Las Entrevistas de El Gráfico

Federico Mancinelli, corazón quemero

Firmeza defensiva, goles decisivos y temperamento en instancias cruciales erigieron al bahiense en una columna firme y querida de Huracán en estos cuatro años. La particular historia de un muchacho que se curtió en las duras ligas del sur y que terminó llegando a la élite de grande.

Por Diego Borinsky ·

03 de junio de 2016
Imagen Se acerca a cumplir cuatro años en el club. "Por suerte, Eduardo se retiró, así pude jugar de central, mi puesto", se ríe Federico.
Se acerca a cumplir cuatro años en el club. "Por suerte, Eduardo se retiró, así pude jugar de central, mi puesto", se ríe Federico.
“¿Hay golazos de penal?” –se preguntó al aire Diego Latorre, que algo de golazos sabe–. Bueno, este es un golazo de penal; a la altura del partido que jugó”.

Huracán acaba de convertir su primer gol en Bogotá, en la final de la Copa Sudamericana 2015, tras las ejecuciones fallidas de Mauro Bogado y Martín Nervo en la definición desde el punto del penal, y las dos anotaciones del equipo local. Federico Mancinelli, la figura del partido, ha clavado el balón en el ángulo, luego llevado las manos por detrás de las orejas, a lo Topo Gigio, y un segundo más tarde se ha golpeado el pecho, a lo Tarzán, un Tarzán que no por quedarse sin pelo ha perdido la fuerza y el coraje. Unos minutos más tarde, la ilusión de la remontada heroica, hermana melliza de la final de la Copa Argentina ante Rosario Central, en la que también su equipo iba dos goles abajo, no podrá concretarse, y cuando las cámaras de Fox Sports se acerquen a recoger su testimonio, nos enteraremos de que los duros también lloran y son capaces de conmover con palabras cortas y silencios largos.

“¿Qué te voy a decir? Ya está. Así es el deporte: gana uno solo”, resumirá el 2 del Globo, masticando un chicle y toda la impotencia, los ojos rojos inyectados de lágrimas, la voz finita a punto de quebrarse después de cada palabra. Si Mancinelli ya se había hecho querer por su entrega, confiabilidad y también por goles trascendentes, como el que definió de penal la Copa Argentina o el empate ante Atlético de Tucumán, la tarde del último ascenso en Mendoza, con esta final frente a Independiente Santa Fe se metió definitivamente en el corazón quemero. Esa foto de ojos rojos y testimonio breve pasó a guardarse para siempre como una síntesis perfecta de orgullo deportivo. Huracán en la cima, aunque el trofeo repose hoy en las vitrinas del Santa Fe.

-¿Te temblaban las patas al ir a patear el penal?
-Son momentos difíciles, pero uno va enfocado en lo que tiene que hacer. No se te cruza tanto lo que hay en juego porque vas con el respaldo y la confianza que te brindan tus compañeros.

-¿Habías metido algún penal al ángulo?
-No. Yo veía que detrás del arco de ellos había un hombre con pechera naranja, y que el arquero se daba vuelta y se colgaba de la red del fondo   y el hombre le decía cosas. Supuse que nos  tenían bien estudiados, entonces decidí cambiar. En general, le pego abriendo el pie, esta vez la crucé. Lo decidí en la caminata y no cambié, que es una de las cosas que te recomiendan hacer: no cambiar sobre la marcha. La pelota se levantó, no sé si por la altura, por el temor, porque pateé fuerte, no sé, pero terminó entrando al ángulo. No quise meterla ahí.

-Te golpeaste el pecho, gritaste e hiciste el Topo Gigio…
-El ambiente estaba hostil, veníamos dos penales abajo, jugados, y fue como una descarga, traté de decirle a Marcos: “Dale, ayudanos acá, que todavía queda vida”.

-Después, en la nota que te hicieron no te salían las palabras…
-Tenía la bronca de haber perdido una final y la satisfacción y la tranquilidad de haber dado el máximo, y un poco más también. En ese momento me agarraron de improviso, tal como uno es, sin defensas. Después, ya en el vestuario te vas calmando, se armó una ronda para hablar y dar tranquilidad, como se armó antes del partido para decir que nos habíamos ganado estar en ese lugar, que lo merecíamos y que tratáramos de disfrutarlo como lo que era: una final de Copa internacional.

El subcapitán de Huracán relata los hechos con la paz de conciencia y cierta lejanía del tiempo que habilitan a la comprensión y a la valoración de lo sucedido. Está sentado en un sillón del primer piso del hotel donde concentra su equipo, en la zona del Abasto, y muy pronto notaremos que sus brazos, que no asoman como los de Stallone y ni siquiera los de Popeye, bien podrían serlo. Se pasó la vida remando y remando. Por eso se permite gozar de este momento único en su carrera.

Imagen Con pelo, en Mérida (filial de Morelia), en la Segunda de México. Un ciclo de tres años.
Con pelo, en Mérida (filial de Morelia), en la Segunda de México. Un ciclo de tres años.
Lucha interior
Mancinelli nació el 8 de mayo de 1982 en Bahía Blanca, en el barrio Pedro Pico, detrás de la terminal de ómnibus. Hizo las inferiores en Tiro Federal de su ciudad, equipo que en 2015 ascendió por primera vez a la tercera categoría de nuestro fútbol, hoy Torneo Federal A, gracias a los servicios, entre otros, de Sebastián Mancinelli, el hermano dos años menor que Federico, que también juega de defensor central. El aurivioleta posee un estadio para 3500 personas, con dos tribunas laterales y ninguna detrás de los arcos.

Federico se inició allí y debutó en la Primera a los 15 años, en la Liga del Sur, lo que parecía anticipar un futuro promisorio. Las cosas no serían tan sencillas. Más de una vez vino a la gran ciudad, incluyendo una excursión de una semana a La Plata, para probarse en Gimnasia junto a su amigo y coterráneo Rodrigo Palacio (también categoría 82), y otras a Banfield, River y Boca. Pero nada.

“En las ligas del interior generalmente tenés posibilidades de debutar joven, y a mí me pasó eso –repasa–, después iba a las pruebas pero para nosotros el grado de dificultad es mayor. Hay demasiados pibes y si tenés la suerte de que te echen el ojo, después viene la parte en que deben ponerse de acuerdo entre los clubes, y el club modesto del interior pretende una retribución, y el de Capital no quiere pagar, y los clubes de Capital siempre tienen el poder”.

De Tiro Federal pasó a Rosario de Puerto Belgrano, en Punta Alta, donde tuvo un buen desempeño en el Federal B. “Eran viajes larguísimos, capaz que hacíamos 100 kilómetros, se te rompía el micro, y estábamos tres horas tirados en la ruta. Recuerdo un viaje con Tiro Federal para jugar con Independiente de Río Gallegos: metimos 22 horas de micro, pura aridez, viento, tierra, frío… Terminamos ganando con un gol mío y otro de mi hermano”, se entusiasma en retrospectiva. ¿Las canchas más difíciles? “Muchísimas. Ir a Mar del Plata para jugar con Alvarado o Banfield era bravísimo, ir a Olavarría también. En ciertas canchas ganabas, y debías salir cubierto con 2 o 3 policías, porque tampoco había tantos. Canchas con el alambrado pegado al campo, donde la gente te tiraba un piedrazo o un vaso de gaseosa, te recontra puteaban y te la tenías que bancar. Te curtís, aprendés un montón y hoy me sirve para valorar lo que tengo. Una vez, contra Sportivo Patria de Formosa, nos hicieron una emboscada antes de llegar a la cancha y varios se cortaron los pies con los vidrios. En esos campeonatos, las localías se sentían muchísimo, era viajar y no saber realmente con lo que te ibas a encontrar, aunque ahora mi hermano me dice que está más tranquilo. Enfrentás a tipos de 36 años o a pibes de 16”.

Su padre, docente en escuelas técnicas y finalmente director de la N° 1 de Babía Blanca, pretendía que sus hijos estudiaran allí para que salieran con un oficio, pero Federico se anotó en una de turno simple para poder entrenarse a las 3 de la tarde. Le pagaban dos mangos y por eso, cuando tras salir campeón con Tiro Federal y clasificar al Argentino C, Olimpo lo buscó pero el club no lo dejó marcharse, se plantó. También el padre le había puesto el ultimátum: estudiar o trabajar. Federico se anotó para contador en la Universidad Nacional del Sur y avisó en Tiro Federal que jugaría cuando los horarios se lo permitieran. Comenzaba a diluirse el sueño de ser futbolista. Pero a los 6 meses golpeó la puerta Villa Mitre, dirigido por un entrenador que ya había tenido en Tiro. Hicieron una gran campaña, subieron al Nacional B y el mapa del futuro empezó a configurarse de otro modo.

“Quiero que vengas a Olimpo, el año que viene vas a estar jugando en la A”, lo invitó Jorge Ledo, el entonces presidente de Olimpo. Y así fue, luego de protagonizar un campañón con Leo Madelón: ganaron los dos torneos y a mediados de 2007, con 25 años, Mancinelli al fin de cuentas aterrizó en el fútbol grande. Y con su sello distintivo. “Hubo una promesa, así que agarramos la maquinita y nos pelamos varios. Y después, de repente me di cuenta de que no crecía más”, sonríe el hombre, a quien difícilmente veremos otra vez con pelo, al menos por unos años: “Mi nena, Bruna, ve un pelado por la calle y dice ‘ahí va papá’, así que si me dejo crecer el pelo, capaz que no entro más a mi casa”.

Tras una temporada en la A, lo compró el Morelia de México para cederlo a su filial, el Mérida, en la Segunda, y luego completó su estadía en Toros Neza, donde perdió la final por el ascenso. A mediados de 2011, al terminar su contrato de 3 años, se encontró solo, en Bahía Blanca, sin club: “No es fácil, porque en México te perdés un poco, más en una Segunda División, a mí tampoco me conocían demasiado. Estuve tres meses entrenando solo: iba al gimnasio de un amigo, a correr al parque, a andar en bicicleta, a jugar al fútbol”. Hasta que su representante y amigo, el ex futbolista Roberto Depietri, el mismo de Palacio, le consiguió una prueba en Olimpo. Tras 20 días de prácticas, Omar De Felippe lo llamó y le dijo que podía ir a firmar el contrato, que estaba adentro. “Es la historia de varios, no solo la mía –resalta– parece que fuera fácil pero es muy difícil. Te proponés jugar en una categoría, pero se cierran los lugares y bajás una, y no encontrás ahí y buscás en otra más abajo y muchos jugadores se terminan quedando parados por 6 meses, o un año. Es la etapa más triste de esta profesión. Se dan muchos vaivenes emocionales cuando se termina un contrato. Yo venía de jugar un ascenso en México con cancha llena y de repente me encontraba en mi ciudad, corriendo solo en invierno, sin poder arreglar con nadie”. El lado B, por lo general oculto.

En Olimpo se desempeñó una temporada en la A y, al finalizarla, otra vez lo invadió la misma incertidumbre, pero lo llamó el Chulo Rivoira, a quien había tenido en Olimpo, para ir a Huracán, y ni lo pensó. Llegó a La Quema a mediados de 2012, con el club hundido en la desesperanza y en estado de crispación profunda. Pero, poco a poco, comenzó a salir el sol. Y el 26 de noviembre de 2014, en San Juan, Mancinelli tuvo en sus pies el último penal para definir la final contra Rosario Central. No falló. Enseguida Marcos Díaz le atajó a Encina, y Huracán gritó campeón después de 41 años.

El ascenso, sin embargo, era cuesta arriba y con lo que quedaba de nafta en la reserva del tanque, El Globo se colgó de la quinta plaza de su zona para igualar a Atlético de Tucumán, forzar un desempate y acceder a una de las 10 plazas de la A. Ni con ascensos en malón, Huracán la tenía fácil. En Mendoza, Atlético de Tucumán se puso en ventaja en el complemento, parecía que se repetía la frustración de los últimos tiempos, pero apareció el Pelado para despachar un derechazo desde afuera del área y decretar el empate salvador. En el alargue, el equipo de Apuzzo aplastó a su rival con tres goles más para volver al lugar que le correspondía. Mancinelli, otra vez decisivo.

Imagen El grito de las entrañas tras convertir el último penal en la final de la Copa Argentina con Huracán.
El grito de las entrañas tras convertir el último penal en la final de la Copa Argentina con Huracán.
De un Huracán a otro
Volvemos al presente.
-¿Cómo era tu relación con Domínguez como compañero?
-Con Eduardo siempre me llevé bien. Gracias a Dios fue una de las personas que me brindaron su confianza cuando llegué a Huracán. Me demostró su humildad y también su personalidad. Hemos jugado juntos algunos partidos, pero él ocupaba mi lugar y entonces me mandaban de cuatro; me vino bien que se retirara, así puedo jugar en mi puesto (risas).

-¿Te veías con él fuera del club?
-Eramos compañeros de habitación en la concentración, charlábamos bastante, y hemos ido a comer juntos más de una vez con las familias. Hasta tuve la posibilidad de conocer a Bianchi, para mí fue un sueño, así que también le agradezco por eso.

-¿Fue necesario que te hablara cuando asumió como DT?
-Lo primero que hice, como administrador del grupo de whatsapp, fue borrarlo, porque ya no era más nuestro compañero. Eduardo dice que lo eliminé antes de que llegara a darse cuenta (risas), pero me pareció lo más normal, lo que tenía que suceder. La relación se mantiene, ahora con mayor respeto porque es el técnico, la cabeza visible, pero fue claro, no solo conmigo, sino con todos. El primer día nos dijo: “Chicos, hasta hace un día estuve de ese lado, ahora me toca estar de este. Voy a acertar y le voy a errar, pero siempre me voy a manejar con respeto, de frente, con humildad, con compromiso y con trabajo”. Y presentó a su cuerpo técnico,  personas magníficas, desde el profe Santella al ayudante Gustavo Mhamed.

-¿Se siguieron juntando afuera del club?
-Salvo algún cruce eventual en algún lado, no. Tenemos las charlas normales, quizás con un poco más de confianza que con el resto, porque somos amigos, pero él intenta hacerlo con todos.

-¿Te sorprendió como entrenador?
-Realmente no, porque en las concentraciones charlábamos de cómo quería que jugaran sus equipos, qué pretendía. Sí me sorprende el entusiasmo y las ganas que muestra en todo momento, el deseo de ir al frente siempre. Como jefe es clarito, y cuando las cosas son claras, marchan solas. El profe es tremendo: solidario, chistoso, trae felicidad, el Turco lo mismo. Ahí está también una de las claves, en el trato. Y hay un grupo espectacular de jugadores. No es discurso, ni casete. Mirá que yo pasé por todas las categorías del fútbol y grupos como este no conocí. A la gran mayoría nos costó mucho estar acá, por eso lo disfrutamos.

-¿Qué pensaste el día del accidente en Venezuela?
-Estábamos tomando mate con el doctor y varios jugadores en el medio del micro, escuchando música, y de repente vino el profe para atrás diciendo: “Nos quedamos sin freno, pónganse los cinturones”. Le dije “dejate de joder”, pensando que era una cargada, pero enseguida lo vi a Eduardo con cara de preocupación. Me terminé de convencer de que estábamos mal cuando la camioneta de la utilería que venía adelante quiso frenar al colectivo. Y de golpe ya estábamos agarrando la rampa de frenado. Intenté aferrarme al asiento, me hice chiquito, esperando el choque. Llegamos hasta arriba y se frenó con el impacto, vinieron dos segundos de calma y ahí el micro empezó a caer para atrás, por suerte el chofer tuvo la lucidez de cruzarlo y volcarlo.

-¿Qué hiciste?
-Quedé al revés, dado vuelta, y de una patada pude abrir el cuadradito del techo y empezamos a salir. En ningún momento nos separamos, porque estábamos en la nada misma, en un país devastado, cuidándonos entre nosotros de que no nos pasara nada. Lo bueno es que actuamos como grupo.

-Al volver dieron notas y en un momento dijeron: “Basta, la cortamos”.
-Exacto, porque si no, era una máquina de dar vueltas y vueltas y no la parabas nunca. Uno lo puede vivir de una manera y otros de otra, algunos lo contamos y no nos pasa nada, y a otros por ahí les hace mal. Son momentos muy personales, cada uno lo vive como puede.

-¿Los fortaleció lo que les pasó?
-Y, digamos que eventos así o te fortalecen o te destruyen. A nosotros nos fortaleció, sin dudas.

Imagen En la Quemita, sonriendo, casi a los 34 años, con un Huracán muy distinto al que lo recibió.
En la Quemita, sonriendo, casi a los 34 años, con un Huracán muy distinto al que lo recibió.
-En Huracán llegaste en un momento tremendo y hoy se observa una mentalidad muy diferente…
-Sin dudas. Hoy ves un club que está creciendo, que va teniendo jugadores propios, la gente se ilusiona y nosotros estamos con la mentalidad de creer en lo que hacemos, de ir para adelante, de confiar y no darse por vencido. Es lo que tratamos de transmitir nosotros. Ha cambiado mucho el club y a mí me pone contento. Es otro Huracán con relación al que vi al llegar. Y ojalá que siga para arriba. Siempre tuve el sueño de disfrutar un momento como este, lo que uno veía por televisión: jugar en Primera División, participar de una Copa Libertadores…

-¿Creés que vas a estar otra vez tan cerca de lograr un objetivo tan grande como una copa internacional?
-Te digo la verdad, creo mucho en la ley de atracción: cuanto más querés algo y más lo buscás, más te acercás.

Más y más. Viendo lo que ha remado en su vida Federico Mancinelli para llegar hasta el sitio de elite que hoy ocupa, los músculos en los brazos que ha sacado, pues vamos a darle por válida su teoría.

De cachetes y peladas
En el desempate por el ascenso con Atlético de Tucumán, Mancinelli celebró el gol agarrándose los cachetes, como haría también en otras ocasiones. “Es que la gorda mía hinchaba los cachetes y le dije: ‘Cuando papá haga un gol va a ir a la cámara y se va a agarrar bien los cachetes, así sabés que es para vos’”, reconoce Federico, y enseguida se acuerda de una variante anterior: “Contra Boca, por Copa Argentina, mi tío y varios de mis familiares, que son hinchas de Boca, me venían diciendo: ‘Pelado, ni se te ocurra meternos un gol, eh, ni se te ocurra’, entonces cuanto convertí se me ocurrió tocarme la cabeza para decirles que el Pelado había metido el gol, ja, ja”.

Por Diego Borinsky / Fotos: Emiliano Lasalvia

Nota publicada en la edición de mayo de 2016 de El Gráfico