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De Diego a Leo: el pase del siglo

Tras un año de ensueño, la confirmación de Messi como ídolo absoluto de la Selección le permitió ingresar en el altar futbolístico que hasta ahora ocupaba sólo Maradona. En lugar de compararlos, aquí elegimos integrarlos en esta acción de juego. Un pase de magia, de Diego para Leo. Una postal de estos (y otros) tiempos.

Por Redacción EG ·

10 de noviembre de 2012
 Nota publicada en la edición de noviembre de 2012 de El Gráfico

Imagen UNA METAFORA. El Diego del 86 le da un pase al Messi de 2012, que entra en el cuadro a toda velocidad.
UNA METAFORA. El Diego del 86 le da un pase al Messi de 2012, que entra en el cuadro a toda velocidad.
Mientras bajaba, el austríaco Felix Baumgartner lo vio pasar a Lionel Messi: iba a la misma velocidad que él pero camino inverso, disparado a la estratósfera.

El niño prodigio que comenzó siendo extremo ahora se terminó convirtiendo en un deportista extremo, como el austríaco que se tiró desde el espacio. No sabemos hasta dónde puede llegar Leo, pero mientras logremos ver su estela, alcanzará para disfrutarlo.

Su convivencia con las marcas es constante. Y nos hace perder noción de la velocidad a la que va: más rápido que Usain Bolt en una pista y que Baumgartner en caída libre desde el cielo.

Definido desde hace años como un jugador de PlayStation, a Messi lo manejamos entre todos: basta con que le digamos qué nuevos récords tiene que cumplir y él se encargará de lograrlos.

Para ser estadígrafo de Messi hay que ser capaz de disponer y procesar todos los datos de la historia del fútbol. De Pelé a Maradona, de Müller a César, de Batistuta a Raúl, Messi no lidera el ranking de la Carrera de Campeones, sino de la licuadora de campeones. Con diez años más de carrera por delante, los historiadores se dedicarán a buscar los segundos puestos: las marcas las tendrá casi todas él.

En un campo absolutamente imaginativo pero basado en su propio recorrido, podríamos proyectar el 2022 y preguntarnos: ¿Más presencias con la Selección? Messi. ¿Más goles convertidos en una temporada? Messi. ¿Máximo goleador del clásico español? Messi. ¿Y de la Champions League? Messi. ¿Mayor cantidad de Balones de Oro? Messi. ¿Y consecutivos? Messi. ¿Más Mundiales jugados? Messi, 5. ¿Máximo goleador de la historia? Messi.

Y eso sin proponer algunos récords menores y otros mayores, que mejor –con un Mundial en Brasil por delante- vale no plasmar en un papel y dejar bajo llave en la imaginación. Como dijo Pep Guardiola después de los cinco goles de Leo al Bayer Leverkusen: “El día que él quiera, hará seis”.

Pero lo bueno es que ninguno de esos datos fríos cambiará las sensaciones que ya venimos grabando cada vez que lo vemos jugar, primero con el Barcelona y luego con la Selección. Mientras desafía las leyes de la física y pasa por donde simplemente no se puede pasar, Leo ya entró en una zona de la que no se sale. Es el altar futbolístico que para los argentinos ocupaba solamente Maradona.

Maradona y Messi no jugaron juntos en una cancha pero sí lo hacen en nuestras mentes y corazones, allí donde los picados emocionales se transforman en una bendición eterna. El fútbol podrá estar cada día peor, pero siempre, yendo ahí dentro, encontraremos ese cúmulo de sensaciones inolvidables e indestructibles. Ni siquiera hacen falta (aunque mejoran la experiencia) las imágenes, los audios o las fotos. Los podemos reproducir en la oscuridad, con los ojos cerrados, sin televisores ni tabletas ni teléfonos inteligentes. Son nuestros recuerdos. Leo Messi ingresó a esa zona íntima de los recuerdos, ese clip mental que cada día crece más.

En la película Efecto Mariposa, en el constante ir y venir por el tiempo y el espacio, el protagonista acumula más recuerdos de los que su cerebro puede contener. Después de cada viaje, sangra profusamente de la nariz. Cada vez que vemos jugar a Messi, corremos el riesgo de terminar sangrando por la nariz.

Imagen EN EL BARCELONA se ha transformado en el más querido del plantel.
EN EL BARCELONA se ha transformado en el más querido del plantel.
A Messi lo vivimos mientras lo grabamos. Pero en tiempos de inmediatez extrema, en los que en vez de describir un momento se postea una foto, a Messi también lo grabamos para guardárnoslo, con el egoísmo de poder contarlo cuando su tiempo ya haya pasado, si es que alguna vez pasa. La tentación a confrontarlo con el pasado y la curiosidad de proyectarle el futuro no deben distraernos del disfrute del presente.

Mientras el resto del mundo compara a Messi y Maradona, con el sustento propio de las proezas que Leo acumula cada semana, desde aquí elegimos integrarlos. Hacerlos jugar juntos en una cancha, como podemos hacerlo en ese clip mental cada vez que se nos ocurra.

Una bendición que requirió ver como mil fotos, hasta encontrar ese hermoso pase de Maradona ante Bélgica, foto jamás publicada hasta ahora, que permitió el fotomontaje. Maradona y Messi, juntos. Diego dándole un pase a Leo, que llega a toda velocidad. Es un simbolismo. Una metáfora de este tiempo. La transferencia de la idolatría dentro de la liturgia del hincha argentino.

Hoy, una generación entera se conforma alrededor de la adoración por Messi, justo como otra, tres décadas atrás, se forjaba alrededor de la veneración por Maradona. Son otros tiempos, hay más camisetas del Barcelona ahora que del Napoli a mediados del 80. Pero la voracidad por verlos es la misma. En unos años, incluso ahora mismo, deberemos aceptar que muchos no habrán visto a Diego. Y preguntarán si más o menos era como el Messi de este siglo.

Con la camiseta de la Selección, a la edad actual de Leo, Maradona aún no había llegado a su punto máximo: venía de sufrir en las Eliminatorias y aún no había materializado sus hazañas en México 86 (ver abajo). Eso para quienes andan apurados, nada más. El resto es goce.

No hay apuro ni sentido en compararlos. Al final todo podrá ser reducido a un vacío 1-2-3, a un top five como los que Nick Hornby materializó en su libro Alta Fidelidad. Al ítem “Mejores jugadores que vi” le precederá o le sucederá el orden de los Beatles preferidos, o las cinco mejores actores de la historia. Subjetividad pura. Y recuerdos.

Llegado el momento surgirán, además, cientos de posibles aspectos para confrontarlos. No hablamos de la comparación desde la admiración que plantea Andrés Burgo ni el reflejo de los reprochones que relata Eduardo Sacheri, en los dos magníficos enfoques que se suceden a esta nota, sino de cosas mucho más pequeñas.

Rascar la superficie de los ídolos conlleva un riesgo: recordar que son de carne y hueso y que cada uno tiene su forma de ser. Rasgos que, en definitiva, poco y nada importan cuando salen a la cancha. El pase del siglo propone eso. La integración en la cancha. El pase de la idolatría. A Messi algunos le seguirán reclamando algún escándalo para confirmar su condición de estrella mundial, algo así como descubrir la letra chica de lo que de otra forma sería una oferta irrechazable. Difícilmente llegue. A Maradona se le seguirá exigiendo un cambio en su modo de vivir que tampoco llegará. Pero el clip mental se mantendrá inalterado.

Hasta el año pasado, por ejemplo, se hablaba de que Messi no pateaba tiros libres. Leo evidentemente tomó nota del feedback y se convirtió en uno de los mejores ejecutores del planeta. Al ángulo o a los palos, ahora difícilmente pasen de ahí. Es el concepto del jugador a joystick, que encuentra biocombustible en la energía (si es negativa, mejor aún) que se le mueve alrededor.

Ahora comienza a tomar fuerza, en asados interminables o en redes sociales, el tema del carácter de uno y del otro. Cuando Messi no hacía dos goles por partido con la Selección, que durmiera mucho la siesta dejaba de ser una particularidad para convertirse en un defecto, según algunos.

En el libro Cuando nunca perdíamos, el autor mexicano Juan Villoro refleja una conversación que tuvo con Guardiola, a propósito de la personalidad de Messi. “Leo no necesita motivación especial. Compite contra sí mismo; siempre encara nuevos desafíos”, dijo Guardiola durante un almuerzo. Y luego contó un ejemplo sencillo pero revelador, que aquí transcribimos

-En un entrenamiento, Sergio Busquets le entró con descuido en pos del balón y lastimó a Messi, produciéndole una cortada. La práctica continuó sin sobresaltos. Ya en el vestuario, Busi fue a disculparse con su compañero. Con voz tranquila, la víctima pronunció una respuesta hermética, señalando su herida: ‘Aquí dice Sergio Busquets’. ¿Qué significaba eso? Milito y Mascherano, sus mejores amigos en el campo, entendieron el mensaje antes que los demás. Leo no olvida: tenía una deuda que saldar. Días más tarde, cuando el asunto parecía olvidado, le hizo una dura entrada a Busquets, y sonrió con picardía infantil. Estaban a mano.

Imagen EN LA SELECCION con cada gol de Messi son comunes estos festejos con titulares y suplentes.
EN LA SELECCION con cada gol de Messi son comunes estos festejos con titulares y suplentes.
Que Guardiola haya contado este ejemplo sobre Messi no es casualidad. A una tenacidad tan innata como su talento o su espíritu competitivo, se le fueron agregando pequeñas pero importantes muestras de carácter que también corporizan su liderazgo.

Si algo no es cierto es que Messi carezca de emociones. Las tiene, pero las expresa de manera muy puntual. Y hasta tiene clase para pelear, como ya lo mostró mientras se tapaba la boca tras el apriete de Maxi Pereira, en el partido consagratorio ante Uruguay.

Maradona es Nápoles. Messi es Barcelona. Los dos cayeron en ciudades hermosas que casualmente representan sus personalidades. Discutir más allá de eso sería como discutir cuál es el mejor lugar para vivir. ¿Tiene sentido? ¿O vale más ir de visita, cuando uno quiera, a cada uno?

Los detractores que fueron una parte fundamental en la rebelión permanente de Maradona hoy también provocan el reactivo en Messi. Son los que activan el turbo en sus motores. Quizás, incluso a riesgo de que todo termine en una nube con forma de hongo, necesitemos más Mourinhos. A Leo, más lo aguijonean y mejor juega.

Quienes dicen que le falta malicia seguramente se perdieron los segundos previos al tiro libre que le hizo a Casillas (que en el asunto de los récords corre el riesgo de quedar como el arquero al que Leo más le convirtió). Con la pelota apoyada en el piso, la expresión de Leo se transforma de manera mortífera. Es un primer plano para el recuerdo. A la pelota le pega un serial killer, el Mr. Hyde que el niño Jekyll lleva adentro. A la hora de los festejos, el Hyde se había evaporado y había regresado la imagen del niño inocente. 

Difícilmente se lo vea desaforado desde el revanchismo. Un cartel de publicidad pateado una vez. Mucho más que eso, no le van a encontrar. El juego de los desafíos con Leo no funciona en modo mega conspiración activado, sino que tiene la dinámica propia de lo que pasa en un recreo de chicos de primaria. A que no te subís ahí. A que sí. A que no. A que sí. Y tomá, ahí tenés, me subí.

No cabecea, otra de las cosas que se decían de Messi. Marcó el gol definitorio de la Champions League contra el Manchester United con un cabezazo digno del de Gullit en la final de la Euro 88. ¿No cabeceo? A que sí.

La salida de Guardiola, la figura protectora y paternal en su club, también acentuará su crecimiento como líder indiscutido. Y le hará vivir el proceso que ya experimentó –y superó– en la Selección: la de ser el más importante de todos, cargarse esa responsabilidad sin perder su espíritu amateur de querer ganar en todo, el de los chicos en el recreo.

Que un sonriente Leo haya hablado de “los momentos duros que me tocó vivir”, antes de irse al vestuario tras un nuevo concierto por las Eliminatorias, explica, a su modo, el mismo “estamos a mano” que le hizo sentir a Busquets en esa anécdota de Guardiola. Un corte (ante Uruguay en Santa Fe) que en el momento no le gustó, pero que dio por terminado, con sonrisa y disfrute, ante Uruguay en Mendoza. Y a otra cosa. Sin dedicatorias a todos los que no creían en él.

Si la expresión “Maradona del 86” para muchos significa el estado máximo de bienestar, leer los recortes de la Copa América 87 que se organizó en la Argentina resulta fascinante. Hoy, a la distancia, uno imagina una especie de campeonato celebratorio de la victoria en México, reverencias en todos los partidos, canchas llenas como recitales de rock. Y sin embargo, la Copa terminó siendo una picadora de carne, con críticas para todos y el Monumental semi vacío en el último partido contra Colombia. “La pura verdad es que a esta Selección no la aplauden nunca, para qué vamos a andar dando vueltas. Y no termino de entender por qué”, estallaba por entonces Maradona en El Gráfico.

Imagen EN LA GLORIA. La ilustración de Gonza Rodríguez para la portada de noviembre 2012.
EN LA GLORIA. La ilustración de Gonza Rodríguez para la portada de noviembre 2012.
Messi y Maradona atravesaron procesos similares hasta llegar a la idolatría absoluta. Aunque no es cierta la fábula de que Bilardo tuviera que defender a Diego como si fuera Garré, sí es verdad que, hasta México 86, de Maradona en la Selección mayor aún se esperaba la confirmación de todos los hermosos momentos que había venido regalando desde su debut en el 76. Con Messi pasaba lo mismo. Se le exigía, desde el deseo, un año como este.

En julio de 2011, en estas páginas se publicó Maldito Barcelona, un ensayo sobre la improbabilidad de que las piezas del Pep Team lograran el mismo efecto cuando se desprendieran del mejor equipo de la historia. La búsqueda constante por ser el Barcelona, por entonces más discursiva que fáctica, se transformaba en una trampa mortal para cada uno de los involucrados, un juego sin posibilidad alguna de victoria.

Con Sabella al frente de la Selección se logró más pragmatismo y menos dogma: que el equipo girara alrededor de Messi y que Messi sintiera lo mismo, sin repetirlo muchas veces en las conferencias de prensa pero dándole señales claras en la cancha. La Selección hoy no se parece en lo más mínimo al Barcelona (a decir verdad tiene el estilo blitzkrieg del Real Madrid), pero de eso ya poco se habla, porque Messi sí se parece al del Barcelona en términos metafísicos. A este ritmo, desde Catalunya acabarán por preguntar cuánto falta para que el Messi del Barça sea como el de Argentina. A propósito, Lionel hace récords incluso sin quererlo: el partido de Champions contra el Celtic (2-1) fue el primero de la temporada en el que no hizo goles ni dio asistencias. ¡Crisis!

Por ser el medio argentino que le hizo la primera nota de su etapa en La Masía (“Barça muere por este pibe”), y por las 12 tapas que se sucedieron desde la de octubre de 2005, cuando nos dijo que no había problemas de llevar a un tal Ronaldinho para la producción, en la redacción de El Gráfico fuimos testigos de los muchos lectores que se quejaban de la devoción de la revista por Messi.

Así como hoy, con o sin seudónimos, nadie se atrevería a decir que cuestionó al Maradona-futbolista en su mejor época (¿quién aceptará que no quiso ir al Monumental a aplaudir al Diego del 86?), ahora nos resultará difícil encontrar a esos detractores de Messi. Cada vez se mueven por caminos más subterráneos. Como casi todo lo que transita a nivel de comentarios en redes sociales, terminará siendo una caza de brujas muy divertida: la de saber quién osó criticar a Messi. Unos y otros irán alimentando esta inquisición de la que fueron parte, aunque prefieran olvidarlo.

Quien escribe no tiene recuerdos presentes del Mundial 78 ni del 82. Si no hubiera habido un 86, quizás hoy uno tendría guardado el videocassete, velocidad SP y cinta chamuscada, con el gol de Kempes a Holanda, así como el personaje de Trainspotting atesora el de Archie Gemmill –Escocia-Holanda del 78– para gritar a lo lejos en el tiempo. Pero si no hubiera habido un 86, probablemente estas páginas estarían en blanco.

Hoy Messi para muchos es ese 86. La conexión con el fútbol. El viaje al fútbol. Sólo ida, porque de Messi, como de Maradona, no se vuelve.

Martín Mazur

Imagen PASADO Y PRESENTE. Sin comparaciones.
PASADO Y PRESENTE. Sin comparaciones.


YO A TU EDAD



Un argumento para evitar comparaciones entre Maradona y Messi es que resultan injustas porque la carrera de Diego ya terminó, y a la de Lionel le queda un largo recorrido. Y es un argumento válido.

Entonces, intentemos una comparación más específica: ¿por dónde andaba la trayectoria de Maradona cuando tenía exactamente la misma edad que tiene Messi? A los 25 años y 5 meses, Diego atravesaba su segunda temporada en Napoli, la 1985/86. Aún no había llegado su consagración en México 86, y ni de lejos tenía el magnetismo que genera Messi en cualquier lugar del planeta. Es el primero de los datos que le otorgan una pequeña ventaja a la Pulga en este desafío imaginario. Profundicemos.

Maradona había ganado seis títulos: uno en la Selección juvenil (Mundial 79) y cinco a nivel local (uno en Boca, tres en Barcelona y otro en Napoli). Messi ya acumula 21 (19 en Barcelona, incluyendo dos Mundiales de Clubes, 1 en la Sub 20 y 1 en la Sub 23).

En cuanto a la Selección, Diego sumaba 44 partidos jugados, 19 goles y una Copa del Mundo, la de España 82, donde marcó dos veces pero terminó cuestionado y expulsado. Lionel ya jugó 75 partidos y metió 31 goles con la celeste y blanca, y participó de dos Mundiales: Alemania 2006 (un tanto y poco protagonismo) y Sudáfrica 2010 (mejor nivel pero sin gritos).

¿Y los goles? A los 25 años y 5 meses, Maradona superó la barrera de los 220 tantos. Messi, por su parte, lleva 323. Pero claro: a los 25 años y 9 meses, Diego sería campeón mundial.