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Messi: el año de la consagración

¿Querían que Leo jugara en la Selección como en el Barcelona? Jugó. ¿Necesitaban que metiera muchos goles frente a selecciones chicas, medianas y grandes? Los metió. ¿Creían que jamás verían a un jugador argentino capaz de caminar al lado de Maradona en términos de admiración e idolatría? Lo vieron. Y en doce meses.

Por Redacción EG ·

10 de noviembre de 2012
   Nota publicada en la edición de noviembre de 2012 de El Gráfico

Imagen EN 75 partidos con la Selección mayor, convirtió 31 goles.
EN 75 partidos con la Selección mayor, convirtió 31 goles.
Puede ser un artículo escrito bajo la excitación de alguien sobrepasado por el advenimiento de un fenómeno al que nadie creía posible, pero el 2012 de Lionel Messi en la Selección argentina, sumado al estado catatónico en el que quedamos después de cada una de sus funciones en el Barcelona, nos enfrenta a una disyuntiva impostergable, tal vez la más apasionante de los últimos 30 años del fútbol argentino: ¿Messi es mejor futbolista que Maradona?

Podrá tratarse de una pregunta maldita, un planteo que genera vértigo o la versión futbolera de una expresión psicoanalítica, la de matar al padre, pero también es la duda que en 2012, por primera vez, nos animamos a secretear con nuestros amigos o familiares de mayor confianza. Todavía nos la planteamos en un círculo reducido y en voz baja, como si cometiéramos una herejía y temiéramos que nos acusen de profanar al mito Diego, pero el primer paso está dado y no hay marcha atrás: lo que nos regaló Messi contra Uruguay (ese tiro libre) y Chile (esa pisadita) sirvió para que algunos dejáramos de reprimirnos y nos preguntáramos si lo imposible dejó de serlo. Nuestro sentido de la gratitud por los Mundiales de 1986 o 1990 o nuestra propulsión monoteísta nos anulaba esa opción, pero la Navidad de 2012 nos encontrará en un dilema incómodo.

El Messi que ahora también resplandece con la camiseta argentina es un iconoclasta: desafía la vieja autoridad de maestros y modelos. Si Maradona fue el Che Guevara del fútbol, Messi encarna al Mahatma Gandhi: su verdad no como grito rebelde sino como revolución pacífica. Y a la espera de conseguir la respuesta, si es que alguna vez la tenemos, nos permitimos una duda copernicana: ¿y si Messi no orbita alrededor de Maradona, sino al revés? ¿Y si a la Iglesia a la que canonizábamos como máxima verdad le surgió un nuevo mesías? Los Galileos tampoco suelen ser bienvenidos en el fútbol, un escenario de verdades presuntamente inmutables, pero si el descenso de River fue el equivalente deportivo a la caída de las Torres Gemelas, la quiebra de Lehman Brothers o la capitalización de China, o sea la efectivización de lo irreal, preguntarse Messi o Maradona ya no debe ser una temeridad, sino una gambeta al puritanismo que mantiene a las instituciones del fútbol en un perpetuo statu quo. No planteárselo, incluso, sería un acto de pacatería. Lo osado, lo desafiante y lo inescrupuloso con los límites establecidos no es la disyuntiva: es el juego de Messi.

Esta comparación no resistía antes de 2012. Fabuloso siempre en el Barcelona, cada vez más completo y con un instinto goleador superador en su equipo (arrancó con 0,40 de promedio de gol en la temporada 2007/08 y aumentó progresivamente a 0,74 en la 2008/09; 0,88 en la 2009/10; 0,96 en la 2010/11 y finalmente 1,22 en la 2011/12), Messi y la Selección eran hasta el año pasado las piezas de un rastri que no encajaban. Debutó con Argentina en 2005, en aquel partido contra Hungría en el que fue expulsado a los 47 segundos, acaso una premonición de la nube de lluvia que lo empezaría a perseguir. Su 2006 se resumió en aquella postal del banco de suplentes contra Alemania, con las medias bajas y la mirada de un turista, luego de la eliminación del Mundial y sin haber jugado el último partido, acaso el peor castigo para un competidor que en el Barça se resiste a ser reemplazado a los 89 minutos de un 5 a 0. En 2007 le hizo un gol de clarividente a México por la Copa América pero perdió la final contra Brasil. Seguía la magia negra: la energía no fluía.

En 2008, el festejo del oro olímpico en los Juegos de Pekín duró lo que una ensalada de lechuga a un león hambriento y a las pocas semanas casi todo el país (retroalimentado por varios formadores de opinión) bullía para reprobarlo en las Eliminatorias. El técnico también dudaba: Alfio Basile renunció en el último partido del año. El 2009, ya con Maradona, fue aun más desolador con el 1-6 ante Bolivia y la clasificación al Mundial en formato pesadilla y con un Messi convertido en un holograma.

En Sudáfrica 2010 no jugó mal pero le fue muy mal. Pateó al arco 30 veces: 15 remates desviados, 15 atajados y ningún gol.

En realidad, entre el 28 de marzo de 2009 (4-0 a Venezuela por las Eliminatorias) y el 7 de octubre de 2011 (4-1 a Chile, también por Eliminatorias, pero para Brasil 2014), Messi permaneció 16 partidos oficiales (¡16!) sin hacer un gol. Soslayando los amistosos jugados en el medio de esta sequía insólita, en total fueron siete fechas de Eliminatorias 2010, cinco del Mundial de Sudáfrica y cuatro de la Copa América 2011, torneo en el que la Pulga no les convirtió de local ni a Bolivia, ni a Colombia, ni a un Sub 23 de Costa Rica, ni a Uruguay.

Sobre el cuello de Messi colgaba el cartel de sospechoso: en cada partido, nuestras esposas o novias nos preguntaban por qué era un jugador de PlayStation en Barcelona y uno de Commodore 64 en la Selección. Se escribían editoriales lapidarias, los hinchas exigían la convocatoria de futbolistas locales y en septiembre de 2011, en un Monumental semivacío contra Bolivia, la gente ovacionó a Clemente Rodríguez por delante de Messi.

Imagen EL GRITO desatado luego de una obra maestra: el gol de tiro libre a Uruguay.
EL GRITO desatado luego de una obra maestra: el gol de tiro libre a Uruguay.
Pero todo cambió a partir del último partido de 2011, contra Colombia en Barranquilla, en lo que sería el prólogo para un 2012 maradoneano. Respaldado por un equipo mejor trabajado, y compartiendo ataque con Gonzalo Higuain, Sergio Agüero y Angel Di María, Messi finalmente empezó a quebrar récords también en la Argentina: a la espera del partido con Arabia Saudita, la Pulga alcanzó a Gabriel Batistuta como el futbolista con más goles convertidos en un año, 12, e incluso con mejor efectividad.

Mientras Bati necesitó 12 partidos (uno por fecha), Messi llegó a esta docena de festejos en los ocho encuentros que jugó en 2012 (1,50 por partido): en febrero le hizo tres a Suiza; en junio, uno a Ecuador y otros tres a Brasil; en agosto, uno a Alemania; en septiembre, uno a Paraguay; y en octubre, dos a Uruguay y uno a Chile. Solo no le convirtió a Perú, también en septiembre, lo que desnuda la dependencia tóxica de la Selección. Cada vez que Messi anotó en 2012, Argentina ganó. Y la única ocasión en que no hizo goles fue el único tropiezo del equipo. La Selección “europea” de Sabella, no la local, jugó 8 veces en el año con siete triunfos y un empate, justamente esa visita a Lima en la que Leo no anotó. Como Argentina sumó 23 tantos en 2012, y 12 fueron de Messi, la Pulga convirtió más que todos sus compañeros juntos: el 52% del total.

Los 19 goles en 63 partidos que Messi acumulaba en la Selección hasta el último día de 2011 (0,30% de efectividad) contrastan con los 12 festejos en ocho encuentros de 2012 (1,50%), lo que totaliza 31 festejos en 75 encuentros (0,41%). Y se vienen más récords: Messi ya quedó a tres de los 34 de Maradona (en 91 presencias; 0,37% de efectividad), a cuatro de los 35 de Crespo y, ya bastante más lejos, a 25 de los 56 de Batistuta.

Pero Messi en 2012 fue mucho más que una fábrica de goles. Su voracidad fue solo una parte de su juego. Somos muchos los que todavía sentimos la electricidad de ese arranque supersónico que tuvo en el primer tiempo del partido contra Uruguay, en Mendoza: una apilada sobre la derecha, varios rivales en el camino y una definición apenas desviada. Messi logró eso en 2012: que un día cualquiera, mientras estamos enfrente de la computadora o viajamos hacia el trabajo, nos sigamos emocionando con un gol que erró por centímetros.

En un país habituado a polémicas que nacen y mueren en la periferia del juego, Messi abrió un debate enriquecedor: la urgente comparación con Maradona solo será una disyuntiva deportiva. Lo emblemático queda fuera de discusión: Diego fue mucho más que un futbolista. El maestro inspirador de sueños, el héroe nacional, el vengador de la patria, el mito predestinado a convertir el mejor gol posible en el mejor escenario posible (ante Inglaterra en un Mundial, y no ante Getafe por la liga española) fue, es y será Maradona. Incluso si Messi sale campeón del mundo en Brasil 2014, una comparación simbólica con Diego lo dejará mal parado.

A Messi le falta ganar un Mundial, por supuesto, pero si discutir el genio y el talento fuera una colección de títulos, Maradona no podría estar por encima de Pelé: el brasileño ganó tres. El debate que abrió el 2012 de Messi en la Selección es otro: quién es mejor futbolista partido a partido, fecha a fecha. Los expertos dirán lo suyo. Mientras tanto, ya somos cada vez más los que una noche entre amigos, tomando una cerveza y mirando a la Selección, nos animamos a hacer la pregunta que nunca creímos posible...

Por Andrés Burgo. Fotos: AFP y Photogamma

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