Opinión

Son todos bolivianos, paraguayos: Romero también

Lo más importante de la noche no fueron los goles: durante el partido contra Bolívar, el 10 de Racing se animó y les pidió a sus hinchas que no cantaran una letra llena de xenofobia. Recibió una ovación. Un periodista de El Gráfico toma posición al respecto.

Por Martín Estévez ·

25 de febrero de 2016
Imagen Romero, talento de Racing y de Paraguay.
Romero, talento de Racing y de Paraguay.
Por fin. Por fin alguien tuvo la valentía para hacerlo. Por fin.

Anoche, cerca del final del primer tiempo del partido contra Bolívar, algunos hinchas de Racing comenzaron una tradicional canción: “Son todos bolivianos, paraguayos, que sólo sirven para botonear…”.

Iba dirigida a los hinchas de Boca, próximo rival, pero ellos no estaban en el estadio. Sí había centenas de hinchas del Bolívar, que tuvieron que sufrir una vez más la xenofobia que los obliga a vivir en condiciones precarias en la Argentina.

Y había alguien más en el estadio: Oscar Romero. Racing ganaba y el paraguayo la estaba rompiendo. Pero, cuando escuchó esa canción, se le apagó la fiesta. Respiró hondo, miró a la tribuna popular y le hizo que no con los dedos. Que no, que no cantaran eso. Se puso el índice en los labios y pidió silencio.

Por fin alguien se animó. Lo hizo Oscar Romero, un pibe de 23 años que no tiene la espalda ni la idolatría de Milito o Lisandro López. Que sabía que, con su reacción, podía ponerse a la hinchada en contra, generar un conflicto, arriesgar su altísimo contrato en un club grande.

Por fin alguien se animó. Por fin alguien no se escudó en “el folclore del fútbol”, en “qué querés que haga”, en “mejor no me meto”. Romero se plantó ante una multitud y le dijo que eso no era folclore ni aliento: era un brutal acto de xenofobia, discriminación, injusticia. Algunos pocos hinchas siguieron cantando la misma estupidez. La mayoría lo cambió por un “Romeeeero, Romeeeero…”.

Goles hay todos los días y seguirá habiendo. Aunque Racing haya goleado, lo más importante de la noche aconteció en ese instante escondido, en ese ratito que, probablemente, muchos hinchas ni siquiera hayan notado. Por primera vez, un futbolista prefirió la dignidad a la demagogia en pleno partido, con 30.000 personas mirándolo.

El problema no es con Romero, uno de los paraguayos mejor tratados en la Argentina: los hinchas de Racing son capaces de cocinarle su comida favorita a cambio de un autógrafo. El problema son los miles de paraguayos (y bolivianos) que han sufrido y sufren una de las más abyectas formas de discriminación: la xenofobia. Y no son casos aislados, de ninguna manera: anoche, en la platea de Racing, algunos imbéciles insultaban a los hinchas del Bolívar por su lugar de nacimiento.

El problema es que no se trata sólo de insultos y canciones: es que esos insultos y canciones son el reflejo, y la legitimación, del maltrato al que son sometidas a diario miles de personas. No importa dónde hayan nacido: son personas. Cantar simpáticamente apoyando esa opresión no es “folclore”, es complicidad.

Para peor, la injusticia es doble. No sólo invoca la idea de que una raza, religión o nacionalidad es superior a otra, argumento que utilizó, por ejemplo, Adolf Hitler. Sino que la agresión es contra un país cuya devastación y sufrimiento fue, en buena parte, culpa de gobernantes argentinos. Argentinos, brasileños y uruguayos, que entre 1864 y 1870 armaron un ejército que masacró a 300.000 de los 450.000 paraguayos y paraguayas. Asesinaron brutalmente a dos tercios de la población, incluyendo niños. Después de esa Guerra de la Triple Alianza, por cada diez mujeres, en Paraguay quedaba apenas un hombre.

Aunque parezca algo lejano, 146 años después, Paraguay no termina de recuperarse de esa masacre. El resultado son graves problemas productivos y sociales, entre ellas un poderoso machismo que se consolidó a partir de esa guerra, cuando se admitió la poligamia (se aceptó que un hombre tuviera varias parejas) ante el bajísimo número de hombres que habían sobrevivido.

Quizás Oscar Romero no lo sepa, pero parte de los sufrimientos que padeció están relacionados con aquella guerra lejana. La falta de dinero; la obligación de su madre de trabajar doce horas diarias; e incluso la ausencia de su padre, que lo abandonó antes de que naciera, son consecuencias del lugar en el que la Guerra de la Triple Alianza puso a Paraguay. Una guerra que continúa en cada “cancioncita inocente” que impulsa lo peor del nacionalismo.

Alguien tenía que ser valiente y hacerlo, y lo hizo Oscar Romero. Desde nuestro lugar de periodistas podríamos dejar todo en una simple anécdota, transformarnos, con nuestro silencio, también en cómplices. (Muchos periodistas, no seamos ingenuos,  están de acuerdo con la existencia de nacionalidades “superiores”). Pero aquí está este texto, para sumarse a los gestos de Oscar Romero y decir también: no, no estamos de acuerdo. No, no compartimos la discriminación. No, no vamos a ser cómplices de legitimar uno de los mayores horrores: la xenofobia.

Faltará una pata más para que la valentía de Romero tenga premio. Parece utópico, pero también parecía utópico que un futbolista hiciera lo que él hizo. Lo que falta es que los hinchas de Racing, que tantas muestras de grandeza han dado en el pasado, den un paso adelante en los futuros partidos contra Boca y se dediquen a cantar el resto de su repertorio. Pero esa no. Esa canción no. Basta de oprimir a bolivianos y paraguayos. Ya los humillamos bastante.

Si sucede, si anoche se dio el primer paso para un pequeño cambio social, si los hinchas de Racing deciden borrar esa canción espantosa para siempre, no será una simple muestra de respeto hacia su jugador, un paraguayo de 23 años que lleva la 10 en la espalda. Será un acto de justicia.