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El Partido del Siglo

En las semifinales del Mundial de México 1970 Alemania e Italia le dieron forma a un encuentro inolvidable. El triunfo de la Azzurra, en tiempo suplementario, se hizo eterno y llegó a quitarle protagonismo al histórico equipo de Brasil, campeón del mundo en aquella edición.

Por Redacción EG ·

15 de septiembre de 2014
Imagen EL GOL DEL TRIUNFO. Gianni Rivera, el Bambino de Oro, marcó el 4-3 y todo Italia festeja la epopeya. La victoria le dio a la Azzurra el pase a la final que perdería ante el sorprendente Brasil de Pelé, Tostao, Rivellino y compañía.
EL GOL DEL TRIUNFO. Gianni Rivera, el Bambino de Oro, marcó el 4-3 y todo Italia festeja la epopeya. La victoria le dio a la Azzurra el pase a la final que perdería ante el sorprendente Brasil de Pelé, Tostao, Rivellino y compañía.
Cuando Gianni Rivera le preguntó a Karl-Heinz Schnellinger qué era lo que estaba haciendo en el área italiana aquel 17 de junio de 1970, el sempiterno defensor alemán lo sorprendió con su respuesta: “Iba camino de los vestuarios, que quedaban para ese lado”. Roberto Boninsegna había marcado el gol de Italia antes de los diez minutos y ya sobre los noventa, cuando la semifinal del Mundial de México parecía definida, fue el lateral de Milan el que empató el partido. El sorpresivo protagonista tan sólo marcó una vez en trece años como internacional, y le alcanzó para poner en el tiempo extra a una Alemania que estaba al borde del abismo.

En aquella semifinal la Italia comandada por Giacinto Facchetti convirtió no bien comenzado el primer tiempo, y a partir de entonces se dedicó a ejecutar su arte: el de la defensa. Alemania, sin demasiadas ideas pero con el potencial de Overath, Seeler y Müller, que eran siempre una amenaza, intentó por todos los medios llegar al empate y recién lo consiguió sobre el final. Hasta ahí nada extraño -más allá del autor del gol alemán- entre esos dos monstruos del fútbol que buscaban recuperar la grandeza olvidada en el tiempo. Sin embargo lo maravilloso ocurrió después, en los treinta minutos que le siguieron y que ambas selecciones, presas del desgaste, afrontaron con la fuerza de los nervios.

Los italianos, que a punto estuvieron de mostrarle al mundo que el catenaccio continuaba vigente, hicieron un enorme gasto físico para mantener la diferencia. El gol de Schnellinger fue un mazazo para un equipo demolido que, apenas escuchó el pitido del árbitro, se desmoronó sobre el campo buscando paliar el cansancio. Ni siquiera hubo una charla técnica de Ferruccio Valcareggi. No había mucho para decir. Los planes de Italia eran claros, y se habían agotado. El resto dependía de alguna inspiración individual.

Para consuelo de la Azzurra la situación de los alemanes no era óptima ni mucho menos. Overath sufría, acostado en el césped, cada bocanada de aire; Seeler rengueaba y Beckenbauer, por una falta de Mazzola, jugaba con el brazo quebrado, fijado al hombro por una venda. En ese marco arrancó la prórroga, y apenas tuvo respiro.

A los noventa y cuatro Gerd Müller fue el encargado de adelantar a Alemania, mientras que cuatro minutos después Tarcisio Burgnich emparejó el resultado y, más tarde, Luigi Riva lo dio vuelta. A diez minutos del final otra vez Müller, habilitado por Gianni Rivera, que había ingresado por Sandro Mazzola en el entretiempo y se quedó atornillado al palo tras un tiro de esquina, marcó el empate de cabeza.

El 3 a 3, que parecía definitivo, le valió a Rivera el reproche de todos sus compañeros. “¿La culpa es mía? De acuerdo, ahora meto un gol”, dijo el Balón de Oro de 1969 y se llevó la pelota con él hasta el círculo central. Nadie le creyó hasta que, un minuto después, un pase atrás de Boninsegna le cayó en los pies para marcar el 4 a 3 que dejó a Enrico Ameri, el legendario relator italiano, al borde de las lágrimas y gritando casi afónico la victoria de su país.

Rivera había cumplido su promesa y la Azzurra avanzaba a la final. Cinco goles en media hora le aseguraron al Italia-Alemania del Mundial de México un apelativo eterno: “El partido del siglo”.

Por Matías Rodríguez