Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: estás igual

La esencia del fútbol sigue siendo la misma desde hace más de cien años. Es un error creer que ese espíritu se modificó porque durante semejante recorrido varió el modo en que los comunicadores la describen. Esos genes permanecen inalterables en el actual mapa del fútbol argentino.

Por Elías Perugino ·

05 de octubre de 2014
     Nota publicada en la edición de octubre de 2014 de El Gráfico

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No hay nada más viejo que el diario de hoy, solemos decir los periodistas, atropellados como estamos por el vértigo de la era digital. La información rápida, instantánea, urgente, impostergable, bulle en los flashes de los canales de noticias, en los anticipos de las webs, en las primicias filosas que los profesionales de la noticia ametrallan vía Twitter, una herramienta tan traicionera como indispensable. El periodismo, entonces, transita una ruta de reformulación continua, como si respondiera a la teoría del cambio constante de Heráclito[1].

Los grandes títulos del periodismo mundial, germinados hace más de un siglo en formato gráfico, se han ramificado al ritmo de las propuestas multimedia. Antes, un diario era simplemente eso: un diario de papel, un dispositivo físico, tangible, veloz para esos tiempos de parsimonia informativa. Hoy, un diario es eso, pero también su versión web, su aplicación para tabletas y celulares, su señal de TV y los tentáculos que sepa construir en las redes sociales. Una globalidad amplia y diversa detrás de la proa de una gran marca. Hoy, como antes, un diario aporta una cuota indispensable de información, pero en esa reformulación contemporánea le tocó sumar la minuciosidad del análisis, la investigación de hechos que no figuran en la agenda diaria, las megaentrevistas a personajes de todos los estamentos y el ineludible rol de locomotora de las acciones multimedia. Los diarios ya no son tan imprescindibles por la inmediatez informativa, sino por su profundidad conceptual.

El fútbol camina por el mundo casi en paralelo con los diarios. Cuando se convirtieron los primeros goles, ya había un cronista a mano para registrarlos. Pero el fútbol es prácticamente el mismo desde entonces, no padeció el oleaje de los vaivenes, no lo martirizó ninguna metamorfosis aguda, no lo aguijonearon replanteos demasiado rigurosos. Hay un maquillaje de dinamismo, algún ajuste reglamentario, una estética refinada de los factores accesorios, pero muy poco más. Nada tan drástico como parece sugerirlo el cambio de lenguaje, esos modismos que los cronistas pronunciamos para describir características del juego. Frases que parecen acompañar una evolución que no es tal, cambios radicales que jamás sucedieron, sencillamente porque fútbol es casi perfecto desde el día de su invención[2]. El lenguaje, los códigos de expresión, se modificaron sin necesidad de que el fútbol lo hiciera. Los periodistas que cubrían a los Profesores de Estudiantes[3] o a la Máquina de River, al Racing del Amateurismo o al Huracán del Flaco Menotti, a los Matadores de San Lorenzo o al Boca de Lorenzo, no hablaban de “presión alta”, ni de “intensidad”, ni de “atacar los espacios”. Esos equipos “marcaban la salida”, “se prodigaban” en todo el campo de juego y “explotaban la espalda” de los defensores.

Aquellos cronistas no se referían con fruición a las “triangulaciones” y al “juego de los interiores”. Hablaban de “paredes” y de “los volantes de buen manejo”.

Esos reporteros no se deslumbraban cuando veían “ganar la segunda pelota”, ni por las “transiciones rápidas”, ni por “el ida y vuelta de los carrileros”. Escribían sobre el valor de “ganar los rebotes”, destacaban a aquellos “cuadros” que lograban “contraatacar con velocidad” y se deshacían en elogios por el despliegue de “los jugadores de toda la cancha”. El mismo fútbol expresado con distintas palabras.

El fútbol ha conservado la esencia, el espíritu. Nadie ignora la mutación de los sistemas. A su debido tiempo, reinaron la WM[4], el 2-3-5, el 4-2-4, el 4-3-3, el 4-3-1-2, el 4-4-2, el 4-2-3-1, el 5-3-2… Pura cosmética accesoria. Esencia, espíritu, es otra cosa. Es la química donde se activan ingredientes como la técnica, el protagonismo, el temperamento, la ambición. Y esa armonía puede ir de la mano con cualquiera de esas descripciones numéricas.

Como potencia que es, fue y será, el fútbol argentino conserva esos genes. En tiempos no tan lejanos se pretendió dinamitarlos con temores tacticistas. Con mensajes contaminados[5]. Con postulados incompletos. Se enarboló la creencia de que la verdad del fútbol residía exclusivamente en defender, neutralizar y bloquear. Aquel cuento de meter y achicar, de aguantar agazapado para lastimar de contra o con una pelota parada, casi sin libreto propio de generación, de propuesta ofensiva. Todo lícito, por supuesto, pero sin honrar la esencia del juego, que mixtura ambos artes: el de defender y el de atacar. Con idéntica destreza y eficacia.

La competencia interna sufrió demasiado esa tormenta de confusión. No así la Selección, mayormente integrada por jugadores que emigraban hacia los grandes clubes de Europa, banderas del fútbol-arte a partir de la prepotencia de sus fastuosas chequeras. Pero fronteras adentro se sintieron los ramalazos de esa devaluación conceptual. Hasta que un día cambió el viento y las nubes se marcharon hacia otros cielos.

¿Mérito de quién? De los espejos que los medios tecnológicos bombardearon a repetición: Barcelona, la selección de España, Bayern Munich, la secuencia admirable de Alemania, Arsenal, los Manchester, algún Real Madrid…

¿Mérito de quién? De entrenadores jóvenes que renovaron el ambiente y se animaron a nadar en contra de la corriente para imponer ideas más románticas: Martino y su Newell´s inolvidable, el Almeyda que surfeó la hoguera del River descendido y ahora evoluciona en Banfield, el Guede que revolucionó a Chicago en Primera B[6], la audacia insolente que “el mexicano” Almirón ya mostraba desde Defensa y Godoy Cruz, la dignidad de Bichi Borghi hasta para absorber un descenso, Gareca y sus cinco años impecables en Vélez, Barros Schelotto y su innegociable espíritu de ataque en Lanús, Arruabarrena evitando el descenso de Tigre con una propuesta de equipo grande, Gallardo y su River asombroso de estos días…

Cherro, De la Mata, Labruna, el Charro Moreno, Maschio, Rojitas, Sívori, Pontoni, Alonso, Bochini, Houseman, Maradona, Francescoli… Fenómenos universales, cracks de todos los tiempos. Jugaron ayer como podrían jugar hoy. Porque el fútbol, en esencia, siempre ha sido el mismo. Cambió el modo de describirlo, el envoltorio del mensaje. Pero está igual, va de lo mismo, así te lo cuenten Juvenal o Pagani, Frascara o Varsky, Muñoz o Vignolo, Pelliciari[7]o Víctor Hugo, Closs o Fioravanti…

Por Elías Perugino

TEXTO AL PIE

1- El filósofo griego sostenía que todo está en cambio incesante, en un constante proceso de nacimiento y destrucción. Y lo graficaba con una imagen: “No podemos bañarnos dos veces en las mismas aguas de un río”.

2- El fútbol estandarizó sus reglas en la Gran Bretaña de mediados del siglo XIX, pero existen antecedentes de un juego pateando un balón desde los siglos II y III a.C. en China, en el Imperio Romano (el Harpastum) y en la Europa medieval.

3- Equipo Pincha de fines de los años 20 y principios de los 30. Contaba con una delantera tremenda, que promediaba 100 goles por temporada: Lauri, Scopelli, Zozaya, Ferreira y Guaita.

4- Esquema impuesto en el Arsenal de 1925 por el entrenador inglés Herbert Chapman.

5- “Ganar es lo único”. “Del segundo nadie se acuerda”. “Al rival hay que pisarlo”.

6- El DT formado en España consolidó al Chicago que ganó el título de Primera B 2013/14. Jugaba tan bien, que los periodistas lo bautizaron “El Barcelona de la B”.

7- Destacado relator que integró el primer staff de La Oral Deportiva, la tira fundada en 1933 por el periodista Edmundo Campagnale.