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La fórmula de Maravilla Martínez

Viaje a la intimidad del campeón mundial de los medianos del Consejo. La locura que vive en la Argentina luego de la fama y la popularidad. Su devoción por Alí. El próximo combate ante el inglés Murray. Su sueño de retirarse a lo grande en el país. Y una revelación que impacta: “Nunca hice una pelea perfecta”.

Por Redacción EG ·

22 de enero de 2013
 Nota publicada en la edición de enero de 2013 de El Gráfico

Imagen SERGIO Maravilla Martinez sueña con retirarse a lo grande en la Argentina.
SERGIO Maravilla Martinez sueña con retirarse a lo grande en la Argentina.
IMPOSIBLE QUE caiga mal. Esa resulta la sensación que Sergio Martínez dejó impregnada al concluir la producción de dos horas en la revista El Gráfico. Maravilla no parece un número uno, pese a que es una celebridad. Sincero y frontal. Inteligente y criterioso. Carismático y divertido. Posó como si fuera un modelo y hasta generó el hueco justo para insinuar chistes, producto de su ingenio en sus monólogos de stand up.

Al margen de la fiereza que denota al tirar golpes con una velocidad asombrosa para engalanar las fotos, entiende que su trabajo transcurre arriba y abajo del ring. Por eso, valora su corta visita por Buenos Aires, donde aprovechó para presentar y promocionar su primera defensa del título mundial de los medianos del Consejo, pautada para el próximo 27 de abril en nuestro país, frente al inglés Martin Murray.

-Imposible estar tranquilo en la Argentina. Esto es fruto del trabajo y hay que darle las gracias, porque estamos haciendo las cosas bien. Pero se extrañan esos momentos de soledad. Encima yo, que soy un tipo bastante ermitaño, solitario.

-¿Más de lo que la gente se cree?
-Mucho más. La gente no se imagina lo solitario que soy, y lo bien que estoy. Pero disfruto de la vida también, porque es poco el tiempo que paso en la Argentina. Entonces, vengo y vivo como en una nube; es una locura. Luego, vuelvo a la tranquilidad de Madrid, donde lo único caótico es el tráfico.

-Quizá no sabías que ser campeón del mundo involucraba esto. De pronto, no pertenecer a uno mismo.
-Se pierde lo más valioso que un hombre puede tener: la libertad. Yo ya no tengo libertad absoluta, pero sí relativa. Voy a cualquier país de Latinoamérica y no paso inadvertido. Voy a los Estados Unidos y tampoco paso inadvertido en la mayoría de los sitios. En España, me queda todavía un poquito de eso.

-Parece que sos más común, más Sergio, en tu barrio…
-Sí, donde yo vivo puedo hacer una vida normal, la de un tipo común y corriente, como la que trato de llevar siempre. Mi rostro les parece conocido a algunos, a veces. Pero no es más que eso. No es que ahí hay 20 personas y las 20 me conocen.

-¿Te sentís una estrella?
-No, la verdad es que no. Simplemente, esto lo uso como arma de defensa para Chávez junior o Murray, por ejemplo.

-¿Cuánto hace que no estás un buen rato a solas con tu mamá, Susana?
-Muchos meses, años. Me apena que ella tenga que venir a aquí (la producción en la revista El Gráfico) para compartir tiempo conmigo. La traigo porque quiero que vea cómo trabajo y porque si no, no la veo. Estaré tan poquitos días en Buenos Aires que no voy a pasar por Quilmes. O sea que no puedo ir a la casa de ella, ni a visitar a mis hermanos, ni a mis tíos, ni a mis amigos, ni a nadie. Hace mucho tiempo que no estoy solo con mi vieja tomando mate.

-¿El público en la Argentina te observa como a un boxeador o como a un personaje más allá del boxeo?
-Se empezó a conocer otra faceta mía hace seis meses. Creo que es lo que yo buscaba, porque la vida del boxeador es efímera, se termina pasado mañana saliendo de aquí. Es decir: yo empecé a boxear hace poco, y un día me levanté a la mañana, me lavé los dientes, me lavé la cara, me miré al espejo y me dije: “Hostia, tengo casi 38 años” (suelta su tono madrileño). ¿Y qué pasó en todo este tiempo?

-Entonces, ¿cuánto te queda?
-No sé, un suspiro en comparación con todo lo que ya hice. Acabo de firmar un contrato por tres peleas más con HBO (incluye la que se viene ante Murray). Son dos fijadas para 2013 y una para 2014.

-Y por ahí el asunto andaría…
-Sí, tampoco mucho más.

-¿No te tentará realizar una más?
-Lo tomo de otra manera en ese caso. Cuando me entreno, corro como un animal delante de chicos de 20, 25 años, que son parte de mi equipo. Yo me dejo una vida y media ahí. Siempre pensé que no quería tener 38 años (los cumple el 21 de febrero) y ser un hombre grande corriendo. Y ya estamos en esa. ¡Qué putada, macho! ¿Qué pasó? Entonces, no deseo verme contra las cuerdas y que un chico de 20 me esté golpeando. No lo voy a permitir.

Imagen "CUANDO me entreno, dejo una vida y media" dice Maravilla, ya con la mira en Murray.
"CUANDO me entreno, dejo una vida y media" dice Maravilla, ya con la mira en Murray.
SERGIO MARTINEZ no es la excepción, por más que sea un sobresaliente pugilista. A Maravilla lo conmovió, como a tantos otros, haber compartido tiempo y espacio con un ícono de la historia del boxeo: Muhammad Alí. “¡Uy! Ese fue otro de mis sueños. Pensé que no iba a poder, que se me pasaría ese tren. Tuve la suerte no solo de verlo de cerca, sino también de darme el lujo de haberle puesto una corona de diamantes, una corona mundial, al más grande de todos los tiempos. Me quedé tan emocionado que estaba shockeado, bloqueado; parecía que no podía ni reaccionar, me costaba muchísimo”.

-¿Te inspiraste en varias cuestiones a través de Alí?
-Creo que Alí tendría que servir de inspiración para todos, tanto en el boxeo como en lo humano. Dejó enseñanzas y creo que habré robado alguna que otra cosita de él.

-Además de las piernas, los brazos bajos, vos, ¿qué le trataste de sacar?
-El concepto de boxeo que él tenía. Después, comprendí otras cosas a partir de lo que yo ya manejaba. Por ejemplo, no digo que sea innecesario conservar la guardia alta, pero sí no es indispensable. ¿Para qué tener la guardia alta si estoy a cinco, cuatro, tres o dos metros de mi rival? Esto hablando de una distancia en la que sé que no me alcanzarán, porque baso mi boxeo en el manejo de piernas. Lo menos importante son los golpes, los puños. Y la clave está en la mente y luego en las piernas. El boxeo se trata de mente, piernas y puños.

-¿Qué fue lo más inspirador de Alí: su boxeo o sus enseñanzas de vida?
-Probablemente todo va de la mano. El demostraba en el ring todo lo que hablaba afuera; decía bravuconadas en las conferencias de prensa, donde volvía loco a sus rivales, pero también daba clases de vida. Supo diferenciar un verdadero problema mundial como el acoso que la raza negra vivía en aquellos tiempos. El no encontró las respuestas, pero sí fue el que tiró la primera piedra y no escondió la mano.

-Te llevo a tus combates. ¿Cuántas peleas perfectas hiciste en tu carrera?
-No hice ninguna pelea perfecta. Con pasajes perfectos, varias. Lo más cercano al ideal lo realicé frente a Sergiy Dzinziruk, un tipo inteligente, mentalmente muy rápido. Después, el enfrentamiento ante Julio César Chávez junior, por todo lo que envolvió a ese combate: el pay per view, no sé cuántos millones de dólares en el medio, sumado a los argentinos que viajaron, que eso fue una motivación en vez de una presión, porque me puso a tope, a full. Y a esas dos peleas, le sumó los primeros y los últimos cuatro asaltos frente a Kelly Pavlik; esa fue una pelea de un supernivel. Pavlik era un monstruo; Chávez no tiene nada que hacer al lado de él. Compararlos es como el día y la noche.

-¿Qué te faltó, entonces, para concretar una pelea perfecta en alguno de esos combates?
-Cada una fue distinta. Contra Dzinziruk, anular su ataque en el séptimo asalto. Sé que el cuerpo tiene un límite, un momento en el que cambiamos el aire. Y en ese mismo momento, él levantó su rendimiento y yo bajé el mío. Seguramente, tendría que haber mejorado la defensa en ese séptimo round. Y frente a Chávez, el último pasaje, que ni siquiera fue un minuto y medio en el que yo sentí que perdí. Eso surgió en el momento de la caída y quizá 10 segundos después, donde recibí dos golpes más en un intercambio. Pero fue un intercambio, sabes. Yo hice todo bien, pero él hizo mejor las cosas que yo en el último asalto. Mi caída no solo fue un error mío, sino también mérito de él, por supuesto.

-Y ante Pavlik, ¿qué ocurrió?
-Pues, ahí me calenté mucho porque no tendría que haber oído a mi rincón. Cuando terminó el cuarto asalto, estaba haciendo una de las mejores peleas de mi carrera. Y, de golpe, escuché: “Sergio, estás jugando en el ring y así no se ganan los combates”. Gabriel (Sarmiento, su ex entrenador) y Atocha (el promotor español con el que empezó) estaban en ese rincón. Encima, después me enteré de que los jurados y los periodistas me ponían arriba en los cuatro asaltos. Entonces, me sentí condicionado en el quinto y dejé de mirar el ring, porque a Pavlik lo observaba hacia atrás, no miraba para adelante. Tenía enfrente a un animal que te pegaba como si te dieran con una puerta grandota en la cabeza. ¡No te puedo explicar lo duro que ese tipo golpeaba! Y con eso de “estás jugando en el ring”, me complicaron porque había entendido que tenía que golpearlo más para ganar. Pero yo venía bien: tocaba, salía, jugaba, le hablaba, le tiraba la bicicleta; fingía pelear, hacía que peleaba, y mientras tanto ganaba el combate al punto de que Pavlik dijo una vez terminada la pelea: “Si en el quinto round seguíamos igual, me retiraba”. ¡El tipo se estaba por ir! Y en mi rincón me comentaron que no estaba peleando bien, que debía pelear un poco más. ¿Por qué un poco más? Sólo tenía que recibir menos. Si yo no gano por pegar mucho, sino por recibir poco. Debí haber desoído lo que me ordenaron.

-¿Cómo siguió el asunto?
-Me replanteé yo solo las cosas a partir del octavo. “Entrá, salí, movete, golpea”, me gritaban. ¿Cómo voy a entrar y salir, si ya estoy en la pelea? No debía entrar y salir, sino entrar y quedarme. Entonces, me acordé en el noveno de que soy de potrero, de pelear con las manos bajas, de molestar al rival dándole un poquito en la nuca, en los riñones, acá y allá, y desencajarlo de su pelea. Y ahí fue cuando gané, y por paliza, porque le pegué lo que no le pegaron en su carrera. Me había equivocado por ser obediente. Los boxeadores suelen ser muy obedientes. El rincón tiene derecho a equivocarse también y considero que ahí el rincón le erró conmigo.

-¿Qué clase de entrenador es Pablo Sarmiento, hermano de Gabriel?
-Me habla muy poco: lo justo y necesario. Como me conoce tanto, ya supone qué haré y me da libertad. “Disfrutá de la pelea, divertite”, me aconseja. El sabe que, cuando salgo a divertirme, le pego a mi rival desde que el combate empieza hasta que se termina. Incluso, le sigo pegando cuando se está cayendo al suelo. Y ahí es cuando más me divierto, cuando hago mi pelea. Pablo me clarifica las cosas con dos conceptos: “Sergio, fijate que el otro agacha la cabeza y tira la derecha por arriba. ¿Por qué te achicás la distancia? Da el paso hacia atrás y tendrás panorama”. El no me habla de golpes, sino de pasos. Esa es la diferencia entre Gaby y Pablo. Gaby me hablaba de golpes, y Pablo, de panorama, posición, táctica y estrategia. La técnica es lo de menos, porque ya la tengo. A mí me ponen una venda en los ojos y sé igual cómo tirar los golpes. El tema pasa por saber cuándo meterlos. Por eso, no se debe hablar de golpes, un buen entrenador no habla de golpes. Y Pablo es extraordinariamente bueno como rincón. Ese entendimiento que mantenemos no se logra fácil.

-¿Podrías transmitir ese conocimiento cuando abandones el boxeo?
-Una cosa es ser buen boxeador y otra, buen entrenador. Soy muy duro, muy exigente, con los boxeadores. No me gustan las tonterías ni que pierdan el tiempo. No creo que pueda, y tampoco estoy dispuesto. Creo que no sería buen entrenador; o quizá sí, la verdad no lo sé.

Imagen RIVER es un sentimiento muy fuerte para el campeón. No imagina el retiro sin un combate en el Monumental.
RIVER es un sentimiento muy fuerte para el campeón. No imagina el retiro sin un combate en el Monumental.
EL CAMPEON de los medianos ya focaliza su próximo reto: defender la corona del Consejo ante su pueblo, tras pelear durante 11 años en el exterior. “Martin Murray es un gran boxeador que se tiene confianza. Según lo vi en video, es fuerte y lento. Si él quiere dar lo mejor, fenómeno. Pues, yo también. Y aquí los que ganan son los espectadores. La pelea se terminará en el octavo asalto –agita–. Igual, lo respeto mucho. Vendrá a pelear en las mismas condiciones que lo hacía yo en otra etapa de mi vida. Será una gran velada”.

-Si cerraras los ojos, ¿cómo te imaginarías cuando te toque subir a pelear en tu país?
-Contento, con la misma alegría que voy casi siempre, por no decir siempre. Yo entro con una sonrisa porque digo que esto es vida. Ni se imaginan lo que viví. Nadie de los presentes puede saber lo que siento en el momento que estoy entrando al ring. Será una alegría increíble.

-Al margen de Murray, ¿cuáles pueden ser tus próximos dos rivales? Se habla del Canelo Alvarez, un chico peligroso.
-No lo veo tan peligroso. El Canelo es un buen rival y de los oponentes más viables. Es una pelea que se puede dar.

-Pero se vendería de esa manera…
-Sí, ya lo sé, llevo no sé cuántos años en esto. El veterano contra el joven (risas). El veterano Martínez contra el joven tal. No pasa nada. Tráiganmelo que lo espero con la izquierda. Con el Canelo, hay otros intereses: él trabaja para Showtime y yo, para HBO. Y en el acuerdo no entramos ni el Canelo ni yo. Si ellos se ponen de acuerdo, genial. Y si no, naranja.

-Como se puede complicar con el Canelo, ¿habría revancha ante Chávez junior?
-Le voy a pegar a Chávez junior… No está escrito en La Biblia ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. Lo que no le pegó el padre cuando era chico, se lo voy a pegar yo.

-Por tu edad, tenés el motor para trabajar el doble que uno de 25 años, ¿no?
-Tendré 38, pero bien puestos. Y eso me pone las pilas. Si no trabajo a mi edad, mal vamos… Debo trabajar el doble. Y yo me entreno el triple y hasta un poco más.

-"La piña que te voltea es la que no ves. El problema es que yo vi la piña de Valdez y no la pude esquivar. Ahí me di cuenta de que no podía boxear más”, le había confesado Carlos Monzón al periodista Carlos Irusta. Vos, ¿viste o no venir la piña de Chávez junior?

-Ah… Recibí una piña de Chávez que me dejó aturdidísimo. Yo no escucho del oído izquierdo, y él me había pegado en el derecho. Y pensaba: “Movete, Sergio, movete; tu pie izquierdo”. Y vi venir la derecha, pero mi cuerpo parecía no responder; no podía moverme. Necesitaba un segundo para pisar el suelo otra vez. Me había quedado aturdido del golpe anterior. No había sido de nocaut, aunque similar.

-¿Te sigue molestando que en vez de hablar de la flor de pelea que hiciste, se mencione sólo el último round?
-Sí, me sigue jodiendo, y mucho. Pero ese asalto me hizo grande; le demostré a Chávez en la cara que él es un boxeador, que podría haber sido el campeón, y que yo soy una estrella al lado suyo. Esa es la diferencia, y lo digo con la mayor sensatez y humildad posible; esa es la diferencia que vale entre lo que cobra Chávez y los millones que yo cobraré ahora.

-Además, sirvió para que todos hablarán de una revancha.
-Y sí. Más allá de que Chávez me haya tirado, me gané lo que tanto buscaba al ponerme de pie cómo me puse y seguir cómo seguí.

-Deberías tener un último gran desafío y parece difícil encontrarlo, ¿no?
-Me gustaría una despedida a lo grande en la Argentina, con 70 u 80 mil personas en el estadio. Esta vez no se pudo dar lo de River por la fecha, y eso no lo manejo yo, sino la productora que se encarga del evento.

-Sin embargo, ¿River sigue siendo una atracción?
-Por supuesto, siempre. Ahora no se podrá dar por la fecha, porque la pelea será a fines de abril y qué hacemos si llega a llover. Si eso ocurre, se perderán millones de dólares. Sería un suicidio, jugar a la ruleta rusa. Yo subo al ring, pero otra gente es la que se juega el dinero. Y esa otra gente descartó River.

-Pero puede llover en Vélez también…
-Sí, pero es más fácil de tapar el estadio, según me comentaron. A mí me encantaría un estadio grande y techado. A mí me dirán: “Esta es la opción más concreta, por no decir la única”. Y yo responderé: “Perfecto, peleo”.

-Entonces, ¿tu tercera pelea podría ser en River?
-Sí, en la Argentina. Mi deseo es que fuese en River.

Imagen EL BROCHE para un 2012 perfecto. Recibió el Olimpia de Oro como el mejor deportista argentino de la temporada.
EL BROCHE para un 2012 perfecto. Recibió el Olimpia de Oro como el mejor deportista argentino de la temporada.
-¿Ya imaginás tu vida afuera del boxeo?
-Sí, estoy escribiendo otro libro, guiones para monólogos, y preparando una carrera con la que todos alucinarán cuando la presente. Se sorprenderán.

-¿Te referís a otro trabajo?
-Exacto; estoy abriendo el paraguas y cuidándome las espaldas. Me ocupo de otras cosas poco a poco, me estoy allanando el camino porque, como te decía, el boxeo dobla la esquina y se va a terminar. Lo comprendo perfectamente. Quiero irme del boxeo antes de que el boxeo me eche a patadas. No estoy dispuesto a eso. Sería lamentable.

-Y no sé si arruinar, pero sí empañar, todo lo que conseguiste…
-Y sí, lo arruinaría. ¿Qué más puedo ganar con 38 años que, justamente, no gané con 32, 33, 35 o 37, que fueron mis mejores épocas? No es necesario. Además, hay una señora ahí afuera, mi madre, a la que no le quiero dar más infartos, pobrecita.

-¿Soñaste alguna vez, de chiquito, cómo entrarías al ring del Luna Park?
-No, soñé otra cosa, y hasta dormido. Yo soñé el momento en que me levantaban un poquito y alzaba los brazos como cuando vencí a Chávez junior. Ese momento lo había soñado con 17 o 18 años, y luego ya lo había visto a los 20. Y ahí me dije: “Aquí está todo”.

-Por ende, no sos esclavo de tus sueños, sino dueño.
-El tema es que me esclavizo, porque para conseguir un sueño estoy acostumbrado a trabajarlo. Y para eso, hay que dejarse la vida entera. Cuando tenía 23 años, un promotor que quería contar conmigo, se me acercó un día y me explicó: “Lo único que te pido son cinco años de tu vida. Le entregas cinco años de tu vida al boxeo y vas a ver que le podrás quitar millones. Pero no sólo de dinero, sino millones en todo”. Vale, me mintió porque eran más de cinco. Pero valió la pena. Yo le di al boxeo mi vida y la de todos los que me rodean.

-No sé en qué consistirá ese trabajo que estás preparando, pero le vas a entregar todo porque sos muy obsesivo, hasta para ponerte las botas.
-Es verdad; soy obsesivo con el trabajo. Y eso puede quitarte vida. Me olvido de que tengo que vivir, de que tengo amigos, de si tengo una novia… Me olvido de todo y sé que debo trabajar. El ser obsesivo con algo es muy malo, porque es un extremo. Y los extremos son malos. De todas maneras, sin esa obsesión, no podría haber triunfado y no me hubiese sentido bien, porque no estaría dando el todo. Yo estoy a gusto con mi trabajo.

-El boxeo, ¿cuándo conserva todavía una pizca de diversión en tu vida?
-Al ser profesional, hay menos diversión. Nosotros nos divertimos en la interna, en el gimnasio, día tras día, al contarnos un chiste con mi entrenador, y la pasamos estupendo. Cuando voy al ring, trato de pasarla bien y vivirlo con alegría, en busca de la posibilidad de divertirme. Aquí habrá golpes; tengo adelante a un hombre que tiene dos brazos, dos puños, diez dedos, que quiere machacarme. Eso hace que la diversión quede un poquito de lado. Pero esa es otra de las luchas. Intento pasarla bien, porque la vida deportiva es corta. Y cada uno debería hacerlo en su trabajo. Para dramas, pues, a mirar la bolsa de Wall Street y ahí ya está todo jodido.

Por Darío Gurevich. Fotos: Hernán Pepe y Jorge Dominelli