En el año 64, Roma ardió por cinco días y quedó semidestruida. En el 2016, la AFA arde desde hace meses y nadie toma dimensión del estado en el que quedará.
La tan mentada renovación de la AFA se está carcomiendo los cimientos del fútbol argentino. Mientras los escombros de dimensiones extraordinarias caen como copiosa lluvia y dejan la superficie repleta de cráteres insalvables, en ese submundo ubicado en el sótano, ajeno a toda realidad, siguen las refriegas para saber quién manejará el negocio. No hay forma de entender lo que está pasando de otro modo que como una encarnizada lucha de poder y dinero, por cargos que, por si vale aclarar, ni siquiera son rentados. Hablar de fútbol en un contexto así sería caer en un oprobioso lugar común.
Quienes apenas se detengan para dar un vistazo, podrían pensar de que la AFA post-Grondona se trata de una obra en construcción, como la Conmebol post-Napout o la FIFA post-Blatter. Quienes miran un poco mejor, entienden que se trata de un derrumbe, una descontrolada (pero extraordinariamente lenta) implosión en la que cada viga que se ubica tiene la función de empujar, en lugar de contener.
La Inspección General de Justicia suspendió las elecciones del 30 de junio, que a su vez se habían suspendido por el escandaloso 38-38 con 75 votantes, en diciembre pasado. Era algo que debería haberse resuelto esa misma noche, pero que pasó al cuarto intermedio más largo de la historia, en un delicado combo que incluyó amenazas a asambleístas y fugas de película. Recordar hoy la lucha Segura-Tinelli es el equivalente a mirar la primera temporada de cualquier serie en la que ya hayamos llegado a la cuarta. Ahora, se repite con toda convicción, los participantes son otros. Están Moyano-Tapia, está Macri, están Pérez y Russo, Angelici-Lammens, Tinelli (cada vez más lejos de Lammens), Segura (cada vez más lejos de todos). Una serie que ya se hizo tan popular, que se incorporaron actores extranjeros, también antagónicos, como los españoles Villar y Tebas.
Pero Gianni Infantino tiene demasiados problemas para preocuparse por una rebelión en el sur. Y el mensaje que manda es que sea la AFA la que se ocupe de arreglar el escándalo.
En ese contexto, para medir fuerzas, se van tirando con lo que tienen a mano. Y lamentablemente, lo que hoy tienen a mano es la Selección. Y el miedo de no tenerla, bien aprovechado ayer, con mensajes provenientes desde Estados Unidos.
El post-grondonismo en realidad cada vez se parece menos a la normalización y más a la Neronización del fútbol argentino. Quemar todo, sin importar las víctimas ni si había algo bien hecho. Que arda la Selección, que arda la AFA, que se quemen los proyectos con el fútbol juvenil, con las inferiores, con los hinchas. Combustible hay de sobra. Gente dispuesta a encender los fósforos uno por uno, sin importar las consecuencias, también. Mientras tanto, por motivos lógicos, el público estará atento a lo que pase en Estados Unidos, reclamando que la Selección vuelva a tener fuego sagrado en la Copa América. Aunque en realidad, el que estará ardiendo será el fútbol argentino. Como todo incendio, se sabe dónde empieza el primer foco, pero nunca hasta dónde se extiende ni cómo termina. El de Nerón en Roma fue en el año 64. Empezó en el Circo Máximo, igual que el de la AFA en 2016.