Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: la palabra mágica

A la bandera, al escudo y al Himno se les ha sumado un nuevo e inesperado símbolo patrio. Si bien se trata de un término que no tiene buena prensa, está legitimado porque fue propuesto por uno de nuestros emblemas literarios. Al fútbol le cae perfecto para amenizar ciertas conductas.

Por Elías Perugino ·

11 de noviembre de 2013
    Nota publicada en la edición de noviembre de 2013 de El Gráfico

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 Ahora resulta que la palabra que define al país de los vivos, al país de los que nos las sabemos todas, es “boludo”. No se trata de una sentencia científica, ni de una verdad irrefutable, pero así se lo dijo al mundo el poeta Juan Gelman[1] durante el VI Congreso de la Lengua Española desarrollado en Panamá. Por iniciativa del diario español El País, veinte escritores hispanoamericanos fueron convocados para definir a su patria con una sola palabra. Buscaban un vocablo que, al instante de ser pronunciado, remitiera indefectiblemente a ese lugar en el mundo. Un término directo, tajante, irreductible, que no admitiera la más mísera hendija para la confusión o la doble lectura.

La ecuatoriana Gabriela Alemán, por ejemplo, eligió “yapa”, que significa lo mismo que aquí. Claudia Amengual, de Uruguay, se quedó con “celeste”, que no necesita demasiada explicación. El boliviano Edmundo Paz Soldán optó por “jailón”, algo así como chetos. El español Alvaro Pombo prefirió “contradiós” (disparate). El salvadoreño Horacio Castellanos Moya se inclinó por “cipote”, que alude a un niño, joven o adulto inmaduro. Y así todos, hasta que Gelman, nuestro Juan Gelman, comunicó su veredicto: “boludo”.

Pudo haber dicho “tango”, “mate”, “asado” o “che” (la que hubiera elegido este redactor de mitad de tabla para abajo), pero dijo “boludo”, como también podría haber dicho “forro” o “pendejo”, por citar dos términos que transitan por la misma vereda de vulgaridad. Pero tranquilos: dijo “boludo”. Y lo argumentó con su distinguida solvencia: “Es un término muy popular y dueño de una gran ambivalencia. Entraña la referencia a una persona tonta, estúpida o idiota, pero no siempre implica esa connotación de insulto o despectiva. En los últimos años –concluyó el ganador del Premio Cervantes 2007[2], de 83 años– me ha sorprendido la acepción o su empleo entre amigos, casi como un comodín de complicidad. Ha venido perdiendo el sentido insultante. Ha mutado a un lado más desenfadado, pero sin perder su origen”.

En definitiva, Gelman le aplicó la ley de ventaja a la connotación peyorativa del término. Lo ubicó en la misma línea que su versión más soft o coloquial, y al situarlo en esa misma línea se puede sostener, desde el razonamiento más futbolero de la argentinidad, que de ahora en adelante nadie debe sentirse agraviado, injuriado o menospreciado si se lo califica como “un gran boludo”, definición que por carácter transitivo podría equivaler –y Gelman no nos deja mentir– a decir que es un compatriota de pura cepa.

Con su revelación planetaria, el enorme Juan nos liberó las ataduras, nos quitó la mochila, nos abrió la jaula para volar y decir las cosas sin complejos ni remordimientos. Legitimó el derecho a entrelazarnos con los protagonistas y descerrajarles nuestros puntos de vista con la dulce anestesia de esa complicidad.
¿Por qué debería enojarse Sabella si le dijéramos “Alejandro, no seas boludo, cómo lo vas a sostener a Romero en el arco si hace ocho meses que no es titular en su equipo”? ¿Por qué debería crisparse Sabella –hombre tan afecto a los símbolos patrios que recordó a Manuel Belgrano el día de su presentación como entrenador nacional– si cualquier hincha le sugiere que sería “un boludo si piensa jugar algún partido clave del Mundial sin Messi, Di María, Agüero e Higuain”, como algunos quieren inducirlo a pensar? Imposible. Imposible que el técnico de la Selección se caliente a partir de observaciones realizadas en el marco de esta nueva era, la Era DdG (Después de lo que dijo Gelman).

Ya no sería dificultoso ni arriesgado encarar a Matías Caruzzo con nuestra mandíbula a tiro de sus cross de derecha para decirle: “Cómo podés ser tan boludo para entrar a la cancha desde el banco de suplentes y pegarle desde atrás a un jugador de Godoy Cruz[3]”, porque el argentino de Matías ya tendría metabolizado –gracias, Juan, una vez más– el nuevo ítem de nuestro acervo cultural. A su vez, este coletazo de argentinidad incrementará el tan anhelado espíritu del fair play, ya que ningún árbitro de la galaxia osará levantar una tarjeta roja cuando un futbolista criollo ponga en duda su sano juicio y discernimiento al espetarle el consabido “¡Qué cobrás, boludo!”.

Incluso se evitarían agresiones patéticas y pérdidas de honrosos puestos de trabajo, porque un entrenador tan chispeante como Nelson Vivas[4] se quedaría inevitablemente en el molde si un plateísta entrado en canas, años y kilos exigiera al máximo sus cuerdas vocales al son de “¡Boludo, mandá el equipo adelante!”.
Además, la clarividencia gigantesca de Juan –no nos va a alcanzar la vida para agradecerle semejante acto de lucidez al servicio de la Nación– no hará más que fomentar la creatividad de los Discépolo de la tribuna, que deberían avergonzarse si, en tiempo perentorio, no modifican estrofas ahora desmeritadas como “¡Quééé boludos, quééé boludos, ahora a Fulanito, se lo meten en el…”.

Estamos tentados de escribir que es incalculable el espectro que Gelman nos sirvió en bandeja. Es más: acaso se abra un marco de concordancia para que los estadios vuelvan a ser una fiesta. ¿Por qué no soñar con que ya no habrá locales, visitantes, ni mucho menos esa paparruchada de los “neutrales”? Desde ahora y para siempre, somos todos “boludos”, hasta los periodistas.

Pero no todas son rosas en el jardín de la boludez. El estadío emergente también plantea un escenario de alivio para los dirigentes que se hacen soberanamente los boludos con los barras, pues quedarían levemente exentos de los aguijones que proponen las investigaciones siempre exageradas del periodismo. Dicho así, parece un argumento débil, endeble, a todas luces raquítico, pero con mucho menos algunos estudios de abogacía han excarcelado a pabellones enteros.

En fin… Ante tanto boludeo, parece justo recordar en este punto al escritor Isidoro Blaisten[5], un adelantado que, en una de sus geniales pinceladas costumbristas, pergeñó la “Balada del boludo”, texto teñido de angustia, desazón y desconcierto, pero con un final feliz[6]. Es el mínimo reconocimiento –y Gelman concederá– que se merece quien exaltó, antes que nadie, al término que ha reverdecido nuestra argentinidad al palo.

Posdata necesaria: por si esto lo lee un boludo de verdad, un boludo de cuando "boludo" era mala palabra y no un símbolo patrio, que quede claro que este texto está escrito en broma por un boludo.

Por Elías Perugino

Textos al pie

1- Poeta y periodista, nació el 3 de mayo de 1930 en Buenos Aires. Gotán es una de sus obras más destacadas dentro de su prolífico abanico poético. Además del Cervantes, ganó premios como el Reina Sofía, el Iberoamericano de Poesía y el Juan Rulfo, entre otros.

2- Es el premio más prestigioso de la lengua castellana. Lo otorga el Ministerio de Cultura de España, fue instituido en 1976 y lo han recibido, entre otros, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Mario Vargas Llosa, Augusto Roa Bastos, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz, Ernesto Sábato y siguen los genios…

3-En los incidentes de Godoy Cruz 2-Boca 2 del 20/10, el zaguero xeneize tuvo activa participación en la gresca final y fue sancionado por aplicarle un golpe desde atrás al zaguero Curbelo.

4- Al término de Quilmes 1 - Rafaela 1, el entonces entrenador cervecero salió disparado hacia la platea y golpeó a un hincha que lo venía hostigando durante el partido. Luego de esa reacción, fue desafectado de su cargo.

5- Nació el 12 de enero de 1933 en Concordia. Falleció el 28 de agosto de 2004 en Buenos Aires. Incursionó en el cuento, el ensayo, la poesía y la novela.

6- Dice en su fragmento final: “Entonces vino un alegre y le dijo: -Boludo alegre. Vino un pobre y le dijo: -Pobre boludo. Vino un triste y le dijo: -Triste boludo. Vino un pastor protestante y le dijo: -Reverendo boludo. Vino un cura católico y le dijo: -Sacrosanto boludo. Vino un rabino judío y le dijo: -Judío boludo. Vino su madre y le dijo: -Hijo, no seas boludo. Vino una mujer de ojos azules y le dijo: -Te quiero”.

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