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Juan Román Riquelme: Basta para todos

La salida de Román también cambió la ecuación en el vestuario de Boca, donde continúa omnipresente. Algunos lo extrañan y aún lo añoran. Otros, aliviados, dieron vuelta la página sin remordimientos. Un puñado de historias lo pintan como Dios y como el Diablo.

Por Redacción EG ·

14 de agosto de 2012
  Nota publicada en la edición de agosto del 2012 de El Gráfico  

Imagen ROMAN decidió irse de Boca. Vacío interiormente. ¿O lleno de Falcioni?
ROMAN decidió irse de Boca. Vacío interiormente. ¿O lleno de Falcioni?
 Si el vestuario de Boca hablara, ¡las cosas que diría…! Pero, claro, los vestuarios no hablan. Menos, el de Boca. Menos que menos, los que lo habitan de pantalones cortos. Menos aún, si de Juan Román Riquelme se trata. Nadie se mete con él, ni sus detractores alzan la voz en su contra. Si alguno opina, apenas si lo hace por lo bajo, lejos de los micrófonos. ¿Será verdad que a Erviti, apenas llegó al vestuario, le dijo irónicamente “Sentate donde quieras, total vos sos el jugador del técnico”? ¿Será cierto que, apenas veía una injusticia con los más pibes, iba y hablaba con la dirigencia para que les solucionaran rápidamente esos problemas? ¿Cuánta veracidad tendrá aquello de que le hizo pasar un mal momento a Blandi delante de todo el grupo porque en una entrevista no nombró a Viatri entre sus 9 preferidos? ¿O que, puertas adentro, era mucho más gauchito, simpático y bondadoso que cualquier otro referente? Vaya uno a saber cuánto de mito y cuánto de real tienen estas y otras muchas historias. Riquelme es y seguirá siendo tema tabú en Boca y, dicho está, los vestuarios no hablan…

Dentro de esas más de cuatro paredes que se reparten entre la Bombonera y Casa Amarilla, el enganche de 34 años continúa omnipresente aun cuando ya parece no estar. Su imagen, aunque sea desde un cuadro o un poster, intimida. Su nombre –Román, así, a secas- impone respeto. Su recuerdo se agiganta a medida que pasan los días tras la derrota en el Pacaembú, donde pegó el doloroso portazo, harto de que el presidente Angelici y el técnico Falcioni lo incomodaran y no lo mimaran. Tan grande es Riquelme para Boca que deja a Maradona hecho un poroto al lado suyo: fue, es y será una leyenda dentro de la comunidad bostera. Y como en toda leyenda, las verdades son a medias: las historias se agigantan y las anécdotas se exageran. Así, aquellos que lo quieren, lo catapultan hasta el altar de San Román. Y aquellos que juran haberlo padecido, lo presentan como Lucifer con la 10 en la espalda. Dios y el Diablo, para unos y para otros, según el cristal con el que se lo mire. Dentro del mismísimo epicentro del mundo Boca, Riquelme divide las aguas. Amado y odiado. Venerado y detestado.

Histórico propietario del equipo por calidad y talento, el tal vez mayor ídolo de la historia de Boca también fue dueño del vestuario y del club. Voces a favor quizás se escuchen varias, pero no hay demasiados registros de explícitas acusaciones en su contra. La razón es sencilla: “El que se tira contra Riquelme se tiene que ir de Boca. Fijate lo que les pasó al paraguayo Cáceres, a Morel Rodríguez…”. Esta frase, textual, la dijo un protagonista hace no demasiado tiempo. Su autor, tras pronunciarla, pidió mil veces la más absoluta reserva: hoy ya no está en Boca…

¿Tan buenito sería Román, como cuenta el séquito de adoradores que conserva en el club? ¿Tan perverso sería este crack irrepetible de la redonda? Los relatos recogidos en este último tiempo son increíbles y se reparten entre positivos y negativos. Algunos protagonistas consultados (jugadores, cuerpos técnicos, dirigentes y empleados de Boca), se animan a repasar hechos. Pero si en algo salpican al 10, enseguida piden que les saquen la firma. Es decir, por una cuestión de supervivencia, exigen anonimato.
Dicen que un día Román vio a un jugador de los más jóvenes con cara triste y se le arrimó para preguntarle qué le ocurría. “Hace tres meses que no cobramos”. Con una velocidad inusitada, corrió hacia el Departamento de Fútbol Profesional para exigir que, hasta que no cobraran los más chicos, no les pagaran a los más grandes. Los juveniles, agradecidos… Era común verlo en el quincho del club comer asados con los jugadores de Inferiores. Y a los que iban llegando a Primera, los sumaba a su grupo y se los llevaba a comer. Invitaba siempre él. Eso sí, algunos dan a entender que había que comer la comida que él eligiera. Así, en Marcelo (restorán de Puerto Madero donde últimamente iba con los jugadores más cercanos, luego de los partidos), una noche terminaron todos comiendo risotto con calamares porque a Román le dio intriga probar ese plato exótico.

Generoso con su entorno, cuentan que era capaz de dar lo que no tenía para ayudar a sus amigos. “Pero ojo, es desconfiado con todos los demás. A todo aquel que no pertenece a su banda, él lo ve como si fuera la Policía”, resumió alguien con muchas horas de vuelo en el club. Según esta teoría, Riquelme dividía entre amigos y policías. Leales y vigilantes. Esta particular visión que tenía el 10 se profundizó en épocas de máxima tirantez con Palermo, desde que el enganche volvió del Villarreal en 2007 y hasta el retiro del 9, a mediados del año pasado.

Otro episodio que circula por la vida de Boca ocurrió en Tandil, en la pretemporada de 2011, justamente en la última de Martín Palermo como capitán. Diego Rivero se sumó a La Posada de los Pájaros un mediodía de sol. Y fue Cristian Lucchetti quien, a la hora del almuerzo, lo llevó mesa por mesa para presentarlo. Hasta que llegó a la del 10, que le hizo pasar un mal momento al exarquero de Boca: “¿Por qué lo presentás vos, si no sos el capitán? Además, al Burrito lo conozco de chico porque es de mi barrio”. ¿Así, tan con los tapones de punta saldría el Riquelme íntimo?

Imagen LA INDICACION precisa, la Bombonera expectante. Todos pendientes de él.
LA INDICACION precisa, la Bombonera expectante. Todos pendientes de él.
 Se comentó que una vez, al recién llegado Jesús Méndez lo esperaba el presidente del club para dar la conferencia de presentación, y él no lo dejó ir hasta que se cambiara. “No podés ir vestido con la ropa de entrenamiento: ahora sos jugador de Boca. Bañate y cambiate, que los dirigentes y los periodistas te esperen...”. Sí, dicen que tenía más poder que cualquier presidente. También se cuenta que ese poderío muchas veces lo usaba para beneficio del grupo. Cuando Nike entregó cuatro juegos de esa camiseta rayada (negra y blanca) con la que se jugó en el último verano, paró en seco a los dirigentes presentes: “Tres de estos juegos quedan para el plantel, utileros y cuerpo técnico. Ustedes, a lo sumo, llévense uno”. Dicho y hecho.

Sin un Palermo que le disputara el poder, en este último tramo tomó el mando absoluto del vestuario. Sus pedidos eran órdenes y nadie se animaba a contradecirlo. Cuando la dirigencia quiso cobrarles los camperones azules que los jugadores regalaban luego de las pretemporadas, Román dijo “A los grandes, cóbrennos lo que quieran, pero a los más pibes, no”. Y así fue, nomás. Buen ciudadano, solía pedir que, cuando las elecciones nacionales caían en medio de una concentración, el cuerpo técnico de turno dejara ir a votar a los jugadores que vivían en los alrededores de Buenos Aires (caso Blandi, en Campana). Al estilo sindicalista, se plantaba firme cuando algún cuerpo técnico hacía diferencias en el grupo. La última anécdota referida a este ítem se vivió en la cancha de Banfield, un sábado de mayo, tras el 0-0 en el que Boca empezó a perder el Clausura. El profe Otero (preparador físico de Falcioni) estaba indicando que el domingo les daría descanso solo a los que habían jugado de titulares. “O practicamos todos o no practica nadie”, dijo el capitán. Todos terminaron yendo al entrenamiento del día siguiente…

Buen amigo de sus amigos, Riquelme no se cansa de decir que Clemente Rodríguez es el mejor jugador de la Argentina. Y, cada vez que puede, mete un bocadillo sobre Hugo Ibarra: “No merecía irse por la puerta de atrás: el Negro le dio mucho a Boca”. Pero su generosidad se extendía más hacia el lado de los desprotegidos. Una vez, el lateral Leandro Marín se lesionó en Tandil mientras estaba de pretemporada con la Reserva. Cuando el 10 de la Primera se enteró de que lo harían volver en micro a Buenos Aires, puso el grito en el cielo: “En micro no se va. Si no le ponen un remise, yo le doy la plata para que se tome uno”. Marín no viajó en bondi: recorrió los 354 kilómetros en auto, como debía ser para un jugador profesional de un club serio.

Uno de los que más lo defiende, como jugador y como persona, es Jorge Amor Ameal, el presidente que le firmó su último contrato, el de cuatro años que se vio interrumpido en la noche paulista en la que el Corinthians alzó la Libertadores. “Nunca vi un jugador que fuera tan líder y que alentara tanto a sus compañeros en la previa a un partido, como Román. ¿Líder negativo? Nada que ver. Cuando estaba lesionado, viajaba con sus compañeros para acompañar. Y siempre daba la cara por los más chicos. Antes de irse a alguna gira, venía a verme para arreglar los premios. Me decía que, a los más chicos, les diera los dólares antes de viajar porque ellos no tenían tarjeta de crédito para comprarse cosas en el exterior. Y generalmente acordábamos adelantarles la mitad en efectivo y darles el resto a los padres de los chicos. Siempre fue un caballero”.

Así lo recuerda Ameal. Otros no tienen tan buenos recuerdos. Dicen que Rodrigo Palacio, cansado de Riquelme, decidió irse de Boca. Se cuenta que al Pochi Chávez, por ser íntimo del Titán, no le hacía la vida fácil. No era lo mismo un viaje con Riquelme que otro sin Riquelme: sin él, la delegación estaba más relajada; con él, había más tensión. Se vio claramente en San Pablo en el –hasta ahora- último viaje de Román, cuando las horas previas a la final se llenaron de rumores de todo tipo: el anuncio tan temido del “Me voy porque me siento vacío” llegó consumada la derrota y pasada la medianoche. Boca nunca fue lo mismo con él o sin él. Boca jamás será igual con Riquelme o sin Riquelme. Sencillamente, porque bueno como Dios o malo como el demonio, no habrá ninguno igual a Román.
Por Miguel Bossio

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