Las Entrevistas de El Gráfico

Gallay-Klug, Las Guerreras

El apodo de la dupla argentina no surgió de casualidad. Ana Gallay irá por segunda vez a los Juegos, mientras que Georgina Klug hará su debut olímpico. La historia y la actualidad de dos mujeres que no se conforman con participar y que dejarán hasta la última gota de sudor en la arena de Río 2016.

Por Darío Gurevich ·

15 de agosto de 2016
Imagen Klug y Gallay, ilusionadas en Mar del Plata, donde viven y se entrenan.
Klug y Gallay, ilusionadas en Mar del Plata, donde viven y se entrenan.
El vóley de playa femenino argentino saldrá a escena por segunda ocasión en la cita de los cinco anillos. Ana Gallay evoluciona de modo favorable de una tendinitis en el hombro derecho, lesión normal para cualquiera que estuviera metido en la elite de esta disciplina, de cara a Río 2016. Ni ella ni su compañera, Georgina Klug, se alarman: “La idea es competir en las mejores condiciones, pero los Juegos Olímpicos los afrontaremos como sea”, coinciden. 

Sus historias distan bastante. Ana comienza a desarrollar la suya: “Nací el 16 de enero de 1986 en Nogoyá, Entre Ríos. Siempre me gustó el deporte y me encantaba la pelota. Fui autodidacta: me paraba enfrente de la pared y le pegaba con el pie, en un principio, y después con la mano. A los 12 años, empecé a jugar al vóley bajo techo en el Colegio San Miguel. Un año después, me fui a la escuela de vóley de Aldea Brasilera y ahí me quedé. Aldea está a 120 kilómetros de Nogoyá, entonces, iba para allá los viernes, sábados y domingos. Como vivía en Nogoyá, me entrenaba sola: ataque y defensa, iba al gimnasio y salía a correr entre 10 y 12 kilómetros por día. La gente se pensaba que era maratonista (se ríe). Además, había un amigo que me ayudaba a entrenarme con pelota en el polideportivo, mientras mi mamá me alcanzaba las que se iban a afuera”. 

Georgina, en tanto, se inició de otra manera, bajo el ala familiar. “Nací el 11 de junio de 1984, en Santa Fe. Empecé a los 13 años en Regatas de Santa Fe. Pero antes había aprendido las bases del vóley por jugar con mis primos en la quinta de mis abuelos. Mi mamá y mis tíos también lo practicaban, motivo por el que arranqué. Era punta receptora e integré los seleccionados menores, juveniles y Mayor, del que fui la capitana durante tres años”, reconoce.

En consecuencia, la pregunta repiquetea: ¿cómo apareció el vóley de playa en sus vidas? “Después de pasar por algunos clubes de Paraná, hice un curso de árbitro de vóley de playa en 2007 y, al fin de semana siguiente de terminarlo, me fui a jugar. Me encantó la onda, me divirtió, me apasioné y la seguí. Recién en 2011, dejé mi empleo y me entrené bien con Virginia Zonta para clasificarnos por primera vez a los Juegos Olímpicos”, admite Gallay.

“Después de competir en España, Italia y Holanda, decidí acompañar a mi marido, Juan Ignacio Forastiero, que era jugador de vóley. El tiene familia en Mar del Plata, y, cuando fuimos a visitarla a fines de 2011, me invitaron a probar en el vóley de playa. Jamás me imaginé lo que vendría, porque yo no sabía nada sobre este deporte. Pero, bueno, mi carrera estaba inactiva y la pasé bien en el beach. Después de un paso fugaz por Indonesia, me pidieron si podía integrar la dupla número 2 del equipo argentino para la Copa Continental. El objetivo era que Ana y Virginia se clasificaran a Londres 2012; y acepté”, acota Klug.

El cometido tuvo un final feliz: Geo aportó su talento, sus manos y su desfachatez; las chicas participaron en los Juegos de la capital inglesa y terminaron en el puesto 19. A fines de 2012, se creó la Selección Argentina de vóley de playa en Mar del Plata, el epicentro de la disciplina. Gallay no dudó en mudarse a la ciudad, y Klug cayó de casualidad: su marido fichó para Buenos Aires Unidos, equipo que nació y murió en tierra marplatense.

Imagen Cuando Gallay se interiorizó sobre los Juegos, descubrió un mundo. Geo no tiene idea aún. "Soy una inconsciente", dice.
Cuando Gallay se interiorizó sobre los Juegos, descubrió un mundo. Geo no tiene idea aún. "Soy una inconsciente", dice.
-Ana, ¿cuándo te convenciste de que armarías un buen tándem con Georgina?
-Desde octubre de 2012, Geo no paraba de crecer, era impresionante lo que mejoraba. Me parece muy potente y es difícil de encontrar a una jugadora así en la Argentina. Entonces, cada vez tenía más ganas de jugar con ella. De todas maneras, sabía que si Geo seguía como segunda dupla argentina en 2013, dejaba. Y yo quería cambiar, probar con ella, porque habíamos cumplido un ciclo excelente con Virginia. Por eso, comenzamos y nos fue muy bien.
-Klug: para mí, era todo una curiosidad. Competimos en dos torneos sudamericanos y anduvimos bárbaro. A partir de ahí, encaramos el circuito mundial y jamás nos separamos. Sabíamos que podíamos funcionar.

-¿Qué moralejas les dejaron la medalla dorada en los Juegos Panamericanos de Toronto 2015 y la plateada en el Abierto de China del mismo año, correspondiente al circuito mundial?
-K: Cuando se trabaja en equipo, todo se puede. Eso rescato de los Juegos Panamericanos. Veníamos de un momento crítico como dupla, porque habíamos tenido un mal Mundial (no superaron la zona), y salimos adelante al ganar una medalla importante, que no esperábamos. Por otro lado, también me dejaron otra moraleja: si el público te puede ver por televisión, tenés muchísimo para transmitirle. La repercusión fue enorme. Y la medalla plateada en China es el mejor logro deportivo que conseguimos porque sostuvimos el mayor rendimiento en un torneo, como también lo hicimos este año en Maceió, donde terminamos cuartas. Nosotras siempre aspiramos a estar entre las mejores.

-¿Qué se les cruzó por la mente cuando este año, en Hamburgo, abrocharon la clasificación a Río 2016?
-Gallay: Estaba orgullosa por nuestro equipo. La noche anterior a clasificarnos no habíamos podido dormir porque sabía que se definía ese día y ahí. Teníamos bastante presión. Si perdíamos, dependíamos de otros resultados. Pero, bueno, le ganamos a la dupla Fendrick-Sweat, de Estados Unidos, que ya se había metido en los Juegos Olímpicos, y clasificamos a una dupla argentina a través del circuito mundial por primera vez en la historia.

-¿Cuál es el valor agregado de la pareja?
-G: Somos dos locas, vamos para adelante y, adentro de la cancha, pensamos parecido porque buscamos los mismos objetivos. Afuera, somos diferentes.

-¿En qué aspectos del juego Georgina apuntala al equipo?
-Ella nunca baja la intensidad en los festejos, en la motivación, por más que estemos cinco puntos abajo. Siempre grita, alienta y tira para adelante al equipo; yo, en cambio, soy más tranquila en ese sentido.

Imagen Una postal única, que reúne todos los elementos, durante el entrenamiento ante una dupla masculina.
Una postal única, que reúne todos los elementos, durante el entrenamiento ante una dupla masculina.
-Y para vos, Georgina, ¿en qué cuestiones Ana enseña el camino?
-En la cancha, jamás se pierde en lo táctico ni en el punto a punto. A veces, yo no sé ni cómo vamos. Soy una inconsciente. Ella en lo único que piensa es en ganar, y eso la lleva a superarse en los momentos de dificultad. Siempre enseña el camino hacia el éxito.

-¿Qué deben corregir en cuanto al juego?
-K: Mucho… Lo principal es sumar recursos en la salida de la recepción para después atacar. Si mejoráramos el saque un poco más, tendríamos la ventaja de complicar desde ahí para, con un bloqueo más bajo como el nuestro, resolver, bloquear y defender mejor. De hecho, esa es una de las mejores cosas que hacemos. Pero dependemos del saque para armar una buena estrategia de juego. 

-¿Qué se plantearon de mínima y de máxima para Río 2016?
-G: De mínima, pasar la zona; de máxima, una medalla. Eso significaría un batacazo. Sabemos que es difícil, pero no imposible. Les tendríamos que ganar a duplas a las que no vencimos nunca. Pero me quedo con la frase que Juliana da Silva, la brasileña que fue bronce en Londres 2012, me dijo: “En los Juegos Olímpicos, los leones se hacen gatitos, y los gatitos se convierten en leones. Ustedes pueden sorprender”. Igualmente, conseguir un diploma olímpico, que resultaría terminar entre las ocho mejores, puede ser una realidad, si es que jugamos bien de manera constante.

Por Darío Gurevich

Nota publicada en la edición de agosto de 2016 de El Gráfico