Las Entrevistas de El Gráfico

Carlos Sánchez, Carlitos corazón

Es el jugador más regular de la era Gallardo, uno de los pocos que no tuvieron ningún altibajo. Un caso notable de evolución a los 30 años: de corredor voluntarioso a volante multifunción y goleador.

Por Diego Borinsky ·

04 de junio de 2015
Imagen Carlitos, el excelente volante con llegada que más ha rendido en River Plate.
Carlitos, el excelente volante con llegada que más ha rendido en River Plate.
Lo llamaron aparte para tener una charla cara a cara. No lo hicieron sólo con él, luego irían repitiendo el procedimiento con casi todos sus compañeros. De entrada, nomás, los futbolistas del plantel profesional de River empezaban a conocer la metodología de conducción de Marcelo Gallardo y sus colaboradores. Estilo directo, frontal, sin vueltas. 

Carlos Sánchez venía del exilio mexicano. El Puebla había concluido su participación en el campeonato el 27 de abril tras vencer 3-1 al Morelia con un gol suyo. Puesto final: 16° entre 18 equipos, lejos de la clasificación a la liguilla. Destino anticipado y cantado: Montevideo, mucho mate, relax, cero entrenamiento. El Muñeco asumió un mes después, pero se puso muy rápido al tanto de todo.

Tras las primeras prácticas, lo llamaron aparte. Le mostraron un video.

“Lo recuerdo perfecto –arranca con una media sonrisa Carlitos, con la clasificación a octavos de final de la Libertadores aún fresquita, conseguida ayer–, la primera vez nos habló a mí y a Rodrigo (Mora), nos dijo que él nos había pedido, que contaba con nosotros, que seríamos fundamentales para el sistema que pensaba usar. Y unos días después, me llamó a mí solo a su oficina. Estaban sus ayudantes también. ‘Mirá, nosotros pretendemos que vos seas éste’, me dijeron, y ahí nomás me mostraron un par de imágenes de cuando jugaba en Godoy Cruz y de mis primeros meses en River, corriendo como loco, con gran dinámica”.

Carlos Sánchez se puso contento, se alegró del concepto que tenía sobre él su nuevo entrenador. Se estaba levantando de la silla para irse a entrenar, pero lo frenaron. “Pará, pará Carlos, pará un minuto que ahora te vamos a mostrar lo que no queremos que hagas”, le advirtieron. Y bastaron unas imágenes de no más de un minuto bajadas de YouTube.

Imagen
-¿Qué se veía en esas imágenes?
-Que volvía al trote, que lo hacía sin intensidad. Yo me reía, la verdad que tenían razón. Eso también me lo dijeron de entrada, que querían sacarme de ese ritmo de México.

Valga la aclaración: en el Puebla, Sánchez jugaba de segunda punta y hasta lo hizo de centrodelantero. Iba seguido; volvía muy poco. “Como Riquelme, volvía”, comentó entre amigos uno de los colaboradores de Gallardo, para ser más explícito aún.

Difícil creer que sólo una charla operara la transformación. Después habrá habido trabajo en el campo, concepto, convencimiento y resulta que de un muy buen jugador, dinámico, con proyección, que de golpe sorprendía con una muy buena acción y luego tiraba un centro fácil por detrás del arco, surgió un mediocampista total, capaz de ir por la banda pero también por adentro, de ser volante interior o enganche, de aparecer por izquierda para meter goles en unos cuantos partidos, de pisar el área casi todos los tiros, de convertir de cabeza y hasta de tijera. A tal punto se consumó la transformación que un hombre de 30 años que jamás había sido convocado a la Selección de su país, ni al Sub 17 ni al Sub 20 ni a la Mayor, de golpe recibió el llamado de Tabárez y hoy es una fija para la Copa América. El expediente “Carlos Sánchez” debería exponerse en todos los clubes de fútbol para demostrarles a los jóvenes, y también a los no tanto, que nunca es tarde para aprender. Así, con los mismos dos videos que le mostraron a él, pero de 2012 y 2014, se podría explicar todo. La evolución de la especie.

-¿Te sorprende el nivel que alcanzaste?
-La verdad que sí (se sincera con su habitual transparencia el Pato, tal como lo conocen en Uruguay), no lo esperaba tan de golpe, además lo pude sostener, eso es importante.

-Tuviste una buena primera etapa en River, más allá de algún altibajo, pero con Gallardo sos otro jugador, ¿te das cuenta?
-Sí, sí.

-¿Y a qué atribuís ese clic?
-Haber ido a México, jugar allá de delantero, darme cuenta de lo que había dejado acá y después volver con un poco más de conocimiento, no sé, varias cosas. Tengo más movilidad, llego más al fondo. Gallardo me pide que pise el área cuando tenga la posibilidad. Me sacó de la banda y me corrió al medio, como interior. En el Puebla hasta llegué a jugar de 9 varios partidos, incluso me he cruzado con otros argentinos, Viatri por ejemplo, y me decían en pleno partido: “¿Qué hacés jugando de 9, si vos sos volante?”, ja, ja, ja…

-Bueno, que metas tantos goles tiene que ver con eso…
-Algo sí, me animo a entrar más seguido al área, la pelota me llega en el momento justo, me perfecciono día a día. Me hizo muy bien algo que practicaba seguido en México. Allá, la entrada en calor la hacíamos todos los días con centro y definición. En vez de correr era todo centro y definición, así calentaba, y al final todo ese tipo de juegos me sumó bastante.

-¿Qué sentís que aprendiste con Gallardo?
-A tener más movilidad en libertad. Lo que él transmite día a día es que tengamos libertad de atacar sin preocuparnos tanto por defender, siempre jugar al límite, tratar de ser un equipo corto para presionar enseguida tras la pérdida de la pelota.

-Casi siempre jugás todos los partidos con mucha intensidad y llegás al final con resto…
-Gallardo me remarca eso: que en los primeros tiempos no voy al límite, como que empiezo a calentar la máquina y recién en el segundo, ando con el motor a tope.

-Que aguantes tanto tiene algo que ver con que vivías en la bici de pibe…
-Puede ser, sí, no paraba ni un minuto, iba en bici a todos lados, era mi fiel amiga.

Imagen Corre y corre además de jugar, dueño de un físico privilegiado.
Corre y corre además de jugar, dueño de un físico privilegiado.
Viajar hacia atrás en el tiempo nos permite descubrir la conexión que Carlos Sánchez tenía con River antes de concretarse la unión real y formal a mediados del 2011 (se sumó a las huestes de Almeyda para disputar el Nacional B, aunque tenía la chance de jugar la Sudamericana con Godoy Cruz) y el retorno en junio de 2014. Fueron tres las señales, en realidad, que invitaban a pensar en que el destino de ese muchacho, abandonado por su padre a los 8 años y curtido en picados en los que le mostraban un revólver cuando la pelota se iba al lateral, pelado al ras desde pequeño porque no toleraba las cargadas por su pelo motudo, estaba marcado. 1) De chico, en el barrio, festejaba los goles a lo Matador Salas, apoyando rodilla en tierra y levantando el índice opuesto; 2) a la primera prueba en el Colegio Pío para ingresar al Liverpool, de su país, fue vestido con una camiseta de River; 3) se probó en el River Plate de Uruguay, pero no quedó.
-Es todo cierto, sí, esa camiseta de River con la que fui a la prueba me la había regalado alguno de mis 9 hermanos, no recuerdo bien quién, pero hasta el día de hoy el coordinador del Liverpool me lo sigue recordando. A mí siempre me gustó River y trataba de mirarlo por la tele cuando podía, hinchaba por River. La camiseta no tenía nombre ni número, sí me acuerdo que llevaba la publicidad de Sanyo. Era una camiseta de las truchas, obviamente. En esa prueba éramos 300 y quedamos sólo 2, eran varios partiditos durante toda la tarde; fui constante y tuve mi premio.

-¿Y por qué festejabas como Salas?
-Porque era uno de los jugadores que me gustaban, siempre te fijás en uno que hace cosas distintas, y yo trataba de imitarlo. Jugaba en el campito y me arrodillaba cada vez que metía el gol.

-¿A Francescoli lo conocías?
-¿Sabés que pasó algo muy curioso con el Enzo, no? Al poquito tiempo de firmar con River, estaba un día parado en la puerta del departamento donde vivía, por Callao y Las Heras, y de golpe siento que me tocan bocina. Miro y era el Enzo. Hizo como que iba a bajar, pero era un lío de tránsito y no pudo. Me pareció raro que el Enzo me toque la bocina a mí, tenía que ser al revés. Y ahora lo veo seguido, viene a las cenas de la concentración, comparte charlas en el vestuario con nosotros. “Cualquier cosa que precises, no dudes en llamarme”, me dijo la primera vez. Es un lujo tenerlo.

Imagen "Gallardo me mostró dos videos. Uno, para que viera cómo querían que jugara. En el otro, volvía caminando".
"Gallardo me mostró dos videos. Uno, para que viera cómo querían que jugara. En el otro, volvía caminando".
-¿Cuando te tuviste que ir a México pensaste que ibas a volver algún día a River?
-Sentía que era brava. Ramón me preguntaba cuál era mi situación, si me iba a ir o a quedar, yo le decía que mi intención era quedarme a pelearla aunque trajeran 10 refuerzos, pero iban a venir Teo y Fabbro y yo sentía que me estaban empujando para que saliera. Precisaban liberar el cupo de extranjeros y el más indicado era yo. De golpe, los dirigentes vinieron a pedirme que hiciera los trámites de la ciudadanía, a las apuradas, y no me parecía bien, porque no me iba a salir. No me decían de frente “queremos que te vayas”, pero me daba cuenta porque me buscaban equipo. Llegaban ofertas, y eso pasa porque se corre la bola de que estás disponible. Me llamó Palermo para que fuera a Godoy Cruz y, con todo respeto y sin desmerecer, para mí era dar un paso atrás. Hasta que River me consiguió el Puebla, y me terminé yendo. A Puebla no lo busqué yo, me lo consiguió River.

-¿Y ahí pensaste: acá no vuelvo más?
-Sí, por un momento pensé que no volvía más, era obvio que con Ramón no iba a ser tenido en cuenta. Y más cuando salió campeón, pero bueno, la vida me dio esta oportunidad. La verdad que River se extraña mucho cuando estás afuera. Entrar al Monumental y ver el estadio lleno, estar siempre rodeado de gente en los entrenamientos, con tantos periodistas, en México eran 3 o 4 como mucho. Estando afuera, tomás dimensión de lo que es River, esa es la realidad.

Carlos “Pato” Sánchez. Es él, aunque parezca otro jugador. De grande también se puede aprender.

Por Diego Borinsky / Fotos: Emiliano Lasalvia. Ilustración: Gonza Rodríguez

Nota publicada en la edición de mayo de 2015 de El Gráfico