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Messi, el fin de la tibieza

Por Elías Perugino ·

17 de junio de 2014
Imagen Messi cambiándose en vestuario seleccion argentina
Messi cambiándose en vestuario seleccion argentina
Por su cara aniñada, por su sonrisa tímida, por su medio tono, por su bajo perfil en relación a su megaexposición pública, a Messi le impregnaron la fama de tibio. Un chico capaz de dibujar las jugadas que nadie imaginó, pero sin pasta de líder, sin voz de mando, sin ese aura de caudillo que supone una selección de las grandes. Una selección como la Argentina.

Leo hizo una contribución inconsciente para esa catalogación. En Alemania 2006 era el diamante a pulir, la apuesta al futuro, el que desembarcaba del Sub 20 para descubrir un mundo nuevo y se instalaba en una de las habitaciones de Herzogs Park, en Herzogenaurach, junto a su amigo Ustari. Era un Leo que apenas si se le escuchaba la voz, que interactuaba poco con un plantel que contaba con líderes como Ayala, Sorin, Cambiasso, el propio Riquelme. Con más afán de escuchar para aprender que de hablar para hacerse valer.

En Sudáfrica 2010 desembarcó con el rótulo de ídolo global, dueño futbolístico de un grupo gobernado por el liderazgo carismático de Maradona, el imán de todas las furias, el gurú que dictaba los tiempos y las formas envasado en ese perfil de técnico jugadorista, amiguero, capaz de inmolar a los suyos en decisiones tácticas suicidas sin que nadie, por respeto al mito, levantara un dedo para formular la mínima corrección.

Messi ya está más grande. Este 24 de junio cumplirá 27 años. Ha ganado tanto, ha jugado tanto, ha perdido tan poco pero tan doloroso… Ya no es el pibe tímido ni el súbdito de un ídolo. Aprendió a liderar en el juego y también, a su manera, a ser la referencia del rebaño afuera de la cancha. No será un guapo de la palabra como Diego, pero desde las heridas profundas de Sudáfrica y de la Copa América se planteó ser otro. Tomar posición, debatir e imponer su parecer.

Sabella había sido el interlocutor privado de ese Messi 2.0 desde el primer día. Por eso le concedió la capitanía y le construyó un equipo a su gusto. Lograr un título importante con la Selección es la obsesión de Leo, la asignatura pendiente. Junto a su “mesa chica” (Mascherano, Zabaleta, el Kun, Lavezzi, Gago, Di María) lidera una corriente respetuosa de un entrenador abierto, dialoguista y autocrítico como Sabella. Pero ya no transa. Si algo no le gusta, se rebela y lo dice. Puertas adentro o puertas afuera, como en la histórica conferencia del lunes en Cidade do Galo.

Leo marcó la cancha. Se hizo dueño. Y no usó palabras de más. Fue simple y directo. Tajante. Como para que se quemen las manos quienes lo tildan de tibio.