Primera División

El campeonato invisible que está ganando Russo

Es uno de los técnicos más jerarquizados de nuestro medio, pero aceptó el desafío de conducir a Vélez en una etapa de furibunda promoción de juveniles. A los 59 años y con varios éxitos sobre el lomo, Miguel hace docencia prescindiendo de los resultados.

Por Elías Perugino ·

18 de septiembre de 2015
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Miguel Angel Russo es uno de los técnicos más jerarquizados del fútbol argentino. Volante central combativo y de notable inteligencia táctica, vistió la camiseta de Estudiantes entre 1975 y 1988. El Pincha fue su único club y con esa camiseta se dio el gusto de dar las vueltas olímpicas en el Metropolitano 82 y en el Nacional 83. Arrancó su carrera de entrenador al año siguiente de su retiro como futbolista y trabajó ininterrumpidamente hasta hoy. Su recorrido no registra un solo año entre 1989 y 2015 en que no haya dirigido a algún equipo argentino o del exterior.

Russo debutó en el banco de Lanús (2 etapas) y luego siguió su derrotero por Estudiantes (2 veces), Universidad de Chile, Rosario Central (4 ciclos), Salamanca, Colón, Los Andes, Morelia, Vélez (2 veces, incluyendo la actual), Boca, San Lorenzo y Racing.

En su palmarés figuran tres títulos en la B Nacional (con Lanús, Estudiantes y Central), el Clausura 2005 con Vélez y la Copa Libertadores de 2007 con Boca, su éxito más resonante. Con Boca también llegó a la final del Mundial de Clubes de esa temporada, perdida ante el Milan. Lo que su palmarés no cuenta es que sus equipos siempre fueron competitivos, que con la U chilena llegó a las semifinales de la Libertadores 96 y que por la valía de su trabajo estuvo varias veces en carpeta como candidato para entrenar a la Selección.

Russo es un consagrado de la dirección técnica. De eso no cabe duda. Un entrenador al que siempre le está sonando el teléfono con una propuesta interesante, a la medida de su capacidad y del prestigio que supo edificar. Por eso es doblemente meritorio el gesto de generosidad que ha tenido con Vélez en esta temporada. Desde el principio supo que el club de Liniers iría por el “campeonato económico”. Que aprovecharía el torneo de 30 equipos, sin riesgos de descenso, para encarrilar la ecuación financiera. Se lo explicó claramente el presidente Gámez. Y Russo, pese a su lustrosa chapa de entrenador relevante, aceptó que le depuraran un plantel de contratos elevados para conducir un grupo mayoritariamente juvenil. Chicos con condiciones potenciales, pero sin el roce que garantiza confiabilidad en las paradas importantes.

A Russo no le interesó exponerse a las derrotas imaginables, a la irregularidad previsible, a los cuestionamientos de una hinchada que antes lo había glorificado gracias al título de 2005. Aceptó el reto y lo lleva adelante con un notable espíritu docente. Transmitiéndoles conceptos futbolísticos y valores de profesionalidad a los chicos, sin importar el puesto en la tabla.

Esta campaña de Vélez no va a brillar en el palmarés de Russo, pero merece ser destacada. Nos muestra otra faceta de uno de los mejores entrenadores argentinos. Un señor de 59 años que se mantiene en permanente evolución profesional.