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84 horas en Nürburgring: La otra hazaña de Fangio

En 1969 la Misión Argentina, comandada por el Chueco, compitió en Alemania con tres Torinos fabricados en el país. El cuarto puesto final fue un éxito para el automovilismo argentino y para la industria nacional.

Por Redacción EG ·

20 de julio de 2018
Imagen EL TORO SALVAJE DE LAS PAMPAS. Los medios argentinos pusieron la epopeya del Torino, ante las marcas europeas en Nürburgring, a la altura de la histórica pelea de Luis Ángel Firpo contra Jack Dempsey, en 1923 en el Polo Grounds de Nueva York.
EL TORO SALVAJE DE LAS PAMPAS. Los medios argentinos pusieron la epopeya del Torino, ante las marcas europeas en Nürburgring, a la altura de la histórica pelea de Luis Ángel Firpo contra Jack Dempsey, en 1923 en el Polo Grounds de Nueva York.
En el verano de 1969 Juan Manuel Fangio, ya retirado como piloto y cumpliendo su faceta de embajador de Mercedez Benz en Argentina, se enteró que existía una exigente carrera de resistencia llamada “La Maratón de la Ruta”, exclusiva para autos de turismo, que se realizaría en agosto en el circuito alemán de Nürburgring. Sin pensarlo dos veces, el Chueco se fue corriendo a ver a Oreste Berta, que a pesar de su juventud ya era toda una eminencia en la preparación de motores de competición. La idea era clara: correr en Alemania con un Torino coupé 380w, la última gema de la industria nacional.

Berta rápidamente aceptó el reto, y puso manos a la obra en la fábrica que Industrias Kaiser Argentina (IKA) tenía en Santa Isabel, Córdoba. El proyecto era trabajar sobre la matriz original del Torino y prepararlo para competir 84 horas en Nürburgring, siempre siguiendo el estricto reglamento que imponía la carrera, y que para esa altura ya había sido traído de Europa por el propio Fangio. Además, para acondicionar la carrocería del modelo de calle -pensada originalmente por Pininfarina- al prototipo de competición, se sumó al equipo el destacado diseñador Heriberto Pronello. No faltaba nadie, los mejores representantes del automovilismo nacional velaban por el éxito del Torino en lo que sería la Misión Argentina.

En poco más de seis meses quedaron listos los tres autos que afrontarían la competición. Estaban íntegramente fabricados con piezas nacionales, salvo los carburadores que eran italianos, por una exigencia del reglamento. Los Torinos viajaron en barco y llegaron al puerto de Hamburgo el primero de agosto. Allí los recibió Berta y se encargó de trasladarlos al circuito de Nürburgring. Cuatro días después de su llegada, los coches comenzaron las pruebas ya con sus respectivos pilotos asignados. El Torino número 1 iba a ser conducido por Luis Di Palma, Carmelo Galbato y Oscar Fangio; el 2 por Eduardo Rodríguez Canedo, Jorge Cupeiro y Gastón Perkins; y el 3 tendría al volante a Eduardo Copello, Oscar Franco y Alberto Rodríguez Larreta, el popular 'Larry'.

Los entrenamientos fueron accidentados, y desde el principio se destacaron más los mecánicos que los pilotos. La exigencia que propone el trazado –Nürburgring es considerado el circuito más difícil del mundo- y las malas condiciones climáticas provocaron serios inconvenientes en los conductores, que se vieron obligados a combatir contra la lluvia, el viento y la niebla, además de soportar recurrentes problemas en los frenos. Sumado a eso, el resto de los equipos llevaba más de un mes practicando. Definitivamente las condiciones no alimentaban la ilusión, y el público en general consideraba a los Torinos inferiores a los Lancia, a los BMW, a los Porsche y a los Mercedes Benz.

En medio de las contrariedades para el equipo argentino, se largó la prueba el 20 de agosto. Desde el comienzo los Torinos dominaron la competición y se pusieron al frente. Al principio generó sorpresa que tres autos venidos del fin del mundo dominasen una carrera plagada de marcas europeas, pero para la segunda noche, justo en la mitad de la competencia, todos los participantes ya habían comprendido el poderío de los autos nacionales.

Cumplidas 42 de las 84 horas de la prueba, el Torino número 2, pilotado por Perkins, se salió de pista y le fue imposible volver. No obstante, Copello seguía al frente de la carrera a bordo del auto número 3. El reglamento establecía que cada parada en boxes sería penalizada con una vuelta menos para el equipo en cuestión, por lo que los pilotos se las ingeniaban para reparar sus coches a un costado de la pista. Los conductores cambiaban pastillas de frenos, arreglaban las luces o subsanaban los problemas en el cárter en tiempo récord. Nürburgring, el Infierno Verde –tal cual lo bautizó Jim Clark, el bicampeón de Fórmula 1-, mostraba toda su bravura.

La Misión Argentina sumó otro contratiempo en la hora 50, cuando el Torino número 1 conducido por Luis Di Palma se quedó sin luces y se despistó en una curva. Sólo quedaba uno de los autos argentinos en pista, que seguía peleando el podio con los Mazda, los BWM, los Lancia y los Triumph.

Sobre la hora 80, y cuando sobrevivían menos de veinte coches en la carrera, el Torino de Copello se acercó al Triumph, que marchaba tercero, pero una falla en el caño de escape le generó una penalización. El comisario deportivo le avisó al equipo argentino que debía reparar el vehículo porque excedía el límite de la sonoridad permitida. En el cambio de pilotos, tomó el volante Franco, y llevó consigo alambre y amianto para arreglar el auto a la vera del camino. Logró reparar la falla, pero se le tornó imposible alcanzar los primeros lugares. El 23 de agosto, cumplido el tiempo reglamentario, el Torino número 3 finalizó cuarto, detrás de un Lancia, un BMW y un Triumph.

Sólo las sanciones impidieron que el equipo argentino ganase la competencia, porque el Torino fue el auto que más vueltas dio a lo largo de las 84 horas de la bien llamada “Maratón de la Ruta”. Fueron un total de 334, que las penalizaciones redujeron a 315. El Lancia ganó acumulando 322 giros, seguido por las 318 del BWM y las 315 del Triumph.

La Misión Argentina redondeó en Nürburgring una heroica actuación, demostrando al mundo que la industria automotriz más fuerte de Latinoamérica de ese momento era competitiva en cualquier circuito del planeta. Fue la primera repercusión mundial del automovilismo nacional desde el retiro de Fangio, en 1958. Los Torinos brillaron en Alemania, justo con el Chueco a la cabeza, que había confiado más que nadie en el proyecto de Berta y en el poderío de los autos, tal cual lo manifestó en el aeropuerto, antes de partir a la competencia: “Porque somos todos argentinos es que toda nuestra fe, todo nuestro entusiasmo, se concentra en los colores de nuestra bandera, y en estas dos palabras que, como única insignia, lucen estos coches que llevan a Europa nuestra gran esperanza: Industria Argentina”.
 
Matías Rodríguez (2014)