La Selección

Tolerar la derrota

Los aciertos y los errores de Martino. La evolución de su equipo y las falencias recurrentes en las finales. ¿Debe seguir en el cargo?

Por Elías Perugino ·

29 de junio de 2016
El futuro es difícil, abrumador”, descerrajó con pesadumbre, antes de abrirle una hendija a una mueca parecida al optimismo: “pero tantas veces los deportistas se levantan…” Gerardo Martino lucía devastado por la derrota en su última aparición frente a los periodistas que cubrieron la Copa América Centenario. Un día antes, en ese mismo lugar, había arriado sus propias banderas fantaseando con la idea de que sus jugadores obtuvieran el título. Le preguntaron si, por esa vez, estaba dispuesto a resignar el “como” para obtener el “que”, y lo concedió aún sabiendo que le ponía la mejilla a quienes lo están despedazando por estas horas.

Para un ambiente que baila la música de los resultados, nada más sobrehumano que tolerar la derrota. Martino es el entrenador que perdió las últimas tres finales de Copa América: una con Paraguay, dos con Argentina. Punto y a otra cosa. No resiste análisis. Pero debe analizarse. Porque de masticar y digerir derrotas pueden surgir los nutrientes de futuras victorias. El caso más reciente es Alemania, que cultivó la madurez suficiente para no apartarse de una línea conceptual pese a una seguidilla de sopapos en la primera década del milenio. Creyeron en una idea, la reforzaron, no se obnubilaron con los tropiezos y hoy son lo que son: campeones del mundo.

Ahora, cuando las olas de siete metros cruzan la cubierta de la Selección, suena quimérica la defensa de los tiempos de trabajo y la valoración de progresos incipientes. Pero son tan reales como la derrota. Pero son tan palpables como ciertos errores cometidos por el entrenador. Pero son tan mensurables como el aquelarre dirigencial que envolvió a la participación en el torneo del centenario.

En el recorrido de dos años se advierte rasgos de evolución. Con la misma base, la Selección mutó del equilibrio conservador que proponía Sabella a la versión más audaz y directa del Tata. Y desde Chile 2015 a Estados Unidos 2016 sumó el manejo de “varios registros”, tal la frase que puso de moda Mascherano al referirse a la inteligencia para adaptarse a las diferentes situaciones que se producen dentro de un partido.

La reformulación de la defensa es un mérito de Martino. Confiabilidad es una palabra que se ajusta a la línea que conformaron Mercado, Otamendi, Funes Mori y Rojo. Y en el haber del técnico no debe soslayarse la inserción de futbolistas que evidenciaron cualidades para aspirar a un mayor protagonismo: Augusto Fernández, Gaitán, Kranevitter, Lamela…

Los nubarrones de la gestión se esparcen cuando la mirada sobrevuela la conformación de la lista definitiva y la prestación general en las finales.

Salvo un caso excepcional como el de Messi, no hay argumentos sólidos que avalen asistir a una competencia semejante con varios jugadores lesionados. Pastore fue el caso extremo: su mes en Estados Unidos se remitió a un permanente estado de convalecencia. Y  tampoco fue acertada la decisión sobre Biglia, con el agravante de haber desestimado la inclusión de Pizarro, un volante equivalente que se encontraba en plenitud física y se quedó en la escalerilla del avión porque Biglia pidió “pelearla desde adentro”. La misma valentía que tuvo para dejar afuera de la lista a Tevez debió utilizarla para marginar a Biglia, siempre en nombre del beneficio general de la Selección.

El capítulo más delicado se relaciona con las dos finales. En ambas -contra un mismo rival, pero con entrenadores diferentes-, Argentina no ofreció su mejor versión. En Santiago fue una sombra. Mostró mejores pasajes en Nueva Jersey, pero tampoco alcanzó. Un equipo al que se sale fácil el gol no pudo convertir en esos 240 minutos. Por fallas de los intérpretes, seguramente. Pero también por alguna carencia de quien digita la partitura táctica.

¿Martino debe seguir? Debe seguir. La Selección crece cuando respeta procesos de trabajo. Lo demuestra su historia desde la Era Menotti hasta la fecha. Un ciclo de trabajo es el trayecto de un Mundial al otro. Ni más, ni menos. Tres finales perdidas son un puñal en el corazón. Pero tres finales consecutivas son un indicativo de potencial que no se puede desperdiciar. Con sus pro y sus contras –al fin y al cabo, todos los tienen-, Martino merece respeto y respaldo de la Argentina futbolera, hoy expuesta al desafío gigantesco de tolerar la derrota.