Análisis

River sale de copas

Después de conquistar la Sudamericana y la Recopa tras un vacío de 17 años, el Muñeco puso la mira en la Libertadores para saldar la vieja deuda y convertir a su equipo en especialista en el ámbito internacional.

Por Diego Borinsky ·

07 de abril de 2015
Imagen

"El principal objetivo va a ser la Copa”.

Marcelo Gallardo no es adicto al lugar común. Ya lo insinuaba con sus declaraciones en tiempos de pantalones cortos y ahora lo corrobora como conductor de grupo. Les canta en la cara a sus dirigidos las buenas y las malas, sin vueltas, y también se muestra transparente en sus contactos con la prensa. Aunque seguramente se guardará cosas (tampoco la pavada), suele decir lo que piensa. Es claro y conciso. Aún cuando le toca ser crítico con su propio equipo. A lo Bielsa, uno de los técnicos que más influyeron en su vocación como entrenador.

Así de franco, con el testimonio que encabeza esta nota, se mostró el 27 de enero, tras perder el primer superclásico del verano. La mayoría de los técnicos de equipos grandes le escapa al encasillamiento. “Vamos a pelear en todos los frentes, no podemos dejar nada de lado”, suele ser el latiguillo común, y un modo de protegerse, también, de futuras eliminaciones. El Muñeco, en cambio, no gambeteó, aclarando de todos modos que buscarán ser competitivos en todos los frentes. Pero el objetivo es la Copa Libertadores. Como lo fue la Sudamericana en el 2014.

Es una apuesta valiente, con riesgos, porque una mala noche te manda a casa, a diferencia del torneo local. Gallardo lo sabe y jugó a lo grande en el semestre pasado. Podría haber optado por la fácil, cuidando su quintita, como hizo el Tolo Gallego en el año 2000: darle prioridad a la competencia doméstica y, si se puede ganar la Copa, bien; pero si no, al menos me quedo con el trofeo más lógico. Gallardo puso un equipo alternativo contra Racing, le dio al escolta la chance de superarlo en la tabla, y una eliminación ante Boca lo hubiera dejado con las manos vacías. El destino, a veces, premia el coraje. Hoy, bajo su conducción, River ha conseguido ganar en 8 meses más de un tercio de las Copas internacionales que poseía (tenía 5, sumó 2), logró ubicarse 3° en el rubro entre los equipos argentinos (un puesto más acorde a su prestigio) y redobla la apuesta. Después de muchos años, River Plate ha decidido de verdad poner la mira en los éxitos fuera del país. Como lo hizo en el 86, cuando levantó la primera Libertadores de su historia dejando el torneo doméstico a un lado, y como repitió en el 96, porque había arrancado muy mal el Clausura.

Imagen
No la tendrá nada sencilla. Por empezar, compite contra 3 de los otros 4 grandes de Argentina. Y grandes muy reforzados. Mucho más que River. Desde Racing y San Lorenzo, que se dieron el lujo de comprar en el exterior, hasta el propio Boca, cuyo presidente juega todas sus fichas a ganar algo en año eleccionario: son los 8 refuerzos de este 2015 que se suman a los 10 del 2014 y a los 8 del 2013. Y no cualquier refuerzo, sino cotizados: Gago, Cata Díaz, Burrito Martínez, Forlín, Perotti, Carrizo, Chávez, Peruzzi, Lodeiro, Monzón y Osvaldo, entre otros.

Lo de River es más austero. Un poco porque el presidente D’Onofrio había plantado bandera con su declaración de principios (“Un técnico no me va a hacer traer 7 refuerzos” y “deben venir 2 o 3 de calidad que mejoren lo que hay”) y otro porque 12 años de muy malas administraciones (8 de Aguilar + 4 de Passarella), para establecer un punto de partida con un rótulo suave, no salen gratis. River no sólo se fue a la B en el ámbito deportivo; en el económico llegó a jugar en la D. Por eso, con la nueva gestión ha adquirido de a dos futbolistas por mercado de pases: Cavenaghi y Uribarri (enero 2014), Pisculichi y Chiarini (junio 2014) y Pity Martínez y Mayada, más una incógnita como Aimar, ahora. Y está bien. Aunque dé un poquito de envidia observar la amplitud y variedad de plantel que dispone el rival eterno. Lo más fácil y demagógico hubiera sido comprar de a montones; lo que correspondía para iniciar la reconstrucción de un club que está volviendo a ser serio es lo que decidió el tándem D’Onofrio-Francescoli.

De todos modos, este River ofrece un recambio superior al muy escueto plantel del semestre pasado, al que le faltaron 2 o 3 hombres más para poder llevarse todo. Gallardo debió darles demasiadas horas de cancha a pibes a los que en condiciones normales hubiera llevado más lentamente (Boyé, Driussi, Martínez). Para el DT fue muy importante que no le vendieran a ninguno de sus futbolistas y hoy, cuando mira al banco de suplentes, sabe que cuenta con variantes de nivel que pueden cambiar el curso de un partido. Están Pity Martínez, Camilo Mayada, Fernando Cavenaghi (casi no jugó el semestre pasado), Leo Ponzio (con Kranevitter, el titular, recuperado), Balanta (superadas sus nanas post Mundial), Emanuel Mammana, más el renovado Simeone, quien pedirá pista con el ánimo potenciado por sus goles en el Sub 20. No le sobra por todos lados como a Boca, pero hoy sí tiene alternativas para modificar el rumbo de un partido.

La historia demuestra que para ganar la Copa no alcanza con deslumbrar en ataque. La fortaleza defensiva y la solidez, en líneas generales, constituyen un atributo básico de todo campeón. El River del 86 se sostenía en el triángulo Ruggeri-Gutiérrez-Gallego, que aniquilaba cualquier intento rival. Este River de Gallardo es muy fuerte defensivamente y tiene un poderío aéreo como ningún otro en tiempos recientes. Lo demostró en la Sudamericana, cuando fue perdiendo el brillo de los meses iniciales para transformarse en un conjunto áspero, intenso, convencido y férreo antes que lujoso. Un equipo temible en pelota parada. El talón de Aquiles histórico hoy se ha convertido en una de sus armas determinantes.

Bien, uno de los males que aquejan a los campeones es el del relajamiento. Gallardo la tiene muy clara en ese sentido. Alguna vez contó entre amigos que en River lo dirigió un DT que antes había sido compañero y que se sentía uno más del grupo. Que se tiraba en la camilla de kinesiología como si aún no se hubiera quitado los cortos. Y los resultados se fueron al demonio. “Si el líder no se relaja, el equipo no se relaja”, suele repetir el Muñeco, y está convencido de que es un principio básico que no se negocia.

River arrancó con altibajos el 2015. Sufrió un sopapo sonoro en el verano ante Boca que encendió algunas alarmas y mostró un nivel desparejo en los cruces con San Lorenzo y en el inicio del campeonato doméstico. Pero consiguió llevar por primera vez a sus vitrinas la Recopa, un trofeo que se había escapado en dos ocasiones tras caer con Cruzeiro en 1999 y con Vélez en 1997 (en esta última, en Japón, el Muñeco había errado un penal en la definición luego de que milagrosamente Burgos se lo atajara a Chilavert), y ese es un logro en sí mismo. Pero, lamentablemente para Gallardo y el plantel, deberán convivir con el recuerdo de aquellas fabulosas exhibiciones del semestre pasado. Y escribimos “lamentablemente” porque fue tan perfecto e inesperado lo que produjeron que tanto periodistas como hinchas sabrán que si alguna vez se alcanzó ese funcionamiento, ¿por qué no otra? Cualquier baja de tensión conducirá a preguntarse ¿qué le pasa a River? Es injusto, pero es. Contra esa sombra de sí mismo deberá lidiar River.

Desde que se creó la Libertadores en 1960, River no había estado más de 10 años sin disputar la final: en 1966 y 1976 las perdió; en 1986 y 1996 las ganó. Desde entonces, se quebró la marca y el club se acerca a los 20 años sin pisar la cita máxima (ya sabemos en qué terminó todo). Pero un dato curioso es que desde aquella última final del 96, en la que Gallardo disputó 12 y 3 minutos (en Cali y Buenos Aires respectivamente), sólo en 3 oportunidades River alcanzó la semifinal. Fue en las ediciones de 1999, 2004 y 2005, en las que fue eliminado por Palmeiras, Boca y San Pablo. En las 3 estuvo Gallardo liderando su equipo desde adentro. Es copero el Muñeco, el hombre con más títulos internacionales en la historia de River, y al que no le gusta dormirse en los laureles.

 

Por Diego Borinsky

Nota publicada en la edición de marzo de 2015 de El Gráfico