Primera División
Tevez, un amor que no tiene igual
El Apache regresó a Boca en el mejor momento de su carrera. Aunque lo pretendían los grandes de Europa y le ofrecían fortunas desde China, le hizo caso a su corazón y volvió a casa luego de 11 años. Los hinchas enloquecieron con su gesto y le brindaron la bienvenida más multitudinaria de la historia. La intimidad de una vuelta que conmociona al fútbol argentino.
“A mí, el Mundo Boca me devoró”.
Lo dijo así, sencillito y tajante, en tono de susurro confidente, mientras sobre su cabeza, en el cemento añoso de la Bombonera, 50.000 personas atestaban hasta los pasillos, ilusionados con verlo. Lo dijo así, sin anestesia, mientras otras 10.000 revoloteaban por las calles aledañas con la frustración de haberse quedado afuera de una presentación minimalista, en la que él caminaría por la cancha, saludaría con timidez, regalaría pelotas y agradecería el amor con un borbotón de palabras emocionadas.
Once años después de aquella transferencia-huida al Corinthians, el muchacho del cuerpo más fibroso que nunca, el peinado modernoso y los tatuajes testimoniales, se bajaba del pedestal de las deidades y se asumía con las debilidades de un mortal cualquiera. Once años después de aquella fama exponencial e incandescente que le explotó en las manos como una bomba, justo cuando el entorno preparaba los oídos para escucharle decir lo grande que es, lo feliz que es, lo glorioso que se siente tras haber acumulado tantos títulos en las principales ligas del mundo, justo ahí, en el instante de su mayor fortaleza, Carlitos Tevez se animó a confesar una debilidad.
El crack en acción. Un Tevez pleno, emocionado y emocionante, regresó a Boca para ser feliz.
“A mí, el Mundo Boca me devoró”.
"Era tiempo de volver a Boca. Física y mentalmente estoy en mi mejor momento".
Tevez volvió en plenitud y eso quedó muy claro desde su debut ante Quilmes.
Tevezmanía. En los palcos de la Bombonera se destacaron la bandera de Maradona y la de su familia.
Tras las prácticas, se tomó el tiempo para firmarles a los hinchas.
La gente del club que lo conocía de once años atrás está sorprendida por el perfil más profesional de Carlitos. “Desde el primer día se mostró preocupado por todo lo que pasa alrededor del equipo. Antes no tenía ese compromiso, se fijaba más en sus cosas, seguramente porque era un chico”, describen. Ese grado de satisfacción también abarca al cuerpo técnico, seducido por el mínimo divismo que exhibió en sus primeras tres semanas de trabajo. Se mimetizó con el plantel como uno más desde que el profe Roberti le pidió que se presentará delante del grupo, preámbulo de su inevitable corrida –zafar de eso sí que es very difficult– por el temible puente chino.
La gente agolpada antes de las rejas de ingreso.
De inmediato, los candidatos opositores, que imaginaban una disputa acotada a su propio ingenio proselitista, comprendieron que la batalla había cambiado de eje y de escenario. E iniciaron un desesperado bombardeo publicitario, aún a sabiendas de que arrancaban la carrera con vueltas menos. Lo que parecía pan comido –serruchar las posibilidades de una gestión con escasos resultados deportivos– se transformó en pan duro. Ahora, el esfuerzo por noquear al preferido del ídolo del club será titánico. Una metamorfosis instantánea producto del incontenible efecto Tevez.
Esa avalancha abrumadora desbordó los sentidos la tarde en que Carlitos volvió a jugar para Boca luego de 3865 días de ausencia. Varios de los 1019 socios adherentes reclutados en menos de 15 días –el triple del ritmo normal– lo vieron desde la bandeja alta del Riachuelo. Otros como Maradona –“A Tevez le quiero decir que lo amo”– o como la numerosa familia Tevez –Carlitos reservó 150 entradas para todo su clan– lo hicieron desde los palcos vip. Los que reventaron las demás plateas y todas las populares lucieron el repertorio de camisetas alusivas: las actuales de Boca y las de de 2003, las mitad Boca-mitad Corinthians, las exóticas del West Ham, celestes del City y rojas del United, blanquinegras de la Juve, algunas de la Selección… Y todos entonaron el himno de la esperanza en estos tiempos de fertilidad riverplatense: “Que de la mano / de Carlos Tevez / todos la vuelta vamos a dar”.
La cancha fue una fiesta con su regreso.
Desde que se incorporó al plantel, la palabra que más pronuncia cuando se pone serio es “mística”. Insiste con “agarrar la mística”. Esa ola intangible a la que un grupo se sube para que todo fluya. En el ida y vuelta del día a día, las primeras sensaciones han sido de mutua satisfacción. A Carlitos lo conmovió la inmensa receptividad del grupo: “Sienten gran admiración y respeto por mí, pero soy un compañero más y así me tienen que ver. Lo bueno es que la pasamos bien entre nosotros, nos divertimos mucho”. Y al grupo le impactó la sencillez con que Carlitos se insertó y se predispuso para contagiar sapiencia y experiencia. La naturalidad con que se mimetizó con el llano. La discreción con que ejerce el liderazgo. “Todo equipo puede tener algún jugador de jerarquía, pero al título lo gana un grupo”, dijo para situarse y para situarlos.
La Selección, justamente, es la segunda zanahoria del cuento de hadas que Carlitos escribió para sí mismo. Un guion en el que se imagina dando varias vueltas olímpicas con Boca y aportando su cuota en Rusia 2018, el último Mundial antes de colgar definitivamente los botines y dedicarle más horas al golf, el impensado deporte que le relaja la mente desde que empezó a practicarlo sobre las gramillas de Inglaterra.
Camiones con donaciones para los más necesitados.
La familia se amplió. Después de Florencia llegaron Katie y Lito, el privilegiado que entró en brazos de su padre la noche de la Bombonera llena para verlo solamente a él. “Una de las cosas más lindas de este regreso es que mis hijos me van a ver jugar con la camiseta de Boca. Era un sueño que tenía de hace tiempo. Ellos son mi sostén, hacen que día a día me levante con muchísimas ganas de entrenar. Quería que me vieran con estos colores. Boca es todo para mí. Me formó como jugador y como persona, no me olvido de eso. Y me dio mucho gusto encontrarme con gente que todavía está en el club y que me saludaba con un beso y con un abrazo cuando yo todavía no era nadie. Volví a verlos y me saludaron como siempre, como si el tiempo no hubiera pasado”, contó para la tele entre lágrimas.
A algunos de esos empleados les pedía que lo anotaran en la lista para ser alcanza-pelotas los domingos. En 1999, Tevez integraba el plantel de Novena y nada le gustaba más, además de jugar para su categoría, que entrar a la Bombonera y entregarles la pelota a Serna, Guillermo o Román. “Me encantaba estar ahí, sentir el grito de la gente y pasarles rápido la bola”, contó. Era su manera de “jugar” para esos monstruos que un par de años después serían sus compañeros y que entonces le parecían héroes inalcanzables. Posters animados de un mundo de fantasía. El Mundo Boca. Ese mundo que un día se lo devoró y que hoy lo alimenta, describiendo una parábola perfecta que bien podría definirse como la felicidad.
Hasta los hinchas de River colaboraron para repartir las donaciones de alimentos en Fuerte Apache.
Por Gian Oddi / ESPN Brasil
El paso de Tevez por Brasil dejó una marca profunda. Primero, por lo que significó que un jugador como él, listo para jugar en Europa en aquel tiempo, optara por hacerlo en Brasil. Después, por su notoria identificación con la hinchada del Corinthians. Más allá de su calidad, la entrega dentro del campo transformó en ídolo a Carlitos en poco tiempo y con enorme intensidad. Mi impresión es que fue el mayor ídolo de la hinchada corinthiana de los últimos 20 años, aunque los soñados títulos de la Libertadores y del Mundial de Clubes llegaran luego de su partida. Pese a su salida turbulenta alegando estar incómodo con alguna actitud violenta de parte de los barras, el hincha genuino del Corinthians continúa amándolo.
Tevez siguió siendo noticia en Brasil. Sus goles en Inglaterra e Italia siempre merecían atención en los medios de aquí, porque Tevez da audiencia también en Brasil. Su presentación en la Bombonera fue noticia relevante. La transmitieron en vivo dos cadenas deportivas importantísimas, como ESPN y Fox Sports. Eso sintetiza lo que todavía significa Tevez para el fútbol brasileño.
Carlitos y la maqueta de la Bombonera. Afuera, los hinchas esperan a su ídolo.
Por Jonathan Wilson / The Guardian y The Blizzard
La estadía de Tevez en Inglaterra tuvo tres claras fases. Cuando llegó con Mascherano al West Ham, había una gran emoción: los dos eran demasiado buenos para lo que era el club. Los hinchas rápidamente se volcaron hacia Tevez por su gran y obvio esfuerzo. West Ham es un equipo con mayoría de hinchas de la clase trabajadora, del costado menos glamoroso de Londres. Y aunque Tevez no era capaz de comunicarse directamente con los hinchas, reconocieron en él a alguien que había venido de una infancia pobre, como muchos de ellos, y que terminó siendo fundamental para que el equipo mantuviera la categoría.
También fue excelente su paso por el Manchester United. Se habría quedado más de los dos años que estuvo, si no hubiera sido por las complicaciones de su pase perteneciente a un tercero. Resultó clave su capacidad de sacrificio: él y Rooney hacían todo el trabajo sucio mientras Cristiano Ronaldo esperaba para finalizar. Como trío resultaron excepcionales.
Los hinchas del City lo amaron inmediatamente, por el modo en el que él había descripto su rechazo al United para pasar al club rival, pero una vez más, lo que terminó de conquistarlos fue su claro esfuerzo en el campo. Ahora quizás muchos no lo recuerdan, dado lo que sucedió luego, pero Roberto Mancini lo nombró capitán, un rol que normalmente se le da a un jugador mayor y de experiencia en el club. Nadie sabe exactamente lo que pasó en Múnich, pero dañó la relación entre Tevez y los hinchas, quienes optaron por apoyar a Mancini. Sin embargo, Tevez volvió del exilio, pidió disculpas y nuevamente resultó clave para que el City se quedara con el título.
Una pose chaplinesca luego de ejecutar un tiro libre. Carlitos en estado puro.
Por Pablo Condo / La Gazzetta Dello Sport
Aunque solo jugó dos temporadas, Carlos Tevez logró conquistarse un rol de gran importancia en la historia de la Juventus. Su llegada, en el 2013, fue una señal de cambio: después de los años oscuros del club y del fútbol italiano en general, Tevez fue el primer gran jugador internacional que aceptó jugar en Turín y en la Serie A. Esta decisión, unida a la famosa generosidad en el campo, logró que se transformara en ídolo absoluto en muy poco tiempo: el afecto por Carlitos es un sentimiento al que los tifosi bianconeri no renunciarán jamás.
Desde el punto de vista técnico, Tevez en Italia creció al punto de disputar este año la mejor temporada de su carrera: Allegri le concedió mucha libertad táctica, pidiéndole sobre todo liderazgo y, en los partidos importantes, algún gol. Y obtuvo ambos.
Es una tremenda lástima que la aventura de Tevez con la camiseta bianconera haya terminado con la final de la Champions, pero no con el título; y sobre todo, que ya no haya otra oportunidad de que la ganen juntos.
Por Elías Perugino / Fotos: Alejandro Del Bosco, Prensa Boca y Photogamma / Ilustración: Gonza Rodríguez
Nota publicada en la edición de agosto de 2015 de El Gráfico