Personajes

Lionel Messi, personaje del año

Ganó la Champions con Barcelona, formando un genial trío de ataque. Llegó a la final de la Copa América, que volvió a dejarle un sabor amargo y la necesidad de reconquistar al hincha. Y lo hizo fácil: por una lesión, en las Eliminatorias se vio lo que era una Selección sin Messi.

Por Martín Mazur ·

30 de enero de 2016
Imagen Avanza Messi, en la Copa América, donde volvió a estar muy cerca de ganar un título.
Avanza Messi, en la Copa América, donde volvió a estar muy cerca de ganar un título.
¿Qué sería de nosotros sin él? ¿Qué haríamos los argentinos sin Lionel Messi?

Las preguntas que algunos temimos hacernos cuando se instalaron los rumores de renuncia (pausa/alejamiento) de Leo a la Selección terminaron respondiéndose por un motivo mucho más fortuito y menos retorcido que aquella hipotética interrupción voluntaria de su alianza con la celeste y blanca. La lesión en el Barcelona le provocó una ausencia forzosa en el tramo final del año, que también fue el tramo inicial de las Eliminatorias.

Las respuestas a esas incógnitas no fueron para nada esperanzadoras. Con Messi en pausa, la Selección dirigida por Tata Martino quedó desnuda como si hubiera pasado por uno de esos nuevos detectores de rayos X: desprovista de toda lucidez, carente de estilo, sin líder futbolístico, un cuerpo escuálido sin secretos e incapaz de enamorar.

Y oh casualidad, la cotización de Leo en el mercado de la especulación futbolera (que no tiene sede en Wall Street, sino en la morbosa Buenos Aires) creció exponencialmente, por niveles incluso superiores a los de antes de jugar la Copa América. Todo por no haber estado.

Daría la impresión de que a veces no se sabe (no saben los hinchas/no saben los técnicos/no sabemos los periodistas) qué hacer con él, pero muchos menos se sabe qué hacer sin él.

Cada tanto aparece esa voz que nadie escuchó, pero que todos corren a buscar. Esta vez, esa voz habló de un servicio discontinuado hasta nuevo aviso.

Pero si el 2015 dejó algo en claro son buenas noticias: no hay motivos para pensar que Messi vaya a renunciar alguna vez a la Selección. No lo hizo ahora, tras las críticas por la Copa América perdida, más la poco iluminada diplomacia del entrenador, quien con su frase “Si yo fuera Messi, ya habría renunciado a la Selección”, más que Martino se pareció a Martimerman. Pero si Leo ni siquiera dudó en dejar a su mujer a punto de parir para irse a jugar un amistoso insignificante, hay que quedarse tranquilos: este muchacho no abandona más.

¿Quieren saber los récords que logró este año? Para eso está la wikipiedia. Leo es un reducidor de números, no un constructor. Los minimiza, los amasa, los comprime hasta dejar un mundo de estadísticas en un origami.

¿Realmente alguien puede creer que la mejor forma de describir a Leo es hablando de sus números? Es una injusta abstracción de la belleza de su juego. Bolt no sería Bolt si no lo hubiéramos visto en acción, y nos hubiera llegado un paper con sus récords olímpicos. Messi no es Messi si no lo visualizamos en la cancha. El problema es que no siempre lo vemos. Y entonces, lo que quedan son títulos y vines: los 3 goles a este; los dos goles a este otro; los 4 goles a aquel. Esperamos que esa superioridad se evidencie en cada acción durante los 90 minutos de cada partido. Malas noticias. No estamos viendo demasiado a Messi. No es un jugador de una pelota cada 30 segundos. ¿De verdad lo creen? Es un jugador de iluminaciones fulminantes y desconexiones momentáneas. Con tantos récords, nos olvidamos de ver más a Messi. Y llegamos a equivocarnos, a pensar que no corre. Y comparamos, por ejemplo, la final de la Copa América con la de la Champions League. Una la ganó, la otra, por penales, la perdió. ¿Fue muy distinto el rendimiento entre una y la otra? 

Es reiterativo encontrarlo entre los destacados del año, casi como tener a un Einstein en una feria de ciencias a lo largo de todo un curso de primaria y secundaria. Sus méritos ya no tienen la espectacularidad ni la sorpresa de muchos de los que acompañan este informe de El Gráfico, pero lo particular de cada año de Leo es su abrumadora continuidad. Sabella sostenía, y con razón, que era difícil establecer un parámetro de las actuaciones de Messi, porque su vara era tan alta que las veces que parecía no sobresalir tanto igual había sido el mejor del equipo y jugado 7 puntos.

El guión futbolístico de Messi se nutre de algunas pausas para darle cierto dramatismo a lo que de otra forma sería la película más aburrida de la historia: alguien que llega a la cima y nunca se va, que no tiene contrafiguras, ni problemas, ni emociones. Es una máquina que arrasa con todo, un Boeing 777 que despega, llega a 10.000 metros de altura y empieza a dar vueltas al mundo sin parar, siempre a velocidad crucero, en piloto automático, sin que se le acabe el combustible. Quienes oyeron hablar del juego Flight Simulator saben que, sacando que uno quiera ser piloto de avión, es la cosa más aburrida del mundo. Y ser Messi podría sonar casi a lo mismo, si no existieran esas pequeñas turbulencias, esos dobleces, esa textura que cada tanto pasa del cashmere al terciopelo, y que marca pequeños ciclos dentro de esa dominación permanente.

Con 28 recién cumplidos, es una lástima que algunos crean que ahora empezará su curva descendente. Messi ya pasó la aparente barrera de la plenitud y todavía no logramos descifrar hacia dónde va. Algunos sugieren que en el futuro, el Messi viejo (¡suena raro eh!), será un jugador más de área y meterá tantos goles como Altafini en la Juventus de los años 70, que aunque ya era veterano, entraba en los segundos tiempos y definía todos los partidos. Otros, en cambio, a Messi lo ven más participativo en el armado de juego, un organizador eficiente esperando para dar el pase puñalada. Las dos corrientes tienen motivos para pensar que están en lo cierto.

El técnico de la Selección probablemente no haya tomado la mejor de las decisiones al encapsularlo: Messi no es un satélite que puede empezar desde la derecha; Messi es el sol y el resto debe saber moverse bajo su órbita. Lo habíamos entendido con Sabella, hasta que lo sacrificamos (se sacrificó él) para darle solidez al equipo en el Mundial. Ahora debemos volverlo a entender.

Al igual que en la Argentina, en Catalunya el horizonte también ofrece una pregunta poco auspiciosa que acecha, a veces más, a veces menos, pero que nunca se aleja: ¿Qué haríamos si nos dejara Messi? Si Leo se desgarra y ya prácticamente en un día en el Barcelona se armó un comité de crisis... es difícil comprender qué pasaría si decidiera marcharse.

Imagen Feliz en el Barcelona, Leo no claudica en su otro desafío: gozar en la Selección.
Feliz en el Barcelona, Leo no claudica en su otro desafío: gozar en la Selección.
Los hinchas, y la institución, pudieron tolerar la salida de cracks inolvidables y problemáticos, en su mayoría brasileños, ¿pero qué pasaría si los dejara este argentino? ¿Si de repente apareciera con la camiseta del Paris Saint-Germain, el Manchester City o el Manchester United, tal como se rumorea? Para ellos es tan difícil como para un argentino imaginar a Leo con la camiseta brasileña.

Ciento cincuenta millones de euros serían apenas un paliativo: para el Barcelona, ceder a Messi sería una puñalada eterna, mucho más que haberse rendido ante los auspiciantes que querían aparecer en su inmaculado uniforme blaugrana.

Con la llegada de Luis Suárez y de Neymar al Barcelona se plantearon ciertas dudas, malignas, con el espíritu de convivencia de Leo con otros cracks del gol. ¿Conclusión? Inseparables dentro y fuera del campo, sobre todo dentro, formando el trío de ataque más efectivo de las últimas décadas. No es que Messi no quería a Ibrahimovic o a Tevez: es que Guardiola y Sabella no lo querían.

Es aburrido elogiar a Messi. Hace 10 años podíamos hablar de su velocidad supersónica, de su gambeta en espacios mínimos, de su humildad en planteles de pesos pesado, pero después de quichicientos récords y goles de todo tipo y factor, lo más jugoso siempre resultó criticarlo, tratar de diseccionarlo hasta encontrarle una falencia: no cabeceaba, se decía, hasta que cerró una Champions con un cabezazo espectacular. No metía goles de tiros libres, se reclamaba, y hoy hay más videos caseros de sus goles de pelota parada que de cualquier otra ejecución, porque ante cada falta cerca del área, cada espectador le da rec a su teléfono móvil. No era líder, no hablaba en el vestuario, hasta que nos fuimos enterando de que sus opiniones eran mucho más audibles de lo que creíamos, y entonces, dijimos que era demasiado cacique y que, cansado, quería irse. Y el señor estrella apareció en el amistoso menos glamoroso de la historia, dispuesto a recibir el cachetazo de quien quisiera dárselo. Messi no es Maradona ni Redondo. Messi lleva el chip de Simeone, Ayala y Zanetti. Siempre estará, no importa si lo menosprecian o lo destratan; no importa si el técnico de turno quiere darle indicaciones científicas o decirle “rompela toda” mientras su ayudante le entalca la camisa. Pobre Leo. Lo acusamos de no habernos (haberse) dado ese último eslabón, aunque muchas veces haya tenido que transformar en oro una cadena con dijes de canto rodado.

El Balón de Oro seguramente será suyo. También, el primer puesto en las votaciones de los medios globales más importantes: The Guardian y FourFourTwo. Más premios que contribuirán a más elogios rutinarios y a más críticas listas para cuando Leo esté caído.

Los detractores del Messi albiceleste siempre podrán volver a 4 partidos: 0-4 con Alemania en Ciudad del Cabo, 0-0 con Colombia en Santa Fe, 0-1 con Alemania en Río de Janeiro y 0-0 con Chile en Santiago. Son boletos gratuitos a la crítica barata y berreta. Son, también, espinas que han transformado a Messi en un deportista superior, que ya no nos sorprende por su velocidad supersónica, ni por sus gambetas en espacios mínimos, sino por su resiliencia.

Hay que aguantarnos a los argentinos. Y hay que aguantar ser Messi. Y seguir siéndolo, año tras año. El 2015 no fue la excepción.

Por Martín Mazur / Fotos: AFP

Nota publicada en la edición de enero de 2016 de El Gráfico