¡Habla memoria!

Perfil de Pipo Rossi, el patrón de América

Visión de juego y voz de mando para una gloria de River. Brilló en Millonarios tras el éxodo de 1948 y se retiró en Huracán. Fue campeón de América con Argentina y jugó el Mundial de Suecia.

Por Redacción EG ·

05 de marzo de 2015
“Viejo, venite ya para la cancha de Racing. Vas a ver a un fenómeno que va a jugar de centrojás”. El padre, al otro lado del teléfono, no necesitó más indicios. Conocía la perspicacia de su hijo, que iba a debutar esa misma tarde contra la Academia. Ese fenómeno, que ingresó a último momento por la lesión de Manuel Giúdice, era Néstor Raúl Rossi. River ganó 2-0 por la décima jornada del Campeonato de 1945, y Pipo empezó a forjar su leyenda, rica en fútbol y en ocurrencias coloridas.

Imagen Caudillo como pocos. En River jugó en dos etapas y ganó cinco títulos locales.
Caudillo como pocos. En River jugó en dos etapas y ganó cinco títulos locales.
Nacido en Parque Patricios en 1925, se inició en Acassuso, pasó por Platense y a los 16 años llegó a  River luego de una transacción digna de un cuento de Roberto Fontanarrosa. Cuando decidió abandonar las inferiores del Calamar, Boca tenía casi asegurada su contratación, pero en el medio apareció el maestro Carlos Peucelle, encargado de las juveniles millonarias, y lo llevó durante un par de días a su quinta de Adrogué. El “secuestro” terminó unas horas antes del cierre del libro de pases, cuando Rossi, con edad de Quinta División, fue inscripto en River, que pagó por su pase 5000 pesos. 

“Fuerza, temperamento, manejo, habilidad, presencia, transmisión, influencia. Todo lo tuvo Pipo. Es lo permanente. Lo que no tiene discusión. La suma de todos los atributos. De todos los matices. Y una fidelidad incorruptible a la pelota bien jugada. Y un insulto al tipo que le pega para arriba, al que la saca largo y lejos, al que no la hace rodar contra el piso”. Así lo definió El Gráfico en 1965, en una nota que se titulaba Ahora le llaman N° 5, antes le decían Pipo. Rossi tuvo todo eso y más, porque fue un gigante en una época de gigantes, un centrojás o volante central de la vieja escuela que con su visión panorámica se adelantaba a la jugada y sacaba rédito de su buena pegada. 

Arquitecto del juego de su equipo, cerebro de la creación ofensiva y del soporte defensivo, fue también, con su carácter indomable y su vozarrón inconfundible, un líder imprescindible durante los años de oro del fútbol argentino. En su primera etapa riverplatense fue protagonista de los últimos coletazos de La Máquina y uno de los grandes ideólogos del equipo que la sucedió, el de Alfredo Di Stéfano, Enrique Omar Sívori y Eliseo Prado que fue apodado La Maquinita. Además, acumuló dos títulos: el Campeonato de Primera División de 1945 y el de 1947.

Imagen Como entrenador dirigiendo a Racing y enfrentando al River de Labruna y Amadeo Carrizo en el estadio Monumental. Había sido compañero de ambos.
Como entrenador dirigiendo a Racing y enfrentando al River de Labruna y Amadeo Carrizo en el estadio Monumental. Había sido compañero de ambos.
En 1947 debutó en la Selección Argentina, en el Sudamericano disputado en Guayaquil. El equipo nacional estaba compuesto, entre otros, por José Manuel Moreno, René Pontoni, Norberto Tucho Méndez y Félix Loustau. Y fue campeón invicto con un promedio de cuatro goles por partido. Rossi viajó a Ecuador como suplente de Angel Perucca, pero terminó jugando como titular. 

En 1948, en el fútbol argentino estalló un conflicto que se venía gestando desde la Década Infame, cuando un pronunciamiento de los jugadores había logrado que se legalizara el profesionalismo. En busca de redistribuir más equitativamente los ingresos de los clubes y de que el Ministerio de Trabajo reconociera la personería gremial de Futbolistas Argentinos Agremiados, las figuras más representativas de cada equipo firmaron una solicitada convocando a una huelga. Rossi fue uno de los impulsores de la medida y las últimas cinco fechas del Campeonato de 1948 los clubes debieron afrontarlas con juveniles. Aquel fue el primer paro general que un sindicato le hizo al gobierno peronista y este, poco abierto a los contrapuntos, decidió responder con dureza cuando el desarrollo del certamen de 1949 se estaba dilatando. En mayo de ese año, Juan Domingo Perón firmó un decreto que fijaba en irrisorios 1500 pesos el tope salarial de los futbolistas. Ese fue el golpe de gracia para las negociaciones y el pistoletazo de salida para el éxodo, el nombre que se le dio a la fuga masiva de talentos. Paradójicamente, el mismo peronismo que enarboló como una de sus banderas políticas el fomento de la actividad deportiva generó la peor sangría de la historia del fútbol argentino y abrió una sombría etapa de aislamiento internacional. 

Colombia fue el destino elegido por la mayoría de los futbolistas exiliados. Allí les ofrecían una estadía de lujo, un suculento pago en dólares y la evasión de todos los trámites administrativos que intentaría anteponer la AFA. El campeonato colombiano era considerado una liga pirata, porque no estaba afiliado a la FIFA y no pagaba por los pases de los jugadores que recibía. 

No obstante, Colombia se había convertido en El Dorado. En 1949, más de la mitad de los extranjeros que habían llegado eran argentinos. Uno de ellos era Rossi, que arribó a Millonarios de la mano de Adolfo Pedernera y junto con Julio Cozzi, Antonio Báez, Alfredo Di Stéfano y Hugo Reyes. El equipo de Bogotá obtuvo el título nacional de esa temporada y repitió la hazaña en 1951, 1952 y 1953, año en el que también ganó la Copa local y la “Pequeña Copa del Mundo de Clubes”, un certamen organizado por un grupo de empresarios venezolanos al que se accedía por invitación. Para entonces, Millonarios ya había trascendido como el Ballet Azul y sus figuras eran reconocidas a nivel mundial y convocadas para disputar giras europeas.  

Imagen Pipo les regala sus botines a unos muchachos durante el Sudamericano de Lima que ganó Argentina con el recordado equipo de los Carasucias.
Pipo les regala sus botines a unos muchachos durante el Sudamericano de Lima que ganó Argentina con el recordado equipo de los Carasucias.
Fue durante aquellos años que Pipo moldeó su carácter y se convirtió definitivamente en un líder, en un gritón con el apodo bien ganado. Sin embargo, una vez no tuvo otra oportunidad que callarse. Fue en un partido contra el América de Cali, en el que el árbitro pitó un penal inexistente. “¿¡Qué falta cobrás!? ¡Si ni siquiera lo tocó!”, se le fue al humo Pipo, haciendo gala de esa costumbre que tenía de atropellar con el pecho. El juez, visiblemente nervioso, tomó distancia y sacó de la media una sevillana. “Fue penal”, le dijo a Rossi, que no podía creer lo que estaba pasando. “Fue penal”, repitió el argentino y regresó, en silencio, al círculo central. Esa clase de historias también podían encontrarse en ese fútbol colombiano rodeado de mitos y apuestas clandestinas, que tenía en el ideario popular al narcotráfico como ilegítimo mecenas de aquellos artistas de la pelota. 

En 1955 Rossi volvió a la Argentina. La AFA, que había suspendido a los futbolistas del éxodo, levantó la proscripción luego de que Colombia se afiliara a la FIFA y aceptara devolver a todos los jugadores a sus clubes de origen. 

Su vuelta a River fue en un momento inmejorable. El equipo que tenía como figuras a Santiago Vernazza, Federico Vairo y Enrique Omar Sívori logró el tricampeonato entre 1955 y 1957. Fue durante aquellos años que el Millonario se consagró como un semillero formador de talentos y fue justamente con el dinero obtenido de la venta de Sívori a la Juventus que pudo terminar la cuarta tribuna del Monumental, que hasta entonces, por su forma, era conocido como La Herradura. 

Imagen En Millonarios de Colombia, el mítico equipo que integró junto a Di Stéfano, Pedernera, Cozzi y Báez, tras la huelga y el éxodo de 1948.
En Millonarios de Colombia, el mítico equipo que integró junto a Di Stéfano, Pedernera, Cozzi y Báez, tras la huelga y el éxodo de 1948.
Sívori fue, también, uno de los mejores amigos que Rossi encontró en su paso por el fútbol, aunque no por ello se salvó de los habituales reproches de Pipo. En un partido contra Brasil, en el que el Cabezón perdió la marca, el volante le gritó: “¡Correlo al negro!”. Sívori, confundido, respondió: “¿A cuál? Son todos negros”. El remate fue esclarecedor: “Entonces correlos a todos, boludo”. 

En el Sudamericano de Lima de 1957, la Selección dejó uno de los mejores recuerdos de su historia. Guillermo Stábile armó un equipo equilibrado, con una defensa experimentada compuesta por Pedro Dellacha y Federico Vairo y una delantera joven y explosiva que salía de memoria: Corbatta, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz. Atajaba Rogelio Domínguez, figura de Racing, y la manija del equipo la tenía Pipo, que además era el capitán. Argentina goleó a Colombia, Ecuador, Uruguay y Chile y se consagró con un 3-0 a Brasil. El quinteto ofensivo quedó inmortalizado como Los Carasucias, y el Gritón pasó a ser el Gritón de América. 

Al año siguiente, la Selección clasificó al Mundial, pero el equipo llegó diezmado. Sívori, Maschio y Angelillo habían sido vendidos a Italia y como en aquella época sólo eran citados jugadores que actuaran en el país, Stábile armó un plantel de edad avanzada que se alejó del estilo de Lima y no encontró respuestas en un mundo que desconocía. Apenas superó a Irlanda del Norte, y perdió 3-1 con Alemania y 6-1 con Checoslovaquia. Ese desastre de Suecia marcó un antes y un después en Argentina. 

“Al Mundial fuimos con una venda en los ojos, pensando que éramos los mejores. No sabíamos nada del fútbol europeo y no estábamos preparados para jugar tres partidos en una semana. Encima, yo fui con lumbago y jugué con un alambre de cobre alrededor de la cintura. Me infiltraban todos los días porque no me podía parar del dolor”, recordó Pipo un tiempo más tarde. También, a pesar del mal trago, se trajo una de sus anécdotas: “En el primer partido los alemanes nos estaban pasando por encima y era tal mi impotencia que empecé a gritarles a los defensores que les pegaran, que los tiraran al piso, así en el suelo por lo menos iba a poder verles la cara”. 

Suecia marcó la despedida de la Selección de Pipo, que ese año también dejó River y pasó a Huracán. Con el lumbago a cuestas, jugó dos temporadas más y se retiró en 1961, cuando ya era también el entrenador del equipo.  

Imagen Con Sanfilippo en el vestuario de Suecia, en 1958, luego de la victoria ante Irlanda del Norte, uno de los pocos momentos divertidos de aquel Mundial.
Con Sanfilippo en el vestuario de Suecia, en 1958, luego de la victoria ante Irlanda del Norte, uno de los pocos momentos divertidos de aquel Mundial.
Como técnico, su carrera fue menos fructífera pero dirigió, entre otros, a River, Racing, Ferro, el Elche español y Boca. Curiosamente, con el Xeneize conquistó su único título como entrenador, en el Campeonato de 1965. Lo hizo en reemplazo de Adolfo Pedernera, que se recuperaba de un grave accidente automovilístico, y secundado por Aristóbulo Deambrossi, otra gloria del riñón riverplatense. También condujo durante un breve período a la Selección Argentina.

Fuera de la cancha su vida no fue tan risueña. En 1957, en la antesala de un Superclásico, su hermano Omar Guillermo, que también jugaba en  River, murió de un linfoma. Tuvo cuatro hijos, de los cuales dos fallecieron prematuramente. Todo eso fue minando la memoria de Pipo, que fue diagnosticado con Alzheimer en 1991, enfermedad que lo acompañó hasta su muerte, el 13 de junio de 2007, a los 82 años. 

Referencia obligada en una época de oro y eslabón perdido entre generaciones brillantes, Rossi contribuyó, con su talento, a la historia grande del fútbol argentino. Usina permanente de anécdotas imperdibles, con una implacable velocidad para la respuesta certera y ocurrente, jugó como pocos y entendió el juego como ninguno. Pipo, el Narigón, el Gritón, el Patón. Incontables son los apodos que le endilgaron durante su carrera al que por mucho tiempo fue, indiscutidamente, el Patrón de América.

Por Matías Rodríguez. Fotos: Archivo El Gráfico

Nota publicada en la edición de febrero de 2015 de El Gráfico