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Vélezland

El facilismo de ver en Vélez una isla de la felicidad donde nada puede salir mal, un modo apresurado de analizar un club que no es modelo por su pasado, sino por la construcción continua de su presente.

Por Martín Mazur ·

04 de diciembre de 2012
Imagen El triunfo 2-0 ante Unión y la coronación del noveno título local para el equipo que dirige Ricardo Gareca.
El triunfo 2-0 ante Unión y la coronación del noveno título local para el equipo que dirige Ricardo Gareca.
Hay dos formas de entender a Vélez. La más sencilla es asumir que es un club modelo, y que por lo tanto, parte con una ventaja respecto del resto, o al menos sobre la mayoría de los del resto. Si fuera una nación, Vélez sería algo así como un país escandinavo enclavado dentro de América Latina. Sin corrupción estructural ni pobreza, bajo parámetros constantes de orden y desarrollo, finanzas equilibradas y presupuestos sustentables, Vélez podría ser Dinamarca, Suecia o Finlandia.

Pero Vélez –y aquí la segunda visión posible– también podría ser Islandia.

El país que enamoró a Borges es una isla de baja población, fácilmente administrable, que de pronto perdió el rumbo, se endeudó, entró en default, ajustó hasta provocar una estampida en las calles, licuó el ingreso per cápita, vio caer un gobierno y –como si fuera poco– encima tuvo que ser noticia por ser el causante de la nube volcánica que obligó a cerrar dos años seguidos los aeropuertos de media Europa.

El punto es que el status quo no aplica a la hora de hablar de privilegiados y víctimas del sistema. En los últimos años, Vélez debió pararse ante todas y cada una de las situaciones que también se suscitaron en el resto de los clubes argentinos. Elecciones, propuestas, armado de presupuestos, toma de decisiones relacionadas a la inversión destinada a infraestructura y a las inferiores, elección de un cuerpo técnico y un manager, renovación de contratos, búsqueda de refuerzos, definitivos y a préstamo, necesidad permanente de rearmar el plantel año tras año, por las numerosas bajas. Cada uno de los ítems detallados son los mismos que les tocó enfrentar a River, a Independiente, a Rafaela o a Banfield. A todos.

Entonces, el virtuosismo de Vélez no nace de una condición de privilegio preestablecida, sino que representa la constancia en decisiones acertadas día tras día. Decisiones silenciosas, decisiones sin aplausos ni épica, dentro de un contexto igual de díficil que para el resto. Caso contrario, hoy en Vélez seguirían jugando Augusto Fernández, Silva, Moralez, Martínez, Barovero, Canteros y tantos otros. Y con tres años más de rodaje, sería un superequipo.

La cuna de oro construida en los 90 sirve sólo como argumento de aquellos que prefieren pensar que en estos últimos años Vélez no tuvo aciertos, o, en todo caso, que en el resto de los clubes no hubo errores. Ante cada paso que se da en los clubes argentinos aparecen dos puertas. Vélez es el campeón de Elige tu propia aventura.

Si las cosas en Vélez en estos últimos años se hubieran ido a pique, la cuna de oro serviría sólo como instrumento de comparación entre el antes y el ahora.

Vélez es una isla, pero eso no le asegura jugar sin riesgos. Para comprobarlo, basta con darse una vuelta por Islandia, otra isla que -después de los últimos años calamitosos- hoy busca hasta cambiarle el nombre a su propio país, como señal para empezar de nuevo.