza, rememorando y abriendo temas. A propósito, de más está decir que esa cancha, seguramente, llevará el nombre de la estrella de la Juventus de Italia. Sentado en una panadería-bar que está frente a la sede social de La Gloria, don Santos relata para El Gráfico aquel día. Un día que no se olvida. Y que la gente tampoco se lo deja olvidar, porque cada dos por tres alguien le pregunta sobre ese viernes que “descubrió” a Dybala. “Lo vi 10 o 15 minutos, no creo que más. Fui y le pregunté con quién estaba. Me dijo que con su papá. Entonces, le dije que quería hablar con él. Le dije, quiero que jugués en Instituto”. Seguramente esas palabras llenaron de emoción a Dybala y, posteriormente, al papá, que tanto soñaba con que su hijo jugara en La Gloria.
Santos Turza, ícono de la mitología redonda del fútbol cordobés, recuerda aquellos días, mientras bebe un sorbo de café. Tal vez es el segundo ya de la mañana. A unas mesas, están sus amigos, que le hacen bromas. El se ríe. No desaparece la sonrisa picarona.
“Paulo pertenecía a Sportivo Laguna Larga, y lo traigo. Pedí rápido rápido el pase y lo inscribimos en Instituto”, narra. ¿Pero qué le vio a Dybala esa tarde en La Agustina? “Era menudo en esa época, más chico que sus compañeros. Estaba Gustavo Gotti en ese equipo, que era más grandote. De esa clase 93 llegaron Gotti, que hoy es el nueve de Instituto, Braian Olivera, el arquero nuestro hoy, Renzo Saravia, que está en Belgrano… Bueno, cuando lo vi a Dybala jugar, me impresionó en esos primeros minutos. Le pegaba muy bien a la pelota. Se destacaba por eso. Después aprendió muchas cosas. Creció físicamente. Pero en inferiores se le veían ya sus condiciones”, afirma.
Imagen Turza es parte del ADN de instituto. Aquí, con la foto de Silvio Romero, otro descubrimiento suyo.
Turza es parte del ADN de instituto. Aquí, con la foto de Silvio Romero, otro descubrimiento suyo.
-¿Qué le genera el gran presente de Dybala?
-Mucha emoción... Mucha emoción. Ver a un chico que saqué yo llegar a estas alturas, me da mucha alegría. ¡Pero quién se iba a imaginar que iba a llegar a todo esto! Debo ser sincero, ni idea tenía yo que iba a llegar a estas alturas.
-¿Tiene contacto con él?
-Cuando viene nos juntamos a comer, a cenar. Es un chico muy humilde. Cuando estuvo en la inauguración de la filial de Laguna Larga estuvimos juntos. Te cuento otra, que se acordó él ese día.
-Cuente...
-El primer día de Paulo en Instituto llegó con una camiseta de Boca. Y yo le dije que no se podía. Se acordó en esa fiesta. Cuando me acerqué, me dijo: “Y qué me vas a decir ahora”. Y yo le respondí que esa camiseta no se la tiene que poner. Es que yo les pedía a los chicos que en Instituto no se podía usar otra camiseta que no sea la del club. Yo le quería enseñar eso, no es nada contra Boca o River.
-¿Qué espera de Paulo?
-No tiene techo. El va a seguir así, es un chico humilde. Si Argentina clasifica, va a jugar el Mundial. Para mí, tiene que jugar de entrada en la Selección. Es un jugador diferente, marca diferencia en todos lados, le pega bien a la pelota, ejecuta bárbaro los tiros libres. De chico ya le pegaba muy bien a los tiros libres. Lo que le falta, si es que nos vamos a poner a buscar algo, es animarse a cabecear. Pero lo va a aprender. Aprende siempre.
Las imágenes se le vienen a la cabeza a don Santos. “¡Aguante la Gloria!”, le grita uno cuando lo ve posar para el fotógrafo de El Gráfico. El sonríe. Pero esa sonrisa desaparece cuando se le pregunta por Adolfo Dybala. “Me pega mucho. Me pega que él no haya podido ver su sueño hecho realidad. Era un muy buen hombre. Lo único que lamento de la carrera de Paulo es la muerte del padre, que él no pueda vivir todo lo que está logrando su hijo”. Y sus ojos, esos que tanto saben, se empañan...

CONVENCER A LAS FAMILIAS
Turza trabaja en Instituto desde el año 1972, llegó recomendado por un profesor de la escuela de técnicos que era vecino suyo en Alta Córdoba. Llegó al club para ser delegado en las inferiores. Y vivió de todo en La Gloria. En la mesa de café junto a sus amigos
Montero, Gaitán, Freire, Frontera, todos hinchas albirrojos, se multiplican las anécdotas. Su picardía está presente en cada momento. Esa “picardía” le permitió “pelear” con otros clubes por algunas promesas. Turza, que cuando vio jugar a Diego y Javier Klimowicz en la esquina de su casa de Alta Córdoba hizo rápido las gestiones para ficharlos en la Gloria, porque observó que ambos tenían un gran potencial, uno como delantero, el otro como arquero, también debió renegar bastante, a veces, para convencer a las familias. Hubo un par de ocasiones en las que la traba se debió al fanatismo de los padres por un club en especial. Le pasó con Ernesto Corti, figura histórica del club y de River. Y también con Juan Carlos Menseguez.
“Carucha Corti me trajo hace poco, de regalo, una camiseta –dice emocionado, aunque aclara que nunca le pidió a ninguno de sus pupilos nada–. Con él fue una lucha tremenda para traerlo a Instituto. El vivía frente de mi negocio, en Gongora y Fraguerio. Y toda su familia era de Talleres, de la época del Talleres de oro. Fue una lucha. Lo vi jugar y me lo quise traer, pero ellos lo querían en Talleres. Entonces, me la llevé a la madre hasta la Liga en un día de pleno enero, y firmó. Fue un triunfo, sin dudas, porque tenía a toda la familia en contra, después, él se hizo enfermo de Instituto. Y le dio mucho a Instituto. Un jugadorazo”.
También debió luchar con los Menseguez. Antes de llegar a River y posteriormente emigrar al Wolfsburgo alemán, Juan Carlos hizo las inferiores en Instituto. Era una de las perlitas que tenía la cantera albirroja, pero para tenerlo en el club fue vital la participación de Turza. “Toda la familia era muy fanática de Racing de Nueva Italia. Nosotros solíamos jugar en Forja entre amigos, y un día entró este pibe, que tenía 10 años, a jugar con los grandes... Dije: ‘Mierda, este sí que juega bien’. Me lo quise traer ahí nomás a Instituto. Pero el padre no quería. ‘Somos de Racing’, decía. ¿Qué hice yo? En esa época no había celulares, llamé a la casa un día que no estaba él y hablé con la señora. Le dije: ‘Miriam, su hijo debería ir a probarse a Instituto’. Ella me decía que era difícil porque todos eran de Racing. Insistí. Y me lo trajeron un domingo. El técnico mío no lo quería poner, encima. Le dije: ‘No, ponelo ya, que es distinto distinto’. Después, los convencí y rápido lo hice firmar”, rememora.
 

LA “PELEA” POR ROMERO Y EL ORGULLO POR DERTYCIA
Silvio Romero jugaba en su escuela primaria Luis Manuel Robles, en la Liga Intercolegial de Fútbol Infantil. Le hablaron de probarse en Belgrano, aceptó y fue al barrio Alberdi para eso. Justo el Celeste se enfrentaba a Instituto. Al llegar, encaró para uno de los vestuarios y comenzó a cambiarse. Sorpresa se llevó cuando le dieron la camiseta de Instituto. Según suele narrar el propio jugador de América de México, se había equivocado de vestuario. Pero jugó lo mismo para el albirrojo. Tenía tan solo 7 años, y el ojo sagaz de Turza rápidamente se dio cuenta de que a ese nene no había que dejarlo escapar. Aunque, atrás hay otra pequeña historia, y don Santos la recuerda así: “Yo al Chino Romero lo saco del colegio Robles. Era febrero. El es 88. Ese partido que lo vimos fue, creo, en el año 1997, febrero debe haber sido... Era un partido con Belgrano. Y lo veo a este pibe llegar, yo ya sabía de él, y cuando buscaba el vestuario lo mandé para el de Instituto. ‘Este es mío, lo traje yo’, dije. Después de jugar, ahí nomás lo hice firmar. Era diferente”.
Esa catarata de recuerdos de imágenes color sepia, de partidos en canchas de barrio, en canchitas chicas, de tierra o de césped, de estadios llenos o en silencio... y él, sentado (o parado), al lado del alambrado o en las tribunas, viendo jugar a sus pupilos, a esos que él descubrió. Por eso, cuando habla de Oscar Dertycia se le infla el pecho. Sus ojos le brillan al hablar de aquel centrodelantero que brilló en Instituto, Argentinos, Fiorentina o Tenerife, que jugó en la Selección y que incluso fue presidente de la Agencia Córdoba Deportes. “Es un orgullo”, dice. Y agrega: “A Oscar lo saqué del colegio Cristo Rey. Una potencia extraordinaria. Lo vi jugar en el baby fútbol. De chiquito marcaba diferencia. Una potencia fabulosa, después se lo llevaron a la Selección. Fue un jugador tremendo”.
Una gran red de contactos, saber caminar potreros de la provincia de Córdoba, y su capacidad de observación lo convirtieron en un ícono cordobés. La Agustina, fundada el 25 de mayo de 1977 con Turza ya presente, es elogiada por propios y extraños. Desde la gran aparición mundial como Dybala a los precoces talentos como Gonzalo Maroni o Lucas Beltrán, que tuvieron que dejar las inferiores de Instituto por las seductoras “ofertas” de Boca y River, respectivamente. Pero para que se produzcan esas loas a la cantera gloriosa, fueron fundamentales esos ojos de cazatalentos de don Santos, que además fue quien gestionó en 2005 para que el club participara en los torneos juveniles de AFA. Otro logro de este señor que en el mundo ya conoce como “el descubridor de Dybala”, pero que es mucho más.
En la ciudad mediterránea ha recibido múltiples elogios y reconocimientos por esa capacidad. A propósito, recientemente Enrique Nieto en una entrevista declaró: “Instituto es un club con un beneficio. Siempre le va a aparecer un Nicolás Oliva, un Diego Klimowicz, Dertycia, Dybala, Abila, por caso. Le caen a La Agustina o porque viven cerca de la cancha o porque Santos Turza los hace venir”.
A propósito de Wanchope, sobre el delantero del Cruzeiro contó: “A él también lo traje yo desde Unión Florida. Daniel González lo compró y con él hablamos y lo trajimos. También de Unión Florida llevé a Javier Correa, que ahora hace goles en Godoy Cruz. Wanchope era un delantero potente. A los 16 años lo hicimos debutar en la Liga Local. Una pena que se lo haya vendido por tan poca plata”.
“Siempre fui de ir a ver jugadores. Los veía un rato, y me daba cuenta de si jugaban bien. A mí de táctica y técnica no me hables mucho, pero poneme un jugador en la cancha y a los 20 minutos ya te digo cómo juega y si tiene condiciones”, cierra con una sonrisa, mientras pasa al lado del escudo gigante de Instituto en la sede de Alta Córdoba. Todo un símbolo.

Por Marcos J. Villalobo /Fotos: Nicolás Aguilera.

Nota publicada en la edición de Mayo de 2017 de El Gráfico