Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: El equipo del Quijote

En el voraz mundo del fútbol, el olvido juega su campeonato y es capaz de ganar todos los partidos. Cuarenta años equivalen a un siglo. Es necesario dejar una huella muy profunda para que, pasado ese tiempo, el recuerdo se mantenga vigente. Esta historia reflota uno de esos casos.

Por Elías Perugino ·

12 de octubre de 2013
    Nota publicada en la edición de octubre de 2013 de El Gráfico

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El Viejo Martínez tenía la máxima virtud que un chico de 9 años podía esperar de un vecino: siempre devolvía la pelota. No importaba que fuera mediodía, plena siesta o la tardecita. Cuando el Viejo Martínez escuchaba que la pelota pasaba por arriba del alambre y picaba en el fondo de su casa, dejaba lo que estaba haciendo y la restituía de inmediato, siempre de buen talante. Por ahí se lamentaba si uno de los pelotazos extirpaba de la planta a algún tomate de su quinta: “Qué lástima, pintaba lindo este tomatito”, pero nunca les transfería esa bronca a los pequeños futbolistas que aguardaban del otro lado del alambrado. Tanta celeridad en la devolución conllevaba el pago de un ínfimo peaje. El Viejo Martínez la devolvía al toque, no se hacía rogar, era tan rápido como las várices de sus piernas lo dejaban ser, pero cuando se arrimaba para pasar la pelota exigía, tácitamente, que se le prestara un poco de atención. Y ahí aprovechaba para bajar su línea futbolera, porque al Viejo Martínez sí que le gustaba el fútbol. “Déjense de embromar con Boca, River y San Lorenzo. Ustedes tienen que hacerse de Banfield. ¡Eso es un cuadro!”, repetía como un rezo. A nosotros nos parecía raro, sobre todo porque el Taladro jugaba en Primera B[1] y... ¡¿cómo iba a ser mejor uno de la B que uno de la A?!

El Viejo Martínez, cuyo look mezclaba la sofisticación de Minguito con los pelos rebeldes del Profesor Locovich, era verdaderamente de Banfield. Y tenía un hermano que trabajaba en el club; era kinesiólogo, masajista, aguatero o todo junto, ni él lo sabía con exactitud. “Qué van a jugar bien al fútbol esos equipos que les gustan a ustedes, ¡Banfield juega bien!”, nos aguijoneaba mientras espiaba un poquito del picado. Así hasta 1973. Porque en 1973 se permitió agregarle un pequeño apéndice a su discurso de predicación: “… y si no les gusta Banfield, por lo menos háganse de Huracán, que esos también son buenos…”. Tan buenos que, según contaba –y no había por qué no creerle–, él mismo los había ido a ver a la cancha para sacarse todas las dudas.

Cuando el apellido de un equipo es un año, significa que gambeteó a la medianía. Como “Brasil del 70”. Como “Holanda del 74”. Rotularlo al estilo de la mejor cosecha de un vino es un elogio futbolero sin par, que proyecta a ese equipo más allá de su tiempo. Y “Huracán del 73” se instaló en esa galería de eternidad.
En realidad, el Huracán del 73 se empezó a parir en 1971, cuando el presidente Luis Seijo, desencantado por el mal andar del equipo que conducía Osvaldo Zubeldía, le ofreció el puesto César Luis Menotti, un entrenador recién horneado, de apenas 34 años, con el que había charlado meses atrás para cerrar una operación económica de club a club, cuando el Flaco ejercía el insólito cargo de secretario técnico de Newell’s[2]. En el camino hacia la consagración del Metropolitano 73, el Globito fue tercero en el Metro 72 y semifinalista en el Nacional de esa temporada. Tardó un año y medio en fraguarse, pero cuando lo hizo se reveló como una máquina del gol y del toque. Un equipo de circulación tan prolija como fluida, que aplicaba el cambio de ritmo con una precisión asesina y que consideraba a la inspiración individual casi como una religión. Menotti, con el sedimento sabio que deja el paso de los años, definió a ese equipo con las palabras que Borges utilizó para describir a la filosofía: “Orden y aventura”.

El gran mérito del Flaco fue saber elegir la partitura y los intérpretes. Los secretos del funcionamiento tenían llaves en cada línea. Al brillo ofensivo lo sostenía el aplomo de un fondo liderado por Alfio Basile, por entonces mal herido de una rodilla, pero experimentado, solidario e intuitivo para activar las clavijas justas que exprimían lo mejor de cada compañero[3]. Coco compartía la zaga con el expeditivo Buglione. Y en los laterales se alineaban Nelson Chabay (notable temperamento, buen cabeceador) y el Lobo Carrascosa, de gran manejo para la salida. Pero el alma del equipo estaba en el medio, que respetaba el módulo setentista del 8-5-10, aunque con una vuelta de tuerca sustancial. El eje era Fatiga Russo, un distribuidor magistral, un tiempista del pase, que llegó al club como jugador libre. El rasgo distintivo era que el 8 era el 10 y el 10 era el 8. ¿Cómo era eso? Así: Brindisi, el volante derecho, era más ofensivo que Babington, el creador de la izquierda. Miguelito tenía alma de delantero, atacaba por donde se movía el volante de menos marca del contrario (o sea, el 10 del rival) y el Inglés quedaba más retenido, pero no por casualidad, sino porque lastimaba con quirúrgicos y sorpresivos pases largos y cruzados, que explotaban la voracidad de Brindisi y de otro loquito al que ya nos vamos a referir. Arriba, el terminador de las jugadas era Roque Avallay, un killer sin aires de elegancia. Omar Larrosa, otro que se sumó de casualidad[4], se diplomó de crack: subía, bajaba, armaba juego y la metía. Tanto la metía, que terminó goleador de la campaña[5]. Van nueve, faltan dos: Roganti al arco –sobrio, cumplidor– y el jugador distinto...

“¿Y a este de dónde lo sacaron?”, bramaron los más experimentados cuando vieron llegar a un pollito mojado de piernas huesudas. Era un ocho de Defensores de Belgrano, que estaba en la C, a quien el Flaco traía para jugar de wing derecho. Cuando terminó la primera práctica, en la que los gambeteó a todos una, dos y hasta tres veces por jugada, la pregunta ya era otra: “¿Cómo puede ser que a este no lo haya visto nadie antes?”. Era René Houseman, alias el Loco porque gambeteaba a lo Corbatta[6]. “Llegó René y explotó todo”, recordó Babington, que también supo de la generosidad del Flaco[7].

Se cansaron de ganar partidos[8]. Durante la primera rueda le dieron palizas a más de uno. En la segunda bajaron el ritmo porque durante tres meses les sacaron medio equipo para integrarlo a la Selección que disputaba las Eliminatorias para Alemania 74. Pero el sello ya estaba impreso. “Para mí –contaría Menotti-, Huracán era invencible. En el fútbol están el juego y el score, que no siempre coinciden. Pero en el juego éramos invencibles”. Respeto, admiración, asombro. Todo eso despertaba aquel equipo. “Si el Quijote viviera, sería de Huracán”, exageraba Osvaldo Ardizzone desde sus crónicas, aunque él no creía exagerar…
Huracán del 73. Un equipo legendario e irrepetible que derritió todos los moldes hace exactamente 40 años. Inolvidable por su propuesta, por el fútbol genial de sus individualidades y por haber sido el único que le hizo pensar por una vez al Viejo Martínez que cabía la mínima posibilidad de que existiera en el mundo un equipo mejor que Banfield…

Por Elías Perugino

TEXTOS AL PIE

1- Banfield fue campeón de Primera B en ese 1973. Aquí una formación. Arriba: Pipastrelli, Romero, Sotelo, La Volpe, Terzaghi y Manavella. Abajo: Roselli, Mateos, Flotta, Taverna y Benítez. Los técnicos eran Oscar López y Oscar Cavallero.

2- Seijo asistió a la reunión con su secretaria. Cada tanto le decía, entre café y café: “¿Ves? Este es el técnico que yo debería llevar a Huracán…”. Al tiempo recordó esas palabras y llamó a Menotti.

3- Coco tenía el tacto suficiente para hacer reaccionar a un compañero y elevarle el nivel. Sabía a quien reactivar con un insulto (Babington) y a quien con un reproche más suave (Avallay).

4- Recién llegado del fútbol de Guatemala, Larrosa tenía todo cerrado con Gimnasia, pero se le rompió el auto camino a La Plata y no pudo ir a firmar. El Flaco lo llamó y lo convenció para sumarlo a Huracán.

5- Larrosa convirtió 15 goles durante la campaña. Lo siguieron Brindisi, con 12, y Avallay, con 11. Golearon a Argentinos (6-1), Atlanta (5-2), Racing (5-0), Central (5-0 en Rosario) y Ferro (5-2). También vencieron a NOB y Colón de visitantes.

6- Desde Orestes Omar Corbatta (jugador de Racing, Boca y la Selección) que no se veía un wing tan desfachatado, capaz de la gambeta más insólita e irreverente. A Corbatta le decían el Loco, y eso heredó Houseman, a quien Fatiga Russo también le puso Hueso por sus piernitas flacas.

7- A Babington lo expulsaron en la primera fecha, ante NOB, por agredir al árbitro. Le dieron 10 fechas de suspensión, luego rebajadas a 4. El Flaco lo sostuvo pese a la bronca general: “Dije que usted iba a ser el eje del equipo y lo mantengo”.

8- Huracán sumó 46 puntos en 32 partidos (la victoria valía 2 puntos en aquel tiempo). Hizo 25 puntos en la rueda inicial y 21 en la segunda. Ganó 19 partidos, empató 8 y perdió 5. Le sacó 4 de ventaja a Boca, el subcampeón.