Las Entrevistas de El Gráfico

Viaje al olvido

Los pelotazos son una de las acciones que más se repiten en el fútbol y normalmente pasan inadvertidos. No fue el caso de este volante del fútbol regional cordobés, que sufrió amnesia luego del rechazo de un compañero. Recuperó la memoria 46 días después, con una canción de La Mona Jiménez. Increíble.

Por Redacción EG ·

19 de marzo de 2013
  Nota publicada en la edición de marzo de 2013 de El Gráfico

Imagen CHECHO TORRES, cuya familia contuvo a la espera del milagro que ocurrió un mes y medio después del inicio de la amnesia.
CHECHO TORRES, cuya familia contuvo a la espera del milagro que ocurrió un mes y medio después del inicio de la amnesia.
El humito se ve del otro lado del alambrado. Es un partido amistoso, pero no importa, los choris están presentes. El próximo domingo comienza la Liga Regional Riotercerense de fútbol y tanto el club local, Recreativo Elenense, como el visitante, Fitz Simon, están ilusionados en hacer una buena campaña. En el equipo de Embalse hay un número 5 que muestra clase en cada pase, César Torres, el Checho. Pero este no será un domingo cualquiera para él.

El sol de abril no se siente en la cancha de escaso verde y algún que otro pocito. El partido está 0-0. Atacan los de Elena. Se escucha un insulto futbolero desde el otro lado del alambrado. Nicolás Gigena corta bien el balón desde el fondo, rechaza y… ¡boom! Silencio total. Visión borrosa. La pelota acaba de dar en la cabeza de su compañero Torres, quien está tendido en el suelo. Un segundo, una eternidad.
Teresa y Juan Leopoldo están tomando unos mates bajo la sombra allá en su casita de Embalse. Ya no se escuchan las chicharras del cerro porque el verano es recuerdo. Pero sí se escucha que el teléfono suena y suena. Tras atender y recibir la noticia, comienza un frenesí de vértigo que no pueden parar. Buscan un transporte que los lleve hasta la ciudad de Río Tercero, llegan a la clínica y ven justo cuando en una camilla bajan al Checho de la ambulancia. Con los ojos temerosos, Teresa se acerca a su hijo y le pregunta qué sucede, qué pasó. Checho la mira. No entiende nada y observa al médico, que intentando calmar la situación, y con una voz que busca llevar paz le dice: “Disculpe señora, su hijo no sabe quién es usted. El golpe que recibió le ha hecho perder la memoria”.

César Torres nació el 14 de junio de 1985 en Cañada de Alvarez, pero se crió en la localidad cordobesa de Embalse. Desde pequeño se destacó con la pelota. Tal es así que su técnico Coté Gómez, en las infantiles de Fitz Simon, lo bautizó Checho en alusión a Sergio Batista. Su incursión en el fútbol lo llevó a viajar a Chile con la selección de Río Tercero, a debutar en la Primera del club con sólo 16 años y a ser convocado para jugar en General Paz Juniors en la ciudad de Córdoba. Pero extrañaba a su familia y regresó a sus orígenes.

Admirador de Fernando Redondo, el sueño de ser futbolista profesional quedó trunco. Sin embargo, siguió jugando en Fitz Simon. Y llegó aquel domingo 22 de abril de 2007, donde ese pelotazo le borró los recuerdos.“No se acordaba de nada. No sabía quiénes éramos nosotros. Después de hablar con la neuróloga tuve que ir a terapia y presentarme, decirle que era la madre, contarle qué había pasado. Tuvo que aprender todo de nuevo. No reconocía la casa, ni a los hermanos. Le enseñamos a comer. Incluso a él le gustaba tomar mate y también tuvimos que enseñarle cómo se chupa la bombilla. Sabía hablar, entendía lo que le decíamos, pero había que explicarle cada cosa. Era todo nuevo”. Teresa Bustos es la mamá de Checho. Narra la historia de su hijo con los ojos llorosos. Aquel pelotazo le dio justo en la sien y a César Torres le diagnosticaron amnesia cerebral transitoria. Desconocía todo.

Fueron 46 días donde al volante central hubo que contarle cada detalle de la vida. “Creíamos que esas cosas sólo pasaban en las novelas”, confiesa Juan Leopoldo, el padre, en la casa familiar del interior de la provincia de Córdoba. Afuera hay un cielo bien celeste y una vegetación admirable. El hogar de los Torres está en el pie de un cerro. A escasos kilómetros se encuentra el lago de Embalse que da origen al río Tercero. “Un día vino un primo y decidimos hacerle un asado. Buscábamos cosas para ver si Checho podía recordar, para ver si ‘despertaba’. Bueno, en el asado estuvo a punto de comerse los huesos. ¡Se había olvidado hasta de comer asados!”, refleja su hermano Gabriel.

Toda la familia está reunida, contando cómo fue su vida en aquellos meses. Checho, el protagonista, escucha a sus padres. Y mientras escucha, trae fotos, muchas, de cuando era niño. De esa época en que comenzó a generar simpatía por su juego. “Para mí, desde chico, el fútbol es todo. Me dejó un montón de amigos, le dediqué mucho tiempo…”. Cuando pronuncia “tiempo”, su tono de voz toma otro color. Para él, el tiempo no es una palabra más, representa muchas cosas. Aquel otoño del 2007 se lo enseñó.

Imagen EL OTRO YO. Durante 46 días, Checho se miró al espejo sin saber quién era o cómo había llegado a ese mundo paralelo, sin recuerdos.
EL OTRO YO. Durante 46 días, Checho se miró al espejo sin saber quién era o cómo había llegado a ese mundo paralelo, sin recuerdos.
“¡Volve, Checho, te esperamos!”
Tantas cosas pueden pasar en 46 días. César Torres se había convertido en una nueva persona. Sin pasado. Y mamá Teresa sufría. Tenía miedo de hasta dejarlo ir al baño. Iba a tomar mate a lo de la tía Mima, pero rápidamente volvía para ver qué estaba haciendo su hijo. Y él, el Checho, aquel fanático del fútbol, de pronto se había vuelto un apasionado del tenis. Sufría frente al televisor con la derrota de David Nalbandian ante Nikolay Davydenko en Roland Garros y seguía expectante el avance hacia un nuevo título de Rafael Nadal en París. La Selección Argentina comandada por Alfio Basile se preparaba para la Copa América de Venezuela, pero a él no le importaba. El fútbol parecía algo desconocido.

En esa intención de hacerlo “volver”, familiares y amigos lo llevaron hasta la localidad de Elena, pueblo que está a unos 40 kilómetros de Embalse. Fueron nuevamente a la cancha de Recreativo Elenense donde había sufrido el accidente. Llegó y lo primero que dijo fue: “¡Qué linda cancha!”. Nada más. Pero lo más llamativo fue que le tiraron una pelota de fútbol para ver si reaccionaba. Sin embargo, para sorpresa de todos, Checho se hizo a un lado. La pelota quedó sola, ante la mirada incrédula de los presentes. Él, que desde bebé había tenido como juguete preferido el “fulbo”, que era reconocido en el pueblo desde niño por su buen dominio de pelota, ahora la esquivaba. “No sabía lo que era”, admite Checho, quien, con el tono pausado, agrega: “Me decían que yo jugaba al fútbol, pero no recordaba nada”.

En el club todos estaban preocupados. Fundamentalmente Nicolás Gigena, quien había tenido la mala fortuna de haber hecho aquel rechazo desde el fondo. Al Checho lo llevaban a las prácticas, a los partidos. Pero no, no entendía el juego. En los partidos oficiales de la Liga, Alejandro Rópolo y otros compañeros hicieron una bandera con la leyenda: “¡Volvé Checho, te esperamos!”. Sí, volvé. Todos en el club entendían que se había ido, que había “viajado”. En la familia, también. Checho estaba, pero no estaba. El médico especialista en neurología Federico Gavaraglia les había dicho que en cualquier momento iba a volver. Sí, esas fueron las palabras textuales. Los estudios indicaban que no tenía ya secuelas del golpe. Estaba bien. Pero sin recuerdos.

“Estábamos preocupados por si le quedaba algo en la cabeza. Le hicimos estudios y no tenía nada. Había que esperar a que recuperara la memoria, podía pasar una semana, un mes, un año”, cuenta Juan Leopoldo. Hasta que llegó ese gran día...

“Estaba en la pieza, junto con mi hermana Eliana, ya me habían dado de comer y me acosté a ver tele. Pero me cansé y les dije que prendieran la radio. Entonces me dormí. Al rato desperté y en la radio…”. César está describiendo el momento con una foto de cuando era chico en la mano. Toda la familia está con los ojos brillosos, recordando ese instante mágico. Teresa lo mira esperando el desenlace que ya conoce, pero que la hace tan feliz. César hace una pausa, se acomoda lo rulos, y retoma: “Me desperté y en la radio estaba cantando la Mona Jiménez y, no sé, empecé a cantar la canción. Me la acordaba. De repente volví, me acordaba de todo, llamé a mi hermana y ya llamamos a todos. Fue una alegría”. Tal cual, “despertó”. Sí, recobró la memoria, tras 46 días, gracias a un tema de La Mona, el cantante popular por excelencia de Córdoba.

¿La canción? “Paloma loca”. ¿Qué tiene de especial? Ni el propio Checho sabe decirlo. “Me gusta la Mona, el cuarteto, Banda XXI, pero no soy fanático. Escucho de todo”, confiesa. Baila cuarteto como todo cordobés, pero no tiene fanatismo por ningún grupo en especial. “Paloma loca”, sin embargo, fue la llave para el vuelo de regreso.

En 46 días pueden pasar muchas cosas. Acompañándolo en el mediocampo, en aquel accidentado partido, estaba Federico Alesandri. Tantas cosas pueden cambiar en 46 días, que ese compañero se transformó en el principal candidato a intendente del pueblo durante ese tiempo. Y el vértigo de la vida, que no te espera por más que la memoria te haya jugado una mala pasada, o haya pedido un paréntesis, hizo que cuando Checho volviera a jugar al fútbol al año siguiente, aquel compañero ya no jugara más, debido a que se había convertido en el intendente de Embalse.

A propósito, el regreso al fútbol no le fue fácil. Había un poco de temor. La bandera todavía acompañaba al equipo. Pero César Torres aún tenía recelo. Hasta que un día, una tarde de febrero de 2008, volvió a los entrenamientos. La precaución estaba, pero los conceptos permanecían intactos, y el pase fino, vigente. Volvió. Y volvió a jugar con la 5 en la espalda.

Mientras César Torres dialoga con El Gráfico recibe un mensaje de texto de Nicolás Gigena, aquel defensor que, al rechazar desde el fondo, le dio el pelotazo demoledor. En el ida y vuelta de SMS se hacen chistes. “¡Qué zurdazo eh, jaja!”, le escribe Gigena, quien vivió esos 46 días de amnesia de Checho con bastante preocupación.

“Fue terrible. Rechacé la pelota y le dio en la cabeza. Pero con la adrenalina del partido no nos dimos mucha cuenta en ese momento, porque lo vimos despierto en la camilla. No parecía de gravedad, creí que era un golpe normal. Después, en el entretiempo, Checho no estaba más. Y cuando terminó el partido, nos contaron a todos lo que había pasado. A medida que pasaba el tiempo, la preocupación era cada vez más grande. Yo iba siempre a su casa para ver cómo estaba, si recuperaba la memoria. Mi papá también estaba muy preocupado. Es gente que uno conoce desde chico, en los pueblos nos conocemos todos”, describe Gigena, quien ahora vive en Buenos Aires, lejos de su Embalse, pero con el recuerdo latente de aquellos meses.

“Cargo de conciencia no tenía porque fue una jugada desafortunada, lo comprendí así. Si no, todos me hubieran acusado y nadie lo hizo. Por ahí tenía culpa futbolística, más que humana. O sea, un zaguero recio como yo, que había lesionado a un jugador que la rompía, y encima del mismo equipo”, dice entre risas Gigena.

Pero en un momento su voz cambia. Se pone serio y aclara: “Cuando me llamaron para avisarme que había recuperado la memoria, no se pueden imaginar la reacción. Fueron dos meses de constante pensar en la situación, días de mucha preocupación... Fue un alivio escuchar la noticia. Mi papá me agarró y me dio un gran abrazo, me habló y me dijo ‘ya está, olvidate’. Él había visto que yo inconscientemente estaba triste. A Dios gracias, volvió el Checho”.

Imagen FITZ SIMON. El equipo de Embalse, Córdoba, un año antes del accidente de Torres (parado, el tercero desde la izquierda) en la cancha del Recreativo Elenense.
FITZ SIMON. El equipo de Embalse, Córdoba, un año antes del accidente de Torres (parado, el tercero desde la izquierda) en la cancha del Recreativo Elenense.
Vuelta a la normalidad
Con sus 27 años, Torres se prepara para realizar una nueva pretemporada en Fitz Simon de Embalse. Y sonríe cuando evoca su regreso al fútbol de la Liga, en el que volvió a convertir un gol ¡y de cabeza! frente a Talleres de Berrotarán. El abrazo del Mono Bazán, de Adrián Cáceres, de cada compañero, “fue como si fuera el festejo de todo el pueblo”, se ríe Checho.

Ahora todas las anécdotas son risas. Atrás quedaron esos días de angustia, en los que tuvo que aprender a vivir nuevamente. Se acordaba de las palabras y podía hablar con normalidad y también reírse. Pero era otra risa. Distinta a la de hoy. “Durante ese tiempo me di cuenta de que aun sin conocerlos, porque no los recordaba, había mucha solidaridad en la gente”, rememora.

Y también se ríe la familia Torres, mientras comparte unos mates bajo la sombra. A medida que pasa la charla se suma el hermano mayor, Carlos, a quien desde chico llaman Caralampio, apodo que también tiene como creador a aquel DT de infantiles que bautizó a Checho.

El accidente que le provocó la transitoria pérdida de memoria a César Torres fue en abril de 2007. Pasaron cuatro años para que Checho regresara a jugar en aquella cancha fatídica del Recreativo Elenense. Lo hizo con la camiseta del Club Biblioteca La Cruz. La expectativa fue grande, aunque el contexto fue otro. “Guarda, cuidado que acá perdiste la memoria, podes perder otra cosa”, le gritaban los hinchas locales. Todo en tono de broma. Lo recordaban a él. Y al acontecimiento. “Me gritaban de todo, pero con buena onda. Por más que fui con La Cruz sabían que era de Embalse y que me había pasado aquello”, explica. ¿Cómo salió el partido? Ganó La Cruz. Regresó con victoria. Cuando le llegó la pelota, ya no se hizo a un lado. Todo lo contrario. Tuvo una tarde destacada. No salió en camilla, salió entre aplausos. Hasta se escuchó una canción de la Mona Jiménez en el vestuario para celebrar el retorno. Aunque ojo, él no lo recuerda bien. A propósito, todavía no se acuerda si aquel partido de abril de 2007 se siguió jugando. Hay cosas que se le han perdido. Hay partidos recordados por todos en el pueblo, donde él fue protagonista, pero que para Checho nunca existieron. Hay sólo reminiscencias olvidadas. De aquellos 46 días otoñales le quedó el gusto por el tenis. Incluso ahora lo juega. Recuerda ese tiempo donde debió aprender a vivir otra vez, donde notó que tenía más amigos de los que imaginó alguna vez.

“Sucedió porque tenía que pasar y, gracias a Dios, lo puedo contar como una anécdota ahora”, finaliza César Torres, el mediocampista central que de un pelotazo perdió la memoria, pero que no se olvidó de cómo tratar a la pelota.

Por Marcos Villalobos. Fotos: Viviana Toranzo