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Oswaldo Vizcarrondo: ganas, riesgo y superación

Esas tres palabras sirven para pintar la historia del zaguero venezolano de Lanús, autodefinido como “futbolista por casualidad”. La lesión que casi lo margina. Sus despegues en Olimpia y en la Copa América 2011. El cambio de mentalidad en su selección. Y el placer de ser dirigido por un entrenador

Por Redacción EG ·

10 de noviembre de 2012
 Nota publicada en la edición de noviembre de 2012 de El Gráfico

Imagen MIRADA desafiante en el ingreso a la platea granate: "los defensores tienen que poner cara de malo", sostiene.
MIRADA desafiante en el ingreso a la platea granate: "los defensores tienen que poner cara de malo", sostiene.
NUNCA LE GUSTO el béisbol. Oswaldo Vizcarrondo solo acompañaba a su padre -Oswaldo también- a ver a Leones del Caracas, el gigante histórico de la exigente liga venezolana, y apenas jugaba por seguir a Leonardo, su hermano mayor. Plantarse en posición de catcher (receptor) era otra manera de emparentarse con los suyos. Pero la actividad no lo motivaba. La combinación de no destacarse, más la pausa genuina de este deporte, representaba un combo letal, que derivó en un paso fugaz por la disciplina.
Quizá suene raro que un venezolano no sueñe con batear hacia la gloria, y más aún bajo esa influencia familiar. Aunque puede ocurrir. Tal vez lo más extraño es que una de las piezas clave de la vinotinto descubrió su pasión por el fútbol a través de una canchita que había en su escuela. “Soy futbolista por casualidad, porque no se tomaba en cuenta al fútbol en mi país. Iba al Colegio San Luis, de curas españoles, y jugábamos ahí. Me vieron ciertas cualidades en un partido entre cursos y me mandaron a entrenar con las divisiones menores del colegio -afirma-. Mis virtudes eran la técnica y la potencia para pegarle a la pelota. Como cada distrito del país tiene su selección, pasé al seleccionado de Capital y después hice todas las categorías de la Selección de Venezuela hasta llegar a la mayor”.

El defensor de 1,90 de estatura y de 87 kilos estuvo al filo de olvidarse de la pelota. “Sufría una lesión complicada. Tenía una bola en el empeine derecho -su pie hábil- y los médicos no le encontraban la solución. Ya quería dejar de jugar en la previa al Su-damericano Sub 17 de 2001 porque no le podía pegar al balón -revela-. Como último recurso, me atendió un masajista que me recomendaron y me quitó la bola y el dolor con un solo masaje. Fue milagroso. Competí en ese Sudamericano y quedamos a un gol de ir al Mundial. Hubiese sido histórico. A partir de eso, se marcó una pauta en las Inferiores del seleccionado”.
Se crió observando los movimientos de dos defensores: el español Fernando Hierro y su compatriota José Manuel Rey. “Cuando te inicias en el fútbol, tú no tienes la identificación hacia un jugador de tu país -admite sin abstraerse de su Caracas natal-. Crecí con la liga española, portuguesa e italiana, porque hay muchas colonias en mi país. Entonces, me identifiqué con Hierro, debido a su puesto, su estilo de juego y el número de camiseta; me encanta la 4. Y a José Manuel lo miraba como reflejo. Nuestras características son distintas: él es más técnico y tiene mejor media distancia, y yo soy aguerrido y bueno en el juego aéreo. Pero su forma de manejarse me ayudó a ser como soy: líder en la cancha y en el camerino (léase vestuario)”.

Debutó en la Primera de Caracas en 2003, pero su arranque no resultó sencillo. “El fútbol no era considerado como profesión en Venezuela, en especial en lo económico. Se pagaban sueldos para vivir normal, pero que estaban lejos de las cifras de otras ligas sudamericanas. Por eso, yo estudié Administración y Contaduría en la Universidad Central y jugué durante un año y medio -explica-. Después, las concentraciones y los viajes por la Copa Libertadores no me permitían asistir a clase y abandoné la carrera para continuarla más adelante”.

-Ganaste cinco títulos en Caracas, pero no sos ídolo. ¿Por qué?
-Fui resistido por la gente. El fútbol es ingrato, porque le brindé mucho al equipo. Pero compartía la zaga con José Manuel Rey y suplía su hueco en la selección. Entonces, me criticaban mucho por los goles que le convertían al equipo y al seleccionado. Siempre me responsabilizaban. Cargué con ese peso extra y lo superé. Hay una línea fina para pasar de villano a héroe. Hoy, mi situación es diferente: soy un ejemplo para muchos niños en Venezuela.

-¿Aquellos reclamos fueron el disparador de tu partida de Caracas?
-No, salí por la monotonía. Estaba perdiendo la motivación por el fútbol. Terminé mi contrato y quería arriesgarme, ir afuera. Pensaba que era el momento indicado después de la Copa América 2007. Me arriesgué a sabiendas de que me podían quedar muchos años en Caracas dentro de un status de confort. Pero yo necesitaba vivir mi experiencia en el exterior.

Imagen A SUS 28 años, Vizcarrondo pretender progresar en el fútbol argentino para cumplir el sueño de jugar en Europa.
A SUS 28 años, Vizcarrondo pretender progresar en el fútbol argentino para cumplir el sueño de jugar en Europa.
SU DESPUNTE futbolístico empezó en Olimpia, en 2009. El saldo positivo de la nula competencia en Rosario Central, donde estuvo inactivo durante casi cinco meses del segundo semestre de 2007 producto de una tendinitis en el talón, fue la recomendación de Gonzalo Belloso -emblema canalla y director deportivo de Olimpia en aquel entonces- al equipo paraguayo, cuando Vizca había vuelto a tener continuidad en Caracas, en 2008.
-Encontré el tiempo y la distancia. Me ayudó mucho el fútbol paraguayo, porque tiene una matriz importante en mi puesto. Progresé en el juego aéreo y ellos te transmiten la garra que tienen. Además, comencé a convertir: anoté cinco goles en un año, y antes había hecho ocho en cinco.

-¿Cuánto influyeron en tu mejoría los trabajos extra que hacías?
-Un montón. Esos trabajos son los que te permiten evolucionar y estar por encima de otros jugadores. Sabía que fallaba en el juego aéreo por mi tamaño. Entonces, le pedía a un compañero, a un lateral generalmente, que me tirara centros durante 20 o 30 minutos después del entrenamiento. Así mejoré. Hoy me sigo perfeccionando porque no podés vivir del pasado.

-Y el técnico, Gregorio Pérez, también fue vital, ¿no?
-Seguro. Es el entrenador que me marcó. Me brindó toda la confianza del mundo para desenvolverme en Paraguay. Tiene muchos códigos. Nunca estuvo pendiente de los que juegan y siempre se mostró encima de los que no jugaban.

-Después estuviste en Once Caldas, Deportivo Anzoátegui, Olimpo y América, hasta llegar a Lanús. ¿Qué aprendizajes te dejaron esas etapas?
-Muchos, y diferentes a la vez. En Colombia, hay jugadores técnicos, explosivos y fibrosos, que te exigen estar más rápido de piernas. En Once Caldas salí campeón, pero me fui por una deuda de seis meses. Tenía una tentadora oferta de China en lo económico, pero no la acepté porque me estancaría en lo deportivo a los 26 años. Entonces, regresé a Venezuela, al Anzoátegui. Me sirvió en lo afectivo: vivía en Puerto La Cruz, frente a la playa, una burbuja dentro del país; estaba cerca de mi familia y mejoré la relación con mi novia. La Argentina, por otro lado, me ayudó en exposición y afuera del camerino, por cómo se maneja el argentino. Pero se cruzó en mi camino el América por mi producción en la Copa América 2011. En México, prevalece el toque a ras del piso. No era de jugar por abajo y eso me llevó a hacerlo, aunque también estaba expuesto por las bandas, debido a que me ponían de stopper y tenía dudas en el mano a mano.

-En consecuencia, esa Copa América te subió en la consideración.
-Mi nombre tuvo más resonancia después de ese torneo. Para el ambiente futbolístico adquirí un target
totalmente diferente. Pasé de ser un jugador del montón a otro un poco más destacado. Sentíamos, a nivel equipo, que era nuestro momento. Terminamos cuartos, un resultado histórico. Además, le escapamos a la realidad del país. Nos enterábamos a través de terceros de la euforia que había en nuestra patria por el seleccionado y sabíamos que le estábamos dando una cuota de esperanza a Venezuela.

-Debutaste en la vinotinto en marzo de 2004 y te transformaste en una fija en 2009. ¿Quién les cambió la cabeza: Richard Páez o César Farías?
-La mentalidad del fútbol venezolano se modificó con Páez. Antes entrabas a la cancha y ya estabas perdiendo 6-0. Nos disminuíamos en lo psicológico. Y, de a poco, se salió y mejoramos hasta en la parte física. César también aportó y aporta. Nosotros lo respetamos mucho. Es un estudioso y obsesivo del fútbol, como Bielsa, Guardiola y Mourinho. Te ayuda mucho en lo mental, es ganador y tiene incidencia en el grupo. Hay que creerle siempre, es el punto de partida. Nosotros podemos lograr cosas grandes de su mano. Igual, el convencimiento también surge a través del compañero que está al lado; es interno. Nosotros entendemos que somos importantes.

-¿Sería una frustración no ir al próximo Mundial?
-Sí, no solo desde lo deportivo, sino también en cuanto al país. La realidad política de mi país divide a la gente y el único momento en que el venezolano se siente unido es cuando juega la selección. Entonces, el público tiene una esperanza hacia nosotros. Por eso, nos jugamos en cada partido nuestra posición en la tabla de las Eliminatorias y nuestra posición a nivel país.

-¿Los chicos venezolanos ya pueden admirar a futbolistas venezolanos?
-Sí, cambió muchísimo. Por eso, nosotros debemos dar el ejemplo. Los niños siguen tus pasos y cómo sos como persona. A mí no me importa que me digan que soy mal jugador, pero sí me importa que me digan que soy mala persona. Hoy, hay niños que juegan y gritan: “Se la lleva Vizcarrondo; gol de Vizcarrondo, gol de Rincón”. Esto antes no ocurría y me hace sentir orgulloso.

Imagen EL JUEGO aéreo es uno de sus fuertes. Lo mejoró durante su etapa en Olimpia, cuando trabajó especialmente este aspecto técnico.
EL JUEGO aéreo es uno de sus fuertes. Lo mejoró durante su etapa en Olimpia, cuando trabajó especialmente este aspecto técnico.
DE PERFIL atractivo para las marcas y propenso a expresarse en las redes sociales (es @vizcarrondo4 en Twitter), no llegó a Lanús por las firmas que lo respaldan (Adidas y Gatorade Venezuela), ni por colaborar con Unicef. Desembarcó en el Grana por sugerencia de Gustavo Barros Schelotto -ayudante de campo de su mellizo, Guillermo-, quien lo tuvo en Olimpia cuando era colaborador de Gregorio Pérez. “Este es mi tercer equipo en la Argentina y sé lo que significa Lanús como institución”, sentencia.

-Por cómo arriesga, ¿Guillermo es un técnico suicida?
-Sí, es suicida porque le gusta el fútbol ofensivo y uno, como defensor, quiere resguardar su arco. Pero él sabe que es necesario mantener un equilibrio. El equipo está sólido en defensa y debe mejorar en la definición, porque se generan situaciones. Creo que somos vistosos. Es más fácil ganar jugando bien que al azar, como lo hacen otros. Tenemos plantel para estar más arriba.

-¿Qué compañeros te sorprendieron?
-Valeri, Pizarro y Fritzler, que tiene una tranquilidad para salir jugando que a veces me pone nervioso (risas). Son jugadores de una calidad increíble. Además, hay chicos con muy buena proyección.

Asentarse en un equipo fuera de Venezuela se torna su materia pendiente. Oswaldo Vizcarrondo pretende eximirse en Lanús, club que también le sienta bien por los colores de su camiseta, los mismos que los de su selección. Sin embargo, su sentir focaliza dos desafíos: jugar el Mundial de Brasil 2014 y en Europa. Superarse se transformó, hace rato, en su hábito de vida.

Por Darío Gurevich. Fotos: Emiliano Lasalvia y Photogamma