Las Crónicas de El Gráfico

El Coliseo, más que mil palabras sobre el estadio más grande del mundo, Strahov

En el corazón de Praga, una visita a esta mole que fue parte de la URSS y hoy se mantiene de pie y con sus tribunas, fiel reflejo de su pasado, en ruinas.

Por Martín Mazur ·

09 de octubre de 2015
Imagen El impactante Strahov: tribunas con arbustos y cabinas de transmisión en desuso. (Martín Mazur)
El impactante Strahov: tribunas con arbustos y cabinas de transmisión en desuso. (Martín Mazur)
“Tan sugerente es todavía, que aquellos que tengan a esta gran mole delante no encontrarán lenguaje que la pueda describir. Su soledad, su dolorosa belleza, y su total desolación impactan al extraño con una pena ensuavecida; nunca en su vida, quizás, estará tan conmovido por un sitio que no tiene conexión alguna con sus afectos y sus aflicciones”.

La pluma de Charles Dickens no pudo resistirse al impacto de toparse con el Coliseo de Roma. Dickens murió en 1870, unas décadas antes de que se construyera el estadio de Strahov, en Praga.

Desconocido para la mayoría, Strahov se convirtió en el estadio más grande del mundo y supo ser fiel testigo de su tiempo. Magnánimo por donde se lo mirara, en las tribunas llegaron a entrar 300.000 personas. Pero lo que más sorprende de Strahov es la dimensión de su campo, disponible para propósitos múltiples: 63.500 metros cuadrados, equivalente a 9 canchas de fútbol contenidas por las gradas: tres de ancho, tres de largo.

Tal como el Coliseo, el estadio aún está intacto y a la vez en ruinas, depende de cómo se privilegie la descripción. La estructura está de pie, pero caminar por las tribunas se torna en una experiencia peligrosa. Los bloques de cemento tambalean. Hay pedazos de concreto sueltos, desprendidos como si se trataran de migas de pan. Las filas de asientos se mantienen, aunque muchas gradas están apiladas a modo de barricada. Todo, desde el ingreso a la cartelería, pasando por los asientos y las luminarias, lleva el sello de diseño soviético.

Ubicado en lo alto de la colina, a sólo 5 minutos del Castillo de Praga y con una vista perfecta de la ciudad, Strahov sirvió como estadio de referencia para varios deportes, especialmente gimnasia sincronizada. Allí, después de la Primera Guerra, los Sokol coronaron la idea de unión máxima entre deportistas y público, con celebraciones masivas de gimnasia y ni vencedores ni vencidos. Como todo evento multitudinario y que ayudara a establecer el carácter nacional, las Spartakiádas (nombre que rinde honor a Spartacus) fueron rápidamente prohibidas por los nazis. Pero después llegaron los rusos, y se apropiaron de las Spartakiádas como un evento celebratorio de la URSS, cuya primera versión fue en honor al Ejército Rojo por la liberación de Praga.

Para entonces, el estadio ya era íntegramente de cemento y rápidamente se renovó con el sello indeleble de la arquitectura soviética. Un altísimo monolito se ubicó en la plaza antes de la entrada. Se construyeron las cabinas de transmisión, que aún hoy tienen paneles de control propios de un submarino ruso y cables deshilachados y vidrios rotos como si hubiera pasado un tornado.




Para darse una idea de la magnitud de Strahov, en los días que duraron las Spartakiádas de 1960 hubo 750.000 atletas en el campo y 3.300.000 espectadores. En lo alto de las cabinas de transmisión flameaban las banderas de todos los países del bloque comunista.

Los estudiantes y los soldados tenían obligación de participar en las pruebas gimnásticas. Mucho más que en cualquier ceremonia inaugural de un Mundial, Strahov parecía cobrar vida ante un alarido de la multitud y miles de atletas que ingresaban al campo a toda velocidad, como una marabunta humana, hasta tomar posiciones y comenzar una rutina de precisión militar, con saltos, bailes y movimientos que permitían formar gigantescas figuras geométricas. Un gran caleidoscopio con vida.

“También se llegaron a jugar partidos de fútbol, sólo que por motivos lógicos, se elegía una de las tribunas y se colocaba la cancha de ese lado. Si se hubiera puesto la cancha en el medio, la gente habría tenido que llevar largavistas para ver algo”, cuenta el experimentado periodista Vladimir Drbohlav, de Cesky TV.

De haberlo querido, durante la era comunista en Strahov hubiera podido jugarse toda la fecha del campeonato de Checoslovaquia en simultáneo (8 partidos) y todavía habría quedado lugar para hacer un picado.

Strahov fue testigo directo de la historia europea del siglo XX, luego de la Primera Guerra Mundial. Por allí marcharon nazis y rusos, y todos le detectaron un valor estratégico inigualable. Las Spartakiádas sólo se suspendieron en ocasión de la Primavera de Praga, en 1970, y cuando cayó la Cortina de Hierro, en 1990.

Hace 25 años, cuando Praga aún era la capital de Checoslovaquia, el Strahov que se preparaba para las Spartakiádas fue el lugar elegido para el primer recital dispuesto a despejar los fantasmas del comunismo: allí se presentaron los Rolling Stones. El Muro de Berlín había caído unos meses antes, lo mismo que el gobierno comunista checoslovaco, en la llamada Revolución de Terciopelo.

Por una noche, el 18 de agosto de 1990, Strahov revivió el esplendor de otras épocas y 150.000 personas vibraron al compás de Like a Rolling Stone.

Bob Dylan compuso su canción más famosa en 1965. Fueron 10 páginas que dieron origen a un tema de más de 6 minutos de extensión. Ninguna radio quería reproducir algo tan largo.

Hoy, esa canción, desde su concepción hasta la letra, le calza perfecta a Strahov. Una cancha que ahora no habla tan fuerte ni está tan orgullosa. Una cancha que marcha sin rumbo, como una completa desconocida. Una cancha que ahora es invisible, sin secretos que esconder. Una cancha que ya no tiene nada, pero tampoco tiene nada para perder.





El Sparta Praga se quedó con la tierra de Strahov y construyó su campo de entrenamiento. Tiene 7 canchas de once, más una estructura metálica con vestuarios, oficinas y un buffet para los jugadores. Hay tanto espacio que hasta el estacionamiento está adentro del estadio, bajo las cabinas de transmisión. La modernización contrasta con el escenario de las tribunas. Allí, entre las grietas del cemento, crecen arbustos que ya llegan al metro de alto. “Lamentablemente, nadie se interesará por la estructura de Strahov. Sería muy difícil ponerse de acuerdo sobre qué hacer con este monumento, que sin dudas es un patrimonio del deporte mundial: el estadio que recibía más gente que el Maracaná, el más grande de su tiempo”, sintetiza Drbohlav.

El Coliseo moderno aún espera con las puertas abiertas y la nostalgia de los años comunistas. El tiempo congelado como si se tratara de Pompeya, la sensación de huida veloz que más bien nos transporta a Chernobyl. Es un Coliseo gigante. Y a la vez, un Coliseo invisible.

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Por Martín Mazur
@martinmazur

Nota publicada en la edición de septiembre de 2015 de El Gráfico


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