Primera División

Lógica pura: los wines brillaron en el equipo del wing

Con un protagonismo determinante, Pavón y Carrizo fueron los a abanderados de la evolución en el Boca de Guillermo. Aportaron profundidad por las bandas y cambio de ritmo, dos de los atributos pretendidos por el nuevo entrenador.

Por Elías Perugino ·

03 de abril de 2016
“Algo se debería ver”, vaticinó Guillermo Barros Schelotto en la previa de la victoria de Boca sobre Rafaela. Luego del torbellino inicial de su gestión, que lo obligó a jugar una secuencia de partidos sin poder entrenar a fondo con el plantel, la doble fecha de Eliminatorias le permitió trabajar sin sobresaltos durante diez días, en los que transmitió los mínimos conceptos que pretende para “su” Boca.

Aún con los reparos que surgen por haber enfrentado a uno de los rivales más endebles del campeonato, algo se vio. Un trazo, un esbozo nítido, que afloró con persistencia luego de que Tevez convirtiera el 1-0 y diera por terminados los titubeos iniciales, cuando Rafaela se vistió de protagonista con más intensidad que convicción.

Pavón y Carrizo fueron los apellidos de la evolución. Ambos encarnaron un rol definido por las bandas. Un pistoneo profundo y constante, que los erigió en figuras insoslayables. ¿Por qué? Porque fueron los abanderados del cambio de ritmo. Porque tocaron y siempre fueron a buscar la descarga para llegar al fondo. Porque tuvieron aire y solidaridad para retroceder y neutralizar la trepada de los laterales adversarios. Porque recordaron la primera máxima del Mellizo –“Tienen prohibido tirar centros de mierda”- y se empeñaron para asistir a sus compañeros con un criterio picante.

El rendimiento de los wines deparó un beneficio sustancial. Boca dejó de ser aquel equipo que movía la pelota a un ritmo tibio y monocorde –“Velocidad de crucero”, diría Gallardo- para convertirse en otro capaz de imprimir vértigo en el momento y en las zonas adecuadas. Y esa prestación de Carrizo y Pavón también reportó beneficios adicionales: los volantes vieron aligeradas sus responsabilidades por el generoso retroceso de ambos, y Tevez, remiso a jugar de nueve encajonado entre los centrales, pudo ser un punta fluctuante, con interesante diálogo futbolero con los wines y con los volantes internos.

“Algo se debería ver”, vaticinó Guillermo. Y lo que se vio fue el lucimiento de los wines y el rédito colateral para el resto de la estructura. Algo lógico para un equipo dirigido por un puntero excepcional que nunca tiraba “centros de mierda”.