Personajes

Luis Amuchástegui, el último wing

Figura entrañable del fútbol nacional, brilló con Racing de Córdoba y fue campeón con River. El Araña repasa las anécdotas más sabrosas de su carrera y compara su época con la actual.

Por Redacción EG ·

24 de octubre de 2016
Imagen Amuchástegui hoy, en la Plaza San Martín, en el corazón de Córdoba.
Amuchástegui hoy, en la Plaza San Martín, en el corazón de Córdoba.
La Plaza San Martín, con sus colores, aromas, visitantes y palomas, es un ícono de Córdoba. Es el escenario de cientos de anécdotas de la ciudad... de risas, tristezas, amores, locuras y de charlas. Cada tanto ve deambular por su paisaje al Araña Amuchástegui. Aunque su figura sea muy diferente a aquella que paseaba por las canchas del fútbol argentino regalando gambetas y desbordes, no hay vez que pase por la coqueta plaza sin que alguien lo reconozca y lo salude. Es que Luis Amuchástegui es una leyenda viviente del fútbol cordobés y nacional, porque, como él dice, sea, tal vez, “el último wing”.

Araña es habitué de un café que está frente a la plaza, donde cada tanto se reúnen viejas glorias cordobesas. El mozo se acerca, lo saluda, le pregunta por alguno de aquella banda de exfutbolistas. Antes de empezar la charla, pide un café cortado, “con más leche que café”. Mira por la ventana que varios turistas pasean y se sacan fotos. Sonríe. Y comienza un diálogo que se extenderá por más de una hora, recordando esos momentos cuando con su pelo lleno de rulos y sus movimientos con la pelota provocaba admiración en los estadios. Un tiempo lejano que no extraña.

Poca gente lo llama Luis. El es el Araña. No está en su documento, pero sí en su identidad. Córdoba es así. Ya lo supo explicar el escritor Daniel Salzano: “Como cualquiera sabe, en Córdoba es imposible atravesar la barrera del anonimato sin antes pasar por la amasadora del apodo”. Esta ciudad de humor, tonada, ferné y asadazo, tiene al Hacha, a la Milonguita, al Chupete, al Diablo, el Pato, la Wanora... y al Araña. Es así. Y él lo sabe, y lo tiene asumido.

“Me pusieron Araña porque cerca de la Maternidad Provincial había un algarrobo. Yo era morochito, ruludito, y me subía rápido al árbol. Y un amigo mío, el Rengo Marotto, me puso el Araña. Andaba siempre arriba de los árboles, esperando algún partido. Si faltaba alguno, entraba a jugar con los más grandes. Y se popularizó el Araña”.

Ese nene que andaba haciendo de las suyas arriba de los árboles o en los potreros de barrio San Vicente se destacaba con la pelota. Primero fue en el equipo La Costanera. “Jugábamos los campeonatos de barrio, íbamos a todos lados y siempre ganábamos. Nos acompañaban como tres ómnibus de gente que nos hacía la barra”, rememora Amuchástegui en el inicio de la charla de café con El Gráfico. El cortado llegó, pero él ya está inmerso en su narración. “Teníamos un gran equipo. Yo me destacaba de chiquito. Tenía ocho, nueve años, y ya jugaba con los grandes. No me pegaban, pero era porque no me podían agarrar. Era muy rápido”, cuenta con sonrisa picarona.

Luis Amuchástegui nació el 12 de diciembre de 1960. El tiempo ha pasado desde que la descosía en aquel combinado de su San Vicente natal o en el equipo del colegio San Antonio, donde fue goleador dos años seguidos y despertó el interés de Racing de Córdoba. Amuchástegui es sinónimo de la época de oro de aquella Academia de barrio Nueva Italia. Al nombrarlo, en la memoria de los cordobeses están las hazañas de ese equipo que fue sensación en 1980 y despertó suspiros por su fútbol a nivel nacional.

-¿Cómo llegó a Racing de Córdoba?
-Jugaba en el colegio San Antonio al baby futbol. Salí dos años goleador, y René Gorreta me vio y me llevó a Racing. Empecé en las inferiores y debuté a los 17 años. Era difícil en esa época debutar a esa edad. Había grandes jugadores en Racing. Le puse mucho sacrificio. Yo vivía en San Vicente y me tenía que ir hasta Nueva Italia, mi familia no tenía los medios para que viajara en colectivo. Entonces me iba a las prácticas en una bicicleta que me prestaba un amigo.

Imagen Los rulos característicos del Araña, en sus comienzos en Racing de Córdoba.
Los rulos característicos del Araña, en sus comienzos en Racing de Córdoba.
-¿Se acuerda del debut?
-Claro, fue en la cancha de Instituto con el Coco Basile como técnico. Jugamos con Racing ante Deportivo Roca, de Río Negro. Y el debut oficial fue en el 78, en la cancha de Unión San Vicente. Le ganamos 2-1 a Lavalle. Hice dos goles. Dejé el estudio y me la jugué. Estaba por recibirme de bachiller y en ese momento decidí dedicarme de lleno al fútbol y me fue bien. Porque lo más difícil no es llegar, sino mantenerse.

-¿Qué se acuerda de ese equipo que fue sensación, llenaba estadios y llegó a la final ante Rosario Central en el 80?
-Eramos todos chicos de abajo. Un grupo bárbaro, que nos conocíamos de inferiores. Teníamos muchas ganas y hambre de llegar a algo. Transformamos a un equipo de barrio en algo grande y fue sensación del fútbol del interior.

Ya han pasado 36 años de aquel equipo albiceleste, y ha quedado en la memoria de todo futbolero argentino. No, no salió campeón. Pero traspasó la barrera del éxito deportivo ese Racing cordobés. Su juego causó admiración. Tenía a grandes futbolistas: El Pato Gasparini, Atilio Oyola, Pascual Noriega, y el propio Araña. Un juego vistoso, ofensivo y desequilibrante. Salió subcampeón del Nacional 80. Su historia comenzó en 1978. Salió segundo en la Liga cordobesa detrás de Talleres, que también tenía un equipo dorado, y accedió por primera vez al Nacional. Comenzó su historia grande y su periplo de buen fútbol con un padre futbolístico: Alfio Basile.

-¿Quién es el Coco Basile para usted? Cierta vez dijo que fue el mejor técnico que tuvo...
-Tuve grandes técnicos... Menotti, Bilardo, el Zurdo López, el Bambino Veira, Pedro Marcheta, pero el Coco fue el mejor que tuve; no solo porque me dio la posibilidad de jugar en Primera, sino porque tenía una gran personalidad, y en cualquier cancha nos hacía ir al frente. Te daba la idea de que podíamos ganar en cualquier lado, que no éramos menos que nadie. Si jugábamos con Boca o River, no importaba. El nos hacía creer que nosotros éramos los mejores. Era un maestro, con un asado armaba un grupo, y con un buen grupo es más fácil trabajar. Era sabio para ver fútbol.

-¿Sigue teniendo contacto con él?
-Hace mucho que no hablo, pero cuando voy a Buenos Aires paso por La Raya a saludarlo y me quedo con ellos un rato.

-Se nota que lo quiere mucho...
-Sí, pero hay que decirlo: cuando él llegó a Racing, no venía bien. Nosotros lo levantamos y le dimos la chapa para ser lo que fue. Pero nunca, después, llevó a ningún jugador de aquel Racing a algún club donde él estuvo. Yo soy medio reo y me gusta decir las cosas de frente. Entonces un día fui y se lo dije.

-¿Y él que le respondió?
-(Se ríe) Tuvo que bajar la cabeza. Pero después, cuando estuvo en San Lorenzo, le llevé un jugador y lo hizo comprar. El Coco me ayudó en el fútbol. Estaba Fernando Miele en esa época.

Imagen Golazo a Vélez en el Amalfitani.
Golazo a Vélez en el Amalfitani.
-Y usted lo conocía a Miele...
-Sí, él fue quien me compró en su momento para San Lorenzo. Hay cosas que pasan en el fútbol que uno no entiende. Un tipo que hace una cancha no puede estar suspendido tantos años por cualquier cosa, porque a alguien se le ocurrió decir que había robado. ¿Sabés lo que era hacer una cancha en esa época?

-Lo vuelvo a Racing. ¿Tiene como espina aquella final perdida contra Rosario Central?
-No. No es espina, son cosas que pasan en el fútbol. Nosotros confiábamos mucho porque le habíamos ganado en la zona a Central. Creo que en el partido de visitante no tendría que haber jugado Obed. El chico estaba nervioso. Y después en el fútbol pasan cosas extrafutbolísticas que uno no sabe.

-¿Qué quiere decir?
-Cosas del fútbol...

Antes de esa final que pierde ante Rosario Central, Racing eliminó en la semifinal a Independiente. Partidos inolvidables, donde el Araña fue la figura descollante. Los dirigidos por Basile golearon 5-1 al Rojo en Córdoba y Amuchástegui convirtió un gol antológico. Arrancó por derecha, pasó al arquero, luego se volvió y lo gambeteó otra vez. Se le pararon dos defensores del Diablo en la línea, Villaverde venía corriendo y se tiró al suelo, pero el cordobés se acomodó y marcó el gol celebrado por una multitud en el viejo Chateau Carreras. “Si lo hubiese hecho en Buenos Aires, las cosas que se dirían hasta hoy de ese gol”, dice, con mucha razón, y recuerda: “Ese día, antes del partido, me preguntaron cómo me sentía y les dije que estaba muy tranquilo, que le íbamos a ganar bien a Independiente. Y ese Independiente era un equipazo. En la charla técnica nos dijeron que teníamos que anular a Bochini. El Panza (López) lo anuló sin una patada, después salió un partido perfecto. ¿El gol? Son cosas que uno hace, lo inventé en ese momento. Ni sé cómo lo hice, son cosas que ya nacen con uno. A mí me gustaba inventar. Me salió y me acuerdo que no pateaba, no pateaba, y la gente me gritaba que pateara, hasta que pateé y fue gol.

-Estando en Racing de Córdoba lo vino a buscar Valencia, en una época que no era habitual que se fueran los jugadores. Pero estuvo cuatro días. ¿Por qué se volvió?
-Antes de ir a España, Bilardo me cita para la Copa América contra Ecuador. Eso que dicen que Bilardo era defensivo es mentira. Le gustaban los buenos jugadores. En ese equipo que me convocó estaban Maragoni, Sabella, Ponce, Gareca, un equipazo... A mí cuando me preguntan a quién prefiero, si Bilardo o Menotti, elijo a Bilardo. Viéndolos objetivamente.

-Y eso que en el juego, supuestamente, usted es más del estilo de Menotti…
-En las selecciones hay amiguismo. Y a mí... no es que me defraudó, pero yo tenía que haber ido al Mundial 82. Y Menotti eligió a Santamaría. Algún día pregúntenle a Menotti por qué. Incluso Santamaría decía que tenía que ir yo. Son diferentes Bilardo y Menotti. Bilardo es un tipo que trabajaba cada jugada, muy obsesivo. Cuando estábamos en Ezeiza, trabajábamos dos o tres horas las pelotas paradas. Te gritaba: “¡No se distraiga!”. Me acuerdo de un partido con Paraguay (jugado el 21-03-1987, 0-0 en cancha de Vélez). Me llamó a la habitación. Yo le dije: “Si es para ver videos, no quiero, yo juego como sé. Usted dígame qué es lo que tengo que hacer, que yo lo hago, pero ver videos, no”. Y lo tomó bien. Fue muy respetuoso, en ese momento le dije que jugaba como él quisiera, pero que me deje hacer lo que sé hacer.

-¿Cómo fue su relación con Menotti?
-Cuando jugamos con Polonia (28 de octubre de 1981) fui el mejor jugador de Argentina. Lo dijo el mismo Boniek. En ese equipo estaba Lato, yo tengo la camiseta de él. Menotti también dijo que había andado bien, que yo encaraba... no sé.

Imagen Uno de los mejores goles de su carrera, a Independiente, en Córdoba. Se gambeteó al arquero y a media defensa del Rojo.
Uno de los mejores goles de su carrera, a Independiente, en Córdoba. Se gambeteó al arquero y a media defensa del Rojo.
-¿Le pudo preguntar alguna vez por qué no lo llevó al Mundial?
-No, no pude.

-Le vuelvo a la pregunta sobre Valencia...
-Ah, sí, estaba en la Selección y Bilardo tenía esas cosas, no te dejaba hablar por teléfono. Cuando estaba en la concentración llamó el presidente del Valencia. No pudimos hablar. Cuando vuelvo a Buenos Aires, yo paraba en un hotel frente al Luna Park. Con Racing jugábamos contra Argentinos Juniors. Y hablamos. No sé por qué fui a España. No quería, la verdad. Si me hubieran dejado ir a ver a mi familia antes, a saludarlos, tal vez. Pero estaba vendido. Y fui a España, yo tenía 20 años, estuve cuatro días, y me quise volver. Me fue a hablar Mario (Kempes), que ya estaba en Valencia, y le dije que no, que me quería volver. El dirigente de Racing que había ido conmigo también me quería convencer, me tiraban los fajos de dólares en la cama para que me quedara. Y no, no. Me regalaban un Mercedes, un BMW, me acuerdo, un departamento. Y no, no quería nada.

-¿Y por qué?
-Siempre lo dije, ni por un millón de dólares dejo a mi familia. Son mis cosas. Y quería estar con mi familia, con mi gente.

-Las crónicas de la época hablan de una cifra millonaria que rechazó. Pasó el tiempo ya, ¿se arrepiente?
-Para nada. Sí estoy arrepentido de haberme vuelto de América de México en el 87. Hubiese jugado hasta grande ahí, solo estuve un año. Era un fútbol lindo. Esa vez me volví porque quería jugar otra vez en Racing de Córdoba.

Le gusta pasar por distintos temas. Quiere hablar, contar. Va de un recuerdo a otro, de una jugada a otra... Así de desequilibrante, como en la charla de café, como en la cancha. Con una sonrisa, rápido, mirando a los ojos cuando está por decir algo que considera vital. Y esperando siempre una pared...

-Antes de América, usted jugó en San Lorenzo y River, en ambos es reconocido. ¿Es cierto que de San Lorenzo lo fueron a buscar porque no quería jugar más al fútbol?
-Sí, cuando yo vuelvo de España, no quería jugar más. El periodista Ramón Gómez me fue a buscar a mi casa. Me acuerdo de que estaba pescando, siempre me gustó la pesca. Gómez quería decirme que me estaba buscando el Bambino Veira. Le dije que no jugaba más. Hablaron con mi familia y me convencieron.

-Y fue a San Lorenzo...
-Ahí conozco a Fernando Miele, que me compró. Siempre le digo que él llegó a ser presidente porque me compró a mí. Es más, te cuento sobre San Lorenzo. La primera nota que hace Marcelo Tinelli a un jugador de fútbol fue a mí. Fue en un bar de Palermo. Yo en esa época no le daba notas a nadie, ni a El Gráfico. Fue a hablar a través de un mozo, era un chico que trabajaba con el Gordo Muñoz. A lo mejor se acuerda de mí y me tira un centro.

Imagen En River vivió un momento glorioso: ganó la Copa Libertadores dirigido por el Bambino Veira.
En River vivió un momento glorioso: ganó la Copa Libertadores dirigido por el Bambino Veira.
-¿Qué recuerdo tiene de San Lorenzo?
-Teníamos un equipazo con el Bambino. Era un equipo muy ofensivo. Pero ese plantel no era unido. Por eso no salimos campeones. Había un grupo por acá, otro allá... Si no, hubiésemos ganado de todo. Todavía tengo amigos de ahí. Estaba Cousillas, que ahora trabaja con Pellegrini. Yo no sé qué hace Cousillas para estar ahí... A mí me gustaba hacer jodas, y el Flaco era medio miedoso, no era cagón, pero tenía miedo de echar moco, y un día en cancha de Atlanta, lo seguí para hacerle un chiste y estaba encerrado en el baño rezando. “Dale, dejá de pedirle a Dios y atajá”, le dije.

-Y después se fue a River, donde salió campeón de la Copa Libertadores.
-Era diciembre, el día de mi cumpleaños, y estaba en la casa de Miele, y cae Fernando con la camiseta de River. “Tomá, te la manda Santilli”, me dice. Santilli hizo mucho para que yo fuera. Fue toda una novela. Para Santilli y su esposa yo era el mejor jugador de River. Con Morresi y Francescoli hacíamos goles a dos manos.

-¿Sigue teniendo relación con Enzo?
-Sí, es mi amigo. Estuvo en mi partido de despedida. Ese día fue muy emotivo, y el Flaco estuvo. Ese partido lo transmitieron, como en las viejas épocas, Víctor Brizuela y Rubén Torri, y dijeron que yo había hecho cosas importantes en el fútbol, y que lo demostraba la gente que había ido porque me quería.

-Usted se considera querido en el fútbol…
-No tengo problemas con nadie, y si tengo problemas, lo hablo de frente. Hay uno que lo voy a ir a ver a Buenos Aires, ya lo voy a agarrar, un delantero que jugaba en Argentinos.

-¿Quién?
-El Pepe Castro, que dijo que soy borracho. Vamos a ver cuando lo vea si sigue diciendo lo mismo. Como si me hubiera pagado algo. Cuando yo jugaba decían que era borracho, y el que me conoce sabe que yo no tomaba nada; pero me veían como ahora, tomando un café con vos, y ya decían que era borracho. Yo seré “borracho”, pero no un saltarín. Julio Bocca le digo yo a él, porque le gustaba saltar, era un cagón (sic).

-A propósito, usted compartió con él una producción en El Gráfico de esa época donde le pedían a Bilardo que no se olviden de los wines; incluso en ese partido homenaje que le hicieron se llamó: “El último wing” ¿Por qué creen que desaparecieron?
-Me acuerdo de esa nota, estábamos todos. Tengo guardadas varias revistas y, es más, creo que soy el cordobés con más tapas en El Gráfico. Al wing lo hicieron volante por afuera... extremo. Ahora a un tipo que tiene recorrido lo ponen en esa posición. Un wing tenía pique corto y tiraba el centro. No tiraba un centro por tirar. Tiraba un buen centro.

-¿En el fútbol actual podrían jugar esos jugadores como usted, esos wines?
-En Boca hay un jugador que hace lo que hacíamos nosotros, el chico que era de Talleres, Cristian Pavón. Tiene una explosión impresionante. Cuando empiece a hacer diagonales y defina, va a ser un fenómeno. Es muy bueno. Tiene velocidad y potencia.

Imagen San Lorenzo, otra escala de su campaña.
San Lorenzo, otra escala de su campaña.
-Cuando se habla de los mejores partidos del fútbol argentino, se recuerda el River-Argentinos de la temporada 85/86, fue 5-4, hizo dos goles ¿Qué se acuerda?
-Que parecía un partido de tenis, no había mediocampo. Argentinos venía de jugar la final de la Copa, y ese equipo de River les jugaba a las selecciones y les ganaba. Fue un gran partido, podíamos haber hecho más goles; pero al final se armó un quilombo con el Flaco, por el último gol que hace y choca con Vidallé.

-¿Si usted tiene que nombrar el mejor jugador con el que compartió equipo, lo nombra a Francescoli?
-¡Y al Pato Gasparini! Fue en distintos equipos, pero el Pato era una cosa tremenda, jugamos mucho juntos, él sabía lo que yo iba a hacer y al revés. Y con el Flaco también nos entendíamos muy bien, pero ese equipo de River era mortal. Morresi, el Flaco, Alfaro Moreno, Gallego en el medio, Enrique... equipazo.

-Repasamos parte de su carrera y siempre hablamos de grandes equipos, el de Racing, el de San Lorenzo, el River campeón de la Copa Libertadores.
-Estuve en grandes equipos. Me he ganado el ir a River, a San Lorenzo y que me abran las puertas. Pero lo mejor es que, más allá de cómo jugué al fútbol, me abren las puertas por la persona que soy. Y en Córdoba me llevo bien con todas las hinchadas. Soy querido por los cordobeses.

-¿Le costó dejar el fútbol?
-No, yo lo abandoné.

-¿Lo extraña?
-No. Llega un momento en que ya está. Hice un sacrificio de dejar momentos de mi familia, viajando, entrenamientos, y a los chicos míos no los pude ver bien cuando crecieron. Fue para el bien de nosotros.

-¿Si usted hubiese jugado en esta época sería millonario?
-Con un pase nomás.

-¿A qué se dedica ahora?
-Trabajo en el gobierno provincial, en la Defensoría del Niño. Me meto en los barrios, en las villas, hablamos con los chicos, les damos ropa, alimentos no perecederos. Trabajo con la Fundación Córdoba Fútbol y tenemos seis comedores para los chicos, arreglamos potreros. Lo hacemos a pulmón, nadie nos ayuda. Yo quiero hablar con el gobernador (Juan Schiaretti), que también es hincha de Racing, para hacer una ONG y seguir ayudando. A mí no me importa la política, quiero ayudar, que los chicos se eduquen y salgan de las drogas y esas cosas...

La charla termina. El no deja pagar el café. Saluda al mozo con una sonrisa. Y sale caminando por la plaza, con el cabildo de fondo. Un hincha, que peina canas, lo reconoce pero solo lo observa en su caminata, y le dice a un compañero: “Este era un jugadorazo en serio. Alegraba el vivir. Fue el último wing”.

Imagen El Araña en el café de siempre, en el centro de Córdoba.
El Araña en el café de siempre, en el centro de Córdoba.
Un atorrante
“Yo era un atorrante, porque no me importaba si jugaba ante cien mil personas, como lo hice en el Azteca, o con diez en la cancha de mi barrio”, se describe Luis Amuchástegui. Pero no solo adentro del terreno de juego le gustaba ser un atrevido, afuera era de hacer bromas. Y cierta vez, una de esas humoradas tuvo consecuencias diplomáticas. ¿Qué pasó? Lo cuenta mejor el propio Araña: “Cuando fuimos con Racing de Córdoba a la gira por Corea del Sur conocimos muchas cosas raras, le hacíamos chistes al Negro Ramos diciéndole que lo que comía era perro. Mentira, era para hacerlo enojar. Teníamos mucho tiempo, entonces las jodas abundaban. Y el masajista del plantel también se prendió. Después de un partido se hacía el vivo y nos tocaba la cola para hacer chistes. Eso fue después de un partido, y antes de la cena me voy a estirar a la cama y me quedé dormido. En eso me llaman, porque estaba llegando tarde a comer. Bajé medio dormido, y cuando llego al salón veo a un tipo parado, de espaldas y creí que era el masajista. Me voy a vengar, me dije. Fui y le toqué el culo. El tipo se da vuelta y no, no era el masajista ¡Era el presidente de Malasia! No sabía cómo pedirle disculpas, encima no me entendía nada. Tuvo que venir el presidente del club a disculparse. Todos me gastaban después”.

Por Marcos J. Villalobo / Fotos: Gustavo Aguilera

Nota publicada en la edición de septiembre de 2016 de El Gráfico