Eduardo Sacheri

“CORRER DE ATRÁS”. UN TEXTO DE EDUARDO SACHERI.

El genial escritor y un cuento para sentirse identificado.

Por Redacción EG ·

21 de febrero de 2014

  Nota publicada en la edición de febrero de 2014 de El Gráfico

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En mi columna algún día quiero escribir un cuento que tenga como protagonista a un periodista deportivo obligado a redactar, sin ganas, la crónica de los partidos del 15 de diciembre de 2013. Los que definieron el campeonato argentino.

No importa para qué medio escribe. No nos vayamos en esas sutilezas que no hacen al asunto. Supongamos que es un medio gráfico que tiene, como casi todos, una versión digital. Tampoco importa si tiene una versión en papel que saldrá a la calle el lunes a la madrugada. Supongamos que sí. Pero quedémonos con que tiene versión digital y, por lo tanto, tiene que colgar la crónica en la página web cuatro, cinco, seis minutos después de que termine el partido.

Tal vez se pregunta, este pobre periodista, si sus colegas de antaño sufrieron los mismos apurones, idénticos contratiempos. Aunque se lo pregunte, no tiene a quién trasladarle la pregunta. Primero, porque en esa redacción, habitualmente, no trabajan tipos demasiado experimentados. Tipos que vengan de esos tiempos lejanos de linotipias y máquinas de escribir. Y segundo porque, en esa tarde de domingo, de domingo de calor de 15 de diciembre, en realidad no hay a quién preguntarle nada de nada.

Está solo, el periodista. Solo, con dos televisores encendidos. Uno en el partido Vélez–San Lorenzo. Otro en el partido Newell’s–Lanús. “Impresionante desenlace”, piensa el periodista. “No apto para cardíacos”, habría dicho algún relator radial de hace muchos años, de cuando era chico y el fútbol, para él, significaba algo. Dos de los cuatro pueden salir campeones. Los otros dos pueden forzar un desempate.

El periodista se sirve gaseosa en un vaso alto lleno de hielo. El hielo lo obtuvo de una máquina que queda dos pisos más arriba. Pero como la gaseosa no estaba en la heladera, los cubos de hielo se derriten pronto.

Mientras espera que empiecen los partidos, arranca con algunas frases de encabezado. Papel picado, como quien dice, para completar los primeros quinientos caracteres de los siete mil que le han pedido. ¿Y si pone eso de “no apto para cardíacos”? No recuerda la fuente. ¿Era Muñoz, el que lo decía? Alguna vez, en la escuela de periodismo, le dijeron algo sobre lo importante de citar las fuentes. Además, tiene miedo de que alguien con problemas cardíacos lo denuncie por insensible. Esas cosas pasan. En la web cualquiera se siente libre de decir cualquier cosa. Y el periodista no quiere que lo jodan. No está muy seguro de lo que sí quiere. Pero sí está seguro de lo que no. Y que lo jodan es una de esas cosas que no. Que seguro que no quiere.

“¿A fin de cuentas, seré un miedoso?”, piensa, mientras revuelve los hielos que tintinean contra los costados del vaso, a medida que se hacen más y más chiquitos. Tal vez, se contesta, y hay que reconocerle cierta honestidad. No es fácil, para nadie, aceptarse cobarde, o cómodo, o cobarde de puro cómodo.

Me detengo un momento: ya me cansé de decirle “el periodista”. Deberíamos inventarle un nombre, un apellido. Ahí hay un problema. ¿Y si quiere mi mala fortuna que justo coincida con un periodista de verdad? Esas cosas pasan. A veces, pero pasan. Y yo vengo de un 2013 para el olvido, en el que ligué manos de dos cuatros y un cinco, todos de distinto palo. Y lo que yo estoy contando es un cuento. A medio hacer, a medio contar, pero un cuento. Una ficción. Tal vez existan periodistas como este. Tal vez no. Pero este, en particular, lo estoy inventando mientras escribo en mi casa, mientras pasa una avioneta rumbo a la Base de Morón, mientras es de tarde y hace mucho calor. Lo único que me falta es embocar justo el apellido de un periodista de carne y hueso y termina haciéndome juicio. Al final, debo ser tan cobarde como mi periodista de mentira.

No le demos más vueltas: Torres. Digamos que se llama Torres. Y juro que me lo acabo de inventar. Pero ahora va mejor. Ya no será “El periodista”. Será “Torres”, así, sin nombre.
Pues ahí está Torres, que se vuelve a servir gaseosa. Otro vaso generoso, a sabiendas de que los hielos están a punto de desintegrarse.

Empieza a escribir. Algo sobre un “final electrizante” digno de un “guión de una película de Hollywood”. Eso. Así está bien. No es lo que piensa Torres. Si Torres estuviese dispuesto a escribir lo que piensa, escribiría más bien que el guión puede ser de Hollywood, pero la producción de la película parece hecha acá a la vuelta y sin un mango. Cuatro equipos que apenas se despegaron de otros siete. Un campeón que le sacará seis o siete puntos al décimo puesto.

Pero Torres se cuidará muy bien de escribir algo así. No quiere quilombo. Y a los campeones no les gusta que les retaceen los laureles. Mejor que sobren y no que falten. Cada cual puede pensar, para su coleto, que el campeonato fue un desastre. Pero nada de reconocerlo en público. Nada de que te toquen el traste con tu club, que para algo somos hinchas. Por eso, piensa Torres, nada de quilombo. Escribe eso del “final electrizante” y la “película de Hollywood”. Punto y aparte.

Torres mira alternativamente los dos televisores y concluye que no, que no hay manera de mirar dos partidos de fútbol a la vez. No sabe si otros periodistas pueden. El no. ¿Complejidad del fútbol o estupidez de Torres? Otra pregunta sin respuesta. Le baja el volumen y elige por probabilidad. De Vélez–San Lorenzo puede salir un campeón. Del partido de Rosario, no. Entonces, a mirar el de Liniers, y en todo caso, de reojito el otro si hace falta.

Y eso sin olvidarse de ir escribiendo la dichosa crónica. ¿O debería decir “las” dichosas crónicas? ¿Es una o son dos? O una que contemple los dos partidos. Debería llamar a su jefe, porque ahora que lo piensa no le quedó claro. Piensa. Intenta representarse el mal humor de su jefe si lo llama el domingo a las seis y veinte de la tarde para preguntarle eso. Mejor escribe las dos. Y que el flaco que se encarga de subirlas a la web decida el resto. Eso. Mejor hace así. De paso, hay a quien echarle la culpa.
Abre dos documentos de Word. A uno lo titula Liniers. Al otro, Rosario. Con copy-paste repite el encabezado, ese del final electrizante y de Hollywood. Lástima que el primer tiempo es un bodrio a dos puntas. Será el calor, serán los nervios, serán cosas que a Torres se le escapan. Pero los dos partidos dejan poco y nada. En el entretiempo sube los dos pisos del edificio casi vacío, a buscar más hielo. Desconsolado, descubre que no hay más. Mira la hora en su celular y hace cálculos. Si sale del edificio y se va hasta la esquina a comprar una gaseosa fría se pierde los primeros dos, tres minutos del segundo tiempo. Decide que no. Para qué ese riesgo innecesario. No será la primera vez que se tenga que tomar la gaseosa a temperatura ambiente. Vuelve a bajar, se sienta al escritorio y revisa lo que tiene escrito.

Lo de “partido trabado”, lo puso. Lo de “rivales que se respetan demasiado” también lo escribió. Le faltó lo de “jugadores pendientes de lo que sucede a cuatrocientos kilómetros”. Lo agrega, pero apenas lo escribe lo asalta la duda: ¿Cuántos kilómetros separan a Liniers de Rosario? ¿Serán trescientos? Torres se promete googlearlo antes de cerrar esa crónica infame que está escribiendo. Porque Torres lo sabe. Lleva escritos tres mil caracteres de lugares comunes, y todavía le faltan cuatro mil más. Pero no le pagan por hacerse el lírico ni el ocurrente. Apenas una crónica que dure en la portada web del diario unas cuantas horas. Que justifique, por el número final de visitas, la miseria que le pagan. No se va a andar haciendo el ocurrente por semejante empleo.

En eso está, revisando nimiedades, cuando Pasquín, de Lanús, pifia en el despeje de un tiro de esquina. Y Pablo Pérez, de Newell’s, la agarra bien llenita y la manda guardar. Upa. Esto importa. Sube el volumen de ese partido. Chequea datos. Describe sucintamente la jugada. Y lo más importante: ahora hay un desempate entre la Lepra y San Lorenzo. Algo tiene que poner sobre Newell’s, y que “despertó de su letargo de varias fechas para construir un triunfo clave”. Eso, perfecto. Lo escribe. ¿Algo de Lanús? Sí, perfecto. Algo de que “Lanús no pudo mantener la concentración, después de su consagración en la Copa Sudamericana”. Es lógico, supone Torres. Lo supone, no lo sabe, porque está seguro de que él, Torres, en la perra vida será campeón de nada.

¿Y el otro partido? ¿Qué pasa en el otro partido? Nada. Algo tiene que escribir. Sobre San Lorenzo, y “una seguidilla de empates que lo coloca en la cornisa de perder el campeonato”. Torres duda. ¿Le pega a Pizzi, o no le pega? ¿Y si en el desempate San Lorenzo la descose? Torres va a quedar como un idiota. Pero, por otro lado, de acá al miércoles nadie se va a acordar de las estupideces que escriba Torres el domingo. Entonces sí: empieza con algo de la “excesiva cautela con la que San Lorenzo…” pero se detiene. Momento. Porque llueve un centro de Velázquez al área de Newell’s, cabezazo y gol de Lanús. ¿Goltz o Izquierdoz? ¿Quién lo hizo? ¿Fue en off side? Los rosarinos casi no protestan. La cámara se va con Izquierdoz. El gol será de él, entonces. Vistazo a Liniers. Todo igual. Pero el campeón vuelve a ser San Lorenzo.

Torres, cauteloso, borra el párrafo que hablaba de la cautela azulgrana. Menos mal. ¡Y casi se olvida de borrar también el de la falta de concentración de Lanús! Ahora sí, pintar, eliminar. Menos mal. Justo a tiempo. Ahora hay que decir algo de “la entereza de Lanús, que no se entregó pese al desgaste de la final de la Sudamericana”. Así, perfecto.

Vuelve a mirar el de Liniers, porque ahí está, entonces, el campeón. Y de repente ¿Insúa? mete una calesita y un toque profundo y Allione recibe con derecha, la toca apenas para alejarla y le mete un viandazo fenomenal que pega en el palo izquierdo de Torrico y vuelve al área.

Torres anota el tiempo de juego: 21 minutos. Se dispone a escribir algo sobre lo cerca que estuvo Vélez cuando Maxi Rodríguez, en Rosario, no tiene mejor idea que bajársela de cabeza a Casco que le pega franco al arco. La bola se desvía en Izquierdoz, oh, paradojas del destino, y 2 a 1 para Newell’s.
Torres resopla. Otra vez todo para atrás. ¿Qué había escrito sobre Newell’s? ¿Algo sobre su “rebeldía”? Si no lo puso, bien vale escribirlo ahora. “Newell’s fue con rebeldía hacia el arco de Marchesín”. Eso le lleva un par de minutos. En Liniers, todo igual. ¡Tiene que escribir algo sobre eso! ¿Cómo era ese párrafo que había escrito sobre la pasividad de San Lorenzo? Porque ahora está otra vez en zona de desempate con los rosarinos. Intenta repasar los cambios que metió Pizzi. Ya van dos, y él, como un tonto, se olvidó de anotarlos. ¿Cómo va a tildarlos de conservadores si no se fijó en quiénes entraron? No importa, para el caso. Si las cosas terminan así, con desempate el miércoles, todo el mundo hablará de que “San Lorenzo no supo aguantar,” de que “los jugadores se contagiaron de la demasiada prudencia del cuerpo técnico”. Eso le gusta. ¿Estará bien dicho: “demasiada prudencia”?

En eso anda Torres cuando Pereyra Díaz empata otra vez para Lanús, y a esta altura Torres lo siente casi como una afrenta personal. ¿Otra vez a reescribir toda la crónica? Faltan quince minutos. Mejor se apura. Como un director técnico, él también mete sus cambios. Sale la “rebeldía de Newell’s”. Entra (vuelve a entrar) la “dignidad” de Lanús. Pero antes se asegura de quitar lo de la “demasiada prudencia”, por Dios. Rápido. Hay que suplantarlo. Escribe que Pizzi ha sabido “enfriar el partido. Jugar esos minutos finales como una partida de ajedrez”. Es pésimo, y Torres lo sabe, pero seguro que a su jefe le gusta.

Se percata de que no dijo nada de Vélez. Tendrá que poner algo sobre su “seriedad”, su “proyecto”, pero nada que opaque los méritos del campeón. Hablando de no opacar, Torres desarrolla un concepto clave. Torres piensa, Torres escribe: “Vélez nunca supo resolver la ecuación que le propuso San Lorenzo”.

Y ahí está, y cliquea en la función de contar caracteres y se encuentra con que se pasó a siete mil quinientos. No hay problema, corta un poco la introducción y listo. ¿Cómo podía saber él que en Rosario se les iba a dar por ponerse a meter cuatro goles? ¿Ya corrigió lo de la dignidad de Lanús? Sí. Lanús, en la crónica, ha vuelto a ser digno, después de estar un rato desconcentrado.

Torres está un poco cansado. Al final, le dieron baile. Mira el tiempo de juego. Cuarenta y cuatro minutos. Y de repente un centro desde la izquierda que cae en el área de San Lorenzo. Esas cosas que se supone que no tienen que pasar pero pasan: son seis de San Lorenzo, contando al arquero, contra cinco de Vélez. Pero uno de los de Vélez recibe solo en el borde derecho del área. Y ahí es donde el fútbol es fútbol y pasa cualquier cosa. Porque los defensores de San Lorenzo no saben si salirle a Pérez Acuña o esperar a que descargue, y como resultado no hacen ni una cosa ni la otra. Por eso el centro en cortada para Canteros, que hasta tiene el tiempo de levantarla para pegarle más de lleno. San Lorenzo, en toda la jugada, va de atrás. Sucedió cuando Pérez Acuña recibió libre, y pasó cuando le dieron a Canteros el tiempo de pegarle. Pero la bola sale mordida y con rebote en una pierna, y San Lorenzo parece que se salva, porque uno de los centrales despeja como puede. Y, sin embargo, el despeje queda corto, y ahí está otra vez Allione. Sí. Allione, el que hace 23 minutos metió un tiro en el palo. El despeje defectuoso le da un poco encima del ombligo, no llega a ser en el pecho. En ese sentido mejor, porque el balón rebota más corto, casi fofo, para que le pegue de derecha, de sobrepique, franco al arco.

Torres tiene ya siete mil quinientos caracteres escritos. Van 44.16 del segundo tiempo, y todo puede volver a cambiar. Si Torrico se mueve, por instinto, un paso a su derecha, es gol de Vélez. Medio paso. Con eso alcanza. Que apenas descanse el cuerpo sobre el lado derecho, y Torres deberá escribir todo de nuevo. Ahora la “rebeldía” será la de Vélez, el “legítimo campeón que nunca bajó los brazos”. Y San Lorenzo no habrá estado “a la altura del desafío”. Le habrá pesado demasiado “la chapa de candidato”. Newell’s y Lanús pasarán a un inevitable segundo plano, porque ya no habrá manera de que entren en la foto, ni a los codazos. Que no estamos para desempates, después de todo. “Vélez lo hizo”. “Vélez lo logró”. “Vélez de atropellada”. La columna de hoy será para enaltecer a Vélez. Y mañana, habrá que pegarle a San Lorenzo. “Incredulidad de sus hinchas”, anota Torres mentalmente, buen título para mañana. “Santa decepción”, ese le gusta más todavía. Todo eso piensa Torres en un segundo.
Pero Torrico no desequilibra su cuerpo hacia la derecha. Nada de eso. Se queda agazapado, pero firme. Y a puro reflejo saca la mano izquierda casi vertical hacia arriba. Yo calculo que finalmente la pelota impacta en la base de la palma de su mano, y por eso no la vence. Porque si le daba en los dedos, tal vez se los doblaba. Pero eso lo digo yo, no lo dice Torres.

Torres tiene un momento de incredulidad, de pasmo, de asombro desbordado. Torres intuye que el fútbol es eso: esa materia intangible hecha de azar y de algunas otras cosas. Una cosa extraña y mágica y cambiante a la que nunca se le acomodan del todo las palabras.

Torres, en un rapto de lucidez, se da cuenta de que lo único que tendría sentido escribir, ese anochecer de calor, en esa redacción vacía, es que al fútbol siempre lo corremos de atrás, intentando ceñirlo con palabras, buscando vanamente encasillarlo, entenderlo, justificarlo, encontrarle unos porqués que en el fondo no tiene.

Si Izquierdoz no mete la cabeza para el gol en contra, habría habido desempate con Lanús. Y si los rosarinos no pierden las marcas en el gol de Pereyra Díaz habría habido desempate con Newell’s. Y si Torrico no saca esa mano indescriptible para tapar el chumbazo de Allione habría sido campeón Vélez.
Pero nada de eso va a pasar. Y el campeón va a ser San Lorenzo. Y las palabras se acomodarán a eso.
¿Y si manda todo al cuerno y escribe sobre eso? Torres duda, mientras los dos partidos entran en el tiempo de descuento. “Tiempo recuperado”, como se llama ahora. ¿Y si escribe sobre lo inútiles, lo torpes, lo trasnochadas que quedan las palabras cuando el fútbol, con sus azares infinitos, las embarulla y las derrota?

Mejor no, piensa Torres. Los partidos acaban de terminar, casi al mismo tiempo. Y en seis minutos su jefe va a meterse en la página web, y querrá ver su crónica. De manera que vuelve a concentrarse. El no es escritor, y lo que le pidieron fue la crónica de la definición del campeonato. Qué tanto. De manera que pone las cosas en su sitio. El planteo de San Lorenzo vuelve a ser “inteligente”. El esfuerzo de Vélez, “insuficiente”. El ahínco de Newell’s, “tardío”. La dignidad de Lanús, “probada”.

Torres le pone el punto final a su crónica. La envía al flaco que sube las cosas a la página. Se sirve el último resto de gaseosa caliente. Mejor así. Nada de quilombos.

Apaga la computadora y baja por la escalera. Mientras sale a la vereda, raramente entristecido, no puede evitar pensar que la vida, como el fútbol, es un misterio al que siempre corremos desde atrás.

Por Eduardo Sacheri