Las Entrevistas de El Gráfico

Fabricio Fuentes, en primera persona

El cordobés se inició en Newell`s, pero también jugó en Quilmes, Vélez, México y Europa. Algunas de sus anécdotas más jugosas..

Por Diego Borinsky ·

16 de noviembre de 2014
    Nota publicada en la edición de noviembre de 2014 de El Gráfico

Imagen FABRICIO, hoy, en su casa, con 38 años. Se retiró hace 3, se instaló en Buenos Aires y aspira a comenzar su carrera como DT de inferiores.
FABRICIO, hoy, en su casa, con 38 años. Se retiró hace 3, se instaló en Buenos Aires y aspira a comenzar su carrera como DT de inferiores.
Aunque siempre tuve claro que quería ser entrenador, es muy difícil retirarse y arrancar una nueva etapa. Los primeros 6 meses son hermosos: descansás, terminás con la rutina de la concentración, empezás a disfrutar los fines de semana, hacés unos viajes con la familia, todo bárbaro. Después de esos 6 meses, caés a tierra y te planteás: “¿Y ahora qué hago?”. Si bien tengo mi actividad agropecuaria para llevar adelante mi familia, eso no me llena ni un poco, no es lo que a uno le gusta. Además, eso te lleva un rato, enseguida te empieza a sobrar el tiempo por todos lados. Se dan momentos de preocupación, de bajón, de vacío sobre todo.

No sé dónde se vio al mejor Fuentes. Tuve altos y bajos, el jugador no mantiene picos altos mucho tiempo seguido. Lo bueno es que siempre tuve la chance de volver a los equipos donde había jugado para tener una segunda oportunidad: Newell’s, Vélez y Atlas. Y si se dio así, fue porque había tenido un paso más o menos bueno.

Llegué al Villarreal que venía de perder la semifinal de la Champions con el Arsenal y me quedé 3 años y medio. Tuve la gran suerte de jugar la Champions y de compartir equipo con grandes futbolistas como Riquelme, Forlán, Cazorla, Pires, Nihat, Capdevila, Dieguito López, Marcos Senna. Mantengo contacto con varios por WhatsApp para ver cómo sigue la vida. Con Pellegrini no hablo seguido porque no me gusta molestar, pero no tengo dudas de que si lo llamara, me atendería, porque es una de las personas más educadas que conocí en el fútbol. Tiene un trato muy frontal, una persona preparada, con un timing excepcional para manejar el grupo.

Tengo un solo partido en la Selección, un amistoso dirigido por Pekerman, contra México (1-1). Jugué bien pero tuve la mala suerte de meterme un gol en contra. Fue un centro atrás, estaba en la línea con un delantero en mi espalda, el arquero no pudo agarrarla, me sorprendió y me la llevé puesta. Un partido en la Selección, un gol en contra; ojo, es un récord difícil de igualar, ¡eh!

Mi mujer estaba embarazada de nuestra primera hija y empezó a tener dolores de parto un jueves. El domingo se jugaba el clásico rosarino, el viernes tenía que concentrar, y como yo era el subcapitán, vino el presidente y me dijo: “Tenés que jugarlo”. No me dio chance. En la concentración iba hablando con Giselle a cada rato. Estaba muy angustiado, era una situación brava. El domingo la llamé desde el vestuario. “Fabricio, estoy que exploto”, me dijo. Así salí a la cancha. El partido lo íbamos perdiendo 1-0 en cancha de Central, teníamos un hombre menos y metí el empate faltando cinco minutos y estiramos la racha de no sé cuántos años sin perder ahí. Lo festejé a lo Bebeto, acunando a mi hija, suponía que había nacido. Llamé desde el vestuario y mi mujer me dijo que estaba a punto de entrar a la sala de parto, así que me sacaron en patrullero medio escondido, como un preso, yendo a contramano, en medio de los incidentes que siempre se arman en el Gigante. Llegué al sanatorio, me cambié y entré a la sala de parto justo para ver el nacimiento de Abril. Mi mujer me había aguantado heroicamente, con unos dolores terribles. Al otro día, todos los medios me hicieron la nota en el sanatorio. Fue de película.

Imagen EL GOL a Central, en el clásico rosarino, con su primera hija a punto de nacer.
EL GOL a Central, en el clásico rosarino, con su primera hija a punto de nacer.
Me rompí los ligamentos en España, quedé dolorido de la rodilla y, al correr mal, empecé a apoyar mal, a renguear, y se fueron perjudicando diferentes partes musculares y ligamentosas, entonces se me empezó a hinchar el talón de Aquiles. Me costaba horrores llegar al día a día. Fui perdiendo salto, giro, velocidad, sentía un dolor muy profundo. Es muy feo entrar a una cancha disminuido físicamente, entrenarse disminuido. La aguanté tres años y medio hasta que dije basta.

En 2011, con 34 años, estuve a punto de firmar con All Boys tras mi segundo paso por Newell’s, pero no me sentía a la altura de la expectativa. No me daba la cara para ir y cobrar. Y como siempre pensé en dejar el fútbol antes de que el fútbol me dejara a mí, como se dice habitualmente, preferí ser honesto conmigo mismo y sobre todo con la gente del club que me iba a contratar. Podría haber tirado un año más, pero no me parecía correcto y me retiré. Mentalmente me hubiese encantado seguir, pero creo que hice bien, porque no engañé a nadie ni me presté a estirar algo que no es bueno estirar.

De todos los entrenadores uno saca cosas positivas pero aquel que sabe manejar bien el grupo hace una diferencia. Con Pellegrini aprendí que se debe trabajar seriamente, siendo sencillo, dándole al jugador todos los argumentos que necesita, pero, principalmente, buscando el bienestar de 30 personas que piensan distinto cada una de la otra. Manuel lo conseguía con simpleza y claridad. Es conciso, está en todos los detalles y va de frente cuando toma una decisión. Parece distante, pero cuando lo tratás, te das cuenta de que no. He conocido pocas personas que te agradecen cuando hacés bien un trabajo en una práctica. “Gracias por la intensidad, estas cosas contagian, le hacen bien al grupo”, me dijo más de una vez. Y no sólo a mí. Me marcó mucho Manuel, adentro y afuera de la cancha, y no por casualidad, lo confirmó con una trayectoria espectacular.

Imagen PRODUCCION ESPECIAL en Vélez, donde fue campeón en el Clausura 2005.
PRODUCCION ESPECIAL en Vélez, donde fue campeón en el Clausura 2005.
El mexicano Daniel Guzmán, en Atlas, fue otro entrenador que me enseñó a ver el fútbol de otra manera. El plantel acostumbraba tener un día exclusivo por mes fuera del club para relacionarse. Se armaba una comida, y hablabas con el entrenador, con el profe, con el utilero, te vas enterando de cosas de la vida. Valoré mucho esa parte, una manera diferente de llevar al grupo. Siempre creí en la fuerza y en la voluntad de los grupos. Y lo noté cuando me tocó ser capitán, porque era el encargado de llevar adelante esa palabra “grupo” con todas las letras. No es fácil, pero casualmente donde logramos algo importante siempre estuvo por delante el grupo. Como capitán me agarraba de los 2 o 3 más grandes, del jovencito al que veía con responsabilidad y que me contagiaba a los más de abajo, pero raramente un entrenador se sumaba a esa, por eso remarco a Pellegrini y a Guzmán, que sí lo hacían. También podés salir campeón con el grupo dividido, de hecho ha pasado, pero son excepciones.

No es lo mismo ser jugador que entrenador. Son campos diferentes. Por más que hayas jugado aquí o allá, por más que creas que sabés un montón, para ser entrenador necesitás tiempo de aprendizaje, ensayo y error. Por eso, lo ideal para mí es empezar como entrenador de inferiores, como uno lo hizo en el fútbol, escalón por escalón. Crecer poco a poco, desarrollarse, hablar con los jugadores, así te vas equivocando, vas aprendiendo a manejar ciertas situaciones, te vas midiendo. Para mí, es mejor comenzar de a poco y desde abajo, sin tanta responsabilidad como en una Primera. Aparte, las inferiores te dan un tiempo relativamente largo para desarrollar un proceso, porque si arrancás como DT o ayudante de campo en Primera, los tiempos son cortos y quizás te echan a los 3 meses.

Dirigir es lo que siento. Desde chiquito le pego a la pelota y no hay plata que pague el poder hacer lo que a uno le gusta, por eso estoy en la búsqueda de insertarme en el fútbol nuevamente. Dentro del fútbol podés ser periodista, entrenador, ayudante de campo, representante… De esas posibilidades, la que más me gusta a mí es entrenar, pero también es la más acotada: son muy pocas vacantes para muchos que queremos hacerlo. Es difícil, pero estoy firme en mis convicciones, creo en mí y como me encanta el fútbol, voy a hacer todo para que eso llegue. Lo que uno hace, para empezar, es hablar con gente de clubes donde uno dejó algo como jugador y persona.

Nunca fui de darle importancia a las relaciones. Me cuesta un montón el lobby, por supuesto que donde uno tiene amigos y puede pedir trabajo honesta y sanamente, lo he hecho, pero no soy de los que se mueven por todos lados, no me nace. Sí trato de ir seguido a la cancha. Por una cuestión de afinidad y amistad, voy a ver a Vélez, o a Tigre, al que tengo cerca. Veo, anoto y aprendo.

Cuando sos futbolista, te suelen decir que el jugador muere dos veces. Una, cuando Dios quiere, la natural, y la otra, cuando dejás de jugar. Nunca entendí esa frase hasta que me tocó vivirlo. La verdad que es bastante cruel, porque venís de vivir muchas cosas lindas en poco tiempo, de un trabajo con muchísima adrenalina y de un día para el otro, pasás de 100 kilómetros por hora a 0 y, encima, si no tenés un pensamiento muy claro, te sentís olvidado por todo el mundo: por el fútbol, por los clubes donde jugaste, por las radios, por la tele, por el hincha, sentís un desarraigo importante. Hay muchos ex compañeros que sufren bastante al dejar y no ser reconocidos, que la pasan mal al no ligarse rápidamente al fútbol. Gracias a Dios, no he sufrido ninguna de estas cosas, pero sí me falta sentir el pasto todos los días, esa es la única que me ha costado poderosamente suplantar.

Por Diego Borinsky. Fotos: Hernán Pepe y Archivo El Gráfico