La Selección

Argentina fue muy superior a Colombia pero recién lo pudo ganar en los penales

Lo definió Tevez en el séptimo penal de la serie, después de que Biglia y Rojo tuvieran la chance en sus pies y la desperdiciaran. Argentina mereció definirlo en los 90 pero volvió a errar muchas situaciones favorables. El martes jugará la semifinal con el ganador de Brasil-Paraguay.

Por Elías Perugino ·

26 de junio de 2015
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VIÑA DEL MAR, Chile (Enviado especial).- La pelota entra -¡al fin, maldita!- y se acaba lo que amenazaba con convertirse en la mayor injusticia de los últimos tiempos. Ahí está Carlitos, el del penal errado en la eliminación de la Copa anterior, trepado a ese Goycochea moderno que es Chiquito Romero, esperando que lleguen todos para armar la montaña del grito, del festejo, del desahogo, de la clasificación para las semifinales cuando parecía que la noche que era un embrujo se transformara en una lápida definitiva para las ilusiones argentinas. Porque hasta ese momento, hasta que Carlitos quebró la paridad y se redimió de cuatro años de angustia, la noche parecía escrita con tinta de horror por un guionista macabro.

¿Cómo no pensar eso, si la pelota obedecía a un joystic que una y otra vez se emperraba en frustrar cada intento de Argentina? ¿Cómo no pensar eso, si las atajadas de Ospina iban de milagro en milagro? ¿Cómo no pensar eso, si hasta los palos y el travesaño se confabulaban para abortar las llegadas más picantes? ¿Cómo no pensar eso, si Colombia se llevaba el premio de la lotería de penales habiendo pateado una miserable vez al arco? ¿Cómo no pensar eso, si en la serie de penales Biglia y Rojo, que dispusieron de remates para manotear la victoria, los tiraron afuera y al travesaño?

Uno no puede con su genio. Y aún bajo la tensión infernal de la definición, se le cruzan títulos y sentencia por la cabeza. Esas definiciones que tanto formatean el oficio del periodista. Entonces a este cronista se le pasó una por la mente y no se la dijo a su compañero. Se la tragó con otra bocanada de amargura cuando Rabona Rojo reventó el travesaño. “Dios nos soltó la mano”, pensó el cronista, pero no lo dijo y se aferró a una estrella. Y allí apareció Carlitos Redimido para hacer justicia como nunca en esta Copa. Para premiar al único que quiso, al único que propuso, al único que fue y fue, siempre generoso con el espectáculo, siempre fiel a una propuesta que asoma, que se palpa, y que necesitaba de esta victoria para clavar un remache más en la estructura.

“Ahora empieza otra Copa, no podemos cometer los mismos errores”, sentenció Messi luego de las turbulencias esporádicas de la fase de grupos. “Cuando sabes que una derrota te manda a casa, crece la concentración”, analizó Romero. “Sabemos lo que nos jugamos, pero la actitud protagónica no la vamos a modificar aunque la instancia sea límite”, radiografió Mascherano. Palabras para trazar una aproximación a los objetivos que la Selección enfocaba al corto y al mediano plazo ante la encrucijada que le planteaba Colombia.

Las sensaciones se mixturaron en la previa. Demasiados condimentos como para que la sangre se mantuviera mansa y tranquila como el oleaje de las playas de Viña. De un lado, Argentina y sus cracks, Argentina y la firme intención de acentuar un modelo, Argentina y los fantasmas de ese título en mayores que nos gambetea desde hace 22 años. Del otro, Colombia y las complejidades de una selección con futbolistas de elite, Colombia y la sabiduría de Pekerman, Colombia y esa ambición que bulle en los protagonistas cuando el destino deja picando la chance de bajar a un favorito.

Y desde lo estratégico, afloraba el interrogante con sensación térmica de duda existencial para cada rival de la Selección: ¿Defender a ultranza en propio campo, como Paraguay y Uruguay, o salir un poco y desnudar espacios que nuestros galácticos pueden traducir en gol en una contra relampagueante de 15 segundos? ¿Aferrarse al ideal de una defensa hermética o tentarse con golpear las puertas a espaldas del tándem Biglia-Mascherano? Interrogantes lógicos bajo cualquier circunstancia, pero recrudecidos en esa cornisa resbaladiza que implicaba, para Colombia, la imposibilidad de contar con el doble pivote defensivo que había sostenido al equipo en la fase inicial: Edwin Valencia y Carlos Sánchez.

Desde la formación inicial, Pekerman amagó con presentar un equipo ofensivo, un 4-4-2 con Jackson Martínez e Ibarbo en campo. Pero del dibujo a la concreción hubo una distancia sideral. Porque Colombia propuso un partido físico, con seguimientos de estampilla de Mejía para Pastore y de Arias para Messi, más una predisposición general a bloquear, raspar, enturbiar y casi nunca jugar.

¿Qué hizo la Selección? Adoptó el perfil protagónico y, como venía sucediendo en toda la Copa, fue una máquina de generar situaciones, pero también de desperdiciarlas. Tuvo profundidad por la izquierda, con las apariciones de Di María; también en algunos encuentros interiores entre Messi, el Flaco Pastore y el Kun, pero no encontró la precisión indispensable para lastimar. ¿Por deficiencias propias? Sí, pero fundamentalmente por la descomunal actuación del arquero Ospina, responsable máximo del cero en la etapa inaugural. Que en el minuto 26 consumó una doble tapada increíble, primero al Kun y, casi sin tiempo de reacción, a Messi.

Como Colombia hacía agua y Teo era una canilla abierta, Pekerman lo reemplazó en el tempranísimo minuto 24, con la intención de acomodar el medio y blindar la zona. Y aunque Cardona aportó contención y tenencia, no alcanzó para equilibrar.

Largamente mereció la victoria Argentina en ese primer tiempo. Ocho llegadas –cuatro clarísimas- contra nada, pero nada de Colombia. Una supremacía clara, aún con los fenómenos de arriba funcionando con intermitencias. Y en medio de ese desarrollo, el lamentable arbitraje del mexicano García Orozco, a quien el partido le quedó inmenso. El hombre de Concacaf que vino a dirigir un torneo de Conmebol pasó por alto faltas que rompían los ojos. Y en el tramo final de la etapa, cuando ya lo insultaban desde los cuatro costados del estadio, sin distinción de camisetas, resolvió tarjetear para encarrilar medianamente el barco.

Cuando el señor García Orozco pitó el final de la etapa –eso sí lo hizo bien-, en los rostros de los jugadores argentinos se percibía una ensalada de rabia e impotencia. Por las situaciones desperdiciadas, una vez más. Por esos trenes con forma de jugadas que ya habían pasado y que acaso no volverían a pasar.

Nada varió en el mapa de Colombia para el complemento. Y Argentina, con toda su generosidad, pero también con toda falta de eficacia en los metros finales, siguió atormentando el área de Ospina. Tal vez con menos frecuencia, pero con idéntica calidad de llegadas.

Paradójico: al equipo de los grandes delanteros del mundo le falta gol. Genera, produce, golpea las puertas del área chica, pero no encuentra la rúbrica. Por algún bloqueo, por impericias tan minúsculas como suficientes para evitar la concreción, por los palos, por arqueros cortados por la tijera del Pato Fillol como este Ospina que, al menos, nos dio el respiro de no atajar ningún penal en la definición.

¿Definición dijimos? Hasta esa playa llegamos masticando bronca y angustia. Maldiciendo al destino y sin ganas de reconocer las falencias que ya detallamos y que vienen de arrastre desde que el equipo aterrizó en Chile. Había que jugarse entero en ese terreno que ya estaba igualado, donde ya no pesaban los méritos de los 90 minutos plagados de esterilidad. Y hasta en esos penales sufrimos. Dos veces tuvo Argentina la posibilidad de convertir y pasar. Y dos veces falló, una antes y otra después de la bola que ese gigante de Chiquito le había tapado a Zuñiga. Tuvo que ser Carlitos, nomás. Carlitos Redimido el que tomó la pelota del nombre difícil de pronunciar –Cachaña- y la pateó con la fuerza de 40 millones de tipos para gritar bien fuerte que Argentina es semifinalista y que Dios, por ahora, nos sigue acompañando.

Próxima parada del sueño: Concepción, el martes, para enfrentar al sobreviviente del cruce entre Brasil y Paraguay. El clásico del mundo u otro duelo con ese viejo zorro de Ramón. Mañana se sabrá. Sea lo que sea, habrá que dar la talla una vez más. Argentina vino a Chile para romper la historia. Y eso requiere que en el mazo de las virtudes aparezcan todas las cartas: fútbol, coraje, temperamento, inteligencia, entrega física, guiños del destino... También, como esta noche, saber sufrir. Entramos a la última semana de la Copa con las mismas esperanzas que en la primera. No es poca cosa después de este parto. Claro que no.

LA SINTESIS

ARGENTINA (0): Sergio Romero; Zabaleta, Garay, Otamendi, Rojo; Biglia, Mascherano, Pastore (76’ Banega); Messi, Agüero (72’ Tevez), Di María (87’ Lavezzi). DT: Gerardo Martino.

COLOMBIA (0): Ospina; Zúñiga, Cristian Zapata, Jeison Murillo, Arias; Cuadrado, Mejía, Ibarbo (85’ Muriel), James; Teo Gutiérrez (24’ Cardona), Jackson Martínez (74’ Falcao). DT: José Pekerman.

DEFINICION POR PENALES: Ganó Argentina 5-4.
James (gol); Messi (gol), Falcao (gol), Garay (gol), Cuadrado (gol), Banega (gol), Muriel (desviado), Lavezzi (gol), Cardona (gol), Biglia (desviado), Zúñiga (atajado), Rojo (desviado), Murillo (desviado), Tevez (gol).

ARBITRO: Roberto García Orozco (México).
ESTADIO: El Sausalito (Viña del Mar).
Cuartos de final. Jugado el 26 de junio.