Primera División

El superclásico del odio todavía no terminó

Más allá de lo estrictamente futbolístico, la era Gallardo-Arruabarrena esta signada por la hostilidad entre dos planteles que sonríen para la foto y luego protagonizan actitudes repudiables.

Por Elías Perugino ·

31 de enero de 2016
La “ametralladora” de Rodrigo Mora de cara a la hinchada de Boca, tras convertir el penal que definió el superclásico de Mendoza, fue la chispa que detonó un pequeño tumulto cuando Néstor Pitana señaló el final. Carlos Tevez, que ya había boqueado lo suficiente para que el árbitro amonestara al uruguayo al momento de aquella actitud, encabezó la recriminación posterior al juego, que permitió soltar insultos y algún manotazo de un lado y del otro, contenidos durante los 90 minutos tras la “charla técnica” que el juez había dado en ambos vestuarios para evitar los desquicios de una semana atrás en Mar del Plata.

Mora se defendió sosteniendo que siempre celebra de ese modo y que no le faltó el respeto ni a los hinchas de Boca, ni a Tevez, ni a nadie. YouTube parece desmentir parcialmente al oriental. En los anteriores goles convertidos a Boca –tres en amistosos, uno oficial- se lo ve celebrar claramente de otra manera Es verdad que otro puñado de tantos, ante otros rivales, los festejó así. La palabra “siempre” estuvo de más. Sabiendo el contexto de los River-Boca de estos tiempos, debió ahorrarse los disparos de cara a la hinchada adversaria. Indudablemente, esa actitud poco apropiada fue uno de los tantos gestos hostiles que vienen generando ambos planteles desde hace un año y medio, con la noche del “gas pimienta” como pico máximo de locura.

Durante las gestiones de Gallardo y Arruabarrena, los superclásicos han sido más noticia por la violencia que por su sustancia futbolística. Ese clima belicoso, de odio marcado, fermentó a partir de actitudes de un amplio abanico de actores en el marco de ambas instituciones. Participaron los jugadores, pero también los técnicos, los dirigentes, algunos empleados de los clubes, los hinchas… Todo sazonado y potenciado por horrorosas actuaciones arbitrales, un bombardeo irracional en las redes sociales, publicaciones petardistas de los medios partidarios y el irresponsable fogoneo de otros medios que supuestamente no responden a ninguna camiseta.

Los episodios aparecen en la mente a borbotones, como disparados por la ingenua ametralladora de Mora. Patadas voladoras como las de Funes Mori a Pablo Pérez. Planchazos como el de Jonathan Silva a Mercado. Piñas de atrás como la de Carlos Sánchez a Gago. Gestos como el “cero descensos” de Cata Díaz a los hinchas de River. El apagón intencional en el vestuario de Boca en el Monumental antes del clásico de la Sudamericana y la agresión que sus futbolistas sufrieron luego de la derrota, en el mismo campo, de parte de empleados millonarios. La provocadora foto del presidente D’Onofrio sentado en el piso del vestuario de la Bombonera, tras no encontrar disponible un palco preferencial, sino otro general para los visitantes en uno de los cruces por torneos continentales. La selfie de los jugadores de Boca con los cinco dedos en el verano pasado y la remera alusiva con la que se apareció Daniel Osvaldo en Ezeiza. Los vidrios rotos de los micros de ambas delegaciones al visitar la casa ajena…

La repudiable noche del “gas pimienta” también marcó el distanciamiento de los dos entrenadores, que ya no se saludan en la previa de los partidos. Más bien que se evitan. Esa noche, además, se fracturó el cristal de la relación entre D’Onofrio y Angelici, aunque luego se metan en la misma trinchera para defender intereses económicos en la AFA o en la Conmebol. El presidente de Boca no le perdona a su par millonario aquella aparición en el césped de la Bombonera tras la agresión del Panadero a sus jugadores, ni la actitud inmediata de pedir los puntos para ganar la llave de la Libertadores en el escritorio de la Confederación. Y entre los planteles también florecieron el rencor y la desconfianza. Aún hoy, jugadores de Boca que tomaron parte de aquella noche bochornosa creen que los de River exageraron las secuelas para forzar la suspensión. Aún hoy, jugadores de River no perdonan la falta de solidaridad de los xeneizes, que en las dos horas posteriores a la agresión solo tenían en mente la reanudación del juego y ni siquiera tuvieron el gesto solidario de acompañarlos en la caótica desconcentración del campo, bajo los escudos de la policía y una lluvia de proyectiles.

Las cuestiones futboleras circulan por un carril. Es la historia de los clásicos que cuenta, entre 7 oficiales y 5 amistosos, que ya se encadenaron 5 victorias para Gallardo, 4 para Arruabarrena, 2 empates y el partido del “gas pimienta”. En la cancha y en el escritorio, esos 12 superclásicos ya terminaron. El otro superclásico, el del odio y la violencia entre los dos planteles y sus directivas, parece que todavía no terminó.