Análisis

Crónica de un derrumbe: el proyecto Almirón

En enero el entrenador de Independiente sentó las bases para el 2015. Varios de los refuerzos decepcionaron, su impronta se fue borrando, su capitán se descarriló y los resultados nunca aparecieron. 5 meses después, presentó la renuncia.

Por Redacción EG ·

27 de mayo de 2015
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“La gente va a decir por fin se fue este negro de mierda”, dijo Jorge Almirón el día que renunció. Su salida tiene mucho que ver con una cuestión de piel, aunque no precisamente por la tez morena. En diciembre último sumó 33 puntos y tuvo chances de salir campeón hasta la antepenúltima fecha, pero no fue suficiente para contar con el apoyo de la mayoría de los hinchas. Por momentos, tanta saña hacia una cara nueva en el rocambolesco mundo de Independiente parecía no tener sentido. El traumático año en el ascenso, el título de Racing después de tanto tiempo y la participación de los demás grandes en la Libertadores, fagocitaron un clima que a priori debía ser estable.

Entre los dirigentes se ganó la confianza y el derecho a armar el equipo que quisiera. La primera decisión fue marginar a Montenegro. Había sido titular en 18 de los 19 partidos, pero a Almirón no lo convencía. Frente a los medios se jactaba de una buena relación y cuando tuvo la primera chance de sacárselo de encima, lo hizo. En el torneo de verano, los cantos pidiendo al ídolo fueron un reclamo directo al DT. El reemplazante como capitán fue Mancuello y como jugador… ninguno. Almirón creyó que el volante zurdo sin el 23 se potenciaría adentro y afuera de la cancha, aunque no anotó que con el Rolfi se fueron cuatro asistencias de los diez goles de Mancu.  

Imagen Después de su buena experiencia en Godoy Cruz y el primer semestre en Independiente, Almirón arrancó torcido el 2015.
Después de su buena experiencia en Godoy Cruz y el primer semestre en Independiente, Almirón arrancó torcido el 2015.
La apuesta fuerte recayó en los refuerzos. De ellos se esperaba que dieran el salto de calidad que en las últimas fechas del Transición había faltado. Moyano rompió el chanchito, invirtió 90 millones de pesos y los presentó al público frente a los títulos internacionales ganados y un doble mensaje: “Yo no juego la Copa, pero mirá todas las que tengo” al mundo futbolero y “entiendan dónde están”, a los refuerzos. Muchos de ellos, todavía no se dieron cuenta.

Se trataba de Toledo, Tagliafico, Torito Rodríguez, Papa, Victorino, Albertengo, Valencia, Aquino y Graciani. Casi un equipo entero para reforzar a otro que ya sin ellos había terminado arriba. Además, a diferencia de los restantes grandes, el torneo local sería el único objetivo. Las expectativas no podían ser mejores. Arrancó ganando en cancha de Newell´s, donde históricamente al Rojo se le complica. Jugó de contraataque, fue un equipo rápido y tácticamente aplastó al Tolo Gallego que sólo sacó la cabeza durante unos minutos por las individualidades.

Las buenas noticias fueron un breve paréntesis cada vez que aparecieron. Independiente volvió a ganar en la fecha tres, en la sexta y nunca más. De enero a mayo, casi todas fueron pálidas. Un solo triunfo como local en el contexto de un público urgido de resultados y de que Almirón diera garantías. Ante los micrófonos nunca fue muy ducho y se quiso defender aduciendo una habitual superioridad de su equipo en el desarrollo de los partidos. Después de siete sin ganar y apenas 16 puntos en 13 fechas, el relato se vino abajo.

La Copa Argentina debió actuar como una bomba de achique y terminó con efecto contrario. Pasó vergüenza ante Alianza de Coronel Moldes, lo empató sobre la hora y lo ganó por penales de casualidad. Aquino, Valencia y Graciani dieron lástima en la cancha y nunca más volvieron a jugar. Eran tres de los nueve refuerzos. Si las críticas al entrenador existieron cuando sacó 33 puntos, la pésima cosecha siguiente agravó el panorama.

Imagen Su relación con Montenegro nunca fue buena, aunque juntos consiguieron buenos resultados.
Su relación con Montenegro nunca fue buena, aunque juntos consiguieron buenos resultados.
Boca y Racing fueron el último plazo. En el medio, el clan Moyano, cansado de que le critiquen a su entrenador, ofreció renovarle el contrato. Con un pragmatismo sindicalista, tres semanas después le pidieron la renuncia. Aquella vez Almirón fue cauto, rechazó la propuesta y entendió que su futuro estaba supeditado a los resultados siguientes. Así fue. Empató ante el Xeneize y perdió contra el eterno rival como hacía mucho no padecía. A esa altura se había desdibujado el ADN y ya no quedaba nada del cambio de ritmo, la salida clara y el vértigo en tres cuartos de mitad de cancha. Pisano no gravitaba, los chicos de las Inferiores sumaban lío a la creación y Albertengo participaba poco.  

Los minutos finales contra Racing fueron una metáfora de ciclo cumplido. Sin varios de los refuerzos en cancha; con el capitán Mancuello expulsado por segunda vez consecutiva sobrepasado de impotencia; y nueve camisetas rojas más cerca de recibir el segundo gol que de empatarlo. Los rivales le ganaban la primera pelota, los rebotes, en velocidad y sobre todo, en actitud. Y no era cualquier rival.  

Almirón renunció para proteger a los mismos jugadores que no le respondieron en la cancha. De su paso se recordará que peleó un campeonato proveniente de la B Nacional y que alcanzó un muy buen nivel en algunos partidos  como contra Tigre, Rosario Central y Lanús. Los números también lo avalan: de los 16 entrenadores que tuvo Independiente en los últimos 10 años, es el tercero en mayor efectividad de puntos (50,5%). El problema fue que cuando tuvo que construir el segundo piso, se quedó sin ideas y aún menos apoyo. No supo cómo seguir y se terminó derrumbando.     

Por Pedro Molina