Las Crónicas de El Gráfico

Más que mil palabras (sobre Afganistán): la vuelta

Diez años después, Afganistán volvió a jugar un partido en su tierra. Y mandó un mensaje de paz.Un texto de Martín Mazur.

Por Martín Mazur ·

09 de septiembre de 2013
  Nota publicada en la edición de septiembre de 2013 de El Gráfico

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HAY FOTOS que construyen historias y hay historias que se reconstruyen a partir de una foto. Dependiendo del caso, y de la fuerza de la toma, la imagen puede ser un punto de partida o también un punto de llegada. La que aparece en esta página pertenece a este último grupo.

Desprovista del escenario, sería una celebración más de las que tanto se ven en el fútbol. Un partido ganado sobre la hora en el torneo Argentino A. Una final de una liga colegial de Estados Unidos. La clasificación a la Champions League de un equipo chico de Eslovaquia. El festejo de un triunfo en un clásico en España. O una victoria después de una extenuante definición por penales en un Mundial. El resultado llevaría más o menos al mismo lugar: jugadores en éxtasis, dando vueltas cerca del círculo central. Algunos más tímidos, otros más extrovertidos. Algunos que se animan a bailar en el centro de la pista imaginaria. Otros que prefieren aplaudir desde un costado. Banderas que ondean a lo lejos, en tribunas que se niegan a quedar vacías.

El estadio de la foto está en Kabul. En ronda, los jugadores que celebran son los de la selección de Afganistán. Es el primer partido oficial que jugaban en su tierra después de diez tortuosos años de guerra y muerte. Aunque las entradas se vendieron a tres dólares cada una –un precio alto para el poder adquisitivo local–, el estadio de la Federación Afgana presentó un lleno total.

El partido de la vuelta tuvo un simbolismo político enorme. Fue nada menos que contra Pakistán, país vecino del que se sospechan vínculos para sostener los 12 años sangrientos de los insurgentes que pugnan por un regreso al poder talibán.

Entrevistado por la enviada de la BBC, Hakim, un afgano que también se declara hincha del Barcelona, el Manchester United y la Selección Argentina, dice en la tribuna: “Esto va más allá del fútbol para nosotros. Esperamos que este partido pueda ser también una muestra de paz para con nuestros vecinos, para que no haya más tensión”. Y de paso, pronostica un 3-0. El “esta tarde se comen tres”, según parece, es algo universal.




KHALED HOSSEINI creó una fundación para ayudar al pueblo afgano en 2007. Su libro Cometas en el cielo es una historia tristísima. Leerlo es como pelear contra el mejor Tyson. Golpe tras golpe, lo mejor podría ser abandonarlo rápido para no extender el sufrimiento. Ya cerca del final de la historia, el protagonista vuelve a Kabul después de muchos años, para encontrarse (chocarse, para utilizar un verbo más acorde) con la realidad del dominio talibán. Una ciudad transformada en ruina viviente bajo la dictadura del miedo con excusa religiosa.

Al protagonista lo llevan a un partido de fútbol. En la cancha no había césped, sólo tierra que volaba y dificultaba la visión de todos. Pese al calor, los jugadores usaban pantalón largo. Con látigos, los talibanes azotaban a quienes gritaran en las tribunas. El partido era una anécdota. Lo importante era el entretiempo. En pozos previamente cavados cerca de los arcos, los talibanes ubicaban a los condenados. El mullah tomaba el micrófono y pronunciaba alguna arenga pseudorreligiosa antes de la carnicería. De otra camioneta descargaban un montículo de piedras. Allí sí se permitía alentar.

“Irrumpieron en el estadio poco después de que el silbato anunciara el descanso –escribió Hosseini–. La
multitud se puso de pie. Dos talibanes con sendos Kalashnikov al hombro ayudaron al hombre que llevaba los ojos vendados a descender de la primera camioneta y otros dos hicieron lo propio con la mujer tapada con el burka. Llegaron dos talibanes más y la obligaron a meterse en uno de aquellos agujeros que llegaban hasta la altura del pecho. Lo único que sobresalía del nivel del suelo eran los torsos de los dos condenados…”.

El relato estremece y continúa: “Saltó de la camioneta un hombre alto y de espaldas anchas. Varios espectadores lanzaron vítores al verlo aparecer. Tomó una piedra y se la mostró a la multitud. El ruido cesó para ser sustituido por un zumbido que recorrió todo el estadio. El talibán, que irónicamente parecía un lanzador de béisbol situado sobre el montículo, lanzó la piedra hacia el hombre de los ojos vendados. Le dio en un lado de la cabeza. Los ‘oh’ de los espectadores coincidían con cada lanzamiento de piedra, y la escena se prolongó durante un buen rato. El hombre del hoyo había quedado reducido a un amasijo de sangre y pedazos de tela. Tenía la cabeza doblada hacia delante. El talibán con las gafas de John Lennon jugueteaba con una piedra en las manos mientras observaba a un hombre que estaba agachado junto al hoyo. Este presionaba el extremo de un estetoscopio contra el pecho de la víctima”.

El protagonista no quiso mirar el remate. “Después de que, sin ningún tipo de ceremonia, cargaran en las dos camionetas los cadáveres ensangrentados, aparecieron varios hombres con palas y rellenaron rápidamente los agujeros. Uno de ellos intentó tapar las grandes manchas de sangre removiendo la tierra con el pie. Unos minutos más tarde, los equipos salían de nuevo al terreno de juego. Comenzaba la segunda parte”.




EL PRESIDENTE de Afganistán, Hamid Karzai, recibió a los planteles luego del amistoso internacional de este 20 de agosto, una contundente victoria 3-0 tal como había pronosticado Hakim en la BBC. Ya está planeado un partido de vuelta (hablar de revancha en este contexto sería peligroso) en Lahore, Pakistán. Decir que el fútbol volvió a Kabul también sería falso. El fútbol nunca se fue de allí. Apasionados como pocos, los afganos son fieles seguidores de la Premier League, la Liga española y la Bundesliga. Lo sorprendente es que ellos también hayan sido capaces de ir a un estadio con banderas y las caras pintadas, sin por eso demostrar tener vocación suicida.

Hay fotos que sirven para construir historias y hay fotos que sirven para diseccionarlas. En el caso de Afganistán, el deseo es que esta foto, la de la vuelta, sirva para trazar el final de un recorrido cruel e inhumano. Y signifique un punto de partida para un camino mejor. La cancha tiene césped. Luego de décadas de polvo y sangre, es una buena señal.

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Por Martín Mazur 

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