Las Entrevistas de El Gráfico

Darío Sztajnszrajber, la filosofía bilardista (sin bidón)

Fanático de Estudiantes y feligrés del Narigón, el filósofo Darío Sztajnszrajber nos cuenta qué le gusta del fútbol y por qué sostiene las banderas de Bilardo. Su visión de un ambiente que frecuenta desde pequeño y que le dispara metáforas relacionadas a la vida misma.

Por Redacción EG ·

17 de noviembre de 2015
Imagen "El resultadismo no es ´si no gano, me pego un tiro´. Resultadismo es jugar a ganar. Y si perdés, aprendé para la próxima", dice Darío.
"El resultadismo no es ´si no gano, me pego un tiro´. Resultadismo es jugar a ganar. Y si perdés, aprendé para la próxima", dice Darío.
De chico, el hoy filósofo Darío Sztajnszrajber era hincha de Atlanta. Pero en su adolescencia lo atrajo esa diferenciación entre malos malísimos representados por el Estudiantes de Carlos Bilardo y buenos buenísimos encarnada en el Independiente de Nito Veiga. Corría el año 82. Los de La Plata fueron campeones, el Narigón asumió al frente de la Selección y él tomó partido y se hizo definitivamente Pincha. “Soy bilardista, no bidonista”, aclara entre risas un día después del triunfo de San Lorenzo sobre Boca en La Bombonera por el torneo de 30 equipos. Este dato es importante porque en la siguiente charla servirá para explicar sus teorías futboleras. También elogiará a técnicos como Alejandro Sabella, Diego Simeone, Edgardo Bauza y el Tripero Pedro Troglio, al que definirá como “quien mejor expresa el fútbol bilardista”.

-¿Cómo te hiciste de Estudiantes?
-Fueron muchos años de ser hincha de Atlanta, sin ningún tipo de conciencia ideológica en cuanto a estilos de fútbol. Nací a tres cuadras de la cancha. Con mi hermano (Mauro Szeta, el periodista) éramos socios del club e íbamos a ver los partidos. Nos identificamos rápidamente. Fue algo inmediato, casi sanguíneo. Solemos recordar la final del ascenso contra Temperley, que perdimos por penales. En Temperley atajaba el Mudo Héctor Cassé y jugaba Ricardo Dabrowski; en Atlanta estaban Enrique Hrabina, que erró el último penal, y Alfredito Graciani. El partido se jugó en cancha de Huracán y terminó como a las 12 de la noche. Yo tenía 13 o 14 años y mi hermano 8 o 9. Nos fuimos solos desde Villa Crespo en colectivo. Mi vieja estaba desesperada. No había celular. Fue una época hermosa desde ese lugar. Más familiar, si se quiere. Pero cuando empecé a pensar más el fútbol, y a la vez se desarrollaba otra conciencia en mí, más ideológica, no busqué, sino que observé el desarrollo de aquel torneo del 82. Me hizo ruido eso de que para los medios había un bueno y un malo. Me generó un sentimiento de afinidad con el débil, que claramente era el Estudiantes de Bilardo, con toda la animadversión histórica que hubo contra él y Estudiantes, pero sobre todo con Bilardo. Estudiantes tenía al Bocha Ponce con sus tiros libres, al Tata Brown con sus cabezazos... fue una identificación muy fuerte. Entonces hice una adhesión directa. El mundo del fútbol había encontrado su Naranja Mecánica, formada por Giusti, Marangoni y Bochini. Los diarios querían que ese equipo de Nito Veiga fuese campeón, porque gustaba y goleaba, y Estudiantes ganaba siempre 1 a 0 y fue el que terminó ganando. Después Bilardo se fue a la Selección y asumió Eduardo Luján Manera. En ese segundo torneo, que también lo ganó, ya no estaba ese clima antibilardista. Cuando él llega a la Selección, ya tiene como cierta legitimidad, aunque nadie lo quería.

-¿En esos años ya viajabas a La Plata a ver a Estudiantes?
-Fue un proceso más largo el de ir a la cancha. En la secundaria era de los dos: tenía doble identidad. Mis compañeros del colegio aún hoy me recuerdan como hincha de Atlanta. “¿Qué te pasó?”, me preguntan al verme. “Vos eras del bohemio”, me dicen. A los 16 empecé a ir a la cancha de Estudiantes. Para mí, un viaje fascinante, porque era como ir a pasar el día en La Plata. Me agarró un fanatismo por esa ciudad. Me levantaba a la mañana, tomaba el tren Roca, que en ese momento era una catramina, y viajaba con los visitantes. Era fuerte. Me cerraba la campera para que no se me viera la camiseta. Cuando Estudiantes era visitante en Capital, las canchas me quedaban siempre cerca: Ferro, Vélez, Argentinos, Platense.

-¿Ibas solo?
-Empecé a ir con mi hermano. Después fui conociendo amigos Pinchas de Buenos Aires, que somos muchos, y combinaba con ellos. Pero nunca tuve un grupo de pertenencia Pincha.

-¿Cómo te definís en cuanto a hincha?
-Soy alguien que trata de que el fútbol no le invada el estado de ánimo cotidiano. Me gusta mucho el fútbol, pero empieza y termina ahí. Terminaba un partido y me ponía a preparar un examen. A veces me llevaba una mochila con apuntes de la facultad para leer en el entretiempo o en el viaje de vuelta. No me quedaba enganchado con un resultado. Tampoco viví la cosa conflictiva con los Triperos, porque al no ser de La Plata no veía la cotidianeidad del clásico. Por ejemplo, se me generaron más tensiones con gente de Boca por la final del 2006.

-¿Cuáles son los momentos que más recordás de Estudiantes?
-Me acuerdo mucho del descenso del 94. Fue el campeonato que más seguí. Iba a lugares lejanos. Fue un gran torneo con Russo y Manera de técnicos. Sacamos la cantidad de puntos que ningún equipo había sacado en el ascenso, aunque ganábamos siempre 1 a 0. Un día, cuando Estudiantes se estaba por ir a la B, me pasó algo muy raro: fui a una clase de Estética, una materia de Filosofía, y empecé a cursar con un profesor que tenía muy buenas referencias. Ricardo Ibarlucía, se llama. Es uno de los especialistas más importantes del país en Estética filosófica. En un momento nos cruzamos en un contrapunto, por una interpretación de un texto. Le discutí y el tipo me zamarreó, me puso en su lugar…

-¿Quién tenía razón?
-No importa: en Filosofía no hay razones. El que convence más, gana. El tema es que voy a la cancha y lo veo desaforado, gritando por Estudiantes. Me le acerqué y le dije “vos sos el profesor del otro día…”. Terminamos íntimos, a los abrazos. Esos encuentros son interesantes. Otra vez fui a la cancha de Gimnasia, donde éramos locales, con mi hija, que tenía 6 años, a ver la vuelta de Bilardo como técnico. Era en el 2003. Ella se fue vestida de Estudiantes. Durmió en el tablón todo el partido. ¡Divina! ¡6 años! ¡Hay que dormir en una cancha, eh!

-¿Qué te llevó, en su momento, a apoyar al débil?
-Hice una asociación fuerte, que otros la hacen desde otro lugar, entre la mayoría de mis identificaciones, que siento que pueden ser explicadas a la luz de un mismo paradigma conceptual, que es la construcción del otro. Entiendo que mis adhesiones políticas, religiosas, culturales y futbolísticas están como atravesadas por una misma lógica. Esto que podemos llamar “el débil” no es débil porque no tenga fuerzas. Estudiantes siempre es el lugar que el mundo del fútbol oficial necesita que exista para lavar sus culpas. Tengo esa misma idea en la política. Me hacen ruido esos comportamientos sociales, que en el caso del Pincha están muy marcados. La acusación de antifútbol es algo que el mundo del fútbol necesita. Sobre todo para que ese mundo del fútbol pueda no llamarse a sí mismo antifútbol. Todos, en el fondo, estamos recortados por la misma tijera: queremos ganar y si faltan dos minutos y tenés dos menos, vas a tirar la pelota afuera. Siempre se juega al límite. Hay una serie de elementos ante los cuales, para no asumirlos, hace falta encontrar un chivo expiatorio al que endilgarle esas características.

-¿Ese chivo expiatorio es Estudiantes?
-En ese sentido, Estudiantes, que tiene una forma particular de jugar, una tradición de juego, es el más auténtico, no es hipócrita. Significa que parte de una conciencia de lo que es el fútbol como deporte competitivo, la plasma y no tiene esa necesidad de construir falsas idealizaciones y venderse a sí mismo con un “no nos interesa el resultado, lo importante es el juego lindo”, cuando en el fondo lo importante es otra cosa. Pero asumir eso sin eufemismos le ha costado ponerse en un lugar que, en términos conceptuales, es una conceptualización fascista. Porque llamar a alguien antifútbol es sacarlo del juego. Esos que nos llaman antifútbol, si pudieran prohibirían que Estudiantes, o esta forma de entender el fútbol, sea parte de la competencia. Es la mejor manera de no hacerse cargo.

-Pasa seguido eso.
-Claro. Como con Boca 0-San Lorenzo 1. Podés jugar lindo, pero lo que define un resultado es quién mete el gol. El mundo del fútbol, si tuviera poder, decretaría el triunfo de Boca. A lo sumo un empate. Los diarios inclusive hablan de “resultado más justo”. Eso es cualquier cosa menos justicia. Porque la justicia no puede residir en la arbitrariedad de alguien que mira un partido y entonces decide. Así se banalizaría la justicia. Hagamos entonces que el fútbol sea un entretenimiento de lujo, de belleza. Juguemos fútbol en el Luna Park y que la gente aplauda los caños. Veremos si va alguien. En ese caso tendría que decidirse quién gana a través de un jurado. Hubieran decretado que el ganador moral fue Boca, porque tuvo más la pelota, creó más situaciones de gol… Cambiemos el reglamento. Que diga que “el que crea más situaciones de gol gana el partido”. Pero el reglamento es justo, tiende a la mayor objetividad posible: pasa la línea, es gol; no la pasa, no es gol. Ahora, la belleza y la justicia son dos cosas diferentes. A mí me encanta pensar al fútbol como la construcción estratégica del mejor resultado posible. En el fútbol se juega a ganarle al otro.

Imagen De chico fue hincha de Atlanta, pero en la adolescencia se convirtió en un enamorado de Estudiantes.
De chico fue hincha de Atlanta, pero en la adolescencia se convirtió en un enamorado de Estudiantes.
-¿Un doble discurso?
-Hay técnicos que hablan a favor del buen fútbol y esconden la pelota. Otros lloran si les roban un partido o un campeonato. O sea, si estás en contra del resultadismo y te robaron un campeonato, quedate con el orgullo de que tuviste un torneo por el que a tu equipo lo van a recordar siempre. Ahora, si sufrís y al mismo tiempo sostenés que no te importa el resultado, hay un problema. No sé si llamarlo hipocresía. Es al menos una contradicción.

-¿Creés en eso de que el fútbol nos espeja?
-Creo que es un error y estoy en contra de las totalizaciones. Mucho daño le hizo la futbolización a la política, a nuestras realizaciones de vida. El fútbol es un deporte que tiene un reglamento y en la medida en que el juego se ajuste a ese reglamento, empieza y termina ahí. Estoy en contra de la frase que dice que se vive como se juega. No cocino bilardísticamente ni tengo sexo bilardísticamente. Eso no existe. No soy bilardista en todo. Soy bilardista en el fútbol, de izquierda en la política y agnóstico en mis creencias. ¿Querés encontrar una línea que junte a Bilardo con mi izquierda y mi agnosticismo? Está bien, pero eso sería chamuyar. No me parece trasladable. El partido que más celebra el bilardismo en la historia de los mundiales es Argentina 1-Brasil 0, en Italia 90. ¡Es el más injusto! Eso marca que hay otra cosa puesta en el fútbol, que no es racional. ¿Merecimos ganar? No. Pero qué me importa. No juego a merecer, sino a ganar. ¿En la vida soy igual? No. Como soy así en el fútbol, no soy así en la vida. También puede uno pensar al fútbol como un sublimador que permite poner en él muchas cosas que no aplicamos en la vida cotidiana.

-¿Qué fue lo más raro que te dijeron por apoyar a Bilardo?
-“¡Qué increíble que un tipo que piensa la filosofía como vos sea bilardista en el fútbol!”. Lo ven como una contradicción. Pero no tiene nada que ver una cosa con otra. Me parece interesante pensar la vida como un conjunto de fragmentos diferentes que incluso tienen conflictos entre sí. Yo me engancho con un partido pero cuando termina me desengancho. En eso me ayuda el fútbol mismo: el escándalo de la FIFA, la muerte de un jugador por el estado de las canchas. Antes era un poco más fanático. Me relajó, para bien, el Mundial 2014. A veces, cuanto más me pegan por bilardista, más me vuelvo “bidonista”. Ojo, lo digo en broma. Obvio, estoy en contra del bidonismo y de todo lo que roce la ilegalidad. Con los elementos que brinda el reglamento, hacé lo que quieras. No vale la matufia. Pero cuando más se escucha el argumento de que Boca merecía ganarle a San Lorenzo, más digo “banquenselá, hubieran metido el gol”. Claro que fue un partido extraño, pero ganó el que metió el gol.

-¿Por qué decías que te relajó Brasil 2014?
-Porque a pesar de haber perdido la final, me quedo con el proceso de transformación de la identidad de la Selección. Nunca una Selección me identificó tanto. Estaba Sabella y medio Estudiantes, pero había como una sensación de sentirme muy afín. El emblema del Mundial fue Lavezzi tirándole agua a Sabella, cagándose de risa. Eso es Sabella. No como se lo quiere construir. Lo que pasa es que él rompe los esquemas de cómo conviene que se piense el fútbol.

-¿Te conformó el nivel de juego?
-Estoy convencido de que con un planteo más abierto no llegábamos a la final. ¡Era un Mundial! Es otra cosa. Podés tener los mejores jugadores, pero no es algo matemático, como sumar Messi más Tevez más Pastore más Higuain. Si fuese así, se perdería lo más lindo del fútbol: que cualquiera puede jugar con cualquiera y puede pasar cualquier cosa. Porque lo que define cada partido es si la pelota pasa o no una raya.

-Bilardo no acepta un segundo puesto. ¿Vos sí?
-Una vez en el programa Pura Química me dijeron que le haga la pregunta que quiera a Bilardo. Como los bilardistas somos ultra defensores del Mundial 90, porque es cuando más le pegaron a Bilardo, le pregunté si no reconoce un logro en haber sido subcampeón. “Usted es docente, ¿no? ¿Con cuánto se aprueba un examen?”, me preguntó. “Con 4”, le dije. “Ser subcampeones es sacarse un 3”, me dijo. No había manera. Pero no estoy de acuerdo.

-¿Qué opinás de la histórica rivalidad Bilardo-Menotti?
-Me encanta. Me parece que le da mucha vida a esta charla que tenemos, al debate cotidiano. Tiene la misma fuerza que la discusión política entre izquierda y derecha y entre creyentes y ateos. Siempre uno dice que estas discusiones pasaron pero la discusión está, no pasó. Supone dos concepciones ideológicas del fútbol que están buenas y en algún punto generan un interesante debate argumentativo. El bilardista dirá que su planteo gana más y el menottista que no importa quién gana más, sino quién juega más lindo. Entonces no hay resolución. Me gusta más pelear con los menottistas que con los hinchas de Gimnasia, más ahora que es un equipo bilardista. ¡Troglio es tremendo! Es un talibán ahora. Me refiero a su bilardismo, a su manera de plantear los partidos. Contra Boca parecía el Estudiantes del 68. Faltaba la patada de (Alberto) Polletti.

-¿Cuáles fueron los Estudiantes que más disfrutaste?
-El del Cholo (Simeone) del 2006. Ese campeonato fue como la gloria. Volvió Verón, muchos de los pibes de la cantera estaban en su mejor momento, se le ganó a Gimnasia 7 a 0. Un combo. Fue un equipazo. Boca tenía el consenso mayoritario y nosotros ganamos desde abajo. Pero a Boca se le fue Basile y llegó La Volpe, y Estudiantes se concentró a partir del Cholo, que es un sacado. Un técnico que me encanta, porque quiere ganar. Hizo cosas inéditas en Estudiantes: sabiendo que era a matar o a morir llegó a jugar con cuatro o cinco delanteros. ¡Algo increíble! Por mi parte, estaba en una edad interesante para ir a la cancha y disfrutar. Además, poco antes había nacido mi hijo, al que le puse León. También me encantó el de la Copa Libertadores de 2009, con (Mauro) Boselli y La Gata (Fernández) en la delantera. Se lo dimos vuelta al Cruzeiro con dos goles de ellos en la final. Fue increíble ganar allá. Después se hizo lo que se podía hacer contra el Barcelona de Messi. Ese proceso estuvo bueno. El torneo de 2010 con Sabella también fue muy bueno. Pero el del 2006 fue particular.

-¿Te gustaría que Estudiantes se convierta, con el tiempo, en uno de esos equipos que “juegan lindo”?
-Nuestra identidad es crecer desde el lugar en el que lo hicimos siempre. Es convivir con nuestro propio estilo de juego, que nos identifica como hinchas de Estudiantes y con una manera de vivir el fútbol. Si Estudiantes hiciera tiki tiki, no sería fiel a sí mismo. No quiero cambiar esa imagen, porque hacerlo sería dar la razón a quienes nos ponen en determinado lugar.

-¿Qué es el fútbol?
-Es una pregunta compleja. Supone muchas variables. No deja de ser un juego. No deja de ser en tanto juego una de las tantas ritualidades que fuimos construyendo socialmente, como el teatro o diferentes actividades que nos nutren. No deja de ser tampoco un espectáculo, con lo que implica la idea de espectáculo en el mundo de hoy. A la vez no deja de ser un negocio; entonces visualizás lo negativo de los negocios. No deja de ser un espacio de sublimación que muchos hemos encontrado para conjurar. Hoy te identificás con una camiseta, con un color, con once tipos que te representan y lo que buscás es que esa violencia se despliegue en 90 minutos en los que el propósito último es penetrar al otro. El gol, casi incluso metafóricamente, es “llegué a lo más íntimo de tu ser y te atravesé”. Hay algo de violencia puesto ahí. Si le sacás los ribetes propios de los códigos de fútbol, lo que hay es una guerra entre dos formaciones en la que uno tiene que llegar a la casa del otro, invadirla, penetrarla, casi violarla. El fútbol tiene una presencia inédita en nuestro mundo y no deja de ser otra cosa que 22 tipos corriendo detrás de una pelota, con determinadas reglas. Uno podría preguntarse: ¿Cuando Dios creó el mundo, ya pensaba en los penales o en los corners, que tienen tanta centralidad en nuestra vida?

Imagen "Si Estudiantes hiciera tiki tiki, no sería fiel a sí mismo. No quiero cambiar esa imagen", sostiene Darío Sztajnszrajber.
"Si Estudiantes hiciera tiki tiki, no sería fiel a sí mismo. No quiero cambiar esa imagen", sostiene Darío Sztajnszrajber.
Perfil
Filósofo, Darío Sztajnszrajber es conocido por divulgar esa temática a través de diferentes medios de comunicación. Escribió el libro ¿Para qué sirve la filosofía?, con el que se propuso acercarla al lector común. En televisión se hizo conocido por los programas Mentira la verdad, que se emite por Canal Encuentro desde 2011, y El amor al cine, que desde 2003 analiza películas desde una visión filosófica.

En radio, es columnista de Metro y Medio, con Sebastián Wainraich y Julieta Pink en Radio Metro, y conduce Demasiado Humanos, que se emite por frecuencias universitarias. También es el responsable de un espectáculo que mezcla filosofía y música, Desencajados. Fue docente en todos los niveles.

Sus conceptos
“Es interesante ver las propias contradicciones que hay en el fútbol. ¿Cuántos aguantan un planteo de lo que llaman buen fútbol sin resultados? Como no tienen la honestidad de plantearlo abiertamente, si las cosas salen mal, empiezan a encontrar argumentos. Hay técnicos que murieron en la suya. Cappa es uno de ellos. Me genera mucho respeto en ese sentido, a pesar de que está en las antípodas de lo que pienso del fútbol”.

“En lo filosófico hago un espectáculo que recorre el país: Desencajados. Cuando salgo al escenario veo a la gente y pienso qué me conviene ajustar. Si tengo un público más universitario, puedo trabajar determinados conceptos. Quiero decir que uno puede ir cambiando respecto del momento. Llevado al fútbol, admito que un técnico cambie según el partido que le toque, porque no todos los rivales son iguales”.

“Cada partido es un caso. Hay que tener en cuenta qué variables entran en juego. Desde el clima hasta cómo durmió tu jugador en la noche previa. Puede salir bien o mal, pero me gusta ese tipo de fútbol en el que se está siempre pensando en esos detalles”.

“Me encanta Troglio. Creo que hoy es quien mejor expresa el fútbol bilardista, aún siendo de Gimnasia. Lo lamento por los primos, pero lo digo por cómo piensa los partidos, cómo plantea los esquemas y cómo trabaja con los jugadores. Es un técnico que respeto mucho. Igual que a Edgardo Bauza”.

“El resultadismo no es ‘si no gano, me pego un tiro’. Resultadismo es jugar a ganar. Perdiste, listo, perdiste y aprendé para la próxima. No es que entonces nada sirve”.

“Cualquier otro equipo con los logros que tuvo Estudiantes tendría otra exposición. Se lo pondría en un lugar mejor”.

Por Alejandro Duchini / Fotos: Emiliano Lasalvia

Nota publicada en la edición de octubre de 2015 de El Gráfico