Personajes

Almirón: "no soy un tipo raro"

Así responde el entrenador de Independiente a una sentencia instalada en el ambiente. La particular historia de vida de un hombre poco conocido por los hinchas: sus primeros pelotazos en una fábrica, los inicios en San Miguel, la influencia lavolpiana, su pelea con Bigotón. “Este aún no es mi equipo”, asegura.

Por Redacción EG ·

15 de noviembre de 2014
   Nota publicada en la edición de noviembre de 2014 de El Gráfico

Imagen LA SONRISA tras la práctica en Villa Domínico.
LA SONRISA tras la práctica en Villa Domínico.
Ya en el final de la entrevista, la charla apuntaba a si en estos meses se había sentido un poquito maltratado por el ambiente del fútbol en general y por el periodismo –arma letal de amplificación de virtudes y defectos– en particular. Si se notaba en estado de observación permanente, con una lupa gigante registrando al milímetro todas y cada una de sus acciones. Y entonces se mandó de frente, sin filtro ni matices, así como lo pensaba.

-Es normal, porque lo primero que dicen es: “¿Y este tipo de dónde salió? Hay tantos ex jugadores y técnicos que son amigos nuestros y los conocemos, entonces ¿qué hace este tipo acá? ¿qué hizo para llegar a Independiente?”. O sea, sentí eso, pero bueno, es algo normal.

-Derecho de piso…
-Toda la vida fue así, estoy acostumbrado. Obvio que me afecta, a nadie le gusta. Me sentí maltratado, no lo vi objetivo en ese sentido. En realidad me cuentan, porque yo no veo ni leo nada.

-¡¿No ves nada de Independiente?!
-Veo la información de todos los equipos, pero cuando están por hablar de Independiente, cambio de canal o dial. Mi opinión la baso en lo que veo en el vestuario y en la cancha y lo que me dicen los directivos. Tengo muy claro lo que pretendo y no quiero ser influenciado por un mal comentario.

Imagen EN SU PRIMER CLASICO con DT, que terminó 2-1 favorable a Independiente, al lado del Rolfi Montenegro. Mejor en la tabla que en el juego.
EN SU PRIMER CLASICO con DT, que terminó 2-1 favorable a Independiente, al lado del Rolfi Montenegro. Mejor en la tabla que en el juego.
Jorge Francisco Almirón, 43 años, bonaerense de San Miguel, habla en voz baja, pero con tono firme; suave, pero fuerte, aunque suene contradictorio. La cita es en un resto-bar de Puerto Madero, el mismo en el que hace unos años, Ricardo La Volpe me tuvo dos horas y media de apasionante charla al son de las 100 preguntas, pero del lado de afuera, bajo un toldo, con menos de 10 grados de temperatura y llovizna permanente que entraba de costado (es que Bigotón se masticaba un pucho detrás del otro y no pensaba parar). Justo puso como sitio de encuentro el mismo bar de aquella tarde tiritante, como si se hubieran puesto de acuerdo, con todo lo que significa La Volpe en la vida de Almirón (ver recuadro).

“¿Este tipo de dónde salió?”, dice que se preguntaron unos cuantos y si hacemos un test a 10 futboleros al azar para que nombren un par de equipos en los que jugó Almirón, seguramente el concurso quedaría vacante. Entremos, entonces, por la historia desconocida del DT del Rojo.

-En wikipedia se te presenta como “Jorge Almirón, El Negro”, ¿está bien?
-Ja, ja, ¿por qué será? (Larga con una sonrisa, como para marcar que se trata de un personaje tímido pero con sentido del humor). Me lo puso algún compañero argentino cuando fui a jugar a México y quedó.

Bien, México forma parte de su hoja de ruta, lo acabamos de saber. Una palabra clave, en realidad. Almirón es argentino. Sus padres nacieron en Formosa, se criaron en el campo en dos pueblos cercanos, y vinieron a la gran ciudad a buscar una vida mejor. Se conocieron en la fábrica textil donde trabajaban, en Don Torcuato, y al poco tiempo se casaron, se instalaron en San Miguel y tuvieron su primer hijo, varón. Luego llegarían dos mujeres. ¿Pelotas? “Una sola, creo que tuve la misma hasta los 20 años, ¿sabés cómo la cuidaba?”, revive, con nostalgia.

Como es de fácil deducción, había que aportar a la economía familiar. El hijo mayor se metió en una fábrica de pulido de bronce, en Caseros, pulía picaportes de puertas y ventanas. Entraba a las 7 de la mañana y se iba a las 5 de la tarde. A la noche, colegio. Terminó la secundaria como pudo, a los ponchazos. “Al mediodía, en la fábrica, parábamos una hora, comíamos rápido y después jugábamos a la pelota el resto del tiempo. Había una canchita, se armaban buenos picados”, repasa, y justamente esos picados le terminaron de definir su futuro: “Con 14 años me había fichado San Miguel, pero no era sencillo jugar allí. No había árbitros, no había policía, se suspendían los partidos cada dos por tres, era difícil entusiasmarse y por eso terminé dejando. Unos años después, el dueño de la fábrica me vio jugar y, como además era directivo de Chacarita, me consiguió una prueba. Decidieron ficharme, pero cuando fui a San Miguel a pedir el pase, me reencontré con el técnico que me había tenido, y ya estaba en la reserva. Me pidió que volviera, iba a jugar”. El joven Almirón, sin embargo, no se las iba a hacer tan fácil. Les contestó que sí, que volvía, pero con una condición: que le pagaran lo mismo que ganaba en la fábrica. Tan chiquito y ya negociando. Lo consiguió.

San Miguel estaba en la B y a los 6 meses, año 1991 para ubicarnos, el Hueso Rubén Glaría lo hizo debutar en la Primera. Entró promediando el segundo tiempo contra Argentino de Rosario, metió un gol, ganaron 2-1 y no salió más del equipo. En ese momento jugaba de delantero, pero luego lo irían haciendo retroceder en el campo: mediapunta, volante por afuera, cinco tapón, su ruta. De allí fue a jugar a Wanderers, en la segunda de Chile, y volvió para un reducido que le podía dar el ascenso a San Miguel al Nacional B. Pero chocó con Arsenal de Sarandí, en un desenlace con patadas y piñas al por mayor, en lo que fue el último partido en la carrera de Pedro Catalano (Arsenal).

-¿Por qué terminó así?
-Ya pasó mucho tiempo…. Parece que tenía que ascender Arsenal (vuelve a mostrar la sonrisa).

Vaya uno a saber si fue porque se retiraba Catalano o por qué, pero en la platea miraba el partido Oscar Cavallero, DT del Deportivo Español, a quien le llamó la atención el despliegue y el temperamento del capitán de San Miguel. Unas semanas después, pasaría al equipo de la comunidad española, que en esa época complicaba seguido a los grandes del fútbol argentino. Tan es así que uno de los cuatro goles que metió en los 9 meses que defendió la camiseta del Gallego (96/97) se lo hizo a Boca en una victoria por 3-1 en la Bombonera. ¿Otra prueba? Por la 5ª. fecha del Clausura 97, Español recibía en su estadio al River de Ramón Díaz que venía con 4 triunfos en 4 presentaciones, 11 goles a favor y ninguno en contra. Con la 7 azul, Jorge Almirón; del otro lado, Gallardo y Francescoli, entre otros, a quienes tendría de rivales (en otro rol) 17 años después. Terminaron 1-1 con goles de Canobbio y de Monserrat. Hay una síntesis de ese partido en youtube en la que se puede observar cómo jugaba Jorge Almirón: un sombrerito a Monserrat y una volea de zurda al lado del palo, una trabada con Berti ganada y luego su tiro pasó cerca del arco, otro casi gol de tijera tras robar en el medio. Mucha movilidad y presencia.

Imagen GOL A BOCA en La Bombonera, ante Vivas y Traverso (triunfo 3-1 en el Clausura 97).
GOL A BOCA en La Bombonera, ante Vivas y Traverso (triunfo 3-1 en el Clausura 97).
Ricardo La Volpe, lejos aún de convertirse en el personaje al que hubieran rodeado todos los periodistas presentes en el estadio para sacarle 10 títulos en 2 minutos, observaba desde la platea. Acababa de asumir como entrenador de Atlas y necesitaba un volante por derecha. A falta de un Monserrat o de un Escudero (que cotizaban altísimo en River), bueno es un Almirón, pensó. Y todo se concretó a la velocidad de la luz: al lunes siguiente se cerró todo, el martes nació su hija, ese mismo martes ocupó toda la mañana en conseguir el pasaporte, y el miércoles viajó a Estados Unidos para hacer la pretemporada. “Era una oportunidad única, mi mujer lo entendió”, reconoce.

Con La Volpe después discutió feo, y Bigotón lo colgó (ver recuadro). Ya jugaba de cinco. La soga se la tiró Tomás Boy, del Morelia. Le preguntó si podía jugar de volante por izquierda.

-Le dijiste que sí, me imagino…
-Obvio: era Di María (risas).

En México desarrolló el resto de su carrera, entre los 26 y los 37 años. Allí también se inició como entrenador. La huella es evidente.

-¿Qué te dio el fútbol mexicano para tu formación?
-La estabilidad de un país en el que te respetan los contratos si trabajás bien, la seriedad de los proyectos. En el juego no hay tanta presión, la gente va a ver un espectáculo y eso te da un poco más de libertad, el jugador no tiene tanto miedo al error, sabe que si se equivoca, puede seguir viviendo e irse en su auto con la familia a su casa.

El salto al banquillo lo dio de un día para el otro. Como el Cholo Simeone en Racing. Fue en Dorados de Sinaloa, donde había arribado para intentar el ascenso. De haber llegado un par de años antes, habría peleado el centro del campo con Pep Guardiola. El objetivo no se alcanzó y unas fechas antes del final, Juan Carlos Chávez, el entrenador que lo había pedido, renunció. Antes de irse, le sugirió a la directiva el nombre de su sucesor: estaba en el plantel, usaba la cinta de capitán y mostraba inquietudes y vocación para diseñar un equipo. Los directivos lo convocaron para una reunión. El Negro Almirón concurrió con la guardia alta, dispuesto a dar batalla.

-Pensé que me iban a bajar el sueldo para después tener que romper el contrato, porque no se había cumplido el objetivo del ascenso, pero me ofrecieron dirigir el equipo.

-¿Vos ya te veías como técnico?
-Sí, yo pensaba retirarme y dirigir. No sabía dónde ni cuándo, pero lo tenía decidido. Chávez me insistió para que agarrara. Era una posibilidad que no se iba a dar muchas veces.

Almirón dibuja una mueca cuando revive el día de su asunción. Llegó temprano a la práctica. Sus compañeros le preguntaban si había escuchado algo acerca de quién sería el nuevo DT. “En un rato se van a enterar”, les contestó sin dar mayores pistas. Luego se puso una ropa diferente al resto y de golpe apareció en el centro del campo junto a los directivos. Ahí se dilucidó el enigma.

Almirón no se demoró en tomar decisiones tajantes, un modo de actuar que lo caracteriza. A un par de sus futbolistas les avisó que jugarían esos 5 partidos que restaban, en los que no había nada en juego, para que pudieran mostrarse, pero que no los tendría en cuenta para lo que vendría. En el torneo siguiente terminó superlíder, pero cayó en semifinales por el ascenso. Para iniciar su segundo torneo en Dorados, vino a Argentina a buscar refuerzos, como lo había hecho La Volpe, pero como notó algunas actitudes poco serias en el club y Cristian Bragarnik, un representante a quien había conocido por un compañero en México, gerenciaba Defensa y Justicia, pegó el portazo y se mudó a Florencio Varela.

En Defensa duró 14 partidos. “Arrancamos muy bien, hasta la fecha 9 íbamos segundos, pero noté que varios de los jugadores no estaban convencidos de salir jugando, no los vi cómodos, entonces, como yo no iba a cambiar, decidí irme”, relata, y entonces vamos comprendiendo que se trata de un hombre de convicciones firmes que actúa sin titubeos. No es de los que se atan a un puesto.

No tuvo más de un mes de descanso y lo convocaron de Veracruz. Esa es otra constante en su carrera: nunca le faltaron oportunidades para trabajar. Siguió en Correcaminos, siempre en Segunda, hasta que Chávez, su mentor, le ofreció ser su ayudante en Atlas. Luego volvió a Defensa, ahora para completar un campeonato, más tarde reemplazó al Turco Mohamed en el campeón mexicano Tijuana y, sin descanso, recaló en Godoy Cruz, en zona de descenso. Era su debut en la Primera A de Argentina. Y le fue muy bien: llevó al Tomba a un 4° puesto, tras cosechar 32 puntos. Se salvó en la última fecha. Y se tomó el pire, aún con el objetivo cumplido, confirmando que tiene hormigas en el traste. A los dos días sonó el teléfono rojo.

“Mirá, Jorge, Milito no agarra, hay posibilidades de tener una reunión con la gente de Independiente mañana, te aviso en un rato”, le comunicó Bragarnik, y a Almirón se le vinieron todos los recuerdos encima, aquellos días en los que podía acercarse a la Doble Visera con sus amigos para ver a Independiente, un rito no muy frecuente, porque el dinero no sobraba. De hecho, jamás pudo verlo en una vuelta olímpica en la cancha.

“Yo ya había decidido dejar Godoy Cruz porque no estaba de acuerdo con algunas cosas, se lo había comunicado al presidente y me había despedido de los jugadores. De Independiente no tenía ni un dato, sólo un presentimiento, intuición. Apenas corté la charla con Cristian, a las 6 de la tarde, lo primero que hice fue llamar a mi cuerpo técnico. Nos juntamos en casa a investigar todo de Independiente: el plantel, los partidos jugados, la edad de cada uno para venir un poco informado y estar al tanto. A las 9 de la noche nos confirmaron la reunión y no dormimos: nos quedamos reunidos hasta las 4 de la madrugada y a las 6 nos tomamos el avión a Buenos Aires”.

Su padre se enteró al ver por la TV su presentación en conferencia de prensa.

Imagen MARCADOR por Cristian Díaz, en la cancha de Independiente, con la 7 de Español.
MARCADOR por Cristian Díaz, en la cancha de Independiente, con la 7 de Español.
-¿Qué te dijo tu viejo?
-“Qué lindo reto, ¿estás seguro?”, me preguntó. Ya había asumido, no había escapatoria (risas). Después fue a la cancha contra Racing y se puso a llorar, estaba muy emocionado.

Su mujer ni siquiera se enteró en ese momento, estaba de vacaciones con su hija. Ah, porque ese es otro regalito que le dejó su segunda tierra: allá viajó con esposa argentina y regresó con pareja mexicana. Confirmado: no es un hombre de decisiones tibias. Tiene dos hijos del primer matrimonio y una de su segunda mujer. Leandro, el hijo varón, tiene 22, se recibiói de Administrador de Empresas en México y se quedó a vivir allí.

A la hora de nombrar los técnicos que admira en la actualidad, destaca a varios: “Me gusta Van Gaal, me gusta Bielsa, Guardiola obvio que me gusta, me gusta mucho cómo juega el Banfield de Almeyda y también River. Gallardo está haciendo un gran trabajo y maneja un perfil bajo: sabe que su equipo juega bien y no hace falta que hable demasiado”.

-“Me va a costar ganarme la confianza de la gente”, declaraste en tu presentación. ¿Ya te la ganaste?
-Nooo, más o menos, estamos ahí, pero este juego mostrado hasta aquí no es el que a mí me gusta.

-Lo decís con el equipo a 3 puntos de River.
-Los resultados son lo más importante y la gente te califica por los resultados, pero yo quiero más que eso. Estos jugadores tienen que seguir creciendo. Todavía no es mi equipo. O sea: es mi equipo porque lo voy a defender siempre, pero todavía no es lo que yo pretendo.

-¿Por qué no pudiste todavía?
-Es difícil cuando uno asume algo sin conocer profundamente el material. Ahora que conozco mejor todo, me gustaría armar un equipo de cero, hacer lo mío.

-¿Qué percibís de la gente cuando entrás a la cancha, que estás todavía en estudio?
-Siempre estás en estudio, siempre, si yo hubiese tenido un pasado importante como futbolista de Independiente me habría resultado más fácil. Si entra un ídolo, ya la gente lo aplaude por esa condición, es una gran ventaja en cualquier equipo.

-¿Pueden ser campeones en este torneo?
-El equipo tiene que seguir caminando y que otros se caigan, sé que la directiva va por todo a futuro, tomó este torneo de transición para estabilizar al club en otros aspectos, y ya con otra estabilidad, pelearemos con todo. Igual, también hay chances en este.

-¿Estás más cerca de la punta de lo que imaginabas?
-Sí, ganar 4 partidos seguidos fue un poco la plataforma.

-¿Cómo explicás el caso Mancuello?
-Es mérito de él. Yo sólo le pregunté si se animaba a iniciar la jugada por el medio, que así tendría más contacto con la pelota, porque por el costado iba a quedar un poco aislado, y su recorrido sería más físico. Yo también cambié el parado (lavolpismo tomo I), pero le gustó, se fue soltando y como tiene llegada y buena pegada, se le fue dando. Recuerdo que hablamos después del partido con Belgrano por Copa Argentina, que salió en el minuto 70, porque me lo pidió. Era algo que le había pasado varias veces, en el ascenso también. Le expliqué que un líder tenía que jugar los 90 minutos de todos los partidos. Lo entendió, se preparó mejor físicamente y se le fueron dando las cosas. Juega mucho la confianza y también la estabilidad emocional: la pasó mal y hoy está bárbaro.

-¿En Independiente también te peleaste con los jugadores como en Godoy Cruz?
-No me peleé, discutimos cosas. Yo era un desconocido para los jugadores de Godoy Cruz, y les expliqué lo que pretendía: que el equipo intentara jugar. Ellos no querían arriesgar en una situación tan delicada y me lo plantearon en una buena charla. Yo les expliqué que era arriesgado, claro, pero que lo íbamos a trabajar y a ensayar muchas veces, que no quería exponer a nadie, pero que no iba a cambiar mi manera de pensar. Y que si respetaban esa idea iban a crecer todos, que se iban a jerarquizar. Terminó saliendo bien y al final, todos los jugadores defendieron la idea y no la cambiaban por nada.

-¿En Independiente también te pasó eso?
-Lleva tiempo. Acá, si te equivocás, tenés a 40 mil personas que se asustan y transfieren este temor al jugador, entonces hay que tener mucha personalidad para hacerlo.

-Jorge, la última, ¿escuchaste la frase “Almirón es raro”?
-Seee, puede ser…

-¿Qué porcentaje de certeza tiene eso?
-Para mí, ninguno. No sé cómo lo definen, yo no me siento raro, el que asevera eso no me conoce para nada.

 

Bueno, al menos ya lo conocemos un poquito más.

La Volpe: te amo, te odio...

A la hora de nombrar quién fue su mayor influencia como entrenador, Almirón tarda dos segundos en contestar: “Ricardo”. Ricardo es La Volpe, claro, el hombre que lo vio en un Deportivo Español-River y se lo llevó al Atlas de México, el que le cambió la posición de mediocampista ofensivo a volante central, “y así me alargó la carrera hasta los 37 años”, el que le inculcó múltiples conocimientos tácticos y el que lo echó de un club, también. “Ricardo era mi técnico, sentía admiración por él, pero en un momento no me sentí bien tratado y reaccioné, estuvimos a punto de irnos a la manos”, admite Almirón, y no hay que hacer grandes esfuerzos para imaginar al Bigotón carajeando a alguno de sus dirigidos. Aunque se resiste a entrar en detalles, frente a la insistencia periodística algo cuenta: “Me habló mal, le contesté, y me mandó a correr alrededor de la cancha. No lo hice y me metí en el vestuario. Enseguida vino Ricardo y nos dijimos de todo ahí adentro, solitos, una discusión muy fuerte. Me aseguró que no iba a jugar nunca más en México y después me tuvo 20 días corriendo solo, aparte”.

La historia no terminó allí. Como Flavio Davino, el yerno de La Volpe, jugaba en Morelia con Almirón y con Darío Franco, un día se armó un asado en la casa de Franco y cayó La Volpe: “¿Qué hacés desastre?, fue lo primero que me dijo cuando me vio, una típica de él. Ya está, le tengo un gran aprecio al Loco, pero aquella vez era para matarlo. Tiene un temperamento muy especial”. ¿Y vos, Jorge, tampoco debés ser un santo, o no? “Nooooo, soy muy tranquilo”, cierra el DT del Rojo.

Por Diego Borinsky. Fotos: Emiliano Lasalvia y Archivo El Gráfico