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El tano que te salva

Cada cobertura de Mundial presenta numerosos obstáculos. La gastronomía es uno de ellos. Salvo que...

Por Martín Mazur ·

29 de junio de 2014
Imagen El tano Carlo Caredda, hincha del Napoli y dueño de Barolio.
El tano Carlo Caredda, hincha del Napoli y dueño de Barolio.
Cuando de chicos jugábamos a la mancha, necesitábamos saber qué era casa. Hacia dónde teníamos que escapar para sentirnos seguros. A quiénes debíamos esquivar y a qué velocidad, hasta llegar al lugar salvador. Cubrir un Mundial no es muy distinto de jugar a la mancha.

En el Mundial, casi todo es correr: hay que ir todo el tiempo de aquí para allá, coordinar horarios de entrenamiento, hacer cálculos de resultados, planificar posibles vuelos, medir los kilómetros entre algún hotel y el estadio donde se jugará un partido, meterse en la mente del entrenador de turno (¿a quién mandará hoy en conferencia de prensa?), correr para llegar a agarrar algún ananá en el desayuno, entender los horarios picos del tránsito y cuánto tiempo pueden tardar en pavimentar una calle, adivinar a qué hora nos echarán de un centro de prensa para poder mandar la nota, escribir más rápido cuando la computadora avisa que está por quedarse sin batería, masticar más rápido después de haber esperado una hamburguesa en el hotel durante 1:15 minutos, calcular cuánto tiempo nos insumirá retirar el ticket el día anterior del partido, y cuánto tiempo más nos llevará ir a buscar el auto que nos acaban de remolcar por haber ido a buscar el ticket (ver blog anterior). Y entre todo eso, que casi siempre son corridas estilo Jack Bauer, necesitamos que exista la idea de casa, un lugar que esté ajeno a tanto vértigo.

Nuestro lugar se llama Barolio y allí comemos prácticamente todas las noches. Barolio es un ristorante italiano de la calle Fleming, en Pampulha. Admito que entré a Barolio con un poco de miedo. En el Mundial pasado, sugerí un restó italiano que parecía bien puesto en Pretoria, pero resultó ser un fiasco. Ahora imaginaba otro menú que incluyera una nueva versión de la incomible pizza Mussolini (como habíamos encontrado en Sudáfrica), extraña invención de algún brasileño que hubiera decidido abrir un restorán italiano para actuar como anticuerpos de los espetos corridos que abundan a su alrededor, pero sin conocimiento alguno del made in Italy.

Pero el horno pizzero y el body language del encargado refuta la teoría inmediatamente. “Ojo que este puede ser el tano que nos salva”, dice Perugino, imbatible en pronósticos deportivos y también gastronómicos, todavía emocionado por el lugar que le dio de comer durante todo el Mundial 2006.

El encargado y dueño es tano, sí. Italiano de Ischia. “Napoletano”, dice con acento campano. Barolio tiene una gigantografía de la bahía de Napoli y una bandera italiana. Carlo Caredda es futbolero a más no poder. “¿Estabas en ese Milan-Napoli? Yo también estuve. El de la despedida del Pampa Sosa, sí, sí. Espectacular”, cuenta mientras nos trae un antipasto que incluye jamón crudo, burrata, parmesano, aceitunas y otros complementos de un exquisito pan de pizza. Mi sonrisa equivale a la de un gol de Messi sobre la hora. “Me siento como en mi casa, me falta nomás el sillón”, suma un extasiado Alejandro Del Bosco, aunque por estas tierras muchos lo conozcan como Back Up 3. “Este es el tano que nos salva. Me van a tener que sacar por la fuerza de acá”, agrega Perugino.

Las noches en Barolio se transformaron en una rutina impostergable. El menú pasó a ser un recuerdo. Como las situaciones que estudian Sabella y Camino, cada noche Carlo se sienta en nuestra mesa y nos pregunta qué queremos comer al día siguiente. Del Bosco, feroz devorador de seres marinos, arregla puntos de cocción y acompañamientos. “Te compro las berenjenas, entonces”, me dice un día antes del Italia-Costa Rica, previendo que el bife con fideos con tuco, tan popular en tierras mineiras, no iba a tener éxito con nosotros.

Carlo es hincha fanático del Napoli (y de Maradona, pero esa aclaración tan obvia quedará entre paréntesis en el caso de que haya que cortar un poco la nota) y tiene una visión muy aguda del fútbol actual. Sabe para qué lado cierra mejor Dzemaili, cuál es el punto débil de Fede Fernández y cuánto pedirá el presidente por Higuain. “Es el mejor Mundial de la historia del Napoli, tenemos 8 jugadores convocados”, explica. Su primer partido en el San Paolo fue uno de un golazo de Diego. Desde entonces, el fútbol tuvo un significado único para él. “Iba a todos lados, con gli ultrá, de local y de visitante, hasta que las cosas se empezaron a poner difíciles”, nos cuenta mientras esperamos una pizza con corazones de alcauciles, jamón crudo y aceitunas negras. Ahora Carlo lleva el tatuaje del Napoli tatuado en la muñeca, allí cerca de las venas que tienen sangre napolitana.

En otra charla nos contará que dejó Italia para irse a Alemania, estudió cocina y con un socio abrieron un restorán en Düsseldorf. “Bar, vino e olio”, se llamaba. Tenían 200 cubiertos por noche. En Alemania conoció a una brasileña, Carla, con quien se casó y tuvo dos hijos. La más grande es alemana; el más chico, brasileño. “Decidí venir aquí porque allá realmente era mucha presión. Mi socio no lo podía entender, porque nos iba muy bien. Vine y así abrí Barolio. Aquí estoy mucho más tranquilo”, dice Carlo, que sueña con conocer la Bombonera.

Así como Barolio se transformó en nuestra casa (Daniel Arcucci cree firmemente que Perugino invirtió sus viáticos y pasó a ser accionista), también es el refugio de muchos otros periodistas, tanto que por momentos, hay más prensa que en el media center del Mineirao. Hace un par de noches éramos 25 periodistas argentinos. Ayer, en una mesa de 12, estaba toda la cúpula de Sky.

Clarín, La Nación, Olé, El Gráfico, La Gazzetta dello Sport, Fox Sports o Telefé tienen mesas alquiladas en Barolio como si se trataran de espacios en el IBC o un festejo de los Olimpia.

“Nos vamos a terminar metiendo en la cocina y mojando el pancito en la salsa para ver si está buena”, pronostica Del Bosco, enamorado del risotto di limone que le llega debajo de un salmón que recorrió más de 1000 kilómetros para aterrizar en su plato.

Y mirando que se acercan las 9 de la noche, mejor no seguir escribiendo de Barolio. La focaccia de la cena nos espera.
 
Martín Mazur
@martinmazur