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Las 8 estrellas de Ramón

Con el Torneo Final 2014, Ramón festejó por octava vez como entrenador de River y es el DT más ganador de su historia. Claves, destacados y perlitas de los equipos campeones que dirigió.

Por Redacción EG ·

20 de mayo de 2014
Imagen AMADO. Los hinchas de River lo tienen en un pedestal. Pese a los malos resultados a comienzos de sus tercer ciclo, su idolatría jamás se puso en duda.
AMADO. Los hinchas de River lo tienen en un pedestal. Pese a los malos resultados a comienzos de sus tercer ciclo, su idolatría jamás se puso en duda.

Copa Libertadores 1996:

apenas retirado del Yokohama Marinos, Ramón volvió a River como entrenador, secundado por su amigo Omar Labruna. Probablemente no hubiera imaginado que el club que lo vio nacer y donde disputó 175 partidos, le permitiría desde el banco de suplentes, duplicar su marca de 4 títulos como jugador. Al poco tiempo de debutar, obtuvo la segunda Copa Libertadores en la historia del club. Invicto en su grupo, fue líder de San Lorenzo y los venezolanos Minervén y Caracas. La goleada al Sporting Cristal y los triunfos por la mínima ante San Lorenzo –otra vez- y la U de Chile, fueron los pasos previos a la histórica final vs. América de Cali. Tras perder 1-0 en la ida, el Monumental explotó y vibró con el doblete de Crespo, quien ya tenía sellado el pasaporte con destino europeo. Ortega, Almeyda, Cedrés y el eterno Francescoli jugaban en aquel equipazo.

Apertura 1996:

como una león herido tras perder la Intercontinental ante la Juventus en medio del torneo, el equipo de Ramón decidió reivindicarse en el certamen local. Si el equipo campeón de la Libertadores fue recordado, seis meses después, la costumbre del buen fútbol no se perdería. Ramón había quedado obnubilado en las semifinales de la Copa con el delantero de la U de Chile, un tal Marcelo Salas, a quien decidió incorporar. El Matador reemplazó a Crespo y se convirtió en ídolo. En la delantera peleó un lugar con Francescoli y Julio Cruz, este último máximo anotador con 10 goles. Además, aparecía una nueva camada con el Indiecito Solari, Sorin y Bonano, caras que renovaban al campeón de América y demostraban una faceta valiosa de su entrenador: la flexibilidad para aceptar los cambios.

Imagen BUEN OJO. En todos sus títulos incluyó a juveniles del club y les dio rodaje.
BUEN OJO. En todos sus títulos incluyó a juveniles del club y les dio rodaje.

Clausura 1997:

aunque con 5 puntos menos que en la edición anterior (46), volvió a arrasar de punta a punta. Un pequeño desliz en las fechas 10 y 11 en las que perdió 4-1 y 5-1 ante Estudiantes y Colón, respectivamente, no fue impedimento para un nuevo título. El partido más recordado es el superclásico en el Monumental, que lo tenía al dueño de casa perdiendo por tres a cero en el primer tiempo con el agregado de que Boca había desperdiciado un penal. Pero los astros se aliaron, el equipo de Ramón sacó fuerzas de algún lugar secreto y con goles de Berti, Villalba y Celso Ayala empató 3 a 3. No lo ganó sobre el final porque el travesaño se lo impidió. La verticalidad, la vocación ofensiva y el corazón, ya eran parte del ADN ramoniano.

Apertura 1997:

 “La alegría nunca se acaba”, tituló El Gráfico aquella vez, cuando el empate ante Argentinos 1-1 de visitante, evitó que Boca alcanzara a River en la cima de las posiciones. Fue la última vez que un equipo argentino obtuvo el tricampeonato. Como ocurriría 17 años después, en aquella oportunidad el Xeneize también fue subcampeón. En ataque, Francescoli lucía su vigencia, Salas era su ladero estrella, Gallardo jugaba de Ortega y Cardetti aparecía a cuentagotas. La estructura defensiva mantenía al Mono Burgos en el arco, a Hernán Díaz, Celso Ayala y Berizzo, mientras que por la banda izquierda Placente y Sorin se congeniaban para marcar y llegar al área rival. Aquellas serían unas de las últimas sinfonías del Enzo, símbolo de River y quien tenía una relación inestable con el entrenador. Unidos por el bien del club, las internas nunca se reflejaron en la cancha. La analogía se vuelve inevitable: el Uruguayo como manager y el Pelado desde el banco, volvieron a marginar sus diferencias y el 2014 los vuelve a tener sonrientes en la foto del final.

Supercopa 1997:

la dimensión de la Supercopa ganada se entiende con el correr de los años. Fue el último título internacional y el cierre de unos años dorados, que luego tendrían a los éxitos millonarios con una menor frecuencia. La última edición de la Copa, luego reemplazada por la Mercosur, la disputaron 17 equipos. River salió primero de su grupo, venció en semifinales a Atlético Nacional y al San Pablo en la final. Tras el 0-0 en la ida, los dos goles de Salas, fueron los motivos de felicidad en el triunfo por la mínima diferencia en el Monumental.

Imagen UN SÍMBOLO. Con el Torneo Final 2014, el Lobo se convirtió en el único jugador campeón en los tres ciclos de Ramón.
UN SÍMBOLO. Con el Torneo Final 2014, el Lobo se convirtió en el único jugador campeón en los tres ciclos de Ramón.

Apertura 1999:

un año estuvo River sin salir campeón y la abstinencia pedía más. Para colmo, su eterno rival se había quedado con el Apertura 98 y el Clausura 99 y la posibilidad latente del tercer título consecutivo hubiera sido un hito histórico para su historia. Pero Ramón no se lo permitiría. El mismo riojano se rió en la última fecha, cuando Boca empató contra Talleres y finalizó tercero, superado por Rosario Central. “¿Ni siquiera salieron segundos?”, preguntó en aquella ocasión irónicamente. Como con Salas, el entrenador había quedado a gusto con un rival por un certamen internacional y decidió incorporarlo: Juan Pablo Ángel, una de las figuras. A su lado, brillaron Pablo Aimar y Javier Saviola, dos jóvenes promesas que rápidamente se colgaron el cartel de ídolo. Entre los tres, convirtieron 34 de los 45 goles del equipo. Era un equipo con carácter: Bonano, Trotta, Yepes, Coudet, Gancedo y el capitán Astrada, un omnipresente en los títulos de Ramón. El volante central suplente, y quien jugó tres partidos, era el Lobo Ledesma.

Clausura 2002:

Ramón se fue en 1999, pero rápidamente volvió para derribar el mito de que las segunda etapas no son buenas. La combinación de algunos experimentados de su época (Celso Ayala, Astrada, Coudet, Escudero, Víctor Zapata y el Lobo Ledesma) con una nueva camada extraordinaria de jugadores (Cavenaghi, Chori Domínguez, D´Alessandro, Cambiasso) conjugó a la perfección. Aquel equipo con línea de 3 abajo, fue el espejo del plan abortado de las primeras fechas del torneo de 2014. Goleó a Boca en su cancha el día de la histórica vaselina de Rojas, le hizo seis a Unión en la tercera fecha y el día de la consagración metió cinco, como repetiría 12 años más tarde. Otra particularidad en la historia cíclica de Ramón: su hijo también fue protagonista, aquella vez como jugador, disputando un solo partido.

Final 2014:

 la tercera etapa del Pelado en Nuñez no parecía ser la mejor. Refuerzos sin rendir, 17mo puesto en el Torneo Inicial 2013 y problemas constantes. De hecho, el Torneo Final 2014 lo puso contra las cuerdas tras dos derrotas consecutivas: Godoy Cruz y Colón. Pero el triunfo en el último minuto ante Boca en La Bombonera fue una inyección anímica y el entrenador supo enderezar la nave. Sin un equipo brillante, como los que acostumbró liderar, armó el rompecabezas y cerró un círculo perfecto. Cavenaghi y Ledesma como banderas, su hijo Emiliano en el banco y la entereza para sostener a sus jugadores ante toda circunstancia, fueron fundamentales en la metamorfosis del equipo campeón.

Pedro Molina