Opinión

Messi y Plutón

La llegada de la sonda espacial al planeta enano sirve como excusa para hacer un abordaje astronómico de la gran estrella argentina. Una estrella enana, para algunos.

Por Martín Mazur ·

28 de julio de 2015
Plutón siempre fue el planeta más enigmático del Sistema Solar. Lo descubrió el estadounidense Clyde Tombaugh en febrero de 1930, gracias a un microscopio de parpadeo que permitía comparar imágenes del cielo tomadas en distintos días. Un día aparecía. Al otro día, no. Era tan pequeño y estaba tan distante, que muchos dudaban de que efectivamente existiera.

Cuando la NASA decidió formar la misión New Horizons, en 2002, Plutón todavía era un planeta. El más lejano y misterioso, más allá de Neptuno, y con una órbita distinta a todos, que por momentos le permite acercarse más al Sol y por momentos desaparecer.

Pero llegaron las críticas. Y Plutón se transformó en un planeta enano luego de la intervención de un astrónomo uruguayo, en 2006. La degradación, sometida a votación, no se pudo impedir. Se decidió que para ser planeta no bastaba con cumplir todos los parámetros admitidos: girar alrededor del Sol, tener suficiente masa para generar un campo de gravedad, y tener satélites. Para disfrutar de ese status, un objeto tenía que haber absorbido todo el material que lo rodea, barrer su órbita por completo. Plutón, en cambio, convivía con objetos de similar tamaño. Los de la NASA, cuya misión con la sonda espacial New Horizons era explorar el último planeta no conocido, pusieron el grito en el cielo (nunca mejor dicho): no era lo mismo ir en busca de un planeta, que ir en busca de un planeta enano. Pero la misión ya se había lanzado y es la que ahora nos dejó unas fotos impactantes de las cordilleras de hielo, esa mancha en forma de corazón, y los cráteres producto de los impactos de meteoritos.

Ahora resulta que no sólo hay Plutón, sino que también hay plutoides y plutinos, además de planetas enanos. No es cuestión de entender de astronomía, Dios nos libre. El tema es Messi. Siempre el tema es Messi.

Como Plutón, Messi también se transformó en un enigma fascinante. Y aunque Leo ya estaba inventado desde el 87, necesitamos de un telescopio manejado por un club extranjero, el Barcelona, para coronar su descubrimiento oficial, allá por el 2000. Messi también era tan pequeño y estaba tan distante, que muchos dudaban de que efectivamente fuera capaz de hacer las cosas que se decían de él y pocos se animaban a catalogarlo como algo más que un fenómeno circunstancial y fortuito del universo futbolero.

El proceso para rotularlo que usó Carles Rexach fue similar al de Tombaugh, sólo que el técnico catalán no utilizó fotografías, sino imágenes mentales: bastaba con fijar la vista en el niño de 13 años cuando agarraba la pelota, pestanear una milésima de segundo y darse cuenta de que había desaparecido del cuadro.

Llegó la servilleta y su denominación oficial: el Barcelona acaba de descubrir a una estrella.

Su crecimiento fue acompañado con cierto desinterés, tanto que a Hugo Tocalli los periodistas españoles se le fueron al humo en el Mundial juvenil de Finlandia, por no haber convocado al fenómeno argentino de la cantera del Barcelona. Para Leo tampoco fue fácil en su propia dimensión, ya que debía quedarse en las tribunas en las finales de algunas copas, por no ser catalán. No era de aquí ni de allá.

Llegó la primera nota en El Gráfico, cuando aún no existía YouTube y los videos se entregaban en VHS. Messi ya estaba en órbita, pero aún no se sabía en la órbita de quién: si Argentina o España.

Y siguieron los éxitos, las expediciones tripuladas hacia su vida en Barcelona, su explosión al lado de Ronaldinho –estrella que iluminaba el fútbol mundial– y su consagración. Su campo magnético le permitió adquirir cuatro satélites, Balones de Oro, y otras decenas de trofeos de toda índole.

Pero Messi está permanentemente sometido a la polémica. ¿Es una estrella? ¿O es una estrella enana? ¿Por qué no puede mantener la misma órbita cuando cambia de camiseta? ¿Por qué no puede barrer a todos los otros elementos de su órbita?

Si con el descubrimiento de Messi, la Masía se transformó en la NASA, los astrónomos que degradaron a Plutón vienen a ser los críticos de Leo. Se juntan cada tanto, aprovechando ciertos eclipses que se dan muy de vez en cuando. Y establecen nuevos parámetros. Para ser estrella mundial basta, quizás, con ganar una Champions League. Pero ganar Cuatro Balones de Oro, otras tantas Champions y no conseguir ningún Mundial aparentemente ya no califica para gozar del mismo status. Habría bastado sólo un episodio, que pudo ser fortuito, que pudo no depender de él sino de algún satélite, como Higuain o Palacio, para que Messi pudiera finalmente silenciar a sus críticos. 

Como si fuera poco, en su galaxia aparecieron también los messiólogos, los messiánicos y los antimessi. Y se multiplicaron los estudios a la personalidad, a la genética y a la física de Messi.

Y Leo, la estrella que alumbra a toda una generación, todavía tiene que soportar que lo tilden de estrella enana, por no ser capaz de absorber a sus compañeros en la misma órbita, por no eclipsar a sus rivales los 60 partidos por año. Por aparecer y desaparecer, por estar lleno de cráteres por los golpes recibidos, o por tener un corazón frío, como Plutón.

Tapar el sol con un dedo no es tarea para los astrónomos, pero sí para los futboleros. Y Messi lo sabe: de ser el Sol pasa a ser Plutón. A la velocidad de la luz. A la velocidad de Messi.

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