¡Habla memoria!

El festejo de una leyenda: Roberto Baggio celebra sus 50 años

Con su fútbol revolucionario fue uno de los mejores jugadores italianos en los noventa. También es recordado por su particular look y por una mancha histórica en su carrera: haber errado su penal en la final de EEUU 1994.

Por Redacción EG ·

18 de febrero de 2017
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El fútbol fue injusto aquella tarde de 1994. Roberto Baggio, el jugador que más había aportado al Mundial de Estados Unidos, falló el penal decisivo y el campeón del mundo fue Brasil. Ese yerro le acompañó de por vida al italiano que, sin embargo, edificó una leyenda de sí mismo antes y sobre todo después de la inédita definición de Rose Bowl.

A Baggio, nacido futbolísticamente en el Vicenza, un humilde equipo del ascenso italiano, le enseñaron que en el Calcio diez luchan y uno, el trequartista, juega. Él tomó la lección al pie de la letra y se convirtió en un egoísta magistral; en un individualista eficiente que, paradójicamente, se destacó también por sus asistencias. Dueño de una habilidad única, es considerado uno los jugadores con mejor gambeta corta de la historia y, además, uno de los más grandes futbolistas que ha dado Italia. 

Su estreno en la Serie A fue en la Fiorentina a mediados de los ochenta, época en la que el Milan se proyectaba como el futuro rey de Europa y el mundo, un cetro que alcanzaría tiempo después con Silvio Berlusconi en la presidencia, Arrigo Sacchi en el banco y una gloriosa camada de holandeses en el equipo titular. No fueron buenas las dos primeras temporadas de Roby en el conjunto viola, las lesiones lo persiguieron y recién en la tercera pudo hacer público su talento. A partir de entonces su figura no paró de crecer y cuando fue traspasado a la Juventus –que pagó por él el equivalente a doce millones de euros, una fortuna para el oxidado fútbol de 1990- su efigie en Florencia era equiparable a las de Leonardo, Rafael y Miguel Ángel.

En Turín volvió a sufrir la adaptación, pero una vez aclimatado vivió una de las mejores etapas de su carrera. En 1993 obtuvo la Copa UEFA y fue galardonado por la FIFA como el mejor jugador del año. ‘Il Divin Codino’ –apodo que mereció por la coleta de caballo que acostumbraba a lucir- llegó a la Copa del Mundo con la experiencia de Italia ’90 sobre sus espaldas y el reto de llevar a la Azzurra de Sacchi a lo más alto. Pero lamentablemente no pudo ser. Nadie, en ese momento, merecía más que Baggio la consagración; y tampoco nadie merecía menos que él fallar el penal definitorio.

A la vuelta de Estados Unidos la Juventus le cobijó una temporada más e incluso fue parte importante del Scudetto de 1995, aunque la relación con los dirigentes ya no era la misma y Baggio se sentía desgastado por las críticas. Sumado a eso, un tal Del Piero comenzaba a disputarle el trono. Así fue que se marchó al Milan, donde lo esperaba Fabio Capello. Con el entrenador tuvo diferencias insalvables que marcaron su peregrinaje por el San Siro y tras dos irregulares temporadas que, sin embargo, no le impidieron sumar otro Scudetto, quedó libre.

Con el Mundial de Francia como utópico horizonte, Baggio aceptó la oferta del Bologna. A los treinta años, y contra todos los pronósticos, logró evitar el descenso con los Rossoblù firmando su mejor temporada en la Serie A –con veintidós goles en treinta partidos- y se ganó un lugar en la lista de Cesare Maldini. En la Copa del Mundo de 1998 anotó dos goles y se convirtió así en el primer futbolista italiano en marcar en tres mundiales distintos. 

Su buena temporada en Bologna volvió a ponerlo en la órbita de los clubes más poderosos, y entre ellos fue el Inter el que se hizo con sus servicios. En Milan fueron otros dos años irregulares en los que Baggio debió convivir con la suplencia y la ignominia de los entrenadores que preferían a los sudamericanos Ronaldo, Zamorano y Recoba. En junio de 2000 se marchó del Giuseppe Meazza en silencio y con destino incierto.

Sin embargo, Roby no iba a aceptar tan amarga despedida y ante el llamado del Brescia se aprestó a afrontar su enésimo y último desafío. A los treinta y tres años se alimentaba de los diarios sensacionalistas que aseguraban que estaba acabado y no tenía nada más para dar. En el Mario Rigamonti volvió a sentirse valorado y demostró que su fútbol no se había extinguido. Fueron cuatro temporadas inolvidables en las que Baggio regaló lo último de su repertorio. Su última función fue el 16 de mayo de 2004 ante el Milan; aquel día las ochenta mil personas que coparon el San Siro lo despidieron de pie y entre aplausos. Desde entonces ya nadie volvió a ponerse la camiseta número diez en el equipo bresciano.

Casi diez años antes de su retiro había vivido su instante más trágico, el mismo que él eligió recordar en una entrevista televisiva cuando el conductor le pidió que resuma su vasta trayectoria en unas pocas líneas. “Juro que aquel penal lo he tirado de todas las formas, en sueños, en el pasillo de casa y siempre lo he convertido, fue el momento más duro de mi carrera, ojalá pudiese borrarlo y así no tener que recordarlo justamente ante su pregunta”, fue la respuesta del italiano, con la vista clavada en el piso. 

Por Matías Rodríguez.