(sin categoría)

Sabella: el hombre detrás del técnico

Un repaso por imágenes inéditas del riquísimo archivo de El Gráfico y por historias poco conocidas que retratan el carácter y la esencia del entrenador de la Selección Nacional. Cómo Brasil ha marcado buena parte de su vida, la influencia futbolera de su padre y el espíritu docente que supo absorber de su entorno y pone en práctica a diario.

Por Diego Borinsky ·

30 de abril de 2014
  Nota publicada en la edición de Abril de 2014 de El Gráfico

Imagen EN EL VESTUARIO del Sheffield, el equipo que lo compró a River en 1978.
EN EL VESTUARIO del Sheffield, el equipo que lo compró a River en 1978.
 Si todos nos parecemos un poco a nuestros padres, no cuesta demasiado imaginar a Luis Jorge Sabella, Toto para la muchachada del Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA) sede San Martín, cumpliendo con su ritual de cada fin de semana. Se sentaba al borde de la cancha en la silla que le tenían reservada y no se iba hasta mirar el último partido, mientras escuchaba las alternativas de los encuentros de Primera División en su radio portátil y actualizaba en una planilla especialmente armada por él los datos de resultados, goleadores y minutos. La gente le preguntaba y Toto contestaba con gusto.

Retratada la escena en Sabella; la historia del hombre que sueña con dar la vuelta en el Maracaná, escrita por Román Iucht y publicada por Planeta el mes pasado, uno no puede menos que sonreír al comprobar que así de meticuloso, observador y ordenado, vino a salirle su hijo menor a Toto. Del mayor sabemos menos: que se llama Marcelo, que tiene un año y medio más que su hermano famoso, y que trabaja en una fábrica de azulejos en el conurbano bonaerense. Y de Mamá Nelly podemos agregar que fue maestra, como también lo es Silvana, la mujer de su segundo matrimonio, quien le da clases a chicos con deficiencias de aprendizaje. El espíritu docente, sin dudas, ha sabido absorberlo del entorno y lo lleva en la sangre. Hablamos de Alejandro Sabella, el técnico de la Selección Argentina que afronta su desafío culminante. Vamos a conocerlo un poquito más con imágenes inéditas y algunas historias sorprendentes...

Imagen IMPACTANTE cara de niño, con la camiseta de la Selección en el Sudamericano Juvenil 74.
IMPACTANTE cara de niño, con la camiseta de la Selección en el Sudamericano Juvenil 74.
Nació en el Sanatorio Anchorena, Capital Federal, el 5 de noviembre de 1954. Fan de Titanes en el Ring, sus peleadores preferidos eran El Caballero Rojo y el Indio Comanche. Criado en Vidt y Paraguay, Barrio Norte, en el seno de una familia de clase media, admitió que nunca debió trabajar para colaborar con la economía de la casa. “Clase media, el primer auto fue un jeep y después un Renault 4; a comer afuera no íbamos nunca, la ropa en general la hacía mi mamá comprando telas, así que si bien no trabajé, tampoco sobraba, eh”, detalló en 2009, en las 100 preguntas de El Gráfico.

El gusto por el fútbol lo adquirió desde muy pequeño. El padre, que jugó hasta bien de grande en los campeonatos internos de GEBA, lo hizo socio a los 5 años, y a los 7, el Cabezón –tal su primer apodo– ya andaba haciendo de las suyas con una zurda inquieta y picante. En la semana se divertía pateando en el barrio, domesticando los piques en el empedrado de la calle.

Imagen ENFRENTANDO a Brasil con la Selección Mayor, como visitantes.
ENFRENTANDO a Brasil con la Selección Mayor, como visitantes.
El programa de los fines de semana era religioso: club sábado y domingo y mucho fútbol. Incluso después de bañarse, cuando mamá Nelly se demoraba unos minutos más en las duchas, los tres varones mataban el tiempo dándole más a la pelotita, aunque ya hubiera caído la noche. El padre prendía las luces del jeep, iluminaba el arco y entonces uno tiraba centros, otro pateaba y otro atajaba. Y no importaba que hubiera que darse una duchita extra. Así se transmite el amor por el balón. Cuando ya de veterano, papá Toto dejó de jugar, escribió un mensaje titulado: “Carta a los muchachos de los picados de los jueves”, en la que les agradecía a quienes habían compartido con él esos partidos por tenerle paciencia y por cuidarlo.

Imagen EN EL VESTUARIO de River, como señal de la época, para mostrarnos como eran los camarines en los 70.
EN EL VESTUARIO de River, como señal de la época, para mostrarnos como eran los camarines en los 70.
Toto jugaba de 10 o de 11, y según recuerda su hijo famoso “le pegaba con las dos piernas, no gambeteaba nunca y a mí me volvía loco, porque me encantaba tenerla y gambetear y entonces él me pedía que la largara”. Tan mal no le iba al Cabezón: su equipo estuvo casi 5 años sin perder un partido en los duros torneos internos de GEBA. Y lo más curioso, para chicos que tienen una pelota en la cabeza: era un excelente alumno y llegó a ser abanderado, un dato exótico para la fauna futbolera. Luego estudió casi dos años de Abogacía en la Universidad de Buenos Aires.

Brasil es un país que está ligado al destino de Sabella desde la infancia. Su primer viaje al exterior, integrando un combinado con los mejores valores del club, fue a la tierra del samba. Era menor y debió salir con el permiso de sus padres. Enfrentó al Pinheiros en San Pablo y empataron; la revancha la ganaron en definición por penales.

Imagen LAS MEDIAS BAJAS, sinónimo de su estilo de juego: gambeta, talento y potrero.
LAS MEDIAS BAJAS, sinónimo de su estilo de juego: gambeta, talento y potrero.
Brasil, también, fue el rival al que más veces enfrentó con la Selección. Se calzó la Celeste y Blanca de la Mayor en 8 ocasiones, en el inicio de la era Bilardo, y 3 de ellas fue contra Brasil. El 24 de agosto de 1983 integró el once inicial en el Monumental, por la Copa América, en la victoria por 1-0 con gol de Gareca que cortó una racha de 13 años sin victorias sobre la verdeamarelha.

En Brasil, también, aprendió mucho durante el año y medio que defendió los colores del Gremio (1985-86). Debutó en el Mineirao, ante el Cruzeiro; en el mismo escenario y ante el mismo rival disfrutaría 24 años más tarde de su noche soñada, su máxima alegría (hasta aquí, esperemos): la conquista de la Copa Libertadores como DT de Estudiantes. “Tuve que aprender las condiciones propias de un medio completamente distinto, jugar en esos campos enormes y con pasto alto”, reflexionaría ya en su rol de entrenador, repasando aquella etapa, y ojalá que todas esas enseñanzas le sirvan para aplicar en unos meses.

Siempre remarca la influencia que en él ejerció Valdir Espinoza, uno de los entrenadores que tuvo en aquel momento: “Tenía una frase que utilizo cada vez que hablo del juego: el fútbol es una lucha por los espacios y el que mejor y más rápido los ocupa, gana”. En Brasil dio dos vueltas olímpicas como futbolista del Gremio, además de aquella como técnico del Pincha. Esperemos que no deje el hábito.

Imagen CADENITAS Y CAMISA desabrochada, retractando su rebeldía característica en esa época.
CADENITAS Y CAMISA desabrochada, retractando su rebeldía característica en esa época.
Hoy, nadie duda de que Sabella es hincha de Estudiantes, aunque de chico sufría por Boca y su ídolo era Rojitas, a quien llegó a enfrentar en el final de su carrera, en un River-Lanús. Tras la conquista del Nacional 69, justamente en cancha de River, salió a festejar con su amigo Hugo Bassi el título en el jeep del padre. Dos años más tarde, Sabella se sumaría a la Sexta División de River y ya no exteriorizaría sus sentimientos de ese modo. Antes de ser fichado en River, rebotó en Boca y Racing. Resulta curioso el paralelismo con su amigo y mentor Daniel Passarella: los dos se habían probado en Boca, eran hinchas de Boca y quedaron en River. Se hicieron compinches compartiendo el equipo de suplentes en el River 75, masticando sus penas porque Labruna no los ponía.

El Kaiser ha sido determinante en la carrera de Sabella como entrenador. Primero, le dio trabajo al instante cuando su ex compañero se acercó a pedírselo, a mediados de 1990: lo puso a cargo de la Reserva de River. En el 94 lo sumó como ayudante en la Selección y de allí lo mantuvo hasta que decidió postularse a presidente de River. Sabella ha repetido más de una vez que si Passarella no hubiera tomado esa determinación y seguía como entrenador, él jamás se habría independizado.
La máxima que lidera el ranking de sus frases de cabecera le pertenece a Mahatma Gandhi. “El día que perdamos la humildad habremos puesto el primer ladrillo para construir el edificio de nuestro fracaso”, suele repetir. Está bien. Podríamos agregar: y si además no perdemos ningún partido en Brasil, habremos puesto el primer ladrillo para volver a levantar la Copa.

Por: Diego Borinsky / Fotos: Archivo El Gráfico