Opinión

El valor de ser olímpico

Fabricio Oberto, pilar de la Generación Dorada que ganó oro en Atenas 2004 y bronce en Beijing 2008, cuenta, en primera persona, intimidades sobre su experiencia en los Juegos; su esperanza de una buena actuación del básquet; y qué le genera la participación de Scola, Ginóbili, Nocioni y Delfino en Río 2016.

Por Darío Gurevich ·

25 de agosto de 2016
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Ser un atleta olímpico significa estar en la elite del deporte. Para llegar ahí hay que trabajar muchísimo. A veces se habla de la olimpiada… Y la olimpiada es el tiempo que hay entre unos Juegos Olímpicos y otros. Entonces, cuando comenzás a saber esos detalles, decís: “¡Guau!”. Lleva demasiado esfuerzo clasificarse y es difícil de lograrlo en básquetbol. El torneo es de elite.

En los Juegos pasan cosas que dejan historias. Tanto de Atenas 2004 como de Beijing 2008, recuerdo la vida en la Villa Olímpica, nuestra preparación para la competencia y otros momentos únicos, como el día en que ganamos la medalla dorada en 2004 y nos olvidamos a Manu Ginóbili en la cancha. Llegamos a la Villa para festejar, y Manu cayó después. Me di cuenta cuando volvimos al restaurante para agarrar algo antes de salir a festejar. Ahí vi que Manu entraba por la puerta que tenía un detector de metales. “¿De dónde venís?”, le pregunté. “Son unos… Hice una nota, me alejé un poco, y el colectivo se fue. Me dejaron”, me respondió. Es verdad: lo dejamos sin saberlo. Bueno, no nos olvidamos de casi nadie, jajaja. Encima, después de no sé qué trueque, Manu había conseguido la pelota de la final ante Italia, pero nosotros la perdimos. No sé cómo desapareció. En 2008, el grupo decidió “devolvérsela” a Manu. Luego de ganar la medalla de bronce, Carlitos Delfino le entregó la pelota del partido en representación de todos. Pero ahora quisiera saber dónde está la de la final de Atenas. El que la tiene quizás ni sabe que es la pelota de una final olímpica.

Hoy, valoro mucho más las dos medallas que logramos. En 2004, ni el más optimista podría haber dicho que Argentina sería campeón olímpico en básquet. En la actualidad, Estados Unidos y Argentina ocupan el grupo selecto de campeones olímpicos en este deporte, porque la Unión Soviética y Yugoslavia no existen más. Esto no genera derechos, sino responsabilidad. Para entender el significado de esa medalla dorada, cuento una anécdota: después de haberla alcanzado, fuimos a Plaka, uno de los barrios más antiguos de Atenas, preguntamos qué estaba escrito en la medalla y nos dijeron: “El oro de la medalla olímpica te hace transformar en Dios”. Como que resulta una apoteosis para que entres en el Olimpo. ¡Tremendo! El tercer puesto en 2008 también tiene valor, porque no nos dimos por vencidos pese a que veníamos destartalados, con lesionados. Aquellos dos equipos jugaban bien al básquet. Más allá de eso, destaco la amistad y el hecho de ser solidarios. Querías que les fuera mejor a tus compañeros antes que a vos mismo. Ese era el sentimiento; esa energía contagia. Cada uno tenía una cualidad y servía para encajar con el otro.

En los Juegos Olímpicos, se comparte y se vive de manera intensa. Cuando Paulita Pareto obtuvo el bronce en 2008, nosotros salíamos de una práctica y dijimos: “Mirá si volvemos a ganar una medalla”. Porque, claro, nos generó ilusión. Siempre querés un poco más; el libro lo escribís todos los días.

Para Río, la expectativa es la de las últimas ediciones: que Argentina esté entre los mejores en básquet. Ojalá se logre una medalla; si no, quedar entre el cuarto y el sexto. Los jugadores más chicos tienen a los mejores referentes, que también son excelentes personas. Las presencias de Luis Scola, Manu Ginóbili, el Chapu Nocioni y Carlitos Delfino en el equipo me dan ganas de ponerme los cortos y entrenarme. Es lo que más extraño: estar y sufrir con ellos, que es único.

Producción: Darío Gurevich / Foto: AFP

Nota publicada en la edición de agosto de 2016 de El Gráfico