Diarios de viaje

Una tarde de poesía en la casa de Neruda

Para aquel que viaja a Santiago, una recomendación imprescindible: ir a visitar la casa del premio Nobel en Isla Negra y comer en su restaurante, a orillas del Pacífico, el caldillo de congrio con pisco a la nerudiana.

Por Diego Borinsky ·

26 de junio de 2015
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Santiago, Chile (Enviado especial).
-A ver, a ver, espere que no sé qué tomar…
-¿Anda manejando?
-No, vine en micro.
-Entonces no hay dudas: un pisco sour nerudiano.
-¿Y que trae?
-Poesía.

Se la dejé picando. A todos les dirá lo mismo, seguramente. En ese instante juro que escuché la voz del Bambino Veira: “¡Poesía, nene!”. Pero no. Era el mozo de “El Rincón del Poeta”, el restaurante que está en una de las terrazas de la casa-museo de Pablo Neruda. En realidad, el Premio Nobel chileno tenía tres casas en su país: una en Santiago, otra en Valparaíso y esta tercera, la más importante, la casa en la que vivía mayoritariamente y en la que están su tumba y la de su tercera mujer, Matilde Urrutia, en Isla Negra.

Trucos de la geografía, o de la poesía, Isla Negra no es una isla. Es una localidad bien plantada en el continente, sobre el Pacífico, a 1 hora 40 minutos en micro de Santiago. Se llega muy rápido a la playa desde Santiago, ya había arribado a esa conclusión cuando viajamos a Viña del Mar en ocasión de Argentina-Jamaica en menos de dos horas. Lógico: Chile es un país muy angosto y cualquier día te podés hacer una escapadita a la costa. Una de las poquísimas ventajas que le otorga a Chile su particular geografía, usina de numerosos desastres naturales (terremotos, tsunami, contaminación).

Imagen El rostro del Poeta, con su clásica boina, tallado en piedra, debajo de su casa.
El rostro del Poeta, con su clásica boina, tallado en piedra, debajo de su casa.
Pero volvamos al Rincón del Poeta. El mozo trae la copa de champagne con un líquido color verdoso, a diferencia del pisco sour normal, que es blanco tirando a amarillento. “Se le pone un licor que le da esa tonalidad, porque Neruda escribía con tinta verde”, explica. Como es de esperar, todo remite a Neruda aquí: los individuales de cuero tienen el retrato del Poeta en una esquina, el menú lo refleja en la portada y al abrir el menú, precisamente, uno puede demorarse una media hora entre el tiempo que le lleva elegir el plato y la lectura de diferentes odas, escritas en la carta entre precios y opciones alimenticias. Está la oda al vino, a la cebolla, al caldillo de congrio.

Imagen El menú y los posaplatos, con la cara de Neruda. Y la manta para friolentos.
El menú y los posaplatos, con la cara de Neruda. Y la manta para friolentos.

Imagen En el mentú se mezclan los platos con las poesías.
En el mentú se mezclan los platos con las poesías.
La recomendación es justamente este último plato, el preferido de Neruda: una sopa con el bicho adentro, trozos de papa, tomate, cebolla y algunos camarones, servidos en una cazuela. Una exquisitez. Pero si ya la bebida y la comida deleitan por sus sabores, el marco convierte esta experiencia en una de las que no pueden dejar de vivirse si uno visita Chile: las aguas del Pacífico chocando contra las rocas unos metros más abajo con sus diferentes tonalidades de azul-turquesa-celeste-blanco, la inmensidad del océano más allá, los 20° de temperatura a las 16.30 (atienden hasta las 18 hs. y la cocina funciona en continuado), la mantita turquesa que apoyan en cada silla para los friolentos (con el caldillo y el pisco está para andar en cueros) y al fondo, sobre una pared, “la oda al caldillo de congrio”, escrita por el Poeta, como para que uno paladee el plato con todos los sentidos: gusto, vista, tacto. Lo procesa en la boca y en la mente. Y encima no abusan con la cuenta, como harían en Argentina: 25 dólares, con café y propina incluída
Imagen La oda al caldillo de congrio, en una de las paredes del restaurante.
La oda al caldillo de congrio, en una de las paredes del restaurante.


Imagen El caldillo de congrio, antes de ser atacado.
El caldillo de congrio, antes de ser atacado.
La casa-museo está muy bien cuidada, apenas uno ingresa hay unas sillas para sentarse y ver en un breve documental de 15 minutos vida y obra resumida de Neruda. Luego, se recorre libremente los jardines, las terrazas, la tumba de la pareja (el cuerpo de Neruda fue exhumado recientemente por orden judicial para determinar, 40 años después de su deceso, si se murió de cáncer o por envenenamiento). Y pagando 5.000 chilenos (9 dólares) se puede ingresar a la casa con uno de esos telefonitos que le cuentan en diferentes idiomas los detalles, e ingresar a su dormitorio, al comedor, a la sala de estar. Allí adentro no se permiten sacar fotos. Todos los ambientes, eso sí, poseen  tremendos ventanales con vista al inmenso azul oceánico. Uno piensa: si acá no vienen las musas (con “s”, no con doble “z”), no vienen nunca más. No digo que uno en esa casa puede escribir “20 Poemas de amor y una canción desesperada” pero algún versito tiene que salir sí o sí.

En los alrededores de la casa de Neruda hay una placita con un par de puestos artesanales que parece detenida en el tiempo. Al menos, un día de semana. Es recomendable una caminata hasta la playa, tirarse a dormir un rato al calor del sol y dejarse llevar por los sonidos de la naturaleza (no hay vendedores de barquillos ni de helados). Es probable que te asusten una especies de víboras negras que se acumulan en la orilla y se aprecian cuando está por romper la ola pero a no asustarse: son algas que crecen sobre las rocas (cochayuyo) y que, según la vendedora del gift shop de la casa-museo, son exquisitas en guisos y sobre todo en ensaladas. Esa te la debo: prefiero una mixta con aceto y oliva.
Imagen El video en la sala de ingreso: Neruda y Matilde Urrutia, su última mujer.
El video en la sala de ingreso: Neruda y Matilde Urrutia, su última mujer.


Una caminata de media hora hasta el “Cantalao”, en la cima de uno de los cerros, te permiten apreciar un monumento moderno inaugurado en 2014 que poco tiene que ver con el estilo del lugar y del Poeta pero que te regala una postal única desde lo más alto de este rincón de Chile que no debe dejarse de visitarse en cualquier viaje que incluya unos días en Santiago.

Imagen La algas, que parecen víboras, en la playa cercana a la casa de Neruda.
La algas, que parecen víboras, en la playa cercana a la casa de Neruda.
Si uno pudiera guardarse en el bolsillo estos momentos para ponerlos sobre la mesa en la locura de Buenos Aires sería un golazo que nos regalaría una vida más saludable.