Boxeo

Jonathan Barros: “Mentira que hay imposibles”

La historia de este mendocino que va por el título mundial no escapa a las infancias duras que abundan en el boxeo. En su caso, hubo abandono y hambre. Pero también una familia y una fe que le permitieron superarse a sí mismo.

Por Redacción EG ·

23 de mayo de 2017
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Fueron unos segundos, apenas. Y unas palabras, no más: “En el análisis salió que tenés Hepatitis C, no podés pelear”, le comunicaron al mendocino Jonathan Barros poco antes de su pelea contra el galés Lee Selby, el 28 de enero pasado, en el MGM Grand Arena de Las Vegas. El combate, por el título pluma de la Federación Internacional de Boxeo (FIB), se suspendió, aunque a esa altura Barros estaba en otra. “Hepatitis, Hepatitis”, se repetía a sí mismo mientras sentía que su mundo se desmoronaba. “No voy a poder pelear más”, recuerda que pensó en esas horas interminables en las que intuía en su vida un giro de 180 grados. Se lo confiesa unos días después a El Gráfico, de regreso en Mendoza y con la contraprueba que demuestra que no existía ningún problema. “Ellos no querían pelear, inventaron todo”, sostiene sobre Selby y su equipo. Cree, entonces, que hubo trampa, que inventaron ese resultado médico para no pelear.

Barros habla casi sin parar. Respira y retoma: “No tengo nada, me repetía. Lo único que hice fue ir al dentista. Tal vez algo por ahí, porque otra cosa… y me hicieron preocupar mucho, me pusieron loco. Fue durísimo, papá. A la hora nos suspendieron la pelea definitivamente. Te puedo jurar, hermano, que hasta que salió el segundo resultado viví las horas más duras de mi vida. ¡El dolor de cabeza que tenía, hermano! Hasta que llegó el otro resultado. ¡Diossssssss! Fue tremendo”. Y agrega: “Si es así, pensaba, ¿cómo puedo ir a casa y explicarle a mi esposa lo que me pasó, lo que se viene? Pensé lo peor. Se me terminaba la carrera, hermano. Estaba jugándome todo. No, no podía ser, hermano. Fue una cosa tremenda”.

-La contraprueba demostró que tu salud está diez puntos…
-Cuando supe que no tenía nada, pareció que me estaba sacando 100 kilos de encima que me presionaban la cabeza, papá. Con el equipo lloramos, nos abrazamos, festejábamos como si hubiésemos ganado la pelea. No podíamos creerlo: estábamos contentos por un tema de salud, algo impensado poco antes. La pelea se corrió a un segundo plano. ¡La que habíamos pasado, hermano!

-¿Creés que fue adrede?
-Sí. De hecho hicimos un tercer análisis. Había alteraciones. La pelea no la querían hacer y había un falso positivo. Son un montón de cosas que dan para pensar que no querían pelear. ¿Sabés qué pasa, papá? Que hay cosas que se saben pero no se pueden probar. Si hasta tenían elegido un rival suplente, un filipino, desde antes de que llegara yo.

-¿Cómo hacés para no perder ritmo ni estado hasta que se confirme otra fecha?
-A la mañana hago entrenamiento físico y a la tarde con Chacón. Sumo natación y otros deportes como parte de la preparación. Lo ideal es pelear cada tres meses, si se puede. Me había preparado muy bien para esta pelea; y de hecho llegué en muy buenas condiciones. Estaba 12 puntos y con ganas de mostrarme. Dios quiera que pueda seguir con el envión para cuando me den la nueva fecha.

Al cierre de esta edición, la reprogramación no estaba confirmada, le explica el promotor Osvaldo Rivero a El Gráfico. “Pensábamos que sería en marzo pero ahora todo indica que será en abril”, apuesta Barros. Tampoco se sabe el lugar: descartada Las Vegas, se presumen Londres o Cardiff.

AMOR A PRIMERA VISTA
Jonathan Barros tiene 33 años (30/1/1984), nació en el departamento mendocino de Guaymallén pero ahora vive en Las Heras, junto a Karen, su esposa de 26 años, y sus hijos, Martina (4) y Axel (9). También allí entrena con el ex boxeador Pablo Chacón, quien no escatima elogios (ver recuadro). De chico la pasó muy mal, pero ahora está feliz, le cuenta a El Gráfico, porque le da bienestar económico a su familia; sobre todo a sus pequeños hijos. Un ejemplo de la dureza de su infancia (en el barrio Lihué, en Guaymallén) es lo que contó en el programa especializado en boxeo, Lado B, de TyC Sports. Es emocionante –literalmente– escucharlo describir cómo sufrió desde que a los 7 años su mamá, Sandra, se fue de la casa sin dar una explicación. En esa entrevista (vale la pena verla) cuenta que cayó presa, que la odiaba y que no la vio hasta sus 24 años, cuando uno de sus hermanos –de 23– tuvo un accidente y solo quería estar con ella: lo pedía a los gritos. Una tía hizo de nexo y la mujer apareció para reencontrarse con sus hijos. Hubo abrazos y llantos, recuerda Barros. “Me lloré todo”, revivió. Y después: “Si yo no soy Dios ¿por qué la condeno?”. Entonces, Joni –como le dicen– le pidió a su mamá no hablar más del pasado: “Hoy la amo”. Hace poco cerró el círculo, cuenta en esa misma charla, cuando tras ser campeón del mundo le compró una casa para mejorar sus condiciones de vida. A todo esto, su padre, Marcelo, se había ido a trabajar al norte, por lo que tampoco estuvo a su lado.

Esa es la historia del hombre que continúa charlando con El Gráfico.

-¿Estás más tranquilo tras el susto de Las Vegas?
-Sí, pero es muy doloroso y difícil que jueguen con tu salud. No se lo deseo a nadie. Pero ya está. Por suerte tengo una familia tremenda, que me apoya mucho. Ellos me hacen ver siempre el lado positivo de lo que pasa. Son mi motor. Nunca dejan de darme ánimo. Mi esposa recién operada fue a recibirme al aeropuerto cuando volvía de Las Vegas: la operaron el lunes 30 de enero y a pesar de eso, el martes estaba ahí. Una fenómena, papá.

-¿Cuánto hace que están juntos?
-La conocí en un verano, hace diez años. Fue al gimnasio a preguntar por boxeo y me la presentó su abuelo. Empezamos a conversar y nos pusimos de novios para siempre. Ahora que podemos vivir bien gracias al boxeo, la idea es que ella empiece una carrera, porque terminó el secundario pero no pudo seguir estudiando y quiere hacerlo.

Imagen En el gimnasio, donde es entrenado por otro mendocino con historia, Pablo Chacón.
En el gimnasio, donde es entrenado por otro mendocino con historia, Pablo Chacón.
-¿Por qué sos boxeador?
-¡Qué buena pregunta! ¡No lo sé! ¿Sabés que no lo sé? Todo empezó, en realidad, cuando practicaba artes marciales: el boxeo no lo tenía como opción. Estaba en la casa de unos amigos y vi a dos pibes guanteando: yo pensaba que el boxeo era para tipos que se mataban. Tenía 17 años, me faltaban cuatro meses para los 18. Me gustó y entonces me ofrecieron ir a ver lo que hacían en el gimnasio municipal de Guaymallén. Cuando fui, me enloquecí, hermano. Vi a unos tipos haciendo bolsas, gimnasio, espejo... Todo ese ambiente me encantó, hermano. Pregunté si era solo entrenar por entrenar o si era para pelear. “¿Cuánto es la cuota, profe?”, pregunté. Y me contestan: “¿En serio querés probarte? Si empezás ahora, no te cobro un peso”. Me dieron un par de guantes y me pusieron a entrenar y al mes ya estaba recontrametido. Después me fui con Ricardo Bracamonte a Las Heras, donde me quedé. Pero soy nacido y criado en Guaymallén. Me fui a Las Heras por el boxeo. Ya mi familia está ahí.

-Mendoza es una provincia que dio muy buenos boxeadores...
-Corro, Locche, Pablo (Chacón). Siempre hubo un material tremendo en la provincia en cuanto a boxeo. Y muchos otros se quedaron en el camino por la joda, por la vida fácil.

-¿Qué te enseñó el boxeo?
-Muchísimo. Más allá de lo material, me dio educación, me enseñó a expresarme. Me ayudó a manejarme con cierto orden en la vida, con valores. Eso es algo muy importante, sobre todo para alguien que viene muy de abajo. Con el boxeo me di cuenta de que uno es capaz de cualquier cosa, como progresar. También me dio muchísimos amigos. Y mucha gente que me sorprende con un consejo, con apoyo. Gente que se hizo incondicional.

-¿Cuál fue el consejo que más te marcó?
-Uno que me dio Roberto Buero, que es como mi padre. Lo conocí a los dos meses de estar en el gimnasio, y charlando y charlando me dijo: “Mirá: en la vida todo lo que sueñes, hacelo. No te quedés. Es mentira que es imposible. Todo, si uno quiere, se puede”. Tomé eso al pie de la letra, hermano.

-¿Y qué te gustaría hacer?
-Terminar una carrera. No sé cuál, pero estudiar algo y terminarlo. Para estar tranquilo. Es algo muy personal, una espina que me quiero sacar. Nunca me costó estudiar, pero, por cosas de la vida, no pude. Eso, primero. Segundo, demostrar en el deporte lo que realmente soy en el gimnasio, que todavía no pude demostrarlo. Tal vez por los rivales o por determinada situación, no lo sé, pero siento que tengo mucho por demostrar todavía.

-¿Qué te marca más: una derrota o una victoria?
-Las derrotas marcan más. De la derrota se aprende mucho. Por ejemplo, hay una derrota con Mikey García (Estados Unidos) que me tuvo mal mucho tiempo. Nadie sabe, y no tienen por qué saberlo, que para esa pelea bajé muchos kilos en pocos días y que tenía la cabeza en otra cosa. Sin embargo, me endulcé yo mismo con la bolsa y fui, y pasó lo que tenía que pasar: un tipo de primer nivel no puede ir a pelear porque sí. Ya en el primer round sentí su mano como una bomba, hasta que en el séptimo, cuando le conecté un cross, me acalambré la pierna de una manera tremenda… ¡Diossssssss! En el round siguiente no pude más. Me comí una mano y tuve que abandonar. Estaba mareado. No estaba para pelear.

-¿Te sentís noqueador?
-No, para nada. De hecho, los nocauts que tengo siempre fueron producto de la pelea: no son de ir derecho a poner una mano. No busco eso. Yo me hago respetar muchísimo, que es otra cosa.

-¿A qué respeto le das más valor: al de arriba del ring o al de abajo?
-Al de abajo. Porque arriba estás solamente un par de minutos y la carrera es corta, la vida continúa. Pero debajo del ring, el respeto no se gana fácil.

-¿El boxeo es una máquina de generar valores?
-Gran parte de mis valores los adquirí con el boxeo. Y con la iglesia. Cuando escucho la palabra de Dios me siento muy bien.

-¿Vas a misa?
-Voy seguido, los domingos a la mañana. Sobre todo con mi hija, que es la que más me acompaña, mi fiel compañera. Voy para agradecerle a Dios.

-¿De dónde te viene la fe?
-De uno de mis hermanos, porque yo no creía. Me llevó un día a la iglesia y me hizo bien escuchar. Seguí yendo, me sentía cada vez mejor y entonces ya no paré de ir. Es como ir al psicólogo. Me empecé a meter cada vez más. Leí la Biblia. Hoy tengo una fe plena en Dios.

Imagen Los guantes, su herramienta de trabajo, y cierto parecido a Maravilla Martínez.
Los guantes, su herramienta de trabajo, y cierto parecido a Maravilla Martínez.
-¿Hasta cuándo te ves peleando?
-Tal vez porque el boxeo es un deporte que tanto amo es que me gustaría que sea eterno. Pero sé que todo tiene su fin. El día que no tenga más ganas de entrenar, que sienta que se me complica trabajar con los pibes jóvenes en el gimnasio o en las peleas, ese día dejo. Tal vez tres, cuatro o cinco años más. Hoy me siento en mi mejor etapa, sumando experiencia y muchas ganas.

-¿Lograste cierta estabilidad económica?
-Estoy bien, tranquilo. A mis hijos y a mi esposa no les falta nada. No tengo para tirar dólares como Mayweather pero mis hijos pueden estudiar. Para mí, eso es todo. No tengo que pensar en que me falta para esto, para aquello. Hice las cosas bien cuando tuve la oportunidad. Eso me da tranquilidad. Todo lo que logro siempre se lo agradezco a Dios. Que me hagan entrevistas como esta me levanta, me da más ganas de seguir. Que haya quienes, como ustedes, estén pendientes de uno llena muchísimo. Me hace entender que hay gente que tiene un deseo muy bueno hacia uno.

Rendimiento ascendente
Uno de los mejores momentos en la carrera deportiva de Jonathan Barros (41-4-1, con 22 nocauts) tal vez haya sucedido el 4 de diciembre de 2010, cuando obtuvo el título pluma AMB tras vencer por nocaut técnico en siete rounds al panameño Irving Berry, en Mendoza. Al año siguiente hizo tres defensas. Dos fueron exitosas –la primera ante el mexicano Miguel Román y la segunda frente al panameño Celestino Caballero–, y en la tercera, de nuevo ante Caballero (en el Luna Park), perdió.

Desde 2013, Barros (admirador de Sugar Ray Leonard y de Roy Jones jr.) tiene rendimiento ascendente. Su última gran victoria fue el 3 de octubre pasado, cuando derrotó por puntos, tras 12 rounds, al japonés Satoshi Hosono. La pelea fue en Tokio y era eliminatoria para enfrentar al actual titular pluma de la FIB, el galés Lee Selby, pelea que, finalmente, se suspendió cuando faltaban horas para que se concretase, en Las Vegas, tal como explica en esta entrevista el propio Barros.

Muy futbolero, Barros es hincha de Boca: “Lo veo complicado este año, pero siempre le tengo fe”, se ilusiona. Religioso, en su estado del WhatsApp se lee: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. En Mendoza suele participar de charlas motivacionales, muchas de ellas para chicos.

La mirada de Chacón
Mendocino como Barros, el Relámpago Pablo Chacón (medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, ex campeón mundial pluma OMB) es su entrenador. Consultado por El Gráfico, analiza: “Joni es un boxeador técnico, de muy buena defensa y grandes reflejos. Lo defino como un tiempista, un atleta. Ya es un boxeador maduro y está en su mejor momento. Es un tremendo profesional y una excelente persona”. Y agrega: “Salió adelante desde uno de los barrios más pobres de Mendoza y se hizo cargo de sus hermanos desde muy chico, porque vivió sin su mamá y sin su papá. Se quedaron solos. La suya es una historia muy dura y a la vez linda porque salió adelante a puro trabajo”. En cuanto a cómo se preparan para cada pelea, Chacón explica: “Siempre lo hacemos según las características del rival de turno”.

Por Alejandro Duchini / Fotos: Diego Parés

Nota publicada en la edición de abril de 2017 de El Gráfico